Yo, el tren, los pasajeros y el gringo viejo

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Al “gringo viejo” lo conocí hace un par de años, estaba ahí mismo, solitario, detenido en el Tiempo. Le tomé una fotografía y, cuando la imprimí, le puse un pie de foto:



“Como el fantasma de un tren que cruzaba el bosque en silencio, así se llenaba mi alma de un vacío melancólico, de un rumor de rieles y de ruedas. No había estación para el olvido ni puente que librara el abismo de su ausencia”.

Me atrajo, sí, pero no se me ocurrió preguntar su historia. Quién se iba a imaginar que un día lo volvería a ver, conocería su interior y haría con él un viaje que nos llevaría, a mí y a mis alumnos ocasionales, por los terrenos de la imaginación, el cine, la literatura y los trenes, tema del taller que acabo de coordinar en el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos.

El gringo viejo, por supuesto, es un vagón de ferrocarril y podrán imaginarse lo que sentí cuando me enteré de que en ese vagón actuaron Gregory Peck y Jane Fonda hace justamente treinta años. El nombre del tren es el mismo de la película de la que fue protagonista, que a su vez es el de la novela de Carlos Fuentes, inspirada en el último viaje del escritor estadunidense Ambrose Bierce.

André Breton (nótese la coincidencia, ambos autores comparten iniciales de sus nombres) teórico del movimiento surrealista, tomó una vez un concepto de Engels: el azar objetivo y le dio un nuevo significado: “la confluencia inesperada entre lo que el individuo desea y lo que el mundo le ofrece”. Y así sucedió que, como si de una historia surrealista se tratara, mi amiga, la Maestra Rosa María Licea, directora del área de servicios educativos del museo, me invitó por segunda ocasión, a participar en el evento anual “Estación Verano”, que se celebra desde hace más de una década. El tema de este año es, me dijo, “Tren de inventores” y pensé “supongo que tendré que inventar algo”, para después debatirme en un conflicto: ¿combinar inventos, arte, trenes? Así fue como de mi inconsciente brotó una frase: “la imaginación empieza ahí donde acaba la ciencia, donde empieza la poesía”. No sé qué pensará el lector de esta idea, pues, seguramente, la ciencia también esté ligada a la imaginación, pero, bueno, no se trata de debatir sino de contarles lo que sucedió después. La frase es de un personaje de la película “El extraordinario viaje de T.S. Spivet”, dirigida por Jean-Pierre Jeunet (director de “Amelie”) y trata de un niño inventor que recorre parte de Estados Unidos, en tren, para recoger un premio en el Instituto Smithsoniano por haber inventado una máquina de movimiento perpetuo… ¡Eureka! (me sentí Arquímides). ¡Ahí está! Imaginación, inventos, trenes, cine y literatura (la película está basada en la novela “Las obras escogidas de T.S. Spivet, de Reif Larsen), “la confluencia inesperada entre lo que el individuo desea y lo que el mundo le ofrece”. Lo otro era darle forma a un programa en el cual se combinara aquello que conozco y me fascina: el cine y la literatura, con el tema del museo: los trenes.



El resultado fue el taller: “De la imaginación y el cine: literatura y trenes”, en el que, además, vimos la película “Hugo”, basada en la novela “La invención de Hugo Cabret”, de Brian Selznick donde también hay un niño protagonista que sabe reparar máquinas y conoce a George Meliés, el mago del cinematógrafo. El programa se complementó con textos literarios de autores de ciencia ficción (un género que me dio en su momento muchas satisfacciones como escritor).



De mis experiencias como maestro y tallerista, creo que pocas se comparan a esta, y por eso me he atrevido a compartirla en este generoso portal (agradecimiento incluido a mi amigo Sergio Mastretta). Hubo 24 inscritos (un récord, según pude escuchar), la mayoría mujeres de muy diversas edades, incluidas de la tercera edad. El evento, aunque está principalmente dirigido a niños, cuenta también con espacios para adolescentes y adultos y cada año se convierte en un acontecimiento muy importante que atrae a cientos de participantes. Como ya les comenté, el taller se llevó a cabo en el vagón “gringo viejo”, que en su momento fue decorado como coche de lujo para la película, aunque sus asientos de madera y su disposición eran propios de un vagón de pasajeros, de segunda, y había prestado servicio con anterioridad como tal (en días recientes y debido al deterioro en la pintura producido por las lluvias, ha emergido un rótulo interesante que está siendo objeto de análisis por los especialistas del museo -ver foto- pues posiblemente apunte a otro uso previo del vagón). En el interior se adaptó una pantalla de tela blanca y con la ayuda de una laptop y un proyector vimos las películas. Después las comentamos, leímos cuentos de Bradbury, Verne, Felisberto Hernádez, J.J. Arreola… y hasta de Cortázar y Lewis Carroll. Por último, y ya que el tema era “tren de inventores”, ¡inventamos un idioma!

No quiero agotar la paciencia del lector, por lo que no me regodearé en detalles. En resumen, me es grato compartir sólo tres breves comentarios escritos por igual número de participantes del taller: “paseamos en tren hacia la magia del cine y por las vías que llevan a la imaginación”, “en el ferrocarril de inventores, desde su interior, exploramos ideas y sueños y aprendimos a crear”, “soy un ama de casa ordinaria. Mi hermano murió hace quince días y no podía controlar la tristeza. Gracias y mil gracias, con este taller me siento mejor…” (sin palabras…)

Y, finalmente, un comentario del personaje T.S. Spivet:

“Quizá había en una de esas casas un niño despierto por culpa del ruido de mi tren. Quizá se imaginaba cómo sería subirse y cruzar el desierto. De alguna manera quería intercambiar mi lugar con él para mirar el tren irse hacia lo desconocido. Tenía que admitir que yo no era un vagabundo despreocupado… sólo era un niño de 10 años que había huido de casa…”

Agradecimiento especial al extraordinario, entusiasta e incansable equipo del área de servicios educativos del Museo Nacional Nacional de los Ferrocarriles que cada año hace posible este trascendente evento, en particular a Rosa Ma. Licea, Anita Recoder, Santiago Huerta, Laura Benitez y Katiuska Merino.

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Sobre el autor

Günter Petrak

Nació en Puebla, en 1958. Narrador y poeta, y además, académico, ha publicado artículos y ensayos  en revistas nacionales e internacionales y tiene tres libros de cuentos (El mar azul de sus ondulaciones, Para leer la tarde, Los hombres de maíz y otras historias), una novela (Ciudad de otros) y un libro de texto sobre Redacción que ha vendido más de ocho mil ejemplares. En el 2015 publicó la antología de cuentos Eros desarmado. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes 1998 y ha obtenido reconocimientos en varios concursos de cuento a nivel nacional. También aparece en diversas antologías del género [1].