Las Batallas de Junio

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En el año de 1988 y al caer la noche del miércoles 4 de julio, el día de la votación para la Presidencia y el Congreso, miles de gentes de manera espontánea se quedaron al recuento final en las casillas, miles caminaron llevando las urnas para depositarlas en los seccionales. Se pernoctó en la fría noche del altiplano resguardando los votos que de pronto habían adquirido un gran valor a ojo de ciudadano pues en el recuento de casillas salía victorioso Cuauhtémoc Cárdenas. A la misma hora, en los recuentos seccionales resguardados por el ejército y con funcionarios electorales dentro, se procedió a cambiar las votaciones. Así nació la democracia moderna mexicana.

Hay un gran cambio que puede venir, pavimentado por muchos grandes y pequeños cambios que se manifestaron en estos meses de una insólita campaña electoral. Pero aún con sus grandes ventajas el gran cambio no tiene garantía el primero de julio. En ese dilema de su victoria o su derrota, se van a librar las batallas de junio.

¿De qué pequeños y grandes cambios ocurridos en esta campaña hablamos? El más grande es la confluencia del malestar social muy diverso y plural con las propuestas de cambios planteada por Andrés Manuel López Obrador. La campaña a ras de tierra y la formación de una opinión pública crítica del estado de cosas da cuenta de ello y el nuevo rompimiento del techo electoral de los 50 puntos en las encuestas lo atestigua. Hay cuatro facetas surgidas de esta campaña electoral que anuncian la buena nueva de cierta innovación política de talante democrático.

Cambia la forma de la competencia electoral: el montaje de una competencia entre 5 candidatos con su identidad diferenciada y amplificada por la mercadotécnica, da paso a la lucha entre dos bandos: los que quieren la continuidad de lo que existe, y los que quieren un cambio sustantivo. La opinión liberal asegura que esa polarización hacia un referéndum fue creada por el líder mesiánico y su magia. Los hechos dicen otra cosa. Fueron el PRI y el PAN, desde 1988, los que empezaron a borrar sus diferencias y a crear el bipartidismo gobernante. Y desde el año 2012 el PRD procedió a entender la “izquierda moderna” como su adscripción al Pacto por México. No en balde, estos partidos defienden al unísono las reformas estructurales. Pero sobre todo es la percepción social ante cada modernización que les afecta como los gasolinazos lo que provoca que los diferentes según la mercadotecnia se vuelvan el mismo rostro de la continuidad que daña.



Se recupera el espacio público para la disidencia y el debate. La samba de una sola nota del mercado como solución racional, la apertura al mundo que encubre la integración a USA, el Estado no interventor que en realidad se convirtió en fábrica de políticos empresarios; esa narración hegemónica y monotemática cede ante un insólito debate abierto en la campaña electoral sobre sus temas capitales:, la turbiedad del nuevo aeropuerto, la reforma educativa que es control magisterial sin calidad pedagógica, la impunidad de los poderosos para lucrar con los asuntos públicos y las graves afectaciones sociales de la guerra contra las drogas. AMLO tuvo la iniciativa y la credibilidad para plantear los temas de la conversación pública y aprovechó las descargas contra él para afinar propuestas. Para la opinión liberal este fenómeno de ampliación del espacio público y su conversión en foro plural y crítico significa algo negativo, que se atente contra los “grandes consensos” que han construido al nuevo país por ellos imaginado.

La esterilización de los gérmenes antidemocráticos de la guerra sucia. La construcción del populista como enemigo público, la caída de la inversión, las invenciones anti religiosas, no tuvo eco ni comunicativo ni de reacción social. Tal vez porque cayó en una sociedad hastiada que ubicaron por su experiencia cuales eran los verdaderos jinetes del apocalipsis y proceden a decirlo en encuestas, redes sociales y concentraciones callejeras. Como carambola de cuatro bandas, la guerra sucia ha impulsado el debate público sobre todo en las redes sociales, obliga a precisar propuestas, daños y responsables, acentúa el ánimo combativo y rompe guetos de opinión.

La gran coalición. Como prueba de esa inmunidad social y comunicativa las adhesiones a favor del cambio rompieron las fronteras de las edades, de las regiones, de las religiones, de los jacobinos, de las clases sociales y de los géneros. Una larga modernización ineficiente y voraz, impune y violenta, fue sembrando agravios por toda la geografía y las sensibilidades de este país tan diverso. El liberalismo que machaca que todo proceso histórico es obra de grandes individualidades, no comprende ni es capaz de actuar de manera creativa sobre estas acumulaciones colectivas de agravios que ahora afloran, y no como unidad monolítica ante el gran líder, sino como expectativa de tomar la vida local, regional, en los lugares de convivencia y de trabajo, en las propias manos. Y esa gran coalición es la promesa de una potencia social que es la única capaz de realizar la gran transformación del país.

¿Y entonces, porqué insistir que esta estela de cambios positivos no da la garantía al gran cambio que viene? El fraude del siglo fue llamar democracia a la captura de instituciones electorales creadas por el esfuerzo colectivo de muchos, a manos de varias redes poderosas que las domaron. Y eso ocurrió con las instituciones que consagraron la pluralidad política: el sistema de partidos, la competencia, las alternancias; todos ellos sufrieron sus embates desde el año axial de 1988, el año del fraude. La receta fue simple, que costara mucho ingresar a ese mundo y que sus costos de operación fueran cada vez más elevados y sufragados por los impuestos ciudadanos más un plus decisivo: el dinero negro, nutrido por desviaciones de recursos públicos, aportaciones ilegales de corporaciones empresariales y por el lavado del dinero del narco. Así la democracia, junto a sus avances en la pluralidad y la competencia, dependió cada vez más de los grandes financiadores y del pago puntual vía acceso a presupuestos y obra pública. Se crearon las redes de la compra de votos, de inducción de la opinión, del tráfico de influencias y de la corrupción. Ese corazón negro de la política es lo que produjo agravios intensos en la población.

Los actos de campaña multitudinarios y el encabezar las encuestas acotan pero no desarman a esa maquinaria diseñada para ganar y cerrarle el paso a las opciones de cambio. Está indemne y acostumbra operar en silencio. Y sus tres circuitos de trincheras están listos para que en este mes de junio y con una desventaja insalvable en las encuestas, mantengan su el monopolio sobre la República y lleguen intactos a su treinta aniversario (1988-2018). El primer círculo descansa en el dinero negro orientado a la compra de votos y a inducir la opinión del elector. Su indicador es la cuantía y el ejercicio del “gasto social” y el gasto en publicidad. Se integra por los operadores electorales en programas federales, gubernaturas y municipios, que “mapean” distritos y secciones electorales para capturar votantes. Su saber es sencillo: las elecciones no son concursos de simpatías, son inversiones masivas de dinero que inician con la captura y terminan con el acto de votar. El segundo círculo es la compra de voluntades de presidentes de casilla, de representantes de la oposición, de funcionarios diversos, para que en el día D procedan a disminuir un poco las ventajas y aumentar otro poco las desventajas. Pequeñas modificaciones que en lógica matemática crean las grandes diferencias. Y el tercer círculo que refiere al operar de las autoridades electorales, las ejecutivas y las encargadas de la fiscalización, cargadas de sospechas de parcialidad y decisivas en el día que importa, el primero de julio. Esa maquinaria está lista y aceitada. Y en junio despliega su guerra relámpago.



Las batallas de junio: hacer valer el voto y el relato de lo que estamos viviendo. A diferencia de otras jornadas electorales, y especialmente de la del año de 2006, ésta cierra con una fuerza morena que provoca incluso claudicaciones previas antes del acto de votar. Empresarios y políticos revisan sus opciones para cambiar de bando. Jesús Silva Herzog Márquez, excelente ensayista político, da por consumado el triunfo de AMLO y se erige ya como la oposición cultural dueña del legado democrático liberal ante el riesgo inevitable del “populismo”. Mal harían los ciudadanos comprometidos con ese cambio en proceder de igual manera. Justo ahora empieza la batalla decisiva. Habrá que convocar a un ejército ciudadano, a una jornada cívica en dos vertientes. Una para impulsar a las caudalosas simpatías a volcarse a votar. La otra dispuesta a vigilar, frenar y denunciar la operación de la maquinaria. Interferir en la compra del voto, en los traslados, en la operación de las casillas, en su conteo, en los recuentos seccionales, en la vigilancia del INE y de los Tribunales. Todo en apego a la ley y con valor ciudadano.

Está en juego el voto y su recuento, pero también el relato de estos hechos y de la historia que se vive. Al relato hegemónico de construcción del México moderno que vive el duelo de su posible desmantelamiento, los relatos críticos de estos treinta años de hegemonía neoliberal, de sus nuevas formas de autoritarismo y control, de las gestas cotidianas para domar sus instintos antisociales, de sus momentos de fractura y de conquista de espacios liberados. La sombra del 4 de julio de 1988 estará rondando el 1 de julio del 2018. Como historia de la infamia aún vigente y como gesta ciudadana dispuesta al desafío. La batalla de junio.

(Ilustración tomada de la revista Nexos)



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Sobre el autor

Carlos San Juan Victoria

Historiador. Es investigador en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.