Una nueva oportunidad para un río muerto: la obligación del nuevo gobierno

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Vida y milagros

La semana pasada en Puebla, un hombre se acercó demasiado a la espesa espuma tóxica que sale de la presa de Valsequillo hacia el canal que alimenta a 22 mil hectáreas del distrito de riego en Tecamachalco. La espuma era tan densa que el hombre no vio que no estaba sobre tierra firme, sino sobre un canal. Tampoco midió la toxicidad y el riesgo de respirarla. La altura de la espuma era tan alta, más de 5 metros, que quiso retratarla. La espuma se mueve lentamente, como merengue, pero debajo , con gran fuerza, viene el agua contaminada de la presa. Fue arrastrado por la espuma junto con su auto. Apareció muerto el viernes en una comunidad lejana al punto en donde cayó. Hace más de cuatro años que en Dale la Cara al Atoyac A.C. documentamos este fenómeno. El agua que forma esa espuma viene del río Atoyac, receptor de gran parte del agua que baja de los volcanes, un río que de acuerdo a los parámetros de mediciones frecuentes y documentadas de manera profesional, está clínicamente muerto.
Para hacer esta explicación más comprensible, puedo decir que si el río que cruza la ciudad de Puebla y los municipios conurbados fuera una persona, estaría al borde de la muerte. Sufriría paros respiratorios constantes, pues los indicadores de oxígeno bajan a cero varias veces al día. Una parte de su cerebro iría muriendo con cada paro y dejaría secuelas irreversibles en su organismo. Sus riñones e hígado estarían al borde del colapso por la cantidad de metales pesados que correrían por sus venas, imposibles de procesar. Tendría un sistema digestivo colapsado por los parásitos, y una enorme colonia de cisticercos en el hígado y el cerebro. Las venas y el corazón estarían tapadas por grasas muy por encima de los niveles de colesterol con los que un ser humano puede vivir, además de haber ingerido grasas derivadas del petroleo que también lo estarían matando. Sufriría los síntomas de una persona envenenada con cianuro y tendrían enfermedades degenerativas y cerebrales producto de la ingesta de plomo y otros metales pesados que producen locura, retraso mental o daños cerebrales irreversibles.
El río permanece con los parámetros obtenidos en los muestreos de hace unas semanas en la que todos los indicadores están fuera de norma. El río está muerto, como lo estaría una persona con todo lo que acabo de describir. La diferencia entre una persona muerta y un río muerto es que los ríos si pueden ser resucitados. Pruebas exitosas de esta afirmación hay muchas en el mundo. Puede ser un proceso de años, pero es perfectamente posible. Sin embargo, nos negamos en México el milagro de revivir a tantos de nuestros ríos, tan dañados como el río Atoyac de Puebla, el segundo más contaminado del país, aunque esté ubicado en una cuenca de 400 mil hectáreas, que aún es majestuosa, espléndida y rica, nutrida por el Ixta, el Popocatepetl y la Malinche.
¿Quién no querría revivir a un ser querido? ¿Porqué no es querida y adorada para la mayoría de los mexicanos el agua que lo es todo para la vida humana? El problema del agua no es solo un problema de debilidad o desinterés gubernamental, sino de una inconsciencia social generalizada. Las descargas que vimos la semana pasada de dos prósperas textileras evidencian ese desprecio. Los detergentes cargados de fosfatos y mil porquerías más que usamos en nuestras casa sin preguntarnos qué contienen, lo evidencian también. La gigantesca espuma tóxica que usted puede observar cada día saliendo de la presa sigue ahí y es provocada por descargas domésticas con detergentes y materia orgánica, rastros, talleres automotrices, industria del petroleo, farmaceútica, metalmecánica, textil, cosmética y muchas más. Así lo indican los componentes de los muestreos sistemáticos que hemos hecho diferentes instituciones. Matamos el agua, y generosamente regresa a nosotros en forma de lluvia, limpia otra vez, para volverla a ensuciar de manera atroz. Pero ese ciclo tiene límites. Y viva usted sin agua un día, verá que es imposible.
El derecho humano al agua no incluye el derecho a que salga por nuestra llave y la ensuciemos a placer, con costo cero. Regular su uso si es obligación de la autoridad, usarla con consciencia es de todos.
Esta semana, después de un agitado año político, entra un nuevo gobierno estatal a Puebla. La debilidad de las instituciones encargadas de regir el uso del agua es preocupante en los tres niveles de gobierno. Los recortes federales en este rubro son realmente peligrosos. El rol de los gobiernos de los estados es estratégico y claro en la Ley General de Aguas Nacionales. Un gobierno estatal decidido a cambiar la terrible realidad del mal uso del agua en nuestro estado podría hacer la diferencia entre una manejo sustentable del agua o su agotamiento generalizado en muy corto plazo.

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Sobre el autor

Verónica Mastretta

Verónica Mastretta. Ambientalista, escritora. Encabeza desde 1986 la asociación civil Puebla Verde y promueve con la OSC Dale la Cara al Atoyac la regeneración de la Cuenca Alta del Río Atoyac en Puebla y Tlaxcala.