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Nocturno de la democracia mexicana

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Mundo Nuestro. El novelista e historiador Héctor Aguilar Camín ha publicado en la semana que termina el libro Nocturno de la democracia mexicana (Debate, 2019). Aquí esta serie de textos publicados en su columna Dia con día en el diario Milenio sobre la coyuntura política de nuestro país con los que el propio autor nos ofrece el marco de reflexión que contempla esta su más reciente publicación.

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“Las leyes están escritas en arena. Las costumbres, en granito”. Platón

Con estas palabras terminé y di a la imprenta, en agosto del año pasado, mi libro Nocturno de la democracia mexicana, un ensayo sobre la “costumbre política mexicana”, esa veta peculiar de valores y conductas a las que invariablemente, desde hace dos siglos, con un disfraz o con otro, regresa la nación.



El libro tiene tres partes. La primera, llamada justamente “La costumbre política mexicana”, puede leerse como un solo ensayo sobre los hilos de larga duración de nuestra cultura política.

La segunda, “Casa en construcción”: democracia sin demócratas”, reúne ensayos escritos al paso de las primeras dos décadas de la democracia mexicana: 2000-2018.



La tercera parte, “Saltando al pasado”, revisa las elecciones del año 2018 como una especie de vuelta a nuestra costumbre política: la elección de un gobierno fuerte, de rasgos caudillistas y providenciales, luego de dos décadas de gobiernos débiles, incuestionablemente democráticos pero ineficaces y corruptos.

El tema de fondo de mi libro es el desencuentro de México con la modernidad política en sus dos grandes procesos seculares: el de la implantación de la República, durante el siglo xix, y la llegada de la democracia, a fines del xx.

Con las palabras finales del libro, citadas al principio de esta columna, me refería al extraordinario hecho de que la elección de julio de 2018 convirtió, de un golpe, el abrumador hartazgo político mexicano en un triunfo mayoritario de las ganas de creer.

Como lo sugiere su título, el optimismo no es el tenor de mi libro, sino la sospecha de que estamos frente a la escena temida de nuestro sueño democrático: el regreso a un gobierno fuerte cuyo instrumento es el populismo y cuyo destino final puede ser la tiranía.

Nunca pensé al publicar este libro, hace apenas tres meses, que llegaríamos tan rápido a lo que el mismo libro anuncia: la posibilidad de que la democracia mexicana muera ahogada en la hegemonía que ella misma creó.

La construcción de esa hegemonía lleva un curso vertiginoso, de la mano de un gobierno que no tiene ni reconoce contrapesos.

El asalto al poder de López Obrador

En la naturaleza del hombre, no figura el renunciar voluntariamente a su poder. Kant

El poder acumulado por López Obrador durante sus pocos meses en el gobierno es incomparablemente mayor que el que recibió en las urnas.

Nada ha crecido en México tanto como el poder del nuevo Presidente. Se ha expandido a costa de su oposición en el Congreso hasta obtener mayorías calificadas que no ganó en las urnas.

Se ha expandido a costa de los otros poderes y los otros órdenes de gobierno, sometiéndolos a sus reglas presupuestales y salariales, quitando recursos a los órganos autónomos y a los poderes locales.

Ha sometido a la burocracia federal a una austeridad que tiene día con día las maneras de la arbitrariedad y el despotismo.

En unas cuantas semanas de decisiones ha saltado sobre leyes vigentes y suscitado más controversias legales que otros gobiernos.

Ha puesto los cimientos de un gobierno paralelo en los estados, mediante los llamados superdelegados, especie de prefectos políticos encargados de vigilar y administrar los programas y los recursos de la Federación, que son un porcentaje enorme de los presupuestos estatales (86% en promedio).

Ha puesto los cimientos de la red clientelar más grande que se haya diseñado nunca en el país: dinero público para adultos mayores, discapacitados, estudiantes de nivel medio, jóvenes que no estudian ni trabajan, subsidios agropecuarios, préstamos a la palabra.

Ha entregado el censo de ese universo de millones de beneficiarios no a organismos especializados del gobierno sino a una red próxima a su partido, Morena, manejada desde la oficina presidencial, de cuyas listas y transferencias no se ha diseñado ninguna rendición pública de cuentas.

Ha empezado a poner los cimientos legales también para la construcción de una Guardia Nacional, radicada en el seno del Ejército, que será encargada de la seguridad pública, en sustitución de las policías federales y locales, y contará con 50 mil hombres y casi 300 bases regionales.

Por estas correas de transmisión de prebendas, nuevos poderes locales y despliegue militar, correrá la expansión territorial del partido en el gobierno, Morena, para las elecciones intermedias de 2021 y las presidenciales de 2024.

Las piezas del proyecto obradorista

El gobierno de López Obrador cumple todas las reglas del populismo en el poder, y ha inventado al menos una.

Esas reglas son: hablar a nombre del pueblo bueno, capturar el Estado, someter a los otros poderes, crear nuevas clientelas, contener o someter a los medios, contener o someter a la sociedad civil y hacer nuevas constituciones (Jan Werner Müller: ¿Qué es el populismo? Grano de Sal, 2017).

El gobierno de López Obrador está en camino de cumplir todo lo anterior. Y ha inventado la idea de una “constitución moral”.

El eje rector del proyecto, la variable única que explica las otras, es concentrar el poder. La concentración tiene piezas convergentes, como sugerí ayer y repito hoy:

1. La reasignación del presupuesto en favor de clientelas y programas del gobierno, a costa de estados y municipios, de los otros poderes y de los órganos autónomos del Estado.

2. La creación de una estructura de poder paralela a los gobiernos locales, mediante la figura de los superdelegados de la Federación y sus 300 coordinaciones regionales (coincidencia: hay 300 distritos electorales).

3. La entrega de la seguridad pública a una Guardia Nacional con 256 bases regionales (casi 300, como los distritos electorales) y una cadena de mandos únicos que responden al Presidente.

4. La creación de una gigantesca red de nuevas clientelas del erario.

5. La apuesta a la consolidación electoral de Morena como partido hegemónico en todos los estados.

6. La apuesta a la consolidación burocrática de Morena como ejército de reserva para ocupar los puestos que el nuevo gobierno libera con su política de austeridad.

7. La concentración del espacio mediático mediante la ubicuidad del Presidente, el acuerdo de siempre con los medios privados y la activación de los medios del Estado para crear un sistema de comunicación política gubernamental.

Lo que creo que falla aquí no es el diseño, sino los instrumentos. El proyecto del Presidente es demasiado grande para el gobierno que tiene. El Presidente asalta el cielo cada mañana en sus conferencias de prensa, pero su gobierno se tropieza con las escaleras el resto del día.

La mezcla de presidente utópico y gobierno terrenal da lo que tenemos hasta ahora, lo que un gran escritor argentino describe como “errorismo de Estado”.

Destrucción y credibilidad

Difícil recordar un principio de gobierno más errático que el de López Obrador. Difícil también alguno con mayor credibilidad de inicio, capaz de convencer a su ciudadanía de que la culpa está en otro lado, de que sus errores son el costo que hay que pagar para limpiar el gobierno y purificar la República.

La lista de los daños del nuevo gobierno no necesita exagerarse. Me cuesta trabajo todavía creer la escena en que el Presidente electo anunció la cancelación de una inversión de 13 mil millones de dólares para un aeropuerto de clase mundial, que estaba construido ya en más de la tercera parte.

La destrucción producida por la política de austeridad y el recorte a machetazos del personal de confianza en el gobierno federal es también considerable.

En todos los frentes especializados del gobierno llueven despidos, renuncias y jubilaciones anticipadas.

El éxodo voluntario o forzoso de burócratas que saben cobró las primeras facturas en el mal manejo de importación y distribución de gasolinas de Pemex, que dio lugar la crisis de abasto sin precedente de diciembre y enero.

También considerable es la lesión al funcionamiento y la independencia de otros poderes, como el Judicial, y de diversas instituciones autónomas, como las responsables de las elecciones, de las estadísticas, de la evaluación educativa, de la regulación energética, de la medición de la competencia económica o de la educación superior.

Digna de atención especial es la destrucción de facto de las reglas del pacto federal vigente, en el camino de una centralización de todo el poder posible para el gobierno federal y de toda la fuerza electoral posible para el partido del gobierno.

La desaparición de la Policía Federal tiene un lugar y un costo aparte.

La combinación de un mal inicio de gobierno y un horizonte de bajo crecimiento en Estados Unidos ha hecho al FMI bajar la previsión de crecimiento para México a 2.1 en 2019 y 2.2 en 2020, muy lejos del 4 por ciento prometido por el nuevo gobierno.

Pero quizá la destrucción mayor es la de la polarización de las emociones y de las expectativas del país entre una mayoría que sueña y una minoría que teme.

Sueño y temor

Andrés Manuel López Obrador obtuvo 53 por ciento de los votos en julio de 2018. El 47 por ciento de los votantes no sufragó por él. Alguna encuesta hecha por un medio electrónico hace un mes dice que si las elecciones fueran hoy, votaría por él 7 por ciento menos.

No es eso lo que sugieren las cifras de aprobación de 70 y 80 por ciento, alguna de 90, que ha recibido López Obrador en los últimos tiempos.

No solo ha crecido el poder del Presidente, sino también su aprobación. Paradójicamente, durante su errático inicio de gobierno ha crecido el número de ciudadanos que lo aprueban.

Al parecer, más mexicanos que en julio pasado sueñan hoy con altos resultados en esta nueva aventura nacional de un presidente que promete resolverlo todo.

Aprobación no quiere decir incondicionalidad, pero es un hecho que ha crecido la mayoría que cree en el nuevo mandatario o le da el beneficio de la duda. Al punto de que, en medio del mayor desabasto de gasolina que se recuerde, se reporta un alza en las expectativas favorables de los consumidores del país.

No entiendo muy bien esto de que un gobierno errático gane en lugar de perder la confianza de sus ciudadanos. Enigmas de la mayoría.

Entiendo en cambio, y me preocupan, dos cosas que suceden en la minoría.

Primero, la cascada de controversias legales y constitucionales ante decisiones del gobierno que han salido en estos dos meses de la oposición y de los organismos autónomos. Es un aviso sobre la discrecionalidad con que procede el nuevo gobierno ante sus restricciones legales.

Segundo, el temor, la cautela y aun el miedo que genera la falta de límites del nuevo gobierno, y que pueden percibirse con claridad en los inversionistas, en los medios, en las ONG, en los burócratas y en los gobiernos locales.

Discrecionalidad de un gobierno poderoso ante la ley y temor de las minorías al gobierno no son síntomas de salud de una democracia. Más bien de lo contrario.

Mi temor personal lo he dicho ya: que la democracia mexicana se ahogue en la hegemonía que ella misma creó.

(Ilustración de portadilla, Víctor Solís. Cortesía de Nexos)

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Sobre el autor

Héctor Aguilar Camín

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) novelista e historiador, es director de la revista Nexos.