¿Qué sigue en México? Cinco puntos sobre el horizonte que se abre

Compartir

En contra de una añeja costumbre de dejar todo hasta el último momento, millones de mexicanos llegaron el domingo primero de julio a muy temprana hora (cuando hasta los gallos duermen) para votar. Hacia el mediodía la suerte estaba echada. Y la ola ciudadana, en una jornada electoral con incidentes graves y localizados en el estado de Puebla, noqueó cualquier intento de fraude a escala nacional en los primeros rounds.

Al ritual institucional de la elección más grande vivida en México le impactó una de las más altas participaciones ciudadanas de los años recientes, la derrota del bipartidismo gobernante a lo largo de la transición democrática (PRI y PAN) y el encumbramiento del partido más joven de los 8 que compitieron, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y de su candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador. Se logró conquistar el Poder Ejecutivo, la mayoría simple en el Congreso y el Senado, mayorías en Congresos Locales y arrasó en las Presidencias Municipales. Se depuró el sistema de partidos pues varios pierden el registro mientras que el PRI, el mayor partido histórico del país, queda reducido a una penosa minoría. La república se hizo (casi) morena.



Con el inesperado peso institucional ganado, el respaldo masivo de votantes y el liderazgo consistente de AMLO las posibilidades del cambio son fuertes y urgentes. Y a la vez, afrontan a un país donde el neoliberalismo no sólo modificó su estructura productiva, reorganizó sus instituciones y sus leyes, se insertó en América del Norte y modificó la mentalidad en los espacios públicos y privados. Cuajó como sistema hegemónico, con gobiernos cada vez más corruptos e ineficientes, con graves daños sociales, ambientales y de soberanía y con muy serias oposiciones. Pero no se está desmoronando, y como estructura, poder y mentalidad aún se sostiene.

La elección histórica de este primero de julio de 2018 permite reorientar un camino iniciado hace 30 años en otro julio pero de 1988. En una elección muy polémica y que quemó las actas de votación en años posteriores por decisión de un Congreso favorable al nuevo presidente, llegó al poder Carlos Salinas de Gortari. Y con el poder de Ejecutivo federal, el motor de los grandes cambios mexicanos, rehízo a la nación y creó una coalición de poderes que a la fecha sostienen el rumbo del capitalismo mexicano. Reorientar su rumbo con medidas de justicia y de soberanía que miren primero a su población y a su territorio, cuenta ya con esa pieza estratégica, la Presidencia, pero tiene intacta a esa coalición de poderes ya madura, entretejida con el sentido común de muchos mexicanos a quienes les parece natural e inmodificable esa sólida construcción, ese fuerte imaginario de la injusticia y el privilegio.



¿Cómo pensar considerando estas dos realidades no sólo distintas sino opuestas, la fuerza ganada por el cambio y la persistencia de los poderes financieros, mentalidades y de armazones institucionales poco dispuestos a cierto curso de las modificaciones? Esta es la tensión que recorre a estas páginas, la que un clásico resumió como un reto, el de tratar de reflexionar desde el pesimismo de la inteligencia.

1. Las luchas de los imaginarios



En México, como en Chile, se ha vivido una de las experiencias más exitosas para crear el nuevo orden empresarial, en medio de muchas resistencias culturales, sociales y políticas. Desde 1983 cuando se impuso el ajuste económico y el uso del excedente petrolero para pagar la deuda, hasta este 2018 que quiere concluir las privatizaciones de las riquezas públicas afectando al agua; se construyó en México una forma hegemónica formidable que domina el dinero, la fuerza militar incrementada por las “guerras al narco”, un amplio tejido de acuerdos con el libre comercio, la mentalidad que reformateó a lo público, a la educación, a las expectativas de los “jóvenes emprendedores”, una Media implacable que ataca a sus enemigos, es decir, a todo viso de cambio con el sambenito del “populismo”.

Pero esa capa dura de dominio y de conducción cultural se realizó en un país donde la experiencia republicana tuvo una presencia popular decisiva. En la Independencia, las guerras liberales por el estado laico, y la revolución de 1910-17, aparecen y reaparecen los ejércitos populares, los autogobiernos en los ayuntamientos, las luchas por la tierra y la autogestión de las comunidades, las pugnas por el salario y por la democracia. Por ello el liberalismo, la ideología constructora de la República, tuvo que alterar su ecuación de libertad –individuo – propiedad, con otra ecuación surgida de esas luchas imprescindibles para sacar adelante a la República: Justicia- comunidad – Soberanía. Con el general Cárdenas esa ecuación se hizo realidad: expropió el petróleo en el máximo acto de soberanía contra los imperios, y masificó la justicia que dio tierras, salarios, viviendas y organizaciones a los muy diversos asociativismos mexicanos. El mito de la Nacional Popular sugerido por Gramsci tiene como una de sus “patrias” en el mundo real, con sus aciertos y sus errores, a ese México de los años treinta del siglo pasado. El nuevo imaginario global intentó borrar por todos los medios a esos mitos y creencias históricas, a esas corrientes que se hicieron subterráneas, esperando que cambiara el clima y que regresara un tiempo propicio.

En el arranque de su campaña Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y en el antiguo Paso del Norte, ahora Ciudad Juárez -ciudad que acogió a Benito Juárez en su resistencia itinerante republicana y a Madero cuando capituló el Ejército Federal y regresó victorioso a la ciudad de México- reiteró una idea que colocaba en primer plano esa lucha entre los imaginarios: los ahí presentes eran actores de una larga historia, eran la cuarta transformación en la historia de la república. Les precedía una tríada de eslabones, la Independencia, las guerras liberales, la revolución mexicana y ahora, la lucha para desterrar a “un régimen de injusticias y privilegios”. ¿Y cuál era ese régimen? Lo que la narrativa de los (neo) liberales actuales presenta como la gran conquista de la modernidad plena, la ruptura con un pasado autoritario, donde México deja de ser provinciano y se instala en la antesala del primer mundo. El “fin de la historia” iniciaba su naufragio, y regresaba a la palestra política la lucha entre imaginarios, sus historias y sus narrativas.

A pesar del avance de la hegemonía neoliberal en las creencias sobre lo público, la educación y la cultura, en México sigue existiendo esa fibra emocional que vibra y se conecta con la historia republicana del buen gobierno, de lo público como bien común, de la centralidad de la justicia, de las modernizaciones incluyentes y de la soberanía ante los imperios. Y toda esa vibración se puso en marcha de nuevo.

2. El misil de la ciudadanía “caliente” y la refundación de la democracia

Según la crítica ilustrada y liberal, AMLO, el mesías tropical, excita a las bajas pasiones de las masas peligrosas, incultas, atrapadas en un pasado ya muerto, y los orienta en su sed de poder absoluto hacia la destrucción de la representación moderna. La votación del primero de julio sorprendió a propios extraños, pues en un país con una intensa crisis de credibilidad hacia la política, con casos tan extremos de corrupción como “La casa blanca”, el supuesto pago del constructor favorito del Presidente Peña Nieto a su esposa, no se esperaba esa lluvia de votos registrada desde temprano. Tampoco que los ciudadanos y la organización civil de cada casilla resistieran los rumores de violencia en una situación de repunte del crimen, que remaran a contracorriente de la guerra sucia que utilizó llamadas personalizadas, las redes sociales y la opinión de la Media; y la compra de votos y de las autoridades civiles de las casillas.

El sistema de partidos y de elecciones mexicano, nacido en varias oleadas de presión ciudadana, fue cooptado por el dinero, la política es un asunto de inversiones y de formación de bolsas millonarias para ejercer prácticas competitivas muy costosas, de medios, de eventos pagados, y de cooptación del voto. Una vez en el poder, el sistema representativo, de manera masiva, procesa la gestión de intereses particulares y de grupos que les financiaron aparte de los dineros públicos. Las campañas se convierten en simple administración mercadotécnica de personajes reinventados y de las fobias clasistas y racistas, del miedo a los populistas, y el uso perverso de la necesidad y del hambre que impulsa a vender el voto.

¿Qué había ocurrido en las campañas que pasaron de la versión mexicana del “Que se vayan todos” argentinos a un reencantamiento de la política electoral?

La opción del cambio utilizó los recursos institucionales, AMLO fue el líder en la formación de la conversación pública en la Media empresarial y en las redes, pero su mayor impacto en la gente común fue a través de un arsenal de recursos simbólicos que mutaron la pasividad o la furia por los agravios, en una fiesta cívica con clases incluidas sobre política e historia.

En lo externo y periférico al sistema político se fabricó ese misil tempranero de la participación ciudadana que impactó al escenario institucional con su presencia, un recurso extraño a su lógica mercantil. ¿Y dónde se formó? En una praxis y espacios desechados por la mercadotecnia que reina en las campañas “modernas”:

A) En la iniciativa política que planteaba los temas nacionales del debate realizado en los actos públicos de campañas. En plazas y calles resonaron asuntos polémicos con poca cobertura en la Media que se amplificaron en el ambiente electoral, con un añadido central, lo público fue un espacio de encuentro entre el malestar local y regional con un líder que persistió en la derrota, y que se fue identificando en su diversidad cultural con tres exigencias: alto a la corrupción, paz para frenar la violencia, y recuperar el desarrollo.

B) En la recuperación de mitos históricos republicanos que a pesar de la ofensiva cultural neoliberal de tres décadas, persistieron en la memoria y en la emoción de las personas. La diversidad del malestar se alojaba en esa narrativa que le invitaba a “juntos hacer historia”, a participar en “la cuarta transformación pacífica y legal”.

C) El entroncamiento con una diversidad de movimientos y de saberes dispuestos a coincidir en una reconstrucción nacional en clave de justicia, de reconocimiento de derechos y de potenciar las riquezas territoriales y de sus culturas.

La campaña, vista en su trazo geográfico y en sus contenidos, fue un dispositivo para crecer sin prejuicios de clase, religión, cultura o ideología, creado con un puñado de temas centrales. Estableció múltiples canales comunicativos de reconocimiento entre un líder, una plataforma y la profunda heterogeneidad de localidades, culturas, edades y géneros. Y como ya había ocurrido en la campaña del 2006 y del 2012, el refrigerador mercantil de la representación -norteamericano en su lógica mercadotécnica y mediática, y mexicano en las mañas para controlar el voto supuestamente libre-, empezó a registrar corrientes cálidas, intensidades emocionales y de expectativas que le desbordaron. El cierre de campaña en el AMLOFEST, que se realizó en el Estadio Azteca lleno a reventar por la prohibición del gobierno de la ciudad para usar el Zócalo histórico, mostró esa conjunción de “pasiones alegres” que le convirtieron en una fiesta intensa.

Desde el tablero institucional y en apego a sus reglas se abrió esa marcha todoterreno de contactos, reconocimientos e intercambios simbólicos entre el líder y las poblaciones. Se fue calentando el proceso desde la precampaña y la campaña misma, para llegar al momento oportuno, al día y a la hora fijada por el ritual institucional, donde irrumpió una ola ciudadanía. El proceso que acumula y se extiende creó la voluntad común para asistir a la cita, esa convergencia de muchos que dedican su tiempo y su esfuerzo de manera gratuita para sentirse parte de una hazaña y ante eso no hay dinero que alcance. Esa fue el arma secreta.

Lo que resulta esencial es que con recursos ajenos a la lógica mercantil y mediática del proceso electoral, y que tienen que ver con la fuerza de lo simbólico, de la historia y de los mitos republicanos, la ola ciudadana rehabilitó a la incierta democracia mexicana que se convirtió en ese espacio público donde se debaten los temas centrales de la comunidad política, y se decide sobre opciones diferentes e incluso encontradas. Restituyó de paso a los esfuerzos por transformar el rumbo del país en sentido distinto al ahora dominante, por la vía pacífica y legal, en lucha de ideas, de creencias y de mitos,

La democracia electoral mexicana fue uno de las primeras que conquistó la ciudadanización plena de la autoridad en la materia, se crearon muchas garantías para el acto de votar, el escrutinio y el conteo de los votos, la creación de condiciones de competencia equitativa entre muchas otras conquistas. Fue exportado incluso a naciones emergentes después de la primera alternancia en el año 2000. Pero una y otra vez, aprovechando silencios y resquicios, ese sistema electoral frenó a la opción de izquierda en el 2006 de manera muy explícita. Creó un sistema gobernado por el dinero público y privado con supuestas regulaciones que pueden burlarse, y a la fecha no puede erradicar la compra del voto, la inducción mediática y las guerras sucias. Rehabilitar la democracia es una tarea urgente y a la mano después de esta ola vivida, y tiene como condición limpiar ese lado oscuro de la transición mexicana.

La democracia como administración de las “pasiones tristes”, de la pasividad, el miedo y la sumisión, se colapsaba en una gran fiesta colectiva. De ahí la posibilidad actual de refundarla.

3. ¿Qué se gana en una elección?

En una compleja situación de crisis y de presiones internacionales para saldar una deuda impagable, la Coalición de la Izquierda Radical (SYRIZA) en Grecia, partido emergente que se consolidó como partido gobernante en un sismo electoral en enero del 2015 -que le dejó a dos curules de la mayoría absoluta-, decidió responder al reclamo popular mediante un referéndum para declarar la moratoria al pago de su deuda. La reacción de los poderes políticos y financieros de la Unión Europea bajo el liderazgo alemán y de sus bancos, impuso luego de presiones muy duras un ajuste draconiano. La primavera insurreccional fue muy corta y el invierno del ajuste brutal aún no acaba. Se atacó de manera frontal al poder “duro” de la globalización financiera, su bolsillo, y no se pudo contener la blitzkrieg financiera.

La victoria electoral hace posible un Poder Naciente, con recursos sustantivos como la fuerza de la ley y de la legitimidad, el apoyo de sus electores, y la conquista de instituciones. Y le otorga el derecho de jugar en el tablero de los Poderes Constituidos que inciden en los destinos de la Nación. En el caso mexicano hablamos de un ámbito hasta ahora monopolizado por el bipartidismo PRI-PAN y donde se despliegan los poderes recargados en tres décadas de prosperidad. Las burocracias perennes del Banco de México que controlan la política del dinero alineados al Tesoro de Estados Unidos. El Ejército y la Marina fortalecidos por la guerra contra el narco y cercanos colaboradores del NorthCom, el Comando Norte del país vecino. Las poderosas iglesias. La Media empresarial. Las más grandes oligarquías de la historia de México y que ya ocupan lugares de punta a escala mundial. Una opinión pública dominada por liberales y socialdemócratas expertos en consolidar lo existente inventando enemigos y catástrofes inevitables si se gira un poco el timón de mando. Los poderes de la industria pujante del narco y los negocios ilegales. Y sobre todo, el pesado lastre de su inserción profunda en la panza del Imperio, la integración geopolítica a los Estado Unidos. La victoria electoral ocurrió justo cuando se intentaba resguardar bajo siete llaves al ciclo de transformaciones capitalistas del país ocurrido en treinta años, imponiendo las últimas privatizaciones pendientes, por ejemplo, la del agua.

Pero ¿al ganar las elecciones se transforma la relación de fuerzas con esos poderes o se gana un punto de apoyo sustantivo, la palanca de Arquímedes, para intentar hacerlo? Los procesos históricos lo que sugieren es lo segundo, que se abre esa posibilidad incierta.

¿Qué se ganó con la elección entonces? Una posibilidad insólita y difícil: que el Poder naciente surgido de ella primero se constituya y a la vez pueda transformar sin prisa pero sin pausa las relaciones desiguales, asimétricas, que forzosamente tiene con esos poderes legales y de facto y que a la fecha no tienen merma como fuerzas autónomas. Y así como se procedió con éxito y en “terreno enemigo” a la construcción del entusiasmo social, ahora toca modificar las relaciones de fuerza entre poderes en el seno de los juegos y relaciones institucionales para abrirle paso al cambio. Se trata de que el Poder naciente propicie otra coalición de fuerzas capaces de sostener no un instante glorioso de desafió, sino la larga marcha del cambio. Teseo traspasó la puerta mientras los Minotauros esperan.

4. La ampliación de lo posible

Lo que arrojó el triunfo electoral entonces fue una ampliación de lo posible, el Kairós, el momento oportuno para realizar un cambio histórico, la potencia del “juntos hacer historia” que habrá que desarrollar para ir construyendo en lo cotidiano las bases del cambio. Gramsci (de las herencias vitales) lo formuló como la “guerra de posiciones” al interior de las sociedades hegemónicas.

Y esa ampliación de lo posible tuvo que pagar un costo alto para ingresar a las grandes ligas de las decisiones. No tocar el mantra neoliberal del macro equilibrio y de los mercados libres y abiertos, para realizar dentro de sus márgenes una cauda de cambios que le modifiquen paulatinamente. No afrontar de inmediato a ese poder duro de la globalización financiera sino jugar en sus márgenes. Un trazo complicado donde la fuerza del cambio o se expande o puede ser absorbida por un sistema que no está roto sino en plena expansión mercantil y con la hegemonía cotidiana que bañó con los valores empresariales al Estado y a buena parte de la sociedad.

Pero como se demostró en la campaña y en esa intensificación de la ciudadanía apenas vivida, es posible transformar las relaciones de fuerza a través del combate en el territorio del poder blando, del poder de la cultura. El arsenal de los recursos simbólicos comentados incidió en ese terreno de la lucha y empató con razones y emociones de la gente común a lo largo de la campaña. Y lo más sorprendente, que alcanzó a segmentos del electorado que no eran afines: los más educados, los jóvenes, las regiones del Norte y del centro occidente. Hubo otra dimensión significativa de esta lucha simbólica: que lo que puede parecer “normal” para el sistema, el acto de votar, se convierta en un acto anti sistémico. El momento inducido y comprado de lealtad se convirtió en una irrupción ciudadano que dijo no a la continuidad. El voto fue resignificado.

El primer punto de su oferta electoral y de su próximo gobierno, la lucha contra la corrupción, muestra de manera clara este aspecto de la resignificación. En América Latina esta lucha contra la corrupción se hizo bandera de grupos empresariales y de organizaciones civiles afines para lanzar una ofensiva destituyente cuya pieza mayor fue Dilma Rouseff y en carambola, a Lula en Brasil. En México Claudio X González Guajardo y su organización civil “Mexicanos contra la Corrupción”, hijo del presidente de Kimberly Clark, intentó apropiarse de la bandera y orientarla hacia los graves casos ocurridos en el gobierno federal del PRI. Pero AMLO y su equipo le dieron la vuelta al sentido de esta consigna conservadora para plantear el alivio a un agravio pluriclasista que encendió a los ciudadanos, del norte y del sur, de hombres, jóvenes y mujeres. Su lucha contra la corrupción plantea rasurar los muy altos salarios y privilegios de los mandos superiores del sector público y con ello, crear una bolsa de recursos para el desarrollo respetando a la vez el mantra neoliberal del equilibrio presupuestal. Se juega en los márgenes del modelo.

En sus conflictos con la cúpula de los más ricos que intentaron convertir su crítica a los empresarios que hacían negocios corruptos con el Estado, en un agravio a su clase y en un intento por unificar a todas las organizaciones empresariales, AMLO acotó de inmediato y localizó el blanco de su crítica en una reducida minoría de “traficantes de influencias”. La corrupción así planteada aislaba a la minoría usufructuaria del capitalismo de compadres que monopoliza los proyectos y los mercados públicos, y con ello se ganó la simpatía de los cientos de miles de empresarios excluidos. Otra vez, su concepto de lucha contra la corrupción le ganó aliados y aisló a sus enemigos.

Pero a la vez, cada acto futuro donde el Presidente se baje el salario, quite las millonarias pensiones a los ex presidentes, venda el mega avión presidencial, tendrá una fuerza simbólica para sacudir y transformar a las conciencias e impulsar que desde abajo los ciudadanos generen proyectos y formas de vigilancia al actuar de gobernadores, diputados y presidentes municipales. Es una amplia plataforma para ir subvirtiendo las relaciones de fuerza.

5. Hacia otra coalición de poderes

Desde la campaña se creó la plataforma que permite una banda ancha de convergencias con los poderes dispuestos a prosperar en tareas para la reconstrucción nacional donde se incentive y cambie la calidad del crecimiento, sin devastación social y ambiental, abierto al sector social, que reconstruya el tejido productivo de regiones enteras y de las cadenas productivas ahora fracturadas. Y el otro tema sustantivo, la paz que frene a la violencia, se propone como otro haz de convergencias intelectuales, sociales e institucionales, un motor de alianzas diversas.

Lo que estará en juego en el próximo futuro es esta vía múltiple donde el poder naciente se consolide y produzca un tejido complejo de alianzas en sus propios términos. Es una vía compleja y difícil, que se confrontará con otra lógica de poder, la de intentar encapsular y orientar el esfuerzo del cambio a simplemente administrar lo existente. La otra praxis de la estabilidad que va a convivir con la del cambio, y donde crezcan estos poderes tradicionales y conservadores y se cancele la posibilidad de acumular fuerzas para reorientar el rumbo de la nación. Po eso el paso del poder naciente al poder constituido requiere de una estabilidad sistémica, pero que sea su estabilidad. De una calidad que a la vez que permita ampliar alianzas con poderes dispuestos, aísle a los indispuestos, y vaya acumulando fuerzas sociales y culturales que impulsen los cambios cada vez que se frenen en el plano institucional. El poder naciente debe convertirse en un poder constituido, con raíces institucionales y culturales fuertes, en retroalimentación con la libre iniciativa ciudadana, para extenderse amplio, flexible e incluyente.

Y en ese trayecto, el asunto estratégico esencial seguirá siendo el fomento a la iniciativa y la creatividad de una ciudadanía dispuesta a aprovechar el cambio climático de la política. Es el momento para que resurjan las demandas de justicia, las iniciativas de autogestión, de empoderamiento civil y del arco iris de la diversidad. Una red de afluentes intensos que destraben, orienten y presionen a la vez que reconstruyen el tejido de los autogobiernos locales, de las figuras asociativas y de la iniciativa propia. Y eso es una tarea ciudadana y de las diversas corrientes que le alimentan.

Y con esa brújula encarar el calendario político que se abre: primero llegar con fuerza a la toma de posesión en diciembre, luego recorrer con alianzas crecientes el primer tramo de tres años. Y en su último tramo, a partir de la recomposición política alcanzada y con el nuevo congreso electo, sentar las bases de una nueva coalición muy amplia de poderes, donde cuente y cuente mucho la diversidad ciudadana empoderada, el asiento para otra República que regrese a su identidad fundamental: justicia-comunidad-soberanía, y que reformule la ecuación liberal de libertad-individuo-propiedad, como lo hizo en 1917. Hablamos entonces de otro bloque histórico que sostenga los cambios y reoriente a la nación entera. Pero eso ya será materia de otro momento y de otro texto.

Compartir

Sobre el autor

Carlos San Juan Victoria

Historiador. Es investigador en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.