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El país en el que estamos / Héctor Aguilar Camín

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Día con día

El país en que estamos



Corre el tiempo, vuela y va ligero, y no volverá. Esto dice Cervantes en algún pasaje de El Quijote. Recuerdo esas palabras porque las puso José Emilio Pacheco como epígrafe en uno de sus felices libros de poesía, Irás y no volverás, aunque le hubieran venido muy bien también al otro, No me preguntes cómo pasa el tiempo, más misterioso y quizá más a tono con la perplejidad que rige nuestros días, desde el inicio de la pandemia.

Por mi parte, he caído en la cuenta de lo rápido, y lo decisivamente, que corren nuestros días, mientras preparaba una charla para unos amigos, que ofreceré mañana en una red de Zoom privada con el título de esta columna: El país en que estamos.

Llevo muchos años dando una conferencia llamada “El momento de México”, un esquema analítico que lleno cada vez con los hechos y los datos frescos de la coyuntura en la que estoy hablando, de modo que cada “momento de México” va siendo siempre parecido y distinto al anterior.



No esta vez. La actualización de cifras y hechos para la mencionada charla de mañana ha sido como un shock.



La última actualización completa del momento mexicano que había hecho para una conferencia era del 11 de marzo de 2020; ahora tengo una de principios de septiembre, ambas con la minería de datos invaluable de Juan Pablo García Moreno.

La primera impresión que ofrece la comparación entre ambos momentos es que el país de septiembre es muy distinto del de marzo.

El cambio sufrido por el país en estos meses, en todos los órdenes, apenas puede exagerarse. No se exagera mucho, en realidad, si se dice que, respecto del país que éramos en marzo de este año, somos otro país.

El tamaño del cambio es enorme, pero no en el sentido de la transformación prometida por el gobierno, sino en el sentido de que perdimos el país en tantos sentidos impresentables que teníamos y tenemos ahora un país peor, más pobre, más mal gobernado, con menos respuestas a sus problemas que el país que teníamos al comenzar el año.

Economía y sociedad

El año 2020 empezó mal para México. Las expectativas económicas eran bajas. El Banco de México anticipaba un crecimiento de 0.5 a 1.0 por ciento. El Banco Mundial, de 2.0 por ciento. El Fondo Monetario Internacional, de 1. 3 por ciento. La OCDE, de 1.2 por ciento. Y la secretaría de Hacienda, de 2 por ciento.

A mediados del año, la economía de cifras bajas esperada había dejado su lugar al cuadro de una economía rota, de un país distinto.

Para ese momento, el decrecimiento esperado de la economía era, según el Banco de México, de entre -8.8 y -12.8 por ciento. Según el Banco Mundial, de -7.5. Según el Fondo Monetario Internacional, de -10.5. Según la OCDE, de entre -7.4 y -8.6 por ciento. Y según Hacienda, de -7.4 por ciento.

Al fin del primer semestre de 2020, el valor del producto interno bruto de México había retrocedido 10 años. Era igual al de finales de 2010.

Las expectativas de recuperación mexicana estaban entre las peores del mundo. A mediados de agosto, la revista The Economist hizo un cálculo comparativo de cuánto tardarían los países en volver a su nivel económico de 2019.

México ocupaba uno de los últimos lugares. Nuestra economía volverá a 2019 hasta mediados de 2025. Pemex, la empresa que el gobierno quiere devolver a su condición de gran productora de petróleo, perdió en los primeros seis meses del año 607 mil millones de pesos, equivalentes al 3.3 por ciento del producto interno bruto.

Las consecuencias sociales de la contracción económica descrita dibujan un país radicalmente distinto al de principios de año.

Para agosto, se habían perdido 945 mil empleos formales, pero el impacto sobre el conjunto de la sociedad era mucho más profundo.

La población en pobreza extrema podría aumentar en lo que resta del año en 10 millones 700 mil personas. Y 2020 podría hundir en la pobreza a 9 millones 800 personas que no tenían esa condición

El país de principios de año solo se mantenía estable en su promedio de homicidios: 27.8 por 100 mil habitantes, 56 mil 682 acumulados en año y medio de gobierno.

El país maltrecho de principios de 2020 había dejado su lugar al país catastrófico en que estamos.

La pandemia

El 23 de abril de 2020, el subsecretario de Salud López-Gatell, vocero oficial de la pandemia en México, dijo que esta le costaría a México entre 6 y 8 mil muertos.

El 4 de junio siguiente, cambió sus cifras. Dijo que un número “plausible” de muertes sería de entre 30 y 35 mil. Ese mismo día añadió que un escenario “catastrófico” sería llegar a 60 mil muertes.

El número de muertos acumulados anteayer, lunes, era de 67 mil 781. No uso estas cifras para exhibir los fallos numéricos del subsecretario, sino para mostrar hasta qué punto el gobierno mexicano ha desconocido, desde sus fases iniciales, el tamaño del problema nacional al que se enfrenta.

La realidad ha corregido dramáticamente los pronósticos oficiales porque los pronósticos estaban lejos de la realidad. Ahora, la autoridad ha dejado de hacer pronósticos numéricos pero la realidad sigue corrigiéndola dramáticamente.

Cuando hace unas semanas la Secretaría de Salud empezó a dar información sobre los muertos excedentes del año, es decir, las muertes que rebasan los números registrados del año anterior, apareció en toda su crudeza la posibilidad de que la cuenta oficial de muertos por covid-19 sea mucho menor que la real.

Porque la cuenta de muertes excedentes de 2020 ha resultado muy alta y solo puede explicarse por un acontecimiento catastrófico inesperado, como el covid-19.

A partir de los muertos excedentes reportados por la propia Secretaría de Salud, se ha generalizado entre epidemiólogos y estadísticos la certeza de un enorme subregistro de defunciones.

Con los datos de muertes excedentes de Ciudad de México se llega a una cifra 3.8 veces mayor de la oficial: más de 31 mil muertos. Con los datos de muertes excedentes reportadas por 20 estados de la república, se llega a un número de muertos 2.7 veces mayor al reconocido oficialmente: cerca de 183 mil.

La mala política seguida ante la pandemia ha alargado la crisis económica. En lugar de los tres o cuatro meses que tomó en otros países contener la enfermedad y abrir la economía, en México tomará nueve o 10, lo cual agravará la crisis económica y social que ha cambiado para mal, por muchos años, el país en que estamos.

El ‘shock’

Creo que el país está en shock, aturdido por la rapidez de su doble crisis sanitaria y económica.

El actor que debió responder a tiempo a ambas, el Estado, respondió mal a las dos.

No imitó los buenos ejemplos internacionales que había para contener la pandemia. Tomó su propio camino de no hacer nada, sino esperar el contagio masivo que conduciría a la “inmunidad del rebaño”.

No hubo aquí ni pruebas masivas de infectados, ni su aislamiento radical, ni el seguimiento de sus posibles contactos infecciosos, ni políticas obligatorias de distancia social.

Hubo desdén por los riesgos del fenómeno, trivialidad en el discurso público, negación de la gravedad de lo que se venía. Hasta la fecha, el Presidente no usa cubrebocas.

La inacción frente a la crisis económica, siamesa de la pandemia, fue igualmente desencaminada. Tampoco en esto México tomó ejemplo de países que atacaron el problema inyectando grandes cantidades de dinero público para preservar empleos, empresas, y capacidad de consumo mientras la pandemia pasaba.

Según el Inegi, de todas las empresas registradas en México, solo 7.8 por ciento recibieron algún apoyo en la emergencia, fuesen créditos a la palabra que repartió el gobierno, aplazamiento de pagos en créditos o apoyos fiscales.

La mortandad de empleos y empresas ha sido enorme. La población en pobreza extrema podría pasar de 21 millones de personas en 2018 a 31 millones al terminar 2020.

Según cifras de la Secretaría de Hacienda, los nuevos programas sociales del gobierno, destinados a atender primero a los pobres, tienen solo 16 millones de beneficiarios. Les faltaría otro tanto para cubrir solo a los pobres extremos.

Lo mismo que el país, el gobierno entró en shock. Actuó frente a la emergencia como si esta no existiera o como si fuera a resolverse sola.

El presupuesto enviado ayer al Congreso es un perfecto reflejo del shock de inacción del gobierno. Se trata de un presupuesto básicamente igual al de este año, como si nada hubiera que enfrentar o corregir en el daño nacional que deje la tragedia de 2020.

Un presupuesto normal para un país que es casi pura anomalía.

El gobierno

A estas alturas está claro que el gobierno no ha dado una respuesta satisfactoria ni a la crisis de salud ni a la crisis económica. El gobierno federal ha jugado en ambas a la no intervención del Estado, en la lógica del Estado mínimo.

Pero el proyecto del actual gobierno es el de un Estado máximo, el de un gobierno capaz de cambiarlo todo, reiniciar y transformar la historia.

La suya es una utopía regresiva, como he dicho muchas veces utilizando una expresión de Fernando Henrique Cardoso y como ha dicho 100 veces el presidente López Obrador cuando habla de echar abajo 35 años de historia neoliberal y empezar de nuevo.

Lo que vemos a dos años de ejercicio del poder es que el gobierno sigue empeñado en esa utopía, pero sus resultados concretos en ese rumbo han sido pobres, por decir lo menos.

El azar de la historia lo ha puesto frente a retos que no esperaba y que no ha podido manejar. El resultado neto es un gobierno que no tiene respuestas fundamentales para los problemas fundamentales que aquejan al país: la crisis económica, la crisis sanitaria, la crisis de inseguridad y la crisis de finanzas públicas que anticipa el presupuesto presentado anteayer.

El presupuesto habla de un gobierno que atiende a su proyecto antes que atender a su país. No responde a los problemas que la realidad le plantea, sino a las prioridades del cambio con que sueña; no a lo que piden los hechos, sino a lo que le mandan sus ilusiones de cambio, las prioridades de la transformación histórica en que está empeñado.

Tenemos un gobierno empeñado en destruir lo que recibió sin haber construido nada a cambio. Un gobierno que sueña con hacer historia al que la historia del momento se le escapa de las manos, que predica un cambio deseable muy distinto del terrible cambio que el país vive bajo su mando.

Tenemos un gobierno que habla mucho y hace poco, zarandeado además por las adversidades inesperadas de la historia. Un gobierno se podría decir con mala suerte, dicho esto en el mismo sentido que se dice en el futbol: portero sin suerte no es portero.

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Sobre el autor

Héctor Aguilar Camín

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) novelista e historiador, es director de la revista Nexos.