Policías. La escuela invisible. Nuestra violencia: la historia secreta

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Día con día

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Ilustración tomada del blog Aproximaciones en dibujos.



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El historiador Benjamin T. Smith, latinoamericanista de la Universidad de Warwick, compartió hace unos días en su cuenta de tuit un hilo espeluznante sobre el origen de la violencia policiaca mexicana, ésa que salta a las primeras planas todos los días y que parece una plaga gemela, la plaga estatal, de la violencia criminal que azota al país. (@benjamintsmith7).

El hilo publicado por Smith es el adelanto de una investigación en curso. Lo que Smith parece haber descubierto es la escuela invisible de las policías mexicanas, eso que una generación de policías aprendió una vez y enseñó luego a las generaciones siguientes, hasta volverlo práctica común, curriculum oculto de nuestras corporaciones policiacas: la escuela de la tortura y de la violencia prohibidas en la ley pero recurrentes en la faena diaria.



Como todo, nos sugiere Smith, la brutalidad policiaca de nuestros días no es una maldición genética o idiosincrática. En una historia, Smith resume así su hilo conductor:



“Fueron Estados Unidos y la policía mexicana, no los narcotraficantes, quienes introdujeron la violencia en el negocio de las drogas. La causa de la violencia fue la guerra contra las drogas, no el tráfico de drogas”.

Antes de 1969, nos recuerda Smith, los policías encargados del negocio de las drogas eran los miembros de la Policía Judicial Federal, radicada en Ciudad de México.

“Había pocos arrestos”, dice Smith, “las penas de cárcel eran cortas y la violencia infrecuente”.

La Operación Intercepción, establecida por el presidente Nixon en 1969, obligó a México a “endurecer su política contra las drogas y a aceptar más agentes de la DEA (entonces Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs) en el país”.

Entre 1969 y 1975, se endurecieron las leyes y las penas contra las drogas. “En 1976, México arrestó más narcotraficantes per cápita que Estados Unidos, pese a que el problema de drogas de México era nimio”.

La Policía Judicial Federal creció de 200 a 700 miembros, y se desplegó por el país en una guerra sin cuartel contra los narcotraficantes. Empezaron entonces las acusaciones en cascada contra ellos y contra los agentes de la DEA por “asesinatos, golpizas y tortura”.

Qué era la Dirección Federal de Seguridad (DFS)?

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Los inicios de la escuela de la brutalidad policiaca mexicana han sido fechados por el historiador inglés Benjamin Smith en los años 1970, cuando México, obligado por Nixon, declaró su primera guerra contra las drogas.

Entre 1969 y 1974 la Policía Judicial Federal, encargada de perseguir las drogas, creció de 200 a 700 agentes que empezaron a abatir narcotraficantes, de la mano de la DEA.

Benjamin Smith reproduce un informe del modus operandi al que había llegado la PJF en Tijuana, en 1973:

Es normal que los agentes de la PJF sostengan tiroteos que dejan múltiples muertes y lesionados, como parte de sus investigaciones contra narcotraficantes. Se han vuelto una plaga, una amenaza para la ciudadanía en general, para familias pacíficas y gente inocente... Que una persona trafique con drogas, no quiere decir que su familia también. Esto no le da derecho a los federales a hostilizar a esas familias y allanar sus casas.

De aquellos años data, dice Smith, la fama de algunas de las torturas mexicanas más tristemente célebres: el tehuacanazo, consistente en echarle al interrogado agua mineral con burbujas por la nariz; la chicharra, consistente en aplicar toques eléctricos en el cuerpo, y el buzo, consistente en semiahogar al sospechoso en tambos o inodoros.

La Operación Cóndor, lanzada en el año de 1973 sobre las montañas del noroeste para erradicar plantíos de mariguana, significó un salto en la brutalidad policiaca.

Véase el reporte de un agente de la DEA, citado por Smith, sobre las formas, celebradas en el texto, del jefe antidrogas de la PJF, Florentino Ventura:

Echa mano de lo que sea para hacer su trabajo. Es la persona más brutal que he conocido. Y eficiente. Brutalmente eficiente. Quien se interpone en su camino es hecho a un lado, vivo o muerto... La tortura para él no es más impactante que el mal tiempo... Creo que Ventura es un clásico. Uno de mis personajes favoritos. https://t.co/y0B3UI7Yvo

Un “clásico” de la brutalidad. Un favorito de la DEA. Un padre fundador de la escuela de brutalidad y violencia rutinaria en tantas de nuestras corporaciones policíacas.

Sitios de Memoria

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En la escuela invisible de la brutalidad policiaca, corazón del crimen dentro del Estado, la Policía Judicial Federal, potenciada en los 1970 por la guerra contra las drogas de Nixon y por la DEA, fue el verdadero huevo de la serpiente.

En su espiral de violencia criminal amparada por las instituciones, “el crimen con charola”, la PJF de aquellos años fue un surtidor de brutalidades, tal como cuenta Benjamin T. Smith en el adelanto de su investigación sobre el tema.

Como si fuera una competencia por el sadismo mayor, proceso común a todas las situaciones en que el verdugo tiene a su completa merced a sus víctimas, policías de la Judicial Federal crearon formas delirantes de tortura y violencia contra interrogados y sospechosos.

“Cada comandante de la PJF”, escribe Smith, tenía sus especialidades. “En Guerrero, un prisionero denunció que le habían colgado de un gancho un cuerpo congelado en su celda y lo habían dejado ahí hasta que el cuerpo se desintegró”.

La violencia sexual era parte rutinaria del macabro juego de interrogar. “Las esposas de los sospechosos”, dice Smith, "eran detenidas y muchas veces violadas. En 1976, en Tijuana, la esposa de un narcomenudista se cortó el cuello con un clavo para poner fin a su sufrimiento”.

Durante estos interrogatorios, sigue Smith, a menudo la DEA estaba presente. Y aunque era su obligación reportar casos de tortura, no se presentó ninguna queja al respecto entre 1970 y 1980.

Algunos de los comandantes estrellas de la Policía Judicial Federal, aquel cuerpo envilecido por su implícita licencia para matar durante la guerra contra las drogas, llegaron al centro del poder policiaco del país.

En 1976, un colega de la corporación, Arturo Durazo Moreno, fue nombrado jefe de la policía de Ciudad de México y del gobierno todo del presidente José López Portillo.

La escuela adquirió entonces el beneplácito presidencial y la impunidad consecuente.

Hubo antes, sin embargo, otro momento culminante de la escuela. Fue el alcanzado por las policías antidrogas en la llamada Operación Cóndor del año 1973, de la que, siempre siguiendo el hilo de Benjamin Smith (https://t.co/y0B3UI7Yvo), escribiré mañana.

Las torturas de “El Negro” Durazo en la colonia Doctores

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La escuela de la brutalidad policiaca mexicana dio un salto cuántico durante la primera guerra declarada del país contra las drogas, en los años setentas.

La violencia policiaca tolerada y premiada por el Estado mexicano, por Washington y por sus agentes en suelo mexicano, se volvió rutinaria durante la Operación Cóndor, de 1973.

“La brutalidad alcanza su cima durante esta campaña militar contra las drogas, apoyada por la DEA”, dice Benjamin Smith, cuya historia sobre la droga verá la luz el año entrante. “En Sinaloa, la Operación Cóndor es dirigida por el comandante Jaime Alcalá de la Policía Judicial Federal” .

Durante aquella campaña, miles de pequeños sembradores de mariguana eran arrestados, torturados y asesinados.

Los agentes de la DEA llamaban aquel periodo el de las ‘atrocidades’. Decían, bromeando, que el comandante Alcalá ‘mató más mexicanos que la viruela’.

Así recuerda un agente de la DEA al comandante Alcalá y a su lugarteniente, Gerardo Serrano:

Alcalá empezó de inmediato a torturar y matar criminales. Se sabía que tenía cementerios clandestinos en áreas remotas donde enterraba a cientos de criminales violentos. Su brazo derecho, Gerardo Serrano, cumplía las órdenes de Alcalá al pie de la letra. Serrano parecía un estudiante universitario, pero podía matar sin dudarlo ni estremecerse.

Los comandantes educados en aquella escuela del hampa tomaron el mando policiaco del país con el ascenso de Arturo Durazo al favor presidencial, en 1976, y ya en 1980 los dueños del tráfico de drogas eran ellos, no el Cártel de Guadalajara.

Toda aquella violencia dejó dos legados, dice Smith:

Primero, puso a los narcotraficantes a denunciarse entre sí para evitar la tortura o la muerte. Segundo, arrebató a las policías locales el negocio de la protección al narco que debieron compartir desde entonces con la PJF y los militares.

Los dos legados persisten a la fecha, concluye Smith. Lo que los medios y la policía describen como guerras entre cárteles son a menudo ilusiones ópticas. Solo son conflictos generados por un cártel que denuncia a otro o pleitos de distintas instituciones del estado por el control de la protección del narco y sus ganancias (https://t.co/y0B3UI7Yvo).

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Nuestra violencia: La historia secreta

He dedicado la semana a uno de los momentos fundadores de la brutalidad policiaca mexicana, la escuela real, la escuela invisible, en que han sido educadas, y siguen educándose, generaciones de agentes y cuerpos policiacos.

Aquella escuela vino de la mano de la primera guerra declarada contra las drogas que hizo el gobierno de México, presionado por el gobierno de Nixon, en los años setenta del siglo pasado.

Hubo también la escuela de violencia policiaca y militar en los sótanos de la guerra sucia de aquellos mismos años, pero el salto cuántico de los métodos y de los egresados de aquella escuela fue la batida contra el narcotráfico impuesta por Nixon.

He seguido en esta historia la guía del historiador inglés Benjamin Smith sobre cómo la “licencia para matar”, otorgada implícitamente a los agentes antidrogas, especialmente a los agentes de la Policía Judicial Federal, sembró una especie de ADN que podemos reconocer hoy en la conducta de agentes y jefes policiacos de todas las corporaciones del país.

Los hallazgos de Benjamin Smith corresponden a un libro que está en sus últimos retoques editoriales y que verá la luz el año entrante. Su título es: Dope. The Secret History of the Mexican Drug Trade and the War Against It.

La historia arranca en 1900 y avanza rigurosamente, década por década, hasta 2012. La primera parte del libro se llama “First Puffs, (Primeras fumadas) 1900-1920”; la última se llama “In The Abyss (En el abismo) 1990-2020”.

Esta es la historia, simple y trágica: un país sin problema de drogas se volvió un país abismado por su violencia contra las drogas.

La conclusión de Smith, luego de su largo recorrido, es también simple y trágica: La agresividad policiaca convirtió lo que había sido un comercio relativamente pacífico y colaborativo en un mundo competitivo y violento, abierto a todos. Como ser detenido significaba una prisión larga, si no la tortura y la muerte, los narcotraficantes dejaron solo de portar armas y empezaron a usarlas. Las usaron contra policías y contra soldados. Pero sobre todo contra informantes y contra otros narcotraficantes que pudieran traicionarlos. La violencia del estado sembró la violencia de las drogas.

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Sobre el autor

Héctor Aguilar Camín

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) novelista e historiador, es director de la revista Nexos.