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El terremoto Cienfuegos

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Día con día

El primer impulso del presidente López Obrador ante la captura en Los Ángeles del ex secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, fue asumirla como una victoria suya, como un triunfo de su narrativa contra los gobiernos pasados, y como el principio de una nueva época en que el Ejército sería limpiado de cómplices de Cienfuegos.

Dijo en su mañanera del viernes: “Todos los involucrados con Cienfuegos serán suspendidos del Ejército”, dando por buena la culpa del general y olvidando que mandos clave del Ejército actual son cercanos a Cienfuegos, y que es ese Ejército, heredado de Cienfuegos, el que ha convertido en el eje de la militarización de su gobierno, entregándole el sistema de inteligencia, la seguridad pública, emblemáticos contratos de obras públicas y el control de puertos y aduanas.

Para el mediodía, el Presidente lo había pensado mejor y dijo: “No habrá limpieza en el Ejército hasta que se demuestre la culpabilidad de Cienfuegos” (https://bit.ly/3o4e6jZ).



Ni una palabra sobre el elefante en la sala, a saber, que la detención del general la hizo la DEA, luego de una investigación de años de la que el gobierno dice no haber sabido nada sino hasta que la DEA cerró la operación de mayor autonomía que haya hecho a espaldas del gobierno de México.

El Presidente trató de enmendar su omisión en una increíble entrevista de banqueta, o mejor dicho de plaza, pues la dio en la plaza de una comunidad donde le habían colgado un collar de flores.

Dijo ahí que la intromisión de Estados Unidos en México era cosa de gobiernos pasados, porque ahora Trump le llamaba a él para ofrecerle ayuda, sin ánimos de intervenir en México, y él la rechazaba, en ejercicio de la soberanía (https://bit.ly/2T1TPO1).

De modo que la captura de Cienfuegos era como una cosa del pasado, aunque hubiera sucedido ayer.

Hay motivos para la confusión del Presidente porque la captura de Cienfuegos es un terremoto múltiple: en el corazón del Ejército, del gobierno, de la relación de México con Estados Unidos y del Estado mexicano como tal.



Dedicaré la semana al terremoto Cienfuegos, en el entendido de que sus efectos políticos parecen claros, pero los hechos son confusos todavía.

El general Cienfuegos, preso en EU por narco



El terremoto en el Ejército

La captura del general Cienfuegos en Los Ángeles, acusado de narcotráfico, rasga la cortina de incorruptibilidad de las fuerzas armadas de nuestro país.

Es un terremoto en el corazón de su credibilidad, por tanto, de su legitimidad.

La incorruptibilidad del Ejército es uno de los mantras de la vida pública mexicana, uno de los mayores ejemplos de nuestra dualidad analítica e institucional. No hay nadie medianamente informado en México que no sepa de la corrupción, la violencia extrajudicial, la violación de derechos humanos y la colusión con el narcotráfico de parte de las fuerzas armadas.

Pero son pocos los que hablan de eso y menos quienes lo creen, pues las fuerzas armadas gozan de la mayor aceptación entre los mexicanos y no hay región sacudida por la violencia que no pida la presencia del Ejército.

Es una potente herencia del pasado priista: el discurso nacido del pacto de los gobiernos civiles con los militares, a partir de 1946, para garantizar al Ejército reconocimiento público, autonomía corporativa, impunidad judicial y negocios particulares, a cambio de que no hicieran política.

La funcionalidad del pacto ha sido descrita con elocuencia por Jorge G. Castañeda y Jorge Javier Romero*. México fue el único país de América Latina donde no hubo golpes militares. El único también donde el Ejército permaneció intocado como corporación, al margen de la justicia civil y de la inspección pública.

Por presión estadunidense, a partir de 1973, con la Operación Cóndor, México empezó a usar al Ejército contra el narcotráfico, con las funestas consecuencias que conocemos, entre ellas, la contaminación del Ejército.

El mayor caso de contaminación fue el del general Gutiérrez Rebollo, zar de la lucha antidrogas, preso en 1997 por proteger narcotraficantes. Famosos también son los militares de élite que formaron Los Zetas, el cártel más violento de México. Ahora, llega la acusación a Cienfuegos.

El daño a la legitimidad de las fuerzas armadas se antoja muy serio, entre otras cosas porque tiene ya una dimensión internacional. Las fracturas internas de la corporación, y de ésta con el gobierno, son tan inevitables como impredecibles.

Termina una época.

*”Cienfuegos y el sistema político” (htps://bit.ly/35dyPth) ; “El mito del Ejército incorrupto” (https://bit.ly/35cUmlA).

Operación Cóndor en México años 70 - Historia - Historia

La operación Cóndor

El terremoto en el gobierno

La captura del general Cienfuegos, acusado de narcotráfico, destruye la credibilidad del Ejército como corporación incorruptible y, con ella, como ha dicho José Antonio Crespo, la “premisa que justifica la militarización actual”.

Pone en entredicho la alianza política más visible del gobierno: su proyecto de cooptar al Ejército y alinearlo tras su proyecto, como una fuerza disponible para el conflicto.

Las discrepancias del presidente López Obrador con el ex secretario de Defensa preso son conocidas, en particular el hecho de que no escogió a su secretario de Defensa actual, Cresencio Sandoval, entre las opciones que le ofrecía la corporación, lo cual creó dentro de ésta una fisura, que se ha hecho manifiesta en muchos momentos, entre los sectores desplazados y los escogidos por el gobierno.

Se conoce el proceso de desplazamiento de los perdedores en la corporación castrense, mediante retiros convenientes y reparto de posiciones diplomáticas en el exterior. Se sabe también de su malestar por dichos y hasta por discursos de inconformidad filtrados a la prensa.

La captura y acusación de Cienfuegos ha llevado la fisura a un punto de tensión mayor, especialmente cuando la primera reacción del Presidente ante la aprehensión de Cienfuegos fue decir que suspendería a todos los que tuvieran una relación con él.

Corrigió después, y dijo que no habría “limpieza “en el Ejército hasta que no se decretara la culpabilidad de Cienfuegos. Pero la intención de limpiar había quedado clara, y dicha.

Creo que el Presidente acaricia la idea de llevar adelante su alianza con unas fuerzas armadas limpias de corrupción, o no tan limpias, pero leales a él.

Lo que indica la captura de Cienfuegos es que eso no será posible sin una depuración, que los depurados verán como una purga, con riesgo de acusaciones judiciales en Estados Unidos, sin que el gobierno meta las manos, como no las metió por Cienfuegos.

Esto es lo que se trasluce ya en franjas de opinión cercanas al Ejército: la queja de que el gobierno no intercedió por el exsecretario preso, sino que vio con buenos ojos su captura.

La verdad, pensar en un escenario de este nivel de tensión entre el gobierno y una parte sustantiva de las fuerzas armadas, da escalofríos.

Termina una época.

Cienfuegos, México y la DEA

“Lo que no se vale es que no nos informen”, dice, con toda razón, el presidente López Obrador respecto de la captura del general Cienfuegos, en octubre de 2020, con una orden de arresto emitida en agosto de 2019, fundada en una investigación de la DEA.

Tampoco se vale, y esto desde el principio de los tiempos, que las agencias de inteligencia estadunidenses, la DEA en particular, operen clandestinamente en el país sin rendir cuentas más que a ellos mismos.

Nadie sabe cuántos son, qué hacen, a quién vigilan, qué teléfonos intervienen, de cuántos operativos letales son responsables, cuántas violaciones de derechos humanos hay en su haber dentro de suelo mexicano, cuánta complicidad y cuánta responsabilidad tienen en la violencia que asola México.

Dicen tener miles de mensajes y llamadas telefónicas intervenidas de Cienfuegos o sobre Cienfuegos. ¿Obtuvieron alguna autorización judicial para intervenir todas esas llamadas?

Nadie pretende que estas agencias operen en México en casa de cristal. Pero la autonomía con que operan, a espaldas de sus pares mexicanos, es una barbaridad.

El resultado neto de la subordinación mexicana a esas agencias en materia de lucha contra narcotráfico no puede haber sido más funesta. No ha contribuido a arreglar nada. Por el contrario, aquí, como en Colombia, la estrategia punitiva de la DEA, consistente en matar o capturar a los jefes de las bandas criminales, no ha tenido otro resultado visible que convertir a México en un matadero.

Desde 1985, con un par de excepciones, México ha capturado o matado a todos los capos del narco que ha querido la DEA: Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Amado Carrillo Fuentes, Vicente Carrillo Fuentes, Héctor El Güero Palma, Joaquín El Chapo Guzmán, Juan N. Guerra, Juan García Ábrego, Osiel Cárdenas Guillén, todos los hermanos Arellano Félix, todos los hermanos Beltrán Leyva, los jefes de Los Zetas, de La Familia Michoacana, de Los Caballeros Templarios, el H2, El Mencho...

Nada de eso ha impedido el paso de droga a Estados Unidos, objetivo declarado de la DEA. Nuestro país, en cambio, se ha llenado de sangre y de oprobio.

Más de 300 mil muertos después, esto debe terminar.

Sedena restringe información sobre estrategia antinarco en México |  Aristegui Noticias Foto tomada de Aristegui Noticias.

La última trinchera

Hace 23 años, luego del encarcelamiento por complicidad con el narco del zar antidrogas mexicano, el general Gutiérrez Rebollo, escribí en el diario La Jornada un artículo titulado “La última trinchera” (24/2/1997).

Decía, en síntesis, que meter al Ejército a combatir al narcotráfico era arriesgar su contaminación, como había sucedido con Gutiérrez Rebollo.

Recordaba ahí que en los años ochentas del siglo pasado se había dado una discusión en torno a la conveniencia de que el Ejército combatiera directamente al narcotráfico.

La conclusión entonces fue que no, porque se corría el riesgo de que la corporación se corrompiera, como se había corrompido la policía encargada de la tarea. El caso de Gutiérrez Rebollo probaba que aquel cálculo no era equivocado.

El artículo terminaba así: Quizá no hay alternativa... Quizá ha dejado de ser posible, por la presión externa estadunidense y por la presión interna del crimen, plantearse la separación del Ejército de las tareas policiacas que está asumiendo.

Pero si el narco corrompe al Ejército... si el caso del general Gutiérrez Rebollo no es un punto final sino un punto y seguido en la corrupción militar frente al narco, habremos expuesto a los poderes corruptores del narco nuestra última trinchera. Su pérdida o su debilitamiento no tendrán vuelta atrás. Habremos expuesto a la erosión del narco el corazón mismo del Estado (https://bit.ly/2IYMnkT).

Es lo que hicimos en los siguientes años: seguir metiendo a las fuerzas armadas al combate del narcotráfico. Lejos de reducirse el problema se ha agravado, ensangrentando al país.

La captura del general Cienfuegos sugiere la contaminación ya no del zar antidrogas de los noventas, que estaba fuera del Ejército, sino de la cúpula de éste.

Digo sugiere, porque no está probado.

Esto pasa en el momento en que el gobierno dobla la apuesta sobre el Ejército para que se ocupe de la seguridad en su conjunto: seguridad pública, seguridad nacional, inteligencia, puertos, aduanas. El Ejército como garante de incorruptibilidad

La captura del general Cienfuegos es un terremoto en el corazón de ese proyecto, sugiere que quizá en estos años hemos seguido contaminando la última trinchera del corazón del Estado, que es la seguridad.

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Sobre el autor

Héctor Aguilar Camín

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) novelista e historiador, es director de la revista Nexos.