Paulina Mastretta y las aventuras de una audaz narradora

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“Una nueva generación ha surgido; seguramente nuestros hijos serán mucho mejores que nosotros. Ya nos estamos volviendo tan solo unos ancianos que debaten perdiendo el tiempo”.

Lo anterior no lo digo yo como comentarista de la novela Las aventuras de La Audaz Navegante, de Paulina Mastretta Yanes.

La afirmación es de la propia Paulina Mastretta en la página 101 de su primer libro publicado. Es un viejo pirata, Grik, quien tal dice al ver a la protagonista de la novela de piratas, la cual, lejos de ser La Audaz Navegante a la que se refiere el título, es Gira, la joven pirata que, bien visto se convierte en una audaz navegante.



No se trata de un juego de palabras: de entrada estoy de acuerdo con el pirata Grik: una nueva generación ha surgido.

Que “…nosotros. Ya nos estanos volviendo tan solo unos ancianos que debaten perdiendo el tiempo”, es algo que nos corresponde responder a los mayores, a otra y otras generaciones de escritores.

Esa nueva generación de la que ha surgido Paulina es una que busca responder: ¿qué se encuentra al sondear el alma humana?

Porque la novela, como toda ficción, no es sino un sumergirse en las profundidades del alma humana para conocerla. Claro, en esa ficción todo debe ser creíble, no importa cuán fantástico pueda ser el planteamiento.

De ahí que la novela de piratas que nos entrega Paulina, contenga todos los elementos para hacer que el lector se quede con ella hasta terminarla, siguiendo con interés una trama bien planteada, con personajes de carne y hueso, es decir, de la comedia humana de la que nos habló ya Balzac.



El libro de Mastretta Yanes es una aventura, como ella define a la aventura en la página 133, al iniciar el capítulo “Los caminantes de las olas” cuando la narradora se refiere a su personaje Shinta:

“Su primera aventura ya estaba cumplida. Fue inesperada, misteriosa y extraña como debe ser toda aventura”.

Y así es el libro de Paulina: inesperado, misterioso, extraño, donde no faltan los rones corrosivos y tabacos sofocantes pero, he de insistir, donde se busca mostrar las motivaciones humanas.



¿Por qué Gira, la protagonista es como la vemos retratada? Paulina Mastretta nos da un por qué: está enojada. No voy a decir aquí con quién ni por qué está enojada la joven pirata, para que sea el lector quien lo descubra; pero de igual forma, de cada uno de sus personajes, la novelista nos detalla el por qué, de dónde vienen y cómo han llegado a ser lo que son.

Las acciones que emprenden los piratas, los aprendices de piratas, los secuestradores o los malévolos, esas acciones no son gratuitas. La narración está hecha para que no sólo acompañemos a los protagonistas, sino para ver lo que su alma contiene.

Lo que haga cada lector después de ver ese contenido, ya es otro asunto.

Por tanto, como se debe hacer en estos casos, me limito a recomendar la lectura de Las aventuras de La Audaz Navegante. Pero antes reflexionaré brevemente sobre algunos asuntos relacionados con la novela de la audaz narradora.

En el principio era un barco

“Una fuerte tormenta azota las costas de la isla; el agua se filtra entre las casas de la aldea. La joven de larga cabellera azul, vestida de blanco, con un pájaro del color del mar grabado en medio del traje, corre hacia el pueblo por la colina. Al llegar ve las casas destruidas y los cuerpos de gente sin vida. El agua teñida de rojo se lleva los cadáveres”.

Así inicia el “Prólogo” de Las aventuras de La Audaz Navegante. De entrada, tiene todos los elementos para que el lector se interese y quiera seguir: “Una fuerte tormenta, una isla”. Esto ya nos ubica en un territorio que es propio de las novelas de piratas.

“La joven de larga cabellera azul…” ¿qué isla, qué país puede ser ese donde la gente tiene cabello azul…?

Además, escribe la novelista en esa entrada: “El agua teñida de rojo se lleva los cadáveres”. Destrucción y muerte. La curiosidad pica al lector. ¿Un tsunami, un dios iracundo y destructor, una erupción volcánica o qué ha provocado aquello?

No hay lector que no sea curioso, porque de no serlo, no compraría un libro o no lo abriría. Y una vez iniciada la lectura, quiere satisfacer su curiosidad. Es ahí donde el trabajo de la novelista se pone a prueba: debe ser capaz de llevar al lector a donde ella quiera y completar su trabajo, o el libro se le caerá de las manos.

Paulina Mastretta Yanes ha logrado su cometido: desde el “Prólogo” hasta el “Epílogo”, pasando por cada uno de los 34 capítulos, mantiene en el interés del lector: detiene la acción en cada final de capítulo y nos deja en ascuas. Inicia otro capítulo y describe un nuevo escenario o detalla el anterior.

Además, a los rapazuelos que hemos conocido como los protagonistas, quizá no mayores de diecisiete años, sí de catorce o quince, se agregan seres fantásticos, que nos llevan por nuevos rumbos y acciones: desde un joven hombre lobo hasta animales (¿nahuales?) que hablan, son sabios e instruyen.

Pocos son los momentos de reposo, por otro lado necesarios para la trama, pero en general el lector es llevado como en cualquier buena novela, a interesarse, a leer, leer y querer saber en qué acabará aquello, ya sea en medio de la selva, en el abordaje de un barco, o en una pelea cuerpo a cuerpo.

Por lo tanto, les recomiendo la lectura de esta novela que, por cierto, nos vuelve a dejar en ascuas al final.

Una de piratas

“¡Ay los piratas…! ¡Pobres piratas…! ¡Cuánto y cuánto nos han hecho soñar los piratas y qué mala prensa que tienen, ¿eh…?! Permítanme que rompa una lanza por su buen nombre, porque yo me crie entre los piratas”, afirmó Joan Manuel Serrat al presentar, en 1990, su canción “Una de piratas” en un concierto histórico en Chile.

Paulina Mastretta Yanes también se crio entre piratas: su abuela le cantaba a su papá, y luego él le cantaba a ella y a sus hermanas Ana y Alicia una canción conocida que tiene algunas variantes según quién y dónde la cante. No la cantaré; la recitaré según la cita la novelista:

A la luz de una pálida luna

yo en un barco pirata nací.

Fue “¡Abordaje!” la voz que en mi cuna

de escuchar a mi padre aprendí.

Yo contaba tres lustros y un día

y abordaba la nave mayor,

vi a mi padre que en lenta agonía,

entregaba su espíritu a Dios.

“Sé pirata —me dijo—, y no llores,

los piratas no saben llorar.

Y enfrentando este mundo de azares,

no respetes más leyes que a Dios”.

Soy pirata y navego los mares,

por donde quiera se escucha mi voz,

y enfrentando este mundo de azares,

no respeto más leyes que a Dios.

De ahí que cuando Paulina Mastretta estuvo en una isla del Pacífico Sur, haya comenzado a idear la novela que ahora nos reúne, Las aventuras de La Audaz Navegante, con la cual nos ha hecho reencontrarnos con los piratas y quitarles tanta mala prensa que tiene, como dice Serrat.

Así, en la página 64 de la novela, Mastretta Yanes escribe:

“La verdad ese sujeto no era tan malo como aparentaba, o eso le pareció a Shinta. Después de todo ¿quién dijo que los hombres a los que le falta uno o dos ojos son malos? Incluso si ese hombre era pirata, dudaba que fuera malo. Tal vez trabajaba para el hombre encapuchado por alguna razón y no podía escapar…”

Claro que los personajes de la novela son o se van convirtiendo en piratas, pero para ello se necesita valor; y saber que no habrá final feliz. Así, Paulina Mastretta nos dice en la página 117 de su novela:

“No se nace con valor; el valor es aquello que cada individuo es capaz de sacar. Hay muchos tipos de valor; corresponde a cada uno descubrir el suyo”.

Uno de los valores de Paulina Mastretta Yanes está en la escritura; otro, de varios, en el reconciliarnos con una estirpe que conocimos con Stevenson, Defoe, Salgari y ¿por qué no? con el romántico José de Espronceda, con el Marinero en Tierra de Alberti, con Pose y su “Canción del niño marinero”; con Drake, con Raleigh, con Sandokán, con Morgan, con John Avery, a los que ahora se suman Gira, Shinta, Maya, Rimú, Ray, Sombra Muerta, Garth, la caterva de facinerosos de quienes ya leeremos la continuación de sus aventuras, que ya está escribiendo Paulina Mastretta Yanes.

Una generación consciente

Por cierto, respecto a la nueva generación a la que se refiere Paulina Mastretta Yanes en la página 101 de Las aventuras de La Audaz Navegante, la retrata en Shinta, quien con los ojos cerrados “escucha” a la selva en la página 200, cuando la novelista escribe. “La selva provee los alimentos necesarios a sus habitantes: los carnívoros matan a los herbívoros, que al mismo tiempo se comen las plantas sobre las cuales su depredador, al morir, caerá para nutrirlas. Todo eso dentro del ciclo de la vida”.

Es decir, se trata de una generación consciente del ciclo de la vida que incluye el nacimiento y la muerte, en un incesante movimiento; por ello, la vida se respeta, parece decirnos Mastretta Yanes.

Y esa nueva generación retratada por la autora de Las aventuras de La Audaz Navegante, retoma los mitos que nos dieron patria: el águila y la serpiente, la ceiba, el árbol sagrado que une la tierra con el cielo. Y, por cierto, describe en qué se convirtieron aquellos despojados de su águila, de su serpiente, de su ceiba: “Ahora son caminantes errantes, los guerreros de la niebla en búsqueda de sus dioses secuestrados”, según leemos en la página 241, después de que había escrito Paulina Mastretta unas líneas antes respecto a los invasores: “Tras ello, dejando dolor y destrucción, se marcharon. Los sobrevivientes se organizaron para salir de la isla pues debían recuperar a su serpiente”.

Consciencia de la vida, consciencia de la muerte. A esta nueva generación no sólo le interesa lo que hay en el alma humana, sino cómo, los seres humanos que somos, nos relacionamos con este mundo al que no transformamos ni dominamos: lo destruimos.

Pero, volviendo a la novela de Paulina, todos sabemos que “no hay historia de piratas/ que tenga un final feliz./ Ni ellos, ni la censura,/ lo podían permitir”, como canta Joan Manuel Serrat.

Así es que en la página 129, Paulina Mastretta Yanes al relatar la reacción de Gira al conocer los detalles de la muerte de su madre, ha escrito:

“…la muerte. La muerte que todo mundo evitaba pero acababa llegando. Ni siquiera los piratas podían derrotarla, tan sólo enfrentarla con orgullo”.

¡Cuánto bien nos hace enfrentar a la muerte para poder vivir! ¡Cuánto bien hay en arostrarla muerte como los piratas…!

No me queda más que volver a recomendar la lectura de esta primera aventura de la audaz narradora, y romper una lanza por el buen nombre de los piratas.

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Sobre el autor

Moisés Ramos Rodríguez

Moisés Ramos Rodríquez, poeta, cronista, reportero y crítico cultural. Toda una personalidad del periodismo poblano. Su programa radiofónico Tiempos oscuros, ha marcado un sendero por su calidad y estilo en la crónica policiaca en Puebla. Entre sus libros el mas reciente Raíz de luz (BUAP, 2014). Actualmente escribe en Milenio Puebla y colabora en Radio BUAP.