Julio César Mondragón Fontes. El guía para desandar los pasos de la noche negra de Iguala

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Mundo Nuestro.

Este texto de la editora y critica literaria Stellla cuéllar, fue leíído durante la presentación del libro: La guerra que nos ocultan, de Francisco Cruz, Félix Santana Ángeles y Miguel Alvarado. México, Planeta, 2016



Carlos Díaz Dufoo dijo alguna vez que “De los libros valen los escritos con sangre, los escritos con bilis y los escritos con luz”.

El libro que comento en estos párrafos sin duda alguna se escribió no sólo con y por la sangre derramada de Julio César Mondragón Fontes y otros 43 muchachos más, todos estudiantes de la escuela rural de Ayotzinapa “Isidro Burgos”, en el estado de Guerrero, sino también con mucha pasión, elemento que quizá dan sentido a la sangre y a su correr por el cuerpo o, como en el caso que aquí se documenta, su derramarse fuera de él.

También se escribió con bilis, la bilis producida por el miedo y la angustia que Julio César y sus compañeros sintieron cuando se vieron frente a los verdugos que les arrebatarían sus vidas de modo dantesco, diabólico. Está también la bilis de quienes escribieron este volumen, provocada al tener que enfrentarse a lo grotesco, a lo inexplicable, a la frustración y al coraje, todo como consecuencia de su genuina preocupación por lo que sucede en nuestro país y por esa imposibilidad que tienen de quedarse azorados, pero de brazos cruzados. No olvidemos la bilis de las demás víctimas de esa noche negra, que lucharon y luchan, de modo incansable, por preservar sus tierras, su agua y sus vidas.

El libro también está escrito con luz… esa naranja y tenue del alba, esa que de modo suave apenas dejó ver lo que sucedía, pero que le dio su tono amarillento primero, y rojo intenso después de los hechos, y la luz radiante y luminosa que produce el trabajo profundo y arriesgado –arriesgadísimo–, de investigación y reflexión profundas, de análisis serio, y de aprendizaje que llevaron a cabo los autores de este desgarrador libro. Entonces, sin duda les digo: este libro vale, y vale mucho.



Los tres autores son reporteros, y al menos los dos que hoy nos acompañan son de esos que no se conforman con trabajar desde su escritorio, con noticias que les llegan de las agencias o de fuentes oficiales y de chismorreos, o analizando llamadas, unas serias y otras no tanto.

Basta decir que Miguel Ángel Alvarado estuvo en Ayotzinapa, se metió a las entrañas del monstruo para conocerlo por dentro y hasta el fondo, arriesgando así su vida. Y Félix, no menos osado, se adentró a investigar y conocer como pocos se atreven el actuar de los militares. Con ese fin los ha seguido y sigue de cerca, conoce sus mañas y argucias, las ha documentado, con lo que eso también implica… De Francisco Cruz no apuntaré nada, porque le conozco actos incongruentes y deshonestos, y con ello perdió por completo mi respeto, aunque no niego la valía de su aportación en este libro.

Se trata, pues, de hombres que en su afán de informar y saber meten sus ojos y todos sus sentidos en este tipo de temas horrendos por su carga de violencia, de sangre y de horror.



La guerra que nos ocultan es un compendio que revela la esencia del mal… es una suerte de narración de un viaje por los círculos del infierno.

Está dividido en 14 capítulos y Julio César Mondragón, como la Beatriz de Dante, es nuestra guía en este recorrido para desandar los pasos de muerte de la noche negra que comenzó en Ayotzinapa y terminó en Iguala. Leemos en el libro: “lo que quedó del cuerpo de Julio César, para el 12 de febrero de 2016, era lo que sus verdugos querían: una lección de terror visual”, pero yo creo que en su pecado estos malditos también dejaron su confesión del mismo.

Me explico: unos días antes de los hechos, Julio compró a un compañero un celular, un LG, y esa noche, como es obvio, envió mensajes a su esposa. Por estos mensajes sabemos que los perseguían, que les disparaban, que ya habían matado a otros… que se venía lo peor.

Su cuerpo desollado sí fue una amenaza clara para los chicos de Ayotzinapa: ¡esto les sucederá a ustedes!, pero también delató a los malditos, porque nos dejó saber que quien o quienes perpetraron algo así, saben cómo hacerlo, no eran improvisados, y que el Estado, y las instancias de autoridad que lo componen, que se supone deben cuidarnos, son el verdadero enemigo, y que su maldad puede olvidar todo límite y abandonar todo escrúpulo.

Julio César Mondragón es el mapa para desandar los pasos hasta la tragedia de Iguala. Es un mapa de cuerpo entero, pero un mapa sin rostro… un mapa que en sus entrañas ocultaba incluso un ojo, uno de los ojos de Julio César… Los malvados, los asesinos, los malditos, quizá creyeron que al arrancarle la lengua y los ojos al chico éste no vería más ni hablaría más de la cuenta, pero se equivocaron, porque sí lo hizo, y vaya en qué forma. Con mayor potencia y claridad que las que tuvo mientras estuvo vivo.

Ya desollado, miró todo; ya desollado y muerto y arrojado a la ladera de un camino, sirvió ayudó a estos reporteros a revelar lo que había sucedido, no sólo a él y a sus compañeros estudiantes, sino, peor aún, lo que sucede cada día en México, en específico, en Guerrero, o más aún, en el “Cinturón del Oro”, que va desde Tlatlaya, en el Estado de México, hasta Mezcala, en el corazón de Guerrero. A la mitad de este enorme territorio se encuentra Ayotzinapa. Y Julio sigue, no se calla, y quizá no se calle nunca.

En las páginas de este libro, Julio César Mondragón –el mapa– nos lleva por Ayotzinapa, que parece ser una de las antesalas del infierno que ya es todo México. Él es la llave, o una de las tantas llaves, pero la de él es de oro, titanio y uranio…, tesoros preciados del subsuelo de Guerrero, por el que las empresas extractoras están dispuestas a hacer lo que sea, a cambio de tenerlo.

Julio César Mondragón es el grito de muchos mexicanos que, como él, pelean por la tierra y por el agua que les arrebata la industria extractiva, extranjera y mexicana, y también por justicia… y claro, por eso, nos lo hace saber también, son criminalizados.

El caso de Julio César Mondragón nos recuerda la frase famosa de “no hay crimen perfecto”, pues los malvados, los hombres oscuros y siniestros que le robaron a este joven el rostro, la voz sonora, la mirada joven y altiva y la vida… cometieron un error: robarle también su teléfono celular.

Y no sólo lo robaron, sino que lo usaron, lo usaron muchas veces, y gracias a eso Julio, ya muerto e incluso ya enterrado, siguió dejando pistas, huellas, para que estos investigadores pudieran descifrar quiénes le hicieron todo esto a él y a sus compañeros.

El libro nos muestra lo más negro, lo más oscuro del gobierno mexicano, de la corrupción, de la ambición desmedida de las empresas extractivas –nacionales y extranjeras–, en particular de las canadienses, de Gold Corp, entre otras. Su cuerpo desollado y abandonado devino en lámpara, en una bengala de alerta, que los mexicanos insistimos en no querer ver.

El libro devuelve a Julio su voz, su rostro, su potencia juvenil arrebatada. La investigación que aquí se muestra persigue a los perseguidores y hasta arrancarles la máscara, como ellos le arrancaron el rostro al chico. El libro los desnuda y los exhibe. Por estas páginas, escritas con sangre, con bilis y con luz, sabemos que esos malvados se escondieron o esconden aún en el Batallón 27, en el mismísimo cisen y en el campo militar número 1. Gracias a esta investigación exhaustiva y profunda sabemos que alrededor de 11 hombres tuvieron que detener al joven, mientras otro le arrancaba el rostro con cortes precisos de bisturí. Y no cualquiera sabe cómo hacer esto, pero algunos del ejército sí.

El libro nos revela que la “verdad histórica” es tan falsa como la honestidad de nuestras autoridades; que las intensiones de quienes se ven beneficiados con las multimillonarias ganancias que produce la industria extractiva son más negras que el petróleo; más oscuras que la tierra que escarban y envenenan para obtener un gramo de oro. Por este libro sabemos que la violencia y muerte en Guerrero, al igual que sucede en Veracruz, en Tabasco, en la Sonda de Campeche, o en Chiapas, se debe a su riqueza… y casi puedo decir que más les valdría ser en verdad pobres… pobres en recursos naturales, que desde que los malditos los descubrieron sólo les han traído muerte…

El volumen provoca lágrimas, da rabia, no se soporta en las manos; no es fácil leerlo de corrido porque ahoga… pero es necesario, porque debemos saber lo que pasó y pasa en Guerrero. El libro da luz y describe con puntualidad lo que se oculta en Ayotzinapa, y entendemos que ahí está la clave que explica casi todos los magnicidios que suceden sin freno en nuestras tierras. Por momentos el volumen es grotesco, increíble por lo abominable de los hechos que narra. Es un relato de horror, que nos espeta lo que la mayoría no queremos ver: los intereses mezquinos y ruines de las empresas extractivas, y los del gobierno mexicano y sus instituciones todas, y de todos los niveles.

El libro, tomando a Julio César Mondragón como guía, como mapa y como ruta de viaje, nos lleva al centro de la herida, al fondo de la llaga, y sin cortapisas revela lo que en realidad es México, con sus políticos sátrapas, asesinos, corruptos e impunes; sus empresarios insaciables, y a los pueblos criminalizados, pauperizados, furiosos. Nos señala quiénes son los que han sido convidados al banquete de oro y sangre; a los narcotraficantes que se han convertido en gobierno y autoridad, y nos revela también lo vulnerables, débiles y pequeños que somos los ciudadanos; lo indefensos que estamos, la fosa común en que se ha convertido nuestra patria. No deja duda sobre que el gobierno que debiera cuidar a sus ciudadanos los considera sus enemigos, y sin temblor de mano los aniquila o silencia, si considera que estorban.

Los autores de este libro, en particular Félix Santana y Miguel Alvarado, pasaron de la conmoción y preocupación a la acción por hacer algo al respecto. Hicieron lo que mejor saben hacer: dar a conocer los hechos de un modo por demás puntual. Ahora el balón está en nuestra cancha…

Los autores hicieron todo lo posible por comenzar a aclarar lo sucedido la noche negra de Iguala, y al dar a conocer tan puntualmente los hechos colaboran para que lo sucedido ahí no vuelva a ocurrir jamás… anhelo de todos, que esperemos no sea estéril, o no lo siga siendo.

Urge que todos, como ellos, no sólo estemos prestos a abrir los ojos ante las respuestas que reporteros como ellos y otros nos ofrecen para entender, o al menos saber, lo que sucede debajo del tapete de nuestro México oficial, ese bajo-alfombra en el que vivimos la inmensa mayoría, y en el que unos cuantos –los privilegiados de este país–, esconden, o pretenden esconder al México real.

Todos estamos obligados a contribuir y trabajar para recuperar a nuestro México, no sólo con sobrecogernos con las respuestas y evidencias que libros como este nos ponen frente a los ojos, sino sumándonos a las posibles soluciones que se ofrezcan para resolver y evitar que hechos tan terribles como este y los que suceden día a día a lo largo y ancho del verdadero México, del nuestro, dejen de ocurrir. Cierto es que este México nuestro, que sangra tanto, poco tiene que ver con el otro, el oficial, tan parecido al cielo...

En lo personal, el volumen me significa mucho. Me llevó a conocer seres humanos maravillosos, y a ver en acción el verdadero significado del compromiso social verdadero, de la entrega y la voluntad de dar ojos y voz a quienes otros, de modo atroz, y hasta ahora impune, les arrebataron.

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Sobre el autor

Stella Cuéllar

Stela Cuéllar, literata egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM tiene más de 25 años de experiencia en la edición de libros de arte y literatura. Ha trabajado como editora para Artes de México y Siglo XXI, editorial para la que acaba de hacer el libro "La seguridad nacional de México: hacia una visión integradora", swl Almirante José Luis Vergara Ibarra, oficial mayor de Marina.