Para documentar nuestro optimismo ante el debate presidencial: Máscaras contra cabellera y el retorno a la poesía.

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Recientemente una amiga mía ha retornado a la fuerza de la poesía para recordarnos que a veces la convicción de una buena pluma, es lo que ha hecho temblar la virulencia de los que no conocen más diálogo que el poder del oprobio y el dinero; aquellos capaces en efecto en cuestión de minutos de violentar las instituciones democráticas que durante años trató de consolidar la generación de 1968. Sí somos tramposos nos dicen ahora, sí somos corruptos y qué, les juramos, ilusos ciudadanos que es por su bien. Vamos está noche todos contra aquél al que nos dicen que hay que tenerle miedo porque habla un lenguaje distinto: el de la honestidad financiera y moral como forma de gobernar.

Máscaras contra cabellera, pero recientemente los rostros tras las máscaras están ya a la vista y la cabellera de aquél ya encanecida.

Va entonces para levantar el ánimo de esta noche el siguiente fragmento del poema México, de Manuel Carpio (1791-1861) uno de los principales poetas del siglo XIX que a través de su poesía, a pesar de pertenecer al Partido Conservador, cimentaron el amor patrio.

La foto de portadilla es de Raúl Gil Mejía.



México

Espléndido es tu cielo, patria mía,

De un purísimo azul como el zafiro.

Allá tú ardiente sol hace su giro,



Y el blanco globo de la luna fría.

¡Qué grato es ver en la celeste altura



De noche las estrellas a millares,

Canope brillantísimo y Antares,

El magnífico Orión y Cinosura,

La Osa Mayor y Arturo relumbrante,

El apacible Súpiter y Tauro,

La bella Cruz del Sur, y allí Centauro,

Y tú primero ¡oh sirio centellante!

¡Qué soberbios y grandes son sus montes!

¡Cómo se elevan ante el alto cielo¡

¡Cuán fértil, cuán espléndido es tu suelo¡

¡Qué magníficos son tus horizontes!

Tus inmensas cadenas de montañas

Hendidas por hondísimos barrancos,

Coronados están de hielos blancos,

Y en la falda dan humo las cabañas.

Mil espantosos cráteres se miran

En la cima de montes y collados,

Unos quedaron quietos y apagados,

Otros con llamas su furor respiran.

El Popocatepetl y el Orizava

El suelo oprimen con su mole inmensa,

Y están envueltas entre nube densa

Sus cúspides de hielo y de lava.

Allí los ciervos de ramosas frentes

El bosque cruzan a ligeros saltos,

Y entre los pinos y peñascos altos

Se derrumban las aguas a torrentes.

Tus volcanes de inmensa pesadumbre

Asombran con sus peñas corpulentas;

Braman entre sus bosques las tormentas

Y un cráter en su poderosa cumbre.

Bolas de fuego arrojan de sus bocas,

Columnas de humo y grandes llamaradas,

Ardiente azufre, arenas inflamadas,

Negro betún y calcinadas rocas.

[…]

A México el Criador en sus bondades

Le ha dado un aire diáfano y sereno,

Aguas hermosas, fértil el terreno,

Verdes campiñas, ínclitas ciudades.

[…]

En México plantó naturaleza

Bosques inmensos de árboles salvajes,

Bajo cuyos densísimos follajes

Se propaga intrincada la maleza.

[ …]

Más ¡ay¡ que a tal grandeza y tanta gloria,

Se mezcla involuntario el desconsuelo

De que nos sobreviva acá en el suelo

Un vil ciprés, indigno de la historia.

Es mi voto postrero, patria mía,

Pedirle al cielo que dichosa seas;

Pedirle al cielo que otra vez te veas

Como en un tiempo cuando Dios quería.

A tu seno retorne la alegría,

Se unan tus hijos con amante lazo,

Suelte las armas tu cansado brazo,

Como en un tiempo, cuando Dios quería.

De la prosperidad en fin la copa,

Benigno el cielo sobre ti derrame,

Mientras el mar enfurecido brame

Entre tus playas y la altiva Europa.

Manuel Carpio (1791-1861).

Poeta, médico, filósofo, maestro y político, destacado representante del romanticismo mexicano, de la Academia de Letrán y de la Academia Nacional de San Carlos.

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Sobre el autor

Emma Yanes Rizo

Historiadora, escritora y ceramista, tiene un Doctorado en Historia del Arte por la UNAM y es investigadora en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.