Carlos Mastretta Arista, a 48 años de su muerte. Fragmentos de un diario Destacado

Compartir

Mundo Nuestro. En el mes de febrero de 1946 Carlos Mastretta Arista escribe en su diario la crónica de su regreso a México, lamentablemente cortada justo en Gibraltar, el día que “la cafetera”, como recordaba él al barco que lo llevó a Nueva York, dejaba atrás el Mediterráneo. Ensoñación de su esposa Ángeles Guzmán y de sus hijos cuando lo leyeron por primera vez, este texto es sin duda el punto de partida de la novela todavía por escribir sobre la vida de Carlos Mastretta Arista.

Carlos Mastretta Arista murió en la ciudad de Puebla el 11 de mayo de 1971.

Estos "Fragmentos de un diario-" forman parte del libro Memoria y acantilado, publicado por Sergio Mastretta en el año 2005. El conjunto de textos que forman el libro puedes encontrarlo en el archivo histórico de Mundo Nuestro aquí:



Libros libres: Memoria y acantilado/Carlos Mastretta Arista (1912-1971)



Carlos Mastretta Arista, a la derecha, en alguna calle de Roma a principios de los años cuarenta. El personaje de en medio es un espía ruso detenido; Carlos y el hombrecillo de la izquierda lo llevan en custodia.

Sábado 23 de febrero de 1946



Llegué a Stradella a las siete de la noche. El reloj de la vieja torre medieval acaba de lloriquear las once y tres cuartos, mientras la nieve sigue impasiblemente trasformando la llanura en un sudario... Trataré de fi jar y recordar estas últimas veinticuatro horas, en las cuales parece que el timón de mi barquilla ha dado una brusca y rápida vuelta... Hace apenas doce horas no sabía yo que la salida para volver a casa fuese tan cercana. Volver a casa... Volver a casa... Me parece que pronuncio una palabra que por tantos años no había existido en mi vocabulario. En estos años trágicos, cada vez que mi mente pretendía dirigirse hacia los recuerdos íntimamente unidos a la palabra casa, mi casa, en forma violenta la llamaba yo a la realidad. Pero ahora tengo que pensar en ello, aunque no quiera, aunque mi ser comprenda que todo lo que acabó, no ha acabado... Estamos al final del segundo acto y debo participar en el tercero. Iré a casa, como he dicho a Luigi, pero estaré listo para el tercer acto. Pobre Luigi. Le regalé los dos cigarros que me ofreció Carrier, dándome la carta de recomendación del “United States Information Service” para los aduaneros yanquis... Pobre Luigi. No creo que pueda soportar esta lucha subterránea, apenas comiendo, trabajando siempre de noche. Pobre partícula heroica de un mundo caído: ¿de qué te sirve haber ganado esas cuatro medallas al valor, si ahora la vida de un ratón representa para tí toda tu fortuna? Se dolió de mi salida, pero lo hizo sin un reproche y me pidió que no me olvidara de la lucha, de nuestra lucha. Le recomendé a Gino para reemplazarme. Me acompañó al tranvía, mientras la nieve comenzaba su cándida tarea.

Después de abrazarnos lo vi, mientras el tranvía arrancaba lentamente, desaparecer hacia la Plaza Fontana. “Buena suerte, Luigi” murmuré y levantando los ojos ví con nostalgia la estatua de la Virgen del Duomo de Milán ocultarse en un nimbo de copos y neblina. Volví a la redacción media hora antes de salir de Milán en autobús para Stradella a despedirme de mis compañeros de trabajo y sobre todo de mi rechinante escritorio, que tantas veces golpeé con los nudos de los dedos buscando una frase, un pensamiento, para cerrar dos cuartillas. Extraña y misteriosa vida de las cosas inanimadas: al empujar uno de sus cajones soltó un quejido que pareció un “vuelve pronto” ... Todos muy efusivos, con cariño y también con interés, por aquello del paquetito de café que llegará del lejano México... A veces el cariño sale del estómago vacío, pues la humanidad, tan uraña en la bonanza, se vuelve igual que los gatos con hambre, cariñosa por conveniencia. El portero de la redacción por fi n despertó sobre su asiento y, con un ojo abierto y otro cerrado, me dijo: ¿Pasa por Nueva York? saluda a mi sobrino y dígale que se acuerde de las 100 liras que le dí cuando salió para América. Aquí tiene la dirección y buen viaje. Todo esto dijo mientras me daba un papelito y retornaba a cerrar el ojo abierto, lo mínimo indispensable, continuando su eterna siestecilla. Pobre Pietro, su hijo nunca más volverá de las llanuras aterradoras del Don ni del sótano de una casa del Barrio Tecino, saldrá su mujer, muerta durante un bombardeo, mientras se hallaba de visita en el hogar de una amiga. Pobre Pietro, solo despierta al oír una detonación o al ruido del motor de un aeroplano.

Salí de la ofi cina bastante emocionado y a pie me dirigí hacia la cercana Plaza Ludovica, donde sale el autobús, siguiendo la Avenida Italia, la señorial, un tiempo, Avenida Italia, ahora convertida en un hacinamiento de muros chamusqueados. Desvié por la calle Olmetto y pasé por la fonda de “Michelle”, donde tantas veces hice cola para alcanzar el turno de mi ración de coles hervidas y arroz–engrudo, salpicado con vinillo dulce de las colinas de Piamonte... Pare sepulto... Dos chicas del “Despacho de Turismo Lombardo” me encontraron. Fué una nota alegre y divertida, en la melancolía de mi despedida de Milán. Formidables son, en verdad, las mujeres en estos trances. Pobres chicas: su sueldo miserable, su albergue semiderrocado, sus abrigos raidillos, todavía conservan el buen humor para augurar a un amigo, con palabras encantadoras, miles de cosas. Fatigosamente arrancó el autobús, patinando sobre el pavimento cubierto de nieve. Fatigosamente, como mi corazón se arrancaba de aquellos muros calcinados, de aquellas piedras embellecidas por la nieve juguetona. Me acurruqué en mi asiento y lancé el potro de mi fantasía a través de las laderas de mis recuerdos. VOLVER A CASA. Solo de vez en cuando mi imaginación era llamada a la realidad por alguna inscripción política entregada por anónimos pintores a la pública opinión de los transeuntes... “Muerte a fulano”, “muerte a zutano”, “acabad con perengano”. Stalin, Mussolini, Churchill, Hitler, Estados Unidos, o Papuasia... ODIO, ODIO, ODIO, ODIO y siempre ODIO... ¿Mi corazón también lo alberga? ¡Quién sabe! Por ahora es necesario VOLVER A CASA...

De civiles, tres soldados en tiempos de guerra.

Domingo 24 de febrero

No quise que mis tíos me acompañasen a la estación. La nieve caía a torbellinos, cuando a las ocho dejé, acompañado por su fiel mozo, la casa. Pobre tía, siempre tan preocupada por mí, durante la guerra, y tan afectuosa, las raras veces que podía yo pasar por el tranquilo pueblecillo piamontés, en busca de unas horas transitorias de quietud, en medio del huracán que todo lo destruía. Llegué a la estación cinco minutos antes de la salida oficial marcada a las 8:15... La sala de espera, seguía con su cartel en inglés indicando que estaba reservada a los militares de paso. VACIA. Tuve que esperar bajo el techo del andén dos horas, sentado en mis maletas o paseando, para reactivar la circulación de la sangre en mis pies congelados. El encargado de la estación, me dijo, que debían transitar dos trenes de militares angloamericanos antes del mío. Pasaron efectivamente. Todos los vagones eran de primera o pullmans, con calefacción denunciada por sus cristales empañados y bien iluminados. Llegó el mío y tuve que buscar la puerta corrediza de un vagón de carga, que no estuviese bloqueada por la nieve y el hielo, para poder penetrar en el interior de un vehículo, sin asientos de ninguna especie, rebosante de humanidad entumida y silenciosa, macilenta y amargada. No volví a ver la luz, hasta que llegué a Génova a las dos y media... esto quiere decir, PERDER LA GUERRA... Solo dos jóvenes, napolitanos, no callaron durante todo el viaje: ambos eran veteranos de guerra, pues en la raída solapa de sus abrigos llevaban las insignias y, ahora, ante el hambre, servían de... “agentes de ventas” a dos almacenistas militares norteamericanos, dedicados a la noble misión de industrializar el hambre y la desesperación. Me regalaron un “Camel” y ofrecieron recomendarme con el guardián de un restaurant genovés, donde podría yo comer una chuleta con papas, la chuleta de res texana y las papas de Wisconsin... Los demás pasajeros o escuchaban envidiosamente o estaban demasiado preocupados en sus cosas, para dar importancia a una chuleta con papas. Por 100 liras, deslizadas en la mano rolliza de un directo, encontré un cuarto de 500 liras por noche en el semidestruido Hotel Colombia cerca de la Aduana

Marítima de Plaza Caricamento... Después fuí al “War Shippin Administration”, donde diez guapas genovistas ayudan a cinco sargentos americanos a fumar cigarrillos, masticar chicle, tratar despectivamente a los malaventurados necesitados de ayuda; el todo en un salón donde antiguamente se reunían, allá por el 1,400 y pico, los banqueros genoveses a discutir si le prestaban o no dinero al Rey de Inglaterra, disgustado y en guerra con algún semejante suyo. Tuve que hacer nuevamente 64 huellas digitales, sobre otros tantos cartoncitos, las que sumadas con las que me tomaron en el AMGOT (Gobierno de ocupación) en Milán, alcanzan la bella suma de 186. Llené nuevamente seis esqueletos, en los cuales declaraba yo cumplir, durante el viaje y durante mi permanencia en los EE.UU., la Constitución y las demás leyes editadas y emitidas, desde Don Jorge Washington hasta el anteojudo de Don Enrique S. Truman y de no tener ninguna cuestión personal que dirimir con el segundo de estos señores, a más de declarar y jurar no ser anarquista, ni, tanto menos, querer atentar contra la seguridad (hecha a base de Coca–Cola Ice Cold y Hot Cakes) de los ciudadanos de EE.UU... Mientras todo atareado llenaba yo los susodichos esqueletos delante de una ventana inmensa que miraba hacia la plaza, donde antaño las galeras genovesas se mecían símbolos y realidades de la omnipotencia de una república, una voz argentina y femenil me dijo: “Paciencia, Carlos, paciencia. Hemos perdido la guerra”. Me volví rápidamente para encontrar la mirada pícara de Emilia Parodi. Condesa por demás, y ahora simple empleada de la oficina de embarques militares de la potente Norteamérica. Cuando después de una atenta “inspección” médica, tendiente a comprobar que mi organismo no era portador de algún microbio capaz de atentar a la ya citada seguridad de los EE.UU. y previo depósito de 308 dólares me fue entregado el boleto, Emilia me acompañó hasta el lugar, donde era posible observar la nave que estaba destinada a transportarme más allá del Atlántico. “Héla ahí, dijo Emilia, indicándomela con un rápido movimiento de su mano enguantada. Papá dice que un armador genovés no daría una sola lira para comprar y fletear semejante carcacha”... La luz de una gris tarde invernal, no me permitió apreciar la veracidad de lo dicho por la chica genovesa. Mañana a las 9:30 zarparemos. Debo estar a bordo a las siete. Qué chica tan extraordinaria es Emilia. Venida a menos su familia, por la guerra y por la destrucción de sus artilleros, muerto en la guerra heroicamente su novio (el capitán de submarinos oceánicos Fabio Cosatto) no quiere ser de peso a la familia y trabaja y se burla de los americanos. La fui a dejar hasta la Plaza de Ferrari, después de haber tomado un aperitivo (ironía de la vida, con estas hambres) en el Bar Galileo... Cuando en 1938 la conocí era una de las mejores timoneles de veleros de regata del “Real Yacht Club” de Génova... Cené con mis cartillas en un “económico”, después de una hora de cola... Compré 10 cigarros en el mercado negro, que me ofreció un harapiento y macilento chiquillo y volví al hotel a pie, a través de las calles bombardeadísimas de la un tiempo soberbia y hermosa Génova. Los bares y fonduchas del puerto estaban repletas de militares y muchachas; pobres muchachas, en pos de una lata de “Meat and vegetables”... En las afueras de tales sitios, turbas de chiquillos en busca de colillas... En la Plaza de la Catedral, un mitin comunista a diez metros de la entrada del mando de la “Home Fleet”, donde está apostada una orgullosa centinela de la Imperial y Real Marina Británica... Quo Vadis Italia, quo vadis Europa?... Tiene razón Emilia. No telegrafiaré a mi casa hasta llegar a Nueva York... ¿para qué preocuparlos?

Hace treinta y seis horas un funcionario del “War Shipping Ad.” me dijo en Milán: “hay un sitio en una Liberty Ship, pues nadie quiere viajar en ellas.¿Está usted listo?”... Mañana, mañana retorno a casa. Retorno a CASA. Ya se me había olvidado la frase...

IX. Fragmentos de un diario. Parte II

Carlos Mastretta Arista, custodiado por dos agentes del FBI en Laredo, Texas, en marzo de 1946, poco antes de cruzar la frontera de regreso a territorio mexicano.

Lunes 26 de febrero

Adiós Italia, adiós desdichado pero maravilloso país del arte. Por muchos años fuiste el albergue de mis sueños, de mis luchas y sobre todo de mis sufrimientos. Hijo tuyo de adopción, luché por un mundo mejor, más noble, más sano, siguiendo la idea de un grande hijo tuyo, hoy proscrito y maldecido por escribas y fariseos de todas las lenguas y razas. Pero, día vendrá. ¿Más, qué vale lamentarse? Estoy pisando las láminas, y pronto será la tierra, del vencedor... He permanecido en la popa de la nave, en medio de un vendabal rabioso, cubierto con un impermeable que me prestó un marinero, hasta que vi desaparecer las últimas luces de los faros de las cosas de Liguria, que un tiempo orgullosa señalaran la ruta a la soberbias naves guerreras y mercantiles que a ellas se aproximaban...

Hoy dieron, en esta noche tormentosa, el adiós al hijo del inmigrante, que un día llegará a ellas henchido de ilusiones y que hoy zarpa colmado de amarguras... Adiós Italia. Cuando la última lucecilla palpitaba en la oscuridad (ojalá fuera la del faro de la Virgen del Portofino, que tanta ventura diera a los navegantes) abarqué con mi pensamiento los días de lucha y de gloria entre sus montes y los días de paz y bienestar en sus playas, ríos, llanuras y lagos. Y ví las ruinas sangrientas de sus cien ciudades y las huestes hambrientas y rebeldes saqueando sus campos, un tiempo ubertosos. Adiós Italia, adiós tierra del arte... El mundo olvida tus genios, tus navegantes, tus santos y ahora solo recuerda tus errores, que fueron tales, porque tu pueblo cayó víctima de la pobreza frente a la omnipotencia de aquellos que materialmente todo lo poseen... Pero debo estar poniendo una cara muy trágica y afl igida puesto que el negrito que funge de mesero en este comedor, único sitio de la nave que posee una mesa, se ha puesto a mirarme muy compungido... Así es que largo a la melancolía y entre un sendero y otro de esta infame barcaza, trazaré mis recuerdos de este día.

Salí del hotel acompañado por un boy del mismo, cargando una de mis maletas. Me acompañó hasta la centinela americana de la aduana, desde donde cargando en la espalda una maleta y en la mano la otra, comencé a caminar hacia el lugar donde, me dijo el sargento americano, debía yo encontrar el personal de aduana y la nave “John B. Gordon”.

Caminé a través de montañas de escombros hasta una caseta de madera, donde un grupo de civiles y de militares se atareaban y discutían alrededor de dos maletas repletas, una de pitillos y la otra de chácharas, fruto de las fatigas de los artesanos italianos. Mercado negro del tabaco. Pregunté a uno del grupo y me dijo que efectivamente se trataba de aduaneros y de marineros que tenían que despachar a cinco pasajeros civiles que embarcaban en el barco americano “J.B.G.”. Al oír que yo era uno de éstos, todos abandonaron sus discusiones y uno de ellos me dijo: “Mire joven, es inútil que abra sus maletas, puesto que de esta tierra solo puede llevarse hambre y maldiciones o escombros y estas cosas no figuran en la lista de objetos sujetos a revisión... ¿me comprende?”. Mostrado éste pude seguir mi triste camino hacia la nave, donde llegué jadeante; me subí por una escalera marina y con una cuerda providencial efectué la complicada maniobra de subir mi equipaje.

A bordo, unos diez estibadores atendían a la grúa, que vomitaba toneladas de escombro en las bodegas de la nave. Tenía razón el aduanero. Solo escombro pueden llevarse de Italia...

En el castillo de mando no había alma. Siguiendo a través de las crujías el eco de un canto que alcanzaba mi oído llegué hasta la cocina, donde un joven italiano, bastante mal vestido, lavaba una torre de platos. Cerca de él, un negro dormitaba en una silla con un cigarro apagado en los labios. Hablé con el improvisado lavaplatos: la tragedia de un ex–soldado de una nación vencida. Sin trabajo. Hacía tres días que se hallaba a bordo haciendo las tareas de los varios negritos de cocina. Era necesario comer. Mientras me explicaba esto, con una resignación fría, delicadamente quitó de los labios del cocinero de ébano el cigarrillo, encendiéndolo y fumándoselo ávidamente. Después prosiguió su tarea. Salí a cubierta en el preciso momento en el cual dos chicas salían de un camarote, rumorosamente saludadas por unas voces norteamericanas. “Nosotros volver dentro de mes y medio. Ustedes saberlo y venir. Bye, darlings” Pasando ante mí las chicas bajaron los ojos. Parecían de buen vestir y mejores modales. ¡Ah, es la guerra perdida..!

A las doce del día acabaron los estibadores. El lavaplatos me invitó a comer. La oficialidad, ausente. Llegaron a las tres los otros cuatro pasajeros. Dos hombres y dos mujeres. A las seis de la tarde, finalmente, apareció el Capitán no muy en sus cabales, el piloto del puerto y el segundo de bordo. En pos de ellos, dos policías militares americanos condujeron esposado a un marinero. Llegó el remolcador a las siete, con la noche encima, se inició la maniobra de salida de un puerto minado y lleno de naves hundidas. Al pasar cerca del magnífico “Conte Biancamano” semihundido, sentí un dolor terrible. Me asignaron un camarote con camastros militares junto con uno de los otros dos pasajeros: se trata del Marqués de Montebello. ¿Qué diantres va a hacer a los Estados Unidos un primo del Rey de Italia? Ya lo sabré... y a las nueve, en medio del bailoteo infernal de este barco, que sigue bailando siempre más, se perdió la última luz. Me pregunto ¿por qué le pondrían a este barco “Liberty Ship”? A mí me parece más indicado llamrala “Boogie–woogie ship”... ¿volveré un día a Italia? Hace quince días una gitana en Milán me vaticinó que sí volveré... Adiós, tierra del arte...

Miércoles 27 de febrero

Hace 48 horas que no duermo. El mar es lo más malo que me ha tocado ver en mi vida y, a cuanto parece, también en la vida de muchos de los 37 tripulantes de esta nave. Los otros cuatro pasajeros no salen de sus camarotes. He andado por la cubierta con un marinero maltés, con el cual he enlazado amistad, pues conoce perfectamente donde se encuentran los víveres. Ya me chocó la jalea y las galletas saladas. Y pensar, que en Italia, hacía cinco años que no veía la jalea. Tenemos los salvavidas puestos, por orden del capitán Wolfsberg, un danés con cara de pescador de ballenas. El Marqués de Montebello, primo del rey, vuelve el estómago plebeyamente y ronca ídem. “Vanitas vanitatem”...

Comienza a gustarme el viaje, pues esta chusma de 37 hombres de veinte países en este barquillo de fondo plano y con el timón fuera de combate, puede volverse emocionante o, por lo menos, divertido... Hoy caminamos 56 millas en el Golfo del León...

Viernes 1 de marzo

En la noche entre el miércoles y el jueves el capitán invirtió la ruta metiendo la proa hacia

Marsella, maniobrando con el timón directo, pues el automático está averiado. Pero viendo que el viento amainaba, volvió sobre sus pasos tomando ruta hacia las Baleares. El maltés me ha puesto al tanto del personal de bordo: la oficialidad comprende, además del Capitán Wolfsberg, danés, un segundo capitán, que grita más que el primero y me da sospechas que sea del G–Men Militar” con funciones de vigilancia, además de ser “american 100%”; tres oficiales de ruta que se turnan en las tareas y en la bebida con tres suboficiales radiotelegrafistas y tres oficiales de máquinas. Nacionalidades de estos sujetos: tres suecos, dos noruegos, un danés, dos holandeses y un chileno, que es radiotelegrafista. En cuanto a la marinería, quitando a los tres negros de cocina de los cuales uno es cubano, otro haitiano y el tercero americano y agregando a estos el cocinero ( que es filipino y cuando no está mareado hace muy buenos hot cakes) son en total 22 hombres destinados a las varias misiones del servicio de la nave. Pertenecen a todas y cada una de las naciones y nacioncillas europeas, pero TODOS afirman ser americanos... Ya me cercioraré de lo que piensan. El cubano, que subió maniatado en Génova, está en la sentina encerrado, pues mató de certera puñalada a un marinero fi landés, riñendo con él en una fonducha.

El difunto también era del personal de la nave y estando ésta bajo el contro del “War

Shipping Adm.”, lo llevan preso a New York para procesarlo militarmente. También ya sé más sobre mis cuatro compañeros de viaje. Además del marqués de marras, viaja la Condesa Guerrini Maraldi, que ha superado bastante victoriosamente los cuarenta y “pico”, aunque lleve pantalones y le dé al pincel tan bien como Rafael; es americana de nacimiento y está casada con el conde Maraldi, actual representante de Italia ante el bandolero Tito. La otra mujer, guapa por cierto y coqueta a pesar de estar mareadísima, figura en la lista como Mrs. Gibson. Se casó hace diez días con un capitán americano, que le dobla la edad, el cual, debido a sus ocupaciones militares, viaja en otro transporte con sus “juanes”. La chica es de Brescia y la ví llorar en Génova cuando el barco salía. Completa la lista el “doctor” Gino Comba, obispo nada menos que de la iglesia de Calvino y va a los EE.UU. a solicitar, de las sectas protestantes calvinistas, fondos para reconstruir las iglesias destruidas pertenecientes a dicha congregación. Es afabilísimo, sufre terriblemente el mareo y pasea su rechoncha humanidad por la cubierta, observándose el rostro periódicamente en un espejito que tiene en el bolsillo superior de su saco... No cabe duda que la ociosidad me vuelve curioso; pero es que estas cuarenta personas me pueden indicar lo que piensa el mundo, este mundo tan enredado de la post guerra...

Sábado 2 de marzo

Ocho días hace que dejé Milán... Pero, en fi n, “Alea, jacta est”, la suerte está hecha, y un sol radiante y un mar, como un billar de liso, me obligan a contemplar esta naturaleza tan bella y olvidar mis miserias. Pasamos, como entre once y cuarto de la tarde, a lo largo de Ibiza. Había tanta serenidad y tanta paz en el paisaje, sobre el cual se destacaba el famoso santuario–faro de la “Luz del Mundo”, que materialmente, después de tantos años de estar continuamente en contacro con tantas miserias, me he olvidado de todo... y de todos. Es este maravilloso y radiante sol mediterráneo el que conmueve a cualquiera.

Tal parece que ha acontecido hasta con el lobo marinero del capitán de la nave, el cual, ha soltado al cubano pues le he encontrado discutiendo animadamente, en español, con un fogonero portugués. ¡Qué gente más aventurera hay en esta carcacha...! Casi me siento en familia... ¿O no es un aventurero aquel que todo lo deja por una ilusión? ¡Bah! ¡Qué más da! Este sol mediterráneo hace relucir hasta mi cinismo, de por sí tan opaco...

Domingo 3 de marzo

El mar tranquilísimo y el sol resplandeciente. Viajamos con rumbo a Gibraltar, costeando la parte meridional de España. ¡España! O sea el último vestigio de la obra de Mussolini, como hombre político, que aún resiste a la borrachera democrática que atraviesa el mundo. Por fi n, aunque el barco siga bailando a pesar del mar tranquilo, el Obispo calvinista Comba, el Marqués de Montebello y las dos damas, dejaron por la paz el mareo. Hablé largamente con el obispo, que más parece un mercader, por su aspecto, que un hombre de iglesia. Trataba de convencerme que Calvino tuvo razón al iniciar su campaña contra la Iglesia de Roma. No pudo conmigo, pero debo admitir que es un gran hombre y un cristiano, en el sentido de que comprende la idea de Cristo, aparte de sus vicios sectarios y doctrinarios. Tiene la locuela fácil y tendrá éxito en su misión. Me mostró la fotografía de sus dos hijas, pidiéndome que asista yo a su primera conferencia en Nueva York. Naturalmente, le dije que sí. Quiso después saber algo de mí, pero con agilidad me salí por la tangente. ¿Es realmente un obispo? Volvía a ver al fogonero portugués hablar sospechosamente con el cubano galeote y me intrigué a tal grado que logré conversar con el cubano. Se llama Pancho Gudiño y es un rabioso partidario de Grau San Martín. Se enroló en la marina de los EE.UU. a raíz de su huida de Cuba por haber matado “defendiendo su honor”. Eso dijo. No queriendo la cosa, supe que es un comunista “activista de la Unión Internacional de Marineros”, que es una organización subterránea de “Comitern” y que el portugués de finas facciones y educados modales, aunque fogonero, es un exiliado de su patria, por cuestiones políticas y representa, a bordo del barco, la susodicha Unión de Marineros, ¡Hum! El cubano de Marras es, a mi modo de ver, el tipo clásico del delincuente lombrosiano hereditario. Gran novedad a bordo: por fi n barrieron el barco y desaparecieron de los corredores los frascos de Chianti, rotos, y las botellas de licor, vacías. Ya me estaba yo acostumbrando a su aire de cantina internacional barata de bajos fondos, cuando lo barrieron. Lo único que no pueden barrer es a los tipos que hay a bordo. No cabe duda de que esta nave tiene algo de cosa hecha por docena. Hoy le dió por viajar inclinada a babor dos horas. Dicen que entraremos a

Gibraltar a reparar el timón. Estas no son naves que se reparen. Tienen el fondo plano como una caja de jabón, debido a que, cuando las construían, no se servían de diques, sino simplemente descansaban al fondo plano sobre unos gigantescos rodillos y después le soldaban los costados y demás quemaduras. Adiós estabilidad, por consiguiente... Ahora comprendo porqué el papá de Emilia Parodi no compraría una de estas naves ni por una lira... Mañana llegaremos a Gibraltar, bombardeando la cual, murió Tito Visconti en octubre de 1941... Ya me chocó la jalea y más aún me chocaron las galletas saladas...

Lunes 4 de marzo

Hoy sin duda ha sido el día más divertido, para mí, a bordo. Anoche después de hacer mis anotaciones en el diario, salí a la cubierta a observar las luces de la costa española, de esa nación que tuvo en noviembre de 1942 en sus manos la suerte del conflicto atroz que tanto ha destrozado. ¡Ah, si Franco hubiese saltado sobre Gibraltar mientras la flota de Eisenhower desembarcaba en Marruecos, estas banderas que veo ondear en las naves que circundan la nuestra, pues estamos desde hace dos horas en la bahía de Gibraltar, tendrían otros colores! Pero, en fi n, estamos solo en el intermedio entre el segundo y tercer acto. Al fi nal del tercero y última acto ¿qué pabellón ondeará..? Hoy me dolió el oído más de lo deseado y a las seis de la mañana paseaba yo en la cubierta de popa esperando el sol. Noté que faltaba una de las balsas de motor situadas en la extrema popa del barco y la cosa me sorprendió poco pues dado el carácter distraído del personal de este traste de cocina con hélice y chimenea, si las calderas se caen al mar nadie se daría cuenta cabal de lo ocurrido. Pero cuando vi salir del castillo de popa donde duermen los fogoneros al segundo capitán, de apellido Currott, con una cara poco recomendable y tras él al portugués y a un yugoeslavo de rostro truhanesco comprendí que algo excepcional había acontecido.

Pasando cerca de mí Jorge Vargas Cordeiro, el portugués, me dijo en español: ¿Sabe, amigo que Panchito se ha marchado esta noche a saludar a Franco? y prosiguiendo su camino volvió el rostro y me hizo una mueca elocuentísima. Resuelto a saber la verdad de lo acontecido, por la tarde fuí al departamento de calderas mientras el portugués descontaba sus horas de guardia. Calor a reventar pero ambiente bueno para confidencias y Jorge Vargas habló más de la cuenta. Supe que es de buena cuna, estudiante de leyes y filosofía repudió su clase seducido por las utopías de Marx, Lassalle, etc... Es un comunista peligroso pues cree firmemente lo que dice. Lo seguí en sus ideas y me dijo que Panchito había destripado al finlandés a margen de una discusión política y que siendo miembro activo del partido y de la Unión Internacional de Marineros, él, Jorge, y el finlandés habían decidido ayudar a Pancho a esquivar las preguntas de un fiscal americano pues así lo estimaban conveniente para todos. Dijo que Currott lo había interrogado y quería enjuiciarlo por la fuga de Gudiño pero que no tenía pruebas... A mi objeción de que me parecía que el cubano caía del sartén a las brasas pues la policía española le haría pasar un mal rato sonrió con desprecio y altivez diciéndome que ya Panchito tenía una buena dirección para un amigo de Cartagena y que además el chileno rediotelegrafi sta, también del partido se había encargado por la mañana de transmitir lo más tarde posible el radiograma que el Capitán Wolfsberg había enviado a las autoriades españolas de la costa advirtiendo del probable desembarque del cubano en esas playas... y que estando el Capitán preocupado porque en la bodega de proa entraba el agua a través de una amplia grieta que se había producido durante la tempestad en el Golfo del León, grieta que pretendía reparar en Gibraltar no se daría cuenta del retraso en la transmisión del radiograma a los franquistas... Mientras más animada estaba nuestra charla acertó a pasar por el lugar el delgado y misterioso Currott el cual en buen francés me preguntó si me gustaban las máquinas, si entendía yo de máquinas y por fi n si antes de embarcarme conocía yo a Jorge Vargas pues me veía frecuentemente charlar con él. Comprendí la intención y contesté que nunca había yo visto máquinas más perfectas que las de esta nave, que entendiendo de máquinas admiraba yo la potencia de los ingenieros navales americanos, que esa nave pertenecía a una clase de artefactos mediante los cuales había sido posible a Uncle Sam de aplastar al Eje y, por fi n una verdad, que nunca antes de embarcarme había visto al portugués y que si charlaba yo con él era porque hablaba español y me interesaban sus explicaciones acerca del mecanismo maravilloso que tenía ante mis ojos.

A mi modo de ver, Captain Currott creyó que yo admiraba las máquinas pero que también conocía, desde antes de embarcarme, al portugués jefe de la célula comunista a bordo del “John B. Gordon”... Allá él... Llegamos a Gibraltar a las seis de la tarde. Muchas naves de guerra. La Roca famosa en cuyas faldas se estrelló el trimotor de Tito Visconti tiene aire cansado y anacrónico tal cual los ofi ciales ingleses que subieron a bordo: la vieja Albión también perdió la guerra... Se ve enfrente el faro de Cauta. Pobre Mar Mediterráneo cuna de toda la civilización. Vodka y whisky dominan tus costas.



Laredo, Texas, marzo de 1946. México a un paso. Todavía la custodia del FBI.

María de los Ángeles Guzmán Ramos. 1939.

Compartir