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Campañas de vino y rosas (anticuadas, irresponsables, tramposas, retorcidas…)

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Columna Vida y Milagros

Las campañas electorales en México se suelen manejar como si fueran eventos para elegir a la reina de un carnaval o al rey de la simpatía. Se ofrece, se habla y se promete de todo, pero rara vez de la cruda realidad, ni se mencionan las medidas y esfuerzos que se requieren de parte del electorado para construir sociedades más gobernables y sanas; esas medidas vienen después, no por convencimiento sino por necesidad o absoluta emergencia, como ha sido el caso del endurecimiento al "Hoy no circula" en la ciudad de México, en que se ha tenido que hacer valer y dejar en claro que el espacio para los coches no es un derecho humano sino un problema urbano con consecuencias para todos: para los dueños de los coches que tendrán que prescindir de él y para los usuarios nuevos y cotidianos del transporte púbico, ineficiente, insuficiente y peligroso a costa de haberlo desatendido por años, entre otras cosas para consentir intereses gremiales o particulares. No se habló de eso en las campañas de 2012. Las campañas mexicanas siguen siendo un ejercicio de seducción irresponsable, con palabras de amor, promesas y hartos regalos. Nadie habla de lo que pasará ni de lo que hará después de dar el sí, hasta que la realidad presente su factura. Y si no, pregúntenle al Bronco.



Este año el INE ha repartido a los partidos políticos cerca de 4,500 millones de pesos para hacer proselitismo electoral. Y sin embargo los candidatos buscan dinero adicional de manera desesperada para inyectárselos a sus campañas. Parecería inexplicable pues la publicidad en radio y televisión, que antes era el costo principal de las campañas, ya es gratuita por cortesía y capricho de la última reforma electoral. Además del dinero enorme que ya recibían desde 1996, ahora, sin descontarles un peso, a los partidos se les regala la publicidad en radio y tele. ¿Por qué no les alcanza entonces el dinero para competir de una manera equitativa y por qué las campañas son tan huecas en cuanto a hablar de responsabilidades de gobernantes y gobernados? ¿En qué y a dónde se va el dinero y por qué no se habla de lo que realmente importa?

Al parecer el gastadero se debe a la forma anticuada, irresponsable, tramposa y retorcida en que se siguen haciendo las campañas. Primero que nada hay que gastar en pagar entrevistas, encarecidas a raíz del aburrido y repetitivo montón de anuncios que a nadie interesan y a todos desesperan. Por lo tanto, para tratar de distinguirse, ahora necesitan pagar entrevistas y reportajes a modo, así como invertir en operación y manejo de redes sociales, que es lo de hoy. Los anuncios ya no modifican el rumbo del voto, solo unifican al electorado en cerrar los ojos y los oídos para evitarlos. Los frentes también miden sus fuerzas calculando quién tiene más cosas que regalar o con qué consentir al público. Mochilas, playeras, gorras, uniformes escolares, sombrillas, despensas, tinacos, vales, tarjetas de descuento, y aparatos electrodomésticos. Si el candidato de un partido tiene en ese momento a su partido en el gobierno, entonces se ofrecen de manera muy oportuna descuentos en servicios y multas, rebajas del predial o de todo adeudo posible, en el que los perdedores suelen ser los ciudadanos que cumplieron a tiempo con sus obligaciones. Un candidato oficial tiene más cosas con las que enamorar a los electores de manera inmediata, pero los que buscan recuperar el poder tienen el arma del "se los dije, ya ven cómo les fue", y ofrecen ser más buenos, más limpios, más promesas de regularizar lo chueco, de reducir, abaratar, corregir, trasparentar y hacer la vida más fácil a los ciudadanos en el futuro; ofrecen, desde luego, portarse mejor que el que se va. El combate se vuelve de flores, besos y abrazos con el electorado.

Rara, rarísima vez he oído a un postulante hablar de las cosas duras que los electores tendríamos que enfrentar si queremos tener mejores condiciones de vida para el conjunto. ¿Quiénes saben y hablan de los montos del dinero público que van a ejercer ni en cómo lo van a etiquetar? ¿Quiénes describen cuál será su conducta y su trato hacia los otros poderes? ¿Quiénes de las prioridades y por qué? Los discursos son vagos y llenos de promesas de bienestar y comodidad para los ciudadanos, cuidándose muy bien de especificar el cómo lo harán. No nos hablan de las alternativas y disyuntivas que necesariamente tendrá que enfrentar quien gobierne. La clave estaría en decirle al elector que no alcanza para todo, y en saber escuchar para decidir con sabiduría cuáles son los gastos estratégicos indispensables y cuáles los superfluos. Por atractivo que parezca construir grandes obras a marchas forzadas, habría que saber si eso conducirá a un debilitamiento en la impartición de justicia por la reducción de empleados en los ministerios públicos, o en los recortes en dinero destinado al poder judicial, o en la desaparición de las instancias que trabajan en la dotación de agua y saneamiento en el estado. Hay acciones indispensables que se cultivarán a largo plazo, pero ¿quién piensa a largo plazo en una elección? Hablan si, con gran facilidad, de las generaciones futuras, pero lo hacen como recurso retórico, no como convicción. Y deberían hacerlo, porque la ausencia de largos plazos en los discursos y acciones de políticos ya muertos, son las urgencias del presente, que aunque no se mencionen, deberán atender quienes ganen las elecciones venideras. Prioridades, costos y consecuencias ¿Quién habla de eso en las campañas? ¿Y quién más, todavía, se arriesga a un verdadero debate de fondo con el adversario? Todos cuidan que las tomas sean fijas, que no haya réplicas y que el moderador sea un baboso invisible.



Un candidato en campaña no tendría que llegar ni a cuidarse ni a repartir dones, sino a enumerar responsabilidades compartidas; debería de hablar con seriedad de las limitaciones del gasto público y debería, sobre todo, ser muy claro en la manera en que piensa priorizarlo: cuánto dinero tendrá para gastar y porqué lo va a gastar de determinada manera. Nada de eso veo en las campañas actuales. El dilema en las campañas debiera ser si se le habla al electorado de ocurrencias y consentimientos, o de responsabilidades y de buenas políticas públicas que requerirán de acompañamiento y responsabilidad cívica.



Vuelvo al caso de la contingencia ambiental en la ciudad de México. No recuerdo que ninguno de los candidatos al gobierno de la ciudad hubiera mencionado la necesidad de acotar al automóvil y fortalecer con todo al transporte público. Si, que durante 50 años o más, todos los partidos han privilegiado al coche a pesar de las advertencias de los expertos. Pensaron que la clase media es muy escandalosa y no hay que molestarla, en lugar de pensar en cómo convencerla y abordarla con la verdad y alternativas exitosas.

En el resto del país, casi nadie habla de temas espinosos, como el costo real de extraer y transportar el agua hasta las ciudades, ni de la necesidad de evitar su desperdicio en las redes a base de una inversión que va enterrada y que por lo tanto es poco lucidora, no se habla tampoco de la necesidad de distribuirla equitativamente y de cobrarla en lo que vale; no se habla de ejercer con dureza los ordenamientos urbanos y mucho menos se habla de las consecuencias a las malas conductas ciudadanas. Nadie ha dicho que las manifestaciones que afecten derechos de terceros, que interrumpan el libre tránsito o afecten de manera indirecta a la salud no serán toleradas, como tampoco lo serán los cobros ilegales de derechos de piso en vías pública. Consentir a la clientela electoral es primero. ¿Quién se atreve a intentar ganar una elección hablando de verdades? La omisión de las medidas duras que como ciudadanos debemos enfrentar, la descripción de nuestras realidades y lo que se esperaría de nosotros para mejorarlas, difícilmente las escucharemos en estos días de vino y rosas que los candidatos derraman desde los templetes reales o virtuales para enamorar al electorado.

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Sobre el autor

Verónica Mastretta

Verónica Mastretta. Ambientalista, escritora. Encabeza desde 1986 la asociación civil Puebla Verde y promueve con la OSC Dale la Cara al Atoyac la regeneración de la Cuenca Alta del Río Atoyac en Puebla y Tlaxcala.