Cuando esto pase / El Puerto Libre de Ángeles Mastretta

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Revista Nexos / Puerto LIbre, de Ángeles Mastretta

En medio del horizonte y el silencio, el encierro hace planes con nosotros; rompe la penumbra de a ratos con la promesa de lo inaudito y nos deja imaginando cómo ha de ser.

Ahora que esto pase, decimos en nuestra letanía de todas las mañanas. Y luego cae la cascada de quimeras que no hemos enfrentado porque la pandemia nos dio permiso de postergarlas. Hablo en plural y debería moverme al singular, al yo que es honrado y solitario, al yo que inventa lo que no sabe y se consuela con lo que inventa. Como quien cuida un faro.

Ahora que esto pase me voy hacer una cabaña en el campo, junto a mi hermana, frente a los volcanes. Desde ahí podré mirar los sembradíos, discurrir que me besó entre ellos alguien que no me quiso nunca y al que metí en una novela para que él se metiera conmigo. Es más, cuando esto pase, voy a ir a comer tierra por esos rumbos en donde hay flores naranja de las que se les ponen a los muertos. Al novio que no tuve, en mi novela lo mataron los malos y luego él murió de verdad manejando un avión con tal de seguir dirigiendo algo hasta cuando estaba de vacaciones.



Deliro en desorden porque mientras esto pasa todos los delirios y todo el caos son el amplio mundo por el que ando a cambio de no andar otros.

Cuando esto pase, como ha pasado este año la vida de tantos que no querían morirse, hemos de enterrarlos para que se termine este velorio breve y eterno como las pesadillas.

Cuando esto pase pondremos un altar de muertos con miles de panes para que todos regresen a comer con nosotros. Y hemos de tomar una copa con quienes los han enterrado a solas, sin abrazos.

Como una verdad que quiero irrevocable, cuando esto pase vamos a ir al Caribe nadando por la sierra madre oriental, y vamos a caminar en redondo por la boca de fuego del Popocatépetl y a gritar de gusto montados en los pechos de la Mujer Dormida. Hemos de acudir al gozo de los ratos de ocio y tendremos listas de series y libros que no habrá tiempo de ver. Cuando esto pase.



Ilustración: Gonzalo Tassier

Quizás habría que ir a Roma, pienso, no para quedarse porque esto de conseguir la nacionalidad italiana ya no lo hice a tiempo y aunque ahora sería bueno tener otra patria por si ésta quiere que dejemos de estorbar, ya no será ése mi destino. Como no lo fue nunca. Soy nieta de un migrante privilegiado que pudo pisar esta tierra sin que una guardia militar lo detuviera en la frontera. Hoy ya no es fácil que aquí recibamos a nadie. Más aún si llega pobre y exiliado.

Cuando esto pase voy a dejar de pensar qué nombre le hubiera yo puesto a mi primer hijo; cuál si hubiera sido mujer. ¿Florencia, Clara, Verónica, Cecilia, Inés? El aborto era entonces prohibitivo y secreto, penoso y culpable. Como sigue siendo en casi todo el país, porque este pleito de millones de años todavía no se gana siquiera en la cabeza de quienes legislan. Menos aún de quienes juzgan y gobiernan.



Nada más que esto pase iré a las cascadas de Iguazú, y me quedaré un mes en Cozumel hablando con amigas que cuentan cuentos como quien dice albures.

Voy a comer en el restorán de Arturo y en las chalupas de San Francisco. Voy a cruzar la ciudad en una bicicleta de tres ruedas. Pero, sobre cualquier encanto, volverán a comer en mi casa todos los que hambre tengan el domingo. O cualquier otro día.

Volveré a ir en un barco, a vestirme de noche para ir a una ópera en la que cantará Pavarotti con María Callas.

No. Me equivoco. Eso no será cuando esto pase. Es mientras esto pasa. Es un sueño bizco como tantos de los que he tenido. Como ése en el que me volví jirafa y otro en el que me salvé de morir ahogada en el Titanic. Hubo en octubre una luna que me tuvo aullando toda la noche. Pero cuando esto acabe voy, como el tango, a emborrachar mi corazón. Si algo he extrañado en este tiempo es besar a quienes no viven conmigo. Este gusto desmedido por dar abrazos y palmadas, por tocar a los demás con algo aún más ferviente que las palabras, me lo he perdido tantas veces. Nos hemos dado besos de cristal. Nunca tantos como ahora. Pero no es lo mismo. Al despedirnos por el teléfono juramos que cuando esto se acabe cenaremos a media calle pasta con aceitunas pensando en el hombre incauto y joven que pasó en Italia los más salvajes años de su vida.

Quizás entonces me haga al ánimo de escribir lo que ahí le pasaba. Por lo pronto y por lo que se ofrezca he recuperado sus pasaportes italianos y sí, ya lo pensé mejor, voy a hacer la larga fila de espera en busca de la nacionalidad que heredé de mi abuelo y mi padre, y que podré dejarles a mis nietos.

Pero claro, eso cuando todo esto pase. Tiempo ese que imagino de tal modo radiante que igual y encuentro vivos a mis antepasados y oigo a mi madre llamarme Boruca como cuando entraba yo a su cuarto haciendo ruido para fingir con ella que no habría ninguna pena en el futuro.

Nada más que esto pase, volveremos a Bacalar. Y a morirnos de risa cuando la felicidad nos apriete el cuerpo de tal modo que no haya sino curarse de ese dolor a carcajadas. Entonces voy a dejar que los niños se monten en mi panza tirados en el jardín y me laman la cara, me muerdan y ensaliven las copas de las que beberemos todos el mismo jugo de naranja. Claro, en caso de que ellos quieran comer naranjas. (Ahora no comen fruta, la detestan, igual que a todo lo que se nos ofrece como un deber). Y vamos a rugir siendo leones y ellos volverán a ser coches escupiendo fuego sobre mi cara libre de todo mal.

Temo, digo, que cuando todo esto pase el cielo pierda el azul de tantos mediodías, que el tiempo vuelva a medirse en jornadas que tengan nombre y que esta sensación de eterno fin de semana se termine para siempre. Temo que toda esta rara serenidad con que hemos aprendido a vivir como si afuera no hubiera riesgos, tenga que estrellarse contra lo incierto. No lloverá café ni han de apreciarnos quienes nos desprecian ni las mentiras han de parecer mentiras ni los que matan se habrán muerto de pena. Y si tenemos mucho que opinar y no nos gusta lo que vemos, habrá que decirlo aunque los cuatro vientos se vuelvan mil.

Cuando esto pase habremos aprendido tanto de quien gobierna el país en que vivimos que tal vez quiera yo seguir encerrada. Cuando esto que no pasa, llegue a pasar. Por lo pronto, ayer salí a ver la luna y dejé arriba la cortina. Así que esta mañana encontré a las violetas desmayadas junto a las palabras necias.

Si mi talante quiere fingirse práctico, digo que cuando esto pase he de quitar todas las humedades que le han brotado a la casa. Y he de conseguir un constructor compasivo que se apiade de mí y evite que todos los días de tormenta tengamos que llenar el piso con unas bandejas que el agua colma hasta arrasarlas a ellas y a nosotros.

Ha habido cosas buenas. Confieso que yo me he dado venias impensables. Ya lo digo sin temor a los enojos: hace mucho tiempo que empecé a odiar la calle, así que no mirarla en esta ciudad me lastima muy poco. Y he perdido la obligación de dar conferencias y de viajar a ferias remotas. Sí extraño el Bellas Artes de 1974, el Parque México de 2019, el bosque de Chapultepec y el ejercicio de una libertad idiota que ahora mismo me dejaría visitar todas las casas que están en venta. Como si no tuviera ya una de la que me urgiría deshacerme para tener otra en el polo sur a la que irnos a vivir en el caso de que Paco Taibo consiga hacer realidad su sueño de que los inconformes nos quedemos en un rincón o nos vayamos a vivir a otro país. Como si sobraran países. He pensado en Nueva Zelanda y en Finlandia, pero de ésta última me aterra el frío y de la primera lo lejos que está del suelo donde he nacido y del que no ha de moverse nadie de mis tan queridos.

Sigue aquí la obligación de escribir las divagaciones de cuatro mujeres que he de entregar a la editorial cuando esto acabe. Mientras eso pasa, hago planes. Sueño en ir al mar para que me revuelquen las olas. Y como a cualquier hora. Y duermo hasta cuando ando despierta por el jardín, fingiendo que algo entiendo de todo esto que nos lastima.

Porque yo no he salido, pero aquí sí han entrado el dolor y las dichas que nos provocan unos y otros. Hacemos una revista, en la que yo converso con ustedes pero muchos otros descubren, denuncian, miran lo inaudito y lo nombran sin miedo. Eso no le ha gustado a quien increpa cualquier cosa que lo ayude a olvidar el desconcierto de ser el presidente de la República. Cuando esto pase hemos de encontrar fuera la desolación que ya pronosticaron los científicos y no quedará más remedio que mirarla. Éstos que gobiernan destruyendo lo tendrán a la vista y no habrá modo de escaparse. Encerrados, hemos podido pensar que el mal está en otra parte. Cuando esto pase lo veremos de frente y no sé si habrá cabaña ni sombra de árbol ni agua que nos consuele. Ojalá, y sí. Por eso hay que hacer planes. Imaginar quimeras.

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Sobre el autor

Ángeles Mastretta

Novelista poblana. Entre sus principales libros están Arráncame la vida, Mal de amores, Mujeres de ojos grandes, y los más recientes La emoción de las cosas y El viento de las horas. Publica todos los meses su Puerto Libre, además del blog Del absurdo cotidiano.