Historia
Hace cuarenta años, en las primeras horas del 16 de julio de 1976, el Ejército tomaba las instalaciones de la Compañía Federal de Electricidad y del INEN (Instituto Nacional de Energía Nuclear) donde laboraban los trabajadores afiliados a la Tendencia Democrática del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (TD-SUTERM) para impedir el estallamiento de una huelga acordada por el Consejo Nacional de esa agrupación obrera. El paro de labores había sido una medida extrema que se tomó después de más de cinco años de una lucha constante por conseguir el reconocimiento de una dirección legítima para el gremio electricista.
El conflicto se había originado años antes. En 1960, el Presidente López Mateos había decretado la nacionalización de la industria eléctrica, poniendo fin a la operación de las últimas compañías extranjeras que prestaban el servicio en el país. Así nació el STERM (Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana). Pero no era el único. Otros dos sindicatos importantes también afiliaban a un número considerable de electricistas: el SME (Sindicato Mexicano de Electricistas) y el Sindicato Nacional de Electricistas, afiliado a la CTM. Entre este último y los dos primeros, había una diferencia muy importante. El Nacional era un sindicato charro, sin democracia interna y con una directiva completamente doblegada a los intereses del gobierno. Por su parte, el STERM y el SME, mantenían un margen de democracia mucho más amplio y una vida interna más intensa. Había voces disidentes del gobierno que se proponían una reestructuración de la industria eléctrica bajo una perspectiva nacionalista y menos plagada de corrupción. Una de esas voces era la de Rafael Galván secretario general del STERM. No fue extraño entonces que el sindicato afiliado a la CTM, el Nacional, comenzara muy pronto una violenta campaña para tratar de hacerse del contrato colectivo de la industria eléctrica, excluyendo a los otros dos sindicatos. El problema hizo crisis en 1971 cuando un grupo de pistoleros de este sindicato agredieron a los del STERM. Encabezados por Galván, los trabajadores democráticos desataron una gran movilización a nivel nacional para defender a su organización. En más de cuarenta ciudades del país se llevaron a cabo diversos actos de protesta. Al año siguiente, el gobierno convocó a un Pacto de Unidad entre el STERM y el Nacional que dio lugar al SUTERM (Sindicato único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana). Pero la unidad duró poco tiempo pues traicionando el Pacto, los dirigentes del Nacional decidieron expulsar en 1975 a todas los representantes del antiguo STERM incluyendo a Galván. Los electricistas democráticos volvieron otra vez a las calles y formaron la Tendencia Democrática del SUTERM. El gobierno decidió combatirlos y reprimirlos y dar todo su apoyo y reconocimiento a la dirección espuria del Nacional. Acosados por una violencia cada vez mayor, la Tendencia Democrática decidió la huelga.
A pesar de que la resistencia siguió varios meses, miles de trabajadores fueron despedidos, otros jubilados por la fuerza y el movimiento fue liquidado.
La lucha del STERM y de la Tendencia Democrática tuvo una gran importancia histórica. Junto a los electricistas, la década de los setentas atestiguó un incremento significativo de los conflictos obreros, dando lugar a lo que se conoció como el período de la insurgencia sindical. Cientos de organizaciones y miles de trabajadores se levantaron por la democracia y la independencia de sus sindicatos y por nuevas conquistas para la clase obrera.
La insurgencia sindical abarcó a muy distintos gremios: electricistas, ferrocarrileros, mineros – metalúrgicos, textiles, automotriz, universitarios, telefonistas, de la construcción, de la industria farmacéutica, del calzado, refresquera, etc. Abarcaron casi toda la geografía del país. Incluyeron a empresas de la pequeña y mediana industria, pero también a los grandes establecimientos y conglomerados industriales de la industria privada y púbica. Dieron lugar, también, al surgimiento de nuevas tendencias sindicales y formas de organización obrera. Junto a otros sectores populares y campesinos, surgieron frentes amplios de luchas regionales y nacionales. En 1975 se creó el Frente Nacional de Acción Popular (FNAP).
De esas batallas, no todos los sindicatos independientes fueron liquidados. El Sindicato de Trabajadores Telefonistas de la República Mexicana (STRM) logró consolidar una dirección democrática en 1976. Los trabajadores de la industria nuclear también lograron consolidar su sindicato, el SUTIN, a pesar de haber pertenecido a la Tendencia Democrática. Luego, los trabajadores universitarios se fueron a la huelga en 1977 y fueron reprimidos, pero lograron crear el STUNAM y el reconocimiento y la firma de su contrato colectivo. Y, de manera significativa, a finales de esa década, otra fuerza resurgió en el panorama sindical para ya no abandonarla: el movimiento magisterial.
En 1979, la protesta de los maestros se inició en Chiapas y unos meses después se unieron los maestros de Oaxaca, Guerrero, Hidalgo y del Valle de México y las secciones del Distrito Federal. A partir de entonces, el movimiento magisterial agrupado en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la educación (CNTE) se convertiría en un protagonista destacado de los movimientos de resistencia y protesta contra el neoliberalismo y por la democracia sindical.
La Tendencia Democrática también tiene un lugar destacado en la historia por sus aportaciones programáticas. En abril de 1975 dio a conocer un amplio programa de transformaciones políticas, sociales y económicas del país. El documento, conocido como la “Declaración de Guadalajara”, es un documento de gran importancia que, de alguna manera, puede considerarse como el antecedente político y programático de otra tendencia democrática, la que encabezó Cuauhtémoc Cárdenas en 1988.
Para rescatar la memoria de esas jornadas, el sábado 16 de julio pasado, un amplio grupo de trabajadores, convocados por el SUTIN y el Instituto de Estudios Obreros Rafael Galván, entre los cuales estuvieron algunos dirigentes y activistas sindicales que vivieron aquellas jornadas, se reunieron precisamente en la que fue la sede principal del STERM y de la Tendencia, y centro principal de apoyo de la insurgencia sindical de los setentas, hoy Casa de la Cultura Galván administrada por la UAM.
En dicho evento, se recordó que la lucha de la TD del SUTERM abrió muchos caminos. No fue solo un antecedente histórico de movimientos y organizaciones como la CNTE o la UNT, o de otros esfuerzos políticos por la democracia en México. Fue también una ruptura ideológica y política de una parte importante del movimiento obrero mexicano con el Estado. A partir de entonces la independencia y la democracia sindical se convirtieron en sus bases programáticas.
Rafael Galván en un dibujo de 1980 realizado por Naranjo.
En un Manifiesto publicado por la Tendencia Democrática y redactado por Galván en 1976, recogido en un libro coordinado por Raúl Trejo donde se compendian varios textos del dirigente electricista, se encuentra este párrafo:
“De la experiencia adquirida y de la profunda convicción programática derivan nuestra energía, nuestra tenacidad, nuestro coraje, nuestra profunda fe en la victoria final del proletariado… aunque lo que hoy se llama tendencia democrática de los trabajadores electricistas tengan que pagar en nuestra tierra, en México, el precio que suele cobrarse a quienes se obstinan en batir el tambor del alba cuando la noche aún no se retira”
Estas mismas palabras podrían ser pronunciadas hoy por el movimiento magisterial y muchas otras luchas de resistencia popular que se dan en toda la geografía mexicana. No sabemos qué tan larga será todavía este período de tinieblas, pero esos trabajadores siguen siendo obstinados, enérgicos y corajudos para lograr un país más justo y más democrático.
Twitter: #saulescoba
1959
¿Retuve una imagen que nunca vi? ¿O ese infante remoto sí existió y quedó paralizado ante ese rombo fosforescente que le cumplió todas las amenazas y se le apareció fantasmagórico para él solo, en ese cuarto rememorado por todos?
El cuarto del chino…
Un cuarto de trebejos en la azotea del colegio María Luisa Pacheco al que me mandaron para mi primer curso de palitos y plastilina en el primero de preprimaria, cuando todavía no se utilizaba la palabra kínder. Tal vez 1959. Alguien me llevaba de la mano hasta esa esquina del Paseo Bravo.
Cuánta de nuestra memoria se arma con los paisajes narrados por otros. Cuánto fue lo que vivimos demasiado niños para recordarlo cincuenta años después.
Estaba en la azotea de aquella casona, con seguridad la primera que conocí de aquel territorio de edificios que ni por asomo en las conversaciones de los adultos se identificaban como “históricos”, y que para los usos de entonces ya quedaba fuera del centro. En el Paseo Bravo, a tres cuadras de mi casa en el barrio de Santiago, en la 15 Sur, con sus fronteras definidas por el jardín de Santiago, con templo de pobres en el que ricos y pobres se apretujaban en la democracia mustia del rezo, el templo viejo y mocho por algún delirio arquitectónico del padre Figueroa, el Chanclas de Oro, y la avenida de la Paz, hoy llanamente la Juárez, a dos cuadras de la casa de mis abuelos plantada desde 1925 en la esquina de la 11 Poniente, en la que los camiones Garita Panteón ya habían dejado un surco de tanto doblar por mi calle para no parar hasta la cantina El Gato Negro, ya en Santiago, la señal clara de que de ahí para abajo empezaban las calles de las vecindades, las tlapalerías, los tendajones y el mundo salvaje de la secundaria Venustiano Carranza.
Estaba en la azotea de un caserón en la esquina de un parque que todavía no era mío porque a los cuatro años el pulso de lo propio todavía no halla su medida. Un pulso que daba para mirar un patio al centro siempre en sombra porque el recuerdo está teñido por el galerón oscuro al fondo en el que se asentaba la rotonda de arena en la que nos soltaban a jugar a los pequeñines. Oscuro y húmedo el recuerdo del Colegio Pacheco. Sólo su azotea contiene una memoria iluminada de sol y cables y la promesa de conocerla si algún día te mandan al Cuarto del Chino.
Estaba en la azotea el cuarto con su espanto. Y si de veras lo vi fue en un día en el que el sol se ha traído toda la luz del sur y en la memoria sólo me queda el resplandor que ciega todas mis adivinaciones, como un alegato fervoroso que ronronea padres nuestros en un entresueño que de niño alcanzas con la lecha tibia, como una enmienda que no ha aprendido a deletrear palabra alguna que reconozca el momento en el que una seño rencorosa y divertida me hace cumplir el suplicio ganado sin olor de duda por algún estropicio creado en ese salón en la planta baja en el que abrevábamos dos bártulos perdidos entre treinta y seis mujeres de cuatro años a las que no recuerdo si amorosas o furiosas o seguramente displicentes.
Sergio Hidalgo y yo. Mi primer Paseo Bravo guardado en esos dos niños a los que sus madres inclementes han arrojado a ese territorio de faldas y trenzas y moños y matatenas entre las 9 y las 12 y media del día.
Sergio Hidalgo murió hace unos años. Mi primer amigo.
Algo hicimos, pero la memoria sólo replica un rombo fosforescente, un castillo pleno, un señorío con sombrero de pico, una lámpara de ojos afilados y, tal vez, una decena de foquitos encendidos.
2014
Escribo y pregunto en facebook a los amigos el pasado 26 de mayo:
“¿Cómo andan por ai? Buen lunes y semana. Tal vez alguien pueda ayudarme: quiero escribir una crónica sobre el Paseo Bravo que incluye una anécdota sobre el "Cuarto del Chino" en el Colegio Pacheco, al que fui de chavitito (primero de pre-primaria, así le decían), antes de que me pasaran al Oriente. El Pacheco estaba en la esquina de la 11 Poniente con el Paseo Bravo, enfrente de lo que en un tiempo fue la Normal, y antes el colegio de los jesuitas, y después (hoy), creo que el Héroes de Reforma. Bueno, necesito una foto del colegio Pacheco, es decir, del edificio en el que estaba en los años cincuenta y sesenta, al que por supuesto le dieron cuello. Vi una en algún lado aquí en Face, tal vez en el sitio de Puebla Antigua, pero ya no la encuentro. ¿Alguien tiene una que pueda subir por aquí? No se preocupen, ya no anda por aquí la seño Pilar para mandarlos al cuarto del chino...”
Pronto apareció la respuesta, la encontró Marcela Domínguez en el portal Puebla Antigua. Y con ella la fotografía del vetusto edificio del Pacheco:
Luego, José Luis escalera descubre con lupa el texto que acompaña en el espectacular a la imagen del funesto Gustavo Días Ordaz:
"Por encima de los intereses de la patria no hay interés --escribe José Luis--, Díaz Ordaz ahí mero, arriba del cuarto del chino y de la seño Pilar y de todas las pachecas.”
Y muy pronto, la ilustración del negocio en el que se convirtió después, hasta que al edificio le tocó su propia muerte cuando le recortaron el costado que asomaba a la calle 11 Sur, que con esa primera tajada lograría pasar al reconocimiento de “avenida”.
Y por ahí, otra memoria, mucho más acabada que la mía, sobre el mentado chino. Escribe Gabriel Hinojosa:
“El Cuarto del Chino tuvo su origen en el colegio Pacheco, antes de que se pasaran al edificio que mencionas de la 11 Sur, en unas instalaciones entre la 12 y 14 Oriente con la 4 Norte. Era un pequeño cuarto donde las maestras metían por unos minutos, que parecían horas, a los niños de kínder y supongo de primaria, que se "portaban mal". Al fondo de ese cuarto, guardaban la imagen de un Chino que seguramente se había usado en algunos de los festivales de fin de año. Metían al pobre sujeto, apagaban la luz y ahí lo dejaban en compañía del terrorífico Chino. Salía uno como "sedita" apabullado por el terror. Supongo que hoy en día sería causa para demandar a las maestras en "Derechos Humanos", en fin, pregúntale a tu hermana Ángeles Mastretta, quien no creo que haya sido puesta en arresto, pero debe de haber tomado foto indelebles "fotos mentales" de los niños que pasaban por esa terrible experiencia. Tal acción correctiva no solo tenía un efecto en el castigado, sino en todo su grupo que pasaba del alboroto descontrolado, al silencio solidario con el compañero o temor compartido por la conciencia de que "ese pude haber sido yo". En fin, parece haber dado tan buenos resultados a las maestras, que decidieron mudar el "Cuarto del Chino" a las nuevas instalaciones de la 11 sur y 17 Poniente. La escuela sobrevive sesenta años después por la zona de Las Ánimas, su directora, la "Seño" Pilar se nos adelantó ya hace bastantes años y es recordada como prócer de la educación ¡Increíble!”
Y después, en la sinceridad espontánea de la red social, Gabriel confiesa que de su paso por ese apando fantasmagórico aún no se recupera.
1926
Carlos Mastretta Arista caminaba desde la 3 Norte hasta la esquina de la 11 Sur y la 11 Poniente para llegar al colegio Espina, como se llamaba entonces el Instituto Oriente de los jesuitas. Esta es la crónica escrita en 1948 --tomada del libro Memoria y acantilado que por capítulos publicamos enMundo Nuestro en la sección Libros LIbres-- de un día que no fue cualquiera de 1926 cuando Carlos era un jovencito de 13 años:
Cerraba yo los ojos y veía yo a un muchachillo caminar perezosamente con los libros bajo el brazo por la calzada polvosa del Paseo Bravo a eso de las siete de la mañana. Me gustaba la hora aquella en la cual el sol medio adormecido comenzaba a besar con sus rayos las copas de los árboles. Veía yo a la naturaleza despertarse lentamente al nuevo día y olvidaba yo la hora y la preocupación por las lecciones medio aprendidas… Sólo llegando a la esquina del colegio llegaban a mi cerebro en vacaciones la realidad de la hora y sus consecuencias inevitables: entonces la emprendía yo a correr y entrando a toda prisa no descuidaba yo de dar un manazo a la pingüe barriga de Nicanor el portero, penetrando después de puntillas hasta el lugar de la capilla donde el padre prefecto me esperaba con una mirada de todo un programa de reproches. Con cara adecuada a las circunstancias, y mientras ya los demás puntuales colegiales en coro murmuraban sus oraciones de media misa, me arrodillaba yo en el centro entre las dos filas de bancas ocupadas por los mayores que sentados y mustios se complacían de mi incómoda postura. Pero no me importaba nada: con una mueca todo quedaba arreglado, y entonces me olvidaba yo de mi condición de castigado para recrearme en mi capilla. Los ventanales laterales con dibujos de vidrios de colores reproducían a algunos de los santos jesuitas más destacados; al frente, el altar principal de mármol rodeado por los menores dedicados a la Virgen Purísima y a San Luis Góngora; sobre el altar mayor una ventana a nicho albergaba a la estatua del Sagrado Corazón en tamaño mayor del natural; atrás el coro donde en las grandes ocasiones en compañía de otros chicos y bajo la dirección del siempre enojadísimo padre Canal entonábamos el Tantum Ergo recibiendo en premio una canica de caramelo pintada con fucsina; y hacia el cielo subía con mi ensueño de chamaco díscolo… Eso recordaba yo apoyado en una columna del templo romano… Mi pasado lejano que no regresaría jamás.
Carlos Mastretta Arista, en 1919, a los 7 años de edad, en la azotea de su casa en la calle 3 Norte. Al fondo, la iglesia de San Agustín.
Pero también recordaba yo con sordo rencor que el amor que tenía por mi capilla de escolar había sido bruscamente destruido por un día por la odiosa humanidad a la que yo también pertenecía… Fue una mañana lluviosa del mes de julio de 1926 cuando después de haber atravesado el Paseo rumbo al Colegio y hecho la tradicional carrera hacia él en los últimos cincuenta metros, en vez de tropezar con la figura obesa de Nicanor me encontré con un soldado absurdo y andrajoso con tanto de fusil y bayoneta cerrando el camino que me separaba de la puerta de la capilla, de mi capilla, cuyo portón estaba cerrado y atravesado por los sellos de un inicuo juez cateador. Me retiré cabizbajo e impotente pero poseído de un odio atroz y pidiendo al cielo poder u fuerza para volver a abrir esas puertas y penetrar en ellas como en un tiempo díscolo y bullicioso pero con fe intacta y sin sombras de recelo. Siempre lloré mi colegio. A través de sus ventanales mis miradas en las horas de distracción siempre sorprendieron el vuelo fugaz de una golondrina en las tardes de verano. Era entonces el presentimiento de encontrarte así como eres, María de los Ángeles, mi vida. Pero lo que más extrañé y aún extraño, fue la capilla de mi colegio. Desde aquella mañana triste de hace 21 años no la volví a ver, y jamás quizás la vuelva a ver, como no volverá jamás mi infancia despreocupada. Y no penetraré en ella aunque el coro del padre Canal haya sido sustituido por las notas no culpables y no pecaminosas de Chopin o Bach, cierto, más melodiosas que nuestras voces de chiquillos en busca de una canica de caramelo con fuchina…
1965
La ruta de los dos primos. Dónde quedó la bolita. A que no te le quedas viendo más de un minuto. El acuario, las serpientes, las chinchillas. Todo gira. Regresamos de la matiné del sábado en el cine Reforma. No pudo ser Flint, peligro supremo porque estábamos muy chavitos y no nos dejaron entrar. Javier y yo caminamos empanzurrados de palomitas por el corredor interior del Paseo, rumbo a los juegos. Un gentío.
Un día domingo cualquiera, allá por los años cincuenta.
Pero la bolita se distingue. La hemos visto seguido. Es el mismo tipo, que de cuando en cuando desaparece. Su juego está prohibido, pero eso no le importa a nadie. Por lo menos a una veintena de cuates arremolinados sobre la mesita. Pero no es la primera vez que lo hacemos: somos chicos, no pasamos de diez, así que nuestros codos no empujan mucho para llegar al filo de la tablita. A la altura de nuestros ojos el hombre mueve las manos y nuestros ojos van y vienen como rehiletes, y sus dedos disfrazan el movimiento de las tapitas --ahora mismo no sé si son corcholatas o vasitos de barro lo que guarda la estafa y esquilma a los posesos que nos hacen sombra. Aquí, allá, no, en esa, en la otra, te dije que en la de la derecha, pero no decimos palabra, nuestros ojos miran y platican como pulgas saltarinas para caer en la bolita oculta.
Uno de los posesos se da cuenta. Ha seguido un rato el juego de nuestros ojos. Aprende a discriminar nuestros fallos y aciertos, y pronto da con nuestros festejos, y va una y van dos que sin apostar le atina, porque ya sus ojos corren con los nuestros medio metro más arriba.
Pero para eso están los paleros. Porque en este juego no se gana. Por eso están en la mira de gendarmes e inspectores que de cuando en cuando aparecen para cargar con la fiesta hasta la próxima mordida.
“Chamacos jijos de la chingada…”
Y se acabó la fiesta de nuestros ojos pulgas.
1963
Faquir en la India, pero bien pudo ser el que se enterraba en la 11 Sur.
Nunca vi uno así. El nuestro se enterraba entero en la tierra. Llegaba año con año y todos lo sabíamos porque el rumor que lo anunciaba corría más rápidos que los Garitas, aunque por ese rumbo volaba, por la 11 Poniente hasta la 15 Sur por los ojos encendidos del chamaco que primero que todos lo había visto allá en el fondo, tres metros debajo de las piedras, revelado por un vidrio viscoso, con su cara de muerto.
El faquir trabajaba solo. No lo cargaba un circo ni acompañaba a una señora sin cabeza ni le quitaban el aire enanos forzudos. De un día para otro simplemente lo encontrabas enterrado vivo y con sus ojos de muerto al que nadie le bajaba los parpados para confirmar que ese señor era un mero truco de espejos. Cualquier día aparecía, igual en temporada de trompos que de yoyos o canicas. Pero ni un juego le disputaba su lugar.
El faquir llegaba y te veía con sus ojos fríos de muerto, como si nunca hubiera salido del fondo de la tierra.
1814
Ocurrió hace doscientos años.
Poco sabía de los Bravo hasta hace muy poco, cuando Verónica Mastretta me recordó su historia. Ni enterado, por ejemplo, que la cabeza de uno de ellos pendió un día de una jaula a la vista de todos en la iglesia del Parral, por el actual mercado. Lo agarraron en un vado del rio Mezcala cuando defendía el Congreso insurgente del avance de los realistas.
Sí, un héroe verdadero, Nicolás Bravo.
Así lo cuenta Vero:
“Miguel recibió el encargo de cuidar de la seguridad del Congreso celebrado en Chilpancingo en septiembre de 1813; mientras que el Generalísimo se dirigía sobre Valladolid, y al efecto se situó en Totolcintla con mil hombres, y tuvo por segundo a su hermano Víctor. Como se previó sucedió, pues derrotado Morelos, el sur fue invadido por diversos puntos, forzados los vados del río de Mexcala, a los que no pudieron atender los dos hermanos, y el Congreso emprendió una peregrinación difícil y llena de peligros. Sus fuerzas estaban muy disminuidas por haber tenido que reforzar varias veces a su hermano Víctor, siempre atacado por fuerzas superiores; estaba en Chila cuidando el paso del río en ese punto intermedio entre el Sur y Oaxaca; Félix La Madrid marchó contra él y logró rodearlo, por lo que a pesar de la desesperada resistencia que opuso y de haber conseguido rechazar varias veces a los realistas, fue hecho prisionero en la cabecera del actual municipio de Chila de la Sal y conducido a Puebla, y tras un consejo de guerra que lo juzgó fue fusilado y decapitado. Su cabeza fue exhibida en una jaula de hierro como trofeo de guerra el 15 de abril de 1814 en los antiguos Parrales.”
1980
Tenemos dos años de vivir juntos, y yo tengo siete de no vivir en Puebla. Emma y yo venimos como turistas y como tales posamos para la foto con el fondo de la fuente de San Miguel. Después iremos a los juegos mecánicos en el Paseo Bravo, a las “Atracciones Castañeda”.
Y nos treparemos al Látigo. Aunque no le he confesado que jamás me atreví a subirme al Martillo, que no hubo fuerza de amigos, hermanos mayores ni orgullo machito, jamás di vueltas en esas cápsulas gemelas sputniks inauditos del vómito milenario, diccionario entero para la palabra cauto.Para distraer al collón que he sido he presumido a la dama de todos mis aires venturosos de niño, el del acuario con su cabecita disecada y sus momias, y de César, el del león balaceado por un Matienzo o el de los faquires enterrados tres días bajo la banqueta de la 11 y de los estafadores de la bolita, y del látigo, el mejor juego jamás inventado y que ahí encontramos igualito que en 1965. Tan perfecto que Daniel mi hermano lo ha reproducido en papel y no dejamos de darle vuelta a la manivelas con la misma demencia con la que nos trepábamos cada fin de semana al modelo metálico.
Ahí estamos trepados Emma y yo en el Látigo. La plancha metálica es la misma que forjaron tal vez en Pitsburgh hace cincuenta años, y por ella se han desplazado miles de veces cada fin de semana los carritos. El alma entera de la ciudad ha rebotado irredimible sobre los baleros que no hay que suponer simplemente planos en su rodada. Son cuchillos afilados que vuelta a vuelta han arado la plancha con todo el rencor que guarda el aporreado espíritu de los festivos visitantes. Así que ahora rebotamos y los dos senderos que llevan al latigazo son dos tiempos de tortura absolutamente dados para descerrajar los riñones por los que se diluye la vida que hasta ese carrito hayas llevado.
La foto del autor y su esposa Emma Yanes en 1980, indiscutiblemente fue anterior a la desaparición del Latigo, pues ese día se subiéron en él.
2006
La movilización que no pudo tumar a Marín.
Recupero lo que escribí como memoria de aquel domingo 26 de febrero del 2006, a partir de esta fotografía que encuentro en La Jornada del lunes siguiente. La masa avanza encabronada pero contenta, no sabe que su protesta la parará el gobierno de Felipe Calderón y que Marín sobrevivirá para cumplir con una de las más ignominiosas etapas de la vida pública de Puebla. La masa Viene del Paseo Bravo, el lugar del que arrancan siempre las manifestaciones poblanas.
Alicia, a sus veinte años estudiantiles, es parte de la masa que ha salido a las calles en Puebla el domingo 26 de febrero con el ánimo simple de derrocar al gobernador Mario Marín. Sus ojos de bióloga contienen preguntas para el análisis de esta tolvanera poblana que se parece al viento helado que nos conmueve. “¿De dónde ha salido tanta gente? –dice--. ¿De dónde viene? ¿Esto que ocurre en México hacia dónde nos lleva?”. Alicia, como la inmensa mayoría de los jóvenes mexicanos, no encuentra una memoria regional reciente, ordenada, escrita, ni qué decir cinematográfica, a la mano. Sin embargo, para las masas que ocupan las plazas, hay historia.
Masa y espontaneidad, contradicción antigua. “Me cae que tenemos una ciudad hermosa –afirma mi primo Checo Sánchez, y rompe cualquier pesadumbre y coyuntura--, mira ese azul entre la nubes…”
Es el cristalino cielo poblano, que por un instante, y como tantas veces en su vida, lo trastorna: el cielo poblano, intenso azul, retenido todavía contra el luminoso templo de Guadalupe, en el Paseo Bravo, con las nubes como un apunte del viento y la sombra que acompañará la mañana de una masa que no duda de su poblanía, que conoce de las traiciones del clima, de los requiebres del tiempo, de sus estocadas frías, inclementes. Una voz, que ahora mira al cielo y reconoce su sangre; no le importa el griterío, ni siquiera el día y lo que nos convoca, él mira el cielo antiguo de una ciudad acostumbrada a los delirios y las pasiones políticas: ahí está su traza de sol y sombra contra sus cúpulas y campanarios, sus casonas y sus reliquias.
Por un instante, frente a ese espejo del mundo, a quién le importa Marín, a quién le importa la política.
2014
Hoy es primero de mayo. La explanada luce perfecta y vacía. A otro lado fueron a parar los obreros que contra lo que se diga, todavía marcharon --los días para mentar madres no se desaprovechan. Pero nadie llegó al Paseo Bravo. ¿Y a qué llegarían? Nostalgia pura, me digo. Ni carritos de hotcakes dejaron. Ni un bolero. Ni un fotógrafo para el retratito en la cartera. Nada.
El redondel del quiosco, el 1 de mayo de 2014.
En la perspectiva de la foto que he tomado imagino al fondo al Martillo. Y a la izquierda la Rueda de la Fortuna y la plancha del Látigo con su barandal naranja y sus encendidas letras que anuncianAtracciones Castañeda. Y la gente. Es domingo y el redondel abarrotado recuerda que además del cine este lugar es todo lo que se necesita para pasar la tarde. Cinco pesos la función en el Reforma. 2.50 por treparse al Avión del Amor.
Ensoñación. Sí, y la comparto por el cel a los cuates del Instituto Militarizado Oriente. Somos viejos, pero todos están pegados a sus aparatos. A ver, ¿quién recuerda los juegos que había en el Paseo? Pronto responden, cada uno con su alucinación:
Juan Arturo: Me acuerdo del zoológico… Y de Matienzo.
Yo: Ese le tiró al César aburrido. Ni lo regañaron…
Daniel: Yo visitaba los juegos cada semana, pues los Castañeda eran amigos, y nos daban pases grátis, que feo y triste se ve ahora.
Chema: Estaban ahí los juegos de atracciones Castañeda para los niños, y para los mayorcitos las putitas en la 3 poniente, claro esto ya pardeando.
Yo: Esas se subían al Avión del Amor.
Chema: Sergio, es que sales a algún lado y ya no hay poblanos, ya es difícil ver a alguien conocido, en fin nuestra Puebla de esos años ya se fue.
Yo: Pero nosotros aquí estamoM. Y mientras haya memoria... Yo confieso que nunca me subí alMartillo, pero era fanático del Látigo.
Juan Arturo: Chema, aunque no soy poblano de nacimiento lo soy de corazon, pero en esa época puebla no tenía ni medio millón de habitantes, ahora creo pasa de dos millones.
Flaco: Y qué me dicen de la Víboras en la esquina... todavía quedan varias que por ahí andan circulando... y para el lado de la Reforma, te encontrabas al de la "bolita", y por supuesto la obligada fotografía arriba del caballito.
Ramón: Y el Flaco decía que era en el "Gatéo Bravo" quien sabe por qué.
Flaco: ¡Pues claro! Ahí hicimos nuestros "pininos" varios, cazando gatas... así les decíamos despectivamente, y erróneamente... Pero realmente no había malicia personal... Benjas, Colombres, Otala, Pelos, Garfio, Monchis (jajaja) y muchos pirrurris más...
Juan Arturo: Y cazaste tu primera penicilina…
Ramón: No, no... Los pirrurris se iban al Zafiro o al Colorines pues tenían lana.
Daniel: O sea, que tú Ramón eras cliente del Zafiro…
Yo: Oigan, cabrones, si se fijan, yo les pregunté por los juegos mecánicos, no por sus arranques amatorios de efebos mendicantes. Bien por ustedes...
Juan Arturo: Eran juegos mecánicos “sexuales”.
Flaco: Retomando el Paseo Bravo... También era Zoológico... recuerdo a tigres, leones y changos en unas jaulas apestosas pero ahí estábamos...
Raúl: Atracciones Castañeda y el Acuario, así como las lanchitas que estaba a un lado de la fuente de las Chinas.
Flaco: ¡Las lanchitas!, en una agua verdosa que también apestaba a madres.
Y los dejo hablando.
Ensoñación, nostalgia absoluta por nuestro antiguo Paseo. Una pena lo que hoy se encuentra ahí. Ya no hay barrio de Santiago, la vida se fue a otro lado.
Vida y Milagros
De niños nos llevaban al antiguo barrio de Xonaca ubicado en la parte más antigua de Puebla. Mi abuela tenía por ahí unos terrenos en los que alguna vez estuvo una ladrillera; ella creció en el campo teziuteco, así que en lo que ella consideraba las afueras de la ciudad, le encantaba criar gallinas y engordar puerquitos, como lo vio hacer en la casa de sus padres. A la "Ladrillera", como le llamábamos a la granjita, se llegaba rodeando las faldas del cerro de Loreto, el de la batalla del 5 de mayo, por un costado del viejo hospital de la Cruz Roja, por calles estrechas y extensos predios aún baldíos, mientras la ciudad de cuadrícula perfecta iba quedando atrás. En el camino cruzabas una pequeña plaza en donde aún está la inquietante "Fuente de los Muñecos", construida sobre un pozo seco en memoria de los pequeños hijos de un caporal del gobernador Maximino Ávila Camacho, que en una tarde de lluvia torrencial se perdieron rumbo al colegio . Se asumió entonces que se los tragó el pozo, aunque sus pequeños cuerpos nunca fueron recuperados. En su memoria y como remate de su posible tumba se colocó la fuente con dos figuras infantiles y se tapó el pozo para siempre. A mí esos niños de talavera de ojos fijos siempre me dieron miedo, aunque hasta hace poco supe de su leyenda. Sus esculturas y su fuente tienen algo de fantasmal.
La fuente de los Muñecos y su leyenda.
Al pasar la fuente se entraba a un mundo misterioso y remoto. Xonaca era entonces parecido a algunas calles de Coyoacán. Tenía una Iglesia de piedra sin estuco con un atrio sembrado con fresnos que ya entonces eran enormes; frente a ella veíamos un edificio colonial abandonado, nada menos que el antiguo palacio episcopal en donde muchas noches durmiera Juan de Palafox y Mendoza, el hombre que terminó de construir la catedral de Puebla y fundó la Biblioteca Palafoxiana. Cuando quería descansar y retirarse al campo, ese era su refugio. La iglesia se erguía bien conservada y con un culto vivo y ferviente; no así el palacio, que estaba entonces cayéndose a pedazos.
El barrio, uno de los primeros de Puebla, recibió su nombre del cerro de Xonaca. Todo ese rumbo estaba lleno de arroyos y ojitos de agua que desembocaban en el Río San Francisco, comunicado con la ciudad por sus numerosos puentes, como el de las Bubas, el de Ovando o el Motolinia. El río fue entubado en lugar de saneado en 1964 y hoy solo quedan vestigios de todo, tanto del entorno natural como de lo que fuera el barrio con su carácter colonial, sus arcadas y su pequeño acueducto.
Puente sobre el río San Francisco; al fondo el templo.
El Paseo de San Francisco con el puente a la altura de la actual 14 Oriente.
Puente de la Democracia, en la 18 Oriente
Fotos tomada del portal Puebla Antigua.
Diapositiva con la que anunciaban en el cine la obra de entubamiento a principios de los años sesenta.
En medio del desorden urbano y avenidas enormes, de repente, como un regalo, una sorpresa y don, aparece el pequeño espacio en el que está la iglesia, separada del palacio por una callecita en la que reina un fresno que debe de estar cumpliendo ya los 250 años. Está casi al final de su vida, porque los fresnos no suelen vivir mucho más. Como dice José Luis Escalera, mi primo, acompañante y guía por el pasado y la memoria de Xonaca, ese fresno es el más hermoso de Puebla. Es perfecto. No ha recibido "podas de equilibrio" ni otras aberraciones que suelen hacer los humanos sobre los árboles, muchas veces de manera innecesaria. Para colmo de bienes no le estorba a CFE. Una mano anónima en el pasado le ha creado alrededor un redondel enorme para enmarcar su belleza y protegerlo de los coches y los vándalos. Su sola contemplación y su presencia crean una experiencia mística y una sensación de veneración como la que solo produce la naturaleza.
El antiguo palacio episcopal permaneció en total abandono hasta hace pocos años, en que una empresa extranjera que opera restaurantes lo compró y restauró y ha constribuído a consolidar uno de los espacios más interesantes y entrañables de Puebla. Por supuesto que hubo quién se cortó las venas por ello, pero antes a nadie le interesó ni comprarlo ni restaurarlo, ni a la misma iglesia católica ni a los gobiernos, que ambos, por dinero cuando quieren, no paran.
El fresno y el palacio han sobrevivido y convivido juntos 250 años. En Puebla da miedo ver a un árbol bonito y grande. Basta admirarlos para que al día siguiente aparezcan podados, mutilados o de plano, talados. Este árbol sin defectos, perfecto y maravilloso, con un tronco enorme y sin cicatrices, al igual que el antiguo palacio episcopal, ha sobrevivido a la barbarie de los poblanos de los últimos setenta u ochenta años. Pues bien, cerca de ahí estaba el terreno de mi abuela. Mi mamá heredó de sus papás una parte en 1980, un terreno que afortunadamente expropió un presidente municipal en 1990 para completar la construcción de un parque. Ella era una persona generosa y amaba a su ciudad; no se enojó, no se opuso y aceptó las bajas indemnizaciones de entonces.
"Es para un parque, así que está bien", nos dijo.
Me gusta visitar al fresno y sus dominios y mi visita por el pasado termina en ese parque, viendo jugar a los niños y a los jóvenes en uno de esos oasis que son los parques en el mundo. Jóvenes, viejos y niños disfrutan del espacio sin importar la edad, sin saber ni a qué partido ni a quién se le ocurrió esa acción constructiva. ¿Realmente importa? Creo que no. Alguien hizo un trabajo que le tocaba hacer, por el que fue remunerado y por el que ahora, al recordarlo, quizás se sienta feliz.
Estamos mucho más de paso que un árbol majestuoso. ¿Cómo es que lo olvidamos?
Trabajar en Puebla: Los extremos de la industrialización
Navidad en Audi/Huelga en Flex N Gate
Mundo Nuestro
Dos videos de los extremos de la industrialización en Puebla. El mundo de ensueño que AUDI ofrece a los campesinos de San José Chiapa, santaclaus de por medio, piñatas y lucecitas... y no faltan las sillas de ruedas que les trae la navidad alemana. Y el mundo real en la industria de autopartes: la de los salarios por el suelo y el sindicato blanco que finalmente provocan la rebelión obrera.
Trabajar en Puebla, 2014
Yo nací en Santa María Coatepec, allá por El Seco. Estudio literatura en la ciudad de Puebla. Pero sé lo que significa trabajar la tierra.
La vida del campesino nos remite a los orígenes del sedentarismo en el ser humano, a una población rural que cultiva sus propios alimentos. La cosecha se convierte en el único medio de subsistencia. Los granos de maíz como el más valioso tesoro de la tierra.
Casi esclavos, aún en pleno siglo XXI. Entrega total a los terrenos de cultivo, un sector económico que sólo les genera pocas ganancias, pero grandes beneficios. Estos son algunos testimonios del trabajo campesino en Puebla.
“Los hijos hicieron su vida por otro lado, abandonaron la tierra…”
Ignacio Flores Valerio es propietario de cinco terrenos, tiene 75 años, es casado y con cuatro hijos; de escasa educación --apenas llegó al tercer grado de primaria--, se integró muy pronto al mundo laboral de sus generaciones pasadas: la de sus bisabuelos y abuelos, la de sus padres. La herencia de ellos, es la tierra.
Ignacio siembra maíz blanco y negro, entre otras semillas, como la calabaza, el haba y el frijol. Vive únicamente de los ingresos que le proveen sus terrenos, pues aparte de contar con cinco tierras, o hectáreas, como se les conoce, él renta cinco terrenos más, para cultivar el maíz, principal fuente de la economía del campesino.
Cuando Don Ignacio no cuenta con las semillas para la cosecha, las compra, elige “semillas mejoradas” que ofrece el gobierno para el sector agrario, semillas alteradas con productos químicos, las cuales dicen prometerle mejorías en la producción y la calidad del producto. Él como todo campesino, trabaja sus terrenos con barbecho, surcada, labor y segunda; invierte por terreno $350.00 por surcada, ya que el trabajo de la siembra y lo demás requieren de gastos variados según los peones que contrate o de su propia mano y la de su familia para ahorrar en gastos extras. Cada vez que contrata peones, les tiene que pagar $120.00 a cada uno, más los gastos que implica llevarles la comida y la bebida; generalmente los contrata cuando se recolecta el grano, para piscar, cargar los bultos de mazorca, y se ahorra los gastos del transporte porque cuenta con camioneta. Recibe apoyo de PROCAMPO, para comprar el fertilizante, cada tonelada le sale en $5,000.00 o hasta $10,000.00 según sea la efectividad o la calidad del producto, a veces él tiene que comprar hasta dos toneladas para que el producto alcance a cubrir el abasto, por lo general adquiere de los dos tipos de fertilizante, del mejorado (con calcio, vitaminas y minerales) y del sencillo (sulfato). En caso de plagas o exceso de hierba mala, los gastos de los fumigantes corren por su cuenta; sin embargo cuando el dinero no le alcanza prefiere desenyerbar con mano propia con el azadón, al labrar la tierra hace lo mismo, se apoya de este instrumento para no ocupar tractor o bestias para el trabajo, pero al contar con la ayuda de sus caballos y yeguas, no duda en hacerlo para evitarse el trabajo pesado.
La siembra por lo general se lleva a cabo en los meses de abril y mayo, surcan en inicios de abril para que a finales de este mes se elija la semilla y se siembre. Los campesinos son muy calculadores respecto al clima y las cabañuelas; que también son como las estaciones del año, sólo que éstas se refieren al calor, las precipitaciones repentinas y los vientos, por ello la gente del campo permanece vigilante de los días apropiados para sembrar y cultivar. Así, las semillas podrán crecer de una tierra fértil y duplicarán su producto o será de mejor calidad, si uno falla en los cálculos correctos, la cosecha se perderá o la sequía y las lluvias torrenciales arrasarán con todo. ¿Cómo es la vida del campesino en realidad? Don Ignacio nos cuenta un poco de ello:
Foto: Magui Santos; Don Ignacio, en la puerta de su casa.
“Uno tiene que vender sus semillas para sostenerse en la vida. La vida del campesino es muy trabajoso, vaya se sufre mucho, pues allí se va uno, allí a trabajar, pues hay veces que, se sufre sed, se sufre hambre y hasta que llega uno a la casa a veces, a veces llega uno, a veces no llega uno. Eso se sufre, porque no es tan fácil la vida, pero sí, poco más o menos para hacer ejercicio, para estar activo, porque si no hace uno nada, pues queda uno muy mal, como le dijiera, ya sin hacer nada, queda uno muy inútil, ya sin ganas de trabajar. Hasta ahora no he tenido ningún percance, procura uno estar más o menos sano y todo eso para ir, porque si se encuentra uno malo pos, mejor no va uno. Recolecto mi semilla cuando ya está lista la cosecha, mete uno los trabajadores y lo achacalan, cuando llegan al mes de diciembre, ya se pisca y se acarrea, ya lo trae uno a la casa. Y ya lo almacena uno y ve uno si ya está bueno para desgranar, pues lo desgrana uno con la desgranadora y ya lo guarda uno. Y ya busca uno a donde le alcanza uno la semilla, porque pues estos locales a veces no alcanzan, entonces busca uno recursos de casa para que se guarde. Entonces ahí se va uno y lo guarda uno, hay que buscar la forma en que guardarlos, porque si los deja uno al abandono, se termina, se acaba, se desecha. Como por ejemplo, hay tengo mi camioneta, la guardo en su garaje, como le nombra uno y ahí se cuida mejor. No rento mis tierras, saco todas mis semillas, y se va uno a venderlas y viene uno y guarda uno su vehículo y ahí está uno y todo tranquilo, todo que este bien en condiciones, porque si esta uno en mal condiciones pos para que se dispone uno a trabajar. Rentaba cuando estaba más joven, ahorita ya no, ya con lo poco que se quede uno ya. Rentaba unas tres o cuatro. Y había más producto, ahorita no más siembro como diez. Y con eso me da abundancia de todo lo que me dé: haba, cebada, maíz, todo eso. Cuando otras personas llegan y quieren semillas, pues se las vendo, como por ejemplo la cebada, y es que quieren para sus animales. Luego uno se mata trabajando en el campo, los terrenos, para que otro venga y los aproveché si uno se descuida o los descuida. Y ya los hijos ya ni las quieren trabajar, ahora prefieren irse a trabajar a otros lados pa’ que ganen mejor; así pasó con mis hijos, uno ya es abogado, otro contador, hicieron su vida por otro lado, todo lo que consigue uno para ellos y las tierras pos se quedarán allí, uno pos ya envejece, ya no sirve para trabajarlas y cuando nos muramos, se va a quedar todo, nadie se llevará nada a la otra vida, por eso pienso vender mis terrenos, en balde compré mi solarito grande, todo se va a quedar.”
Es muy dura la vida, pero que más se puede hacer, esa es la vida que le tocó a uno vivir…
María Ofelia Padua Fernández es una campesina arrendataria de 66 años de edad, casada, con nueve hijos, terminó sólo el segundo año de primaria y se dedicó al campo toda su vida:
Foto: Magui Santos; Aparece Doña María Ofelia, tras la entrevista en su casa.
“Yo rento terrenos, pero tengo tres propiedades, ahorita no más rento dos terrenos más. Me rentan un terreno en $1500.00 ó $1400.00. Existen acuerdos por parte de los que me rentan, pues que tenemos que trabajarlas, con barbechos, siembra, labor, segunda. No más es temporal y dura un año o lo que duré la cosecha. Compro semilla mejorada y a veces voy apartando. Acostumbro sembrar maíz y frijol, porque eso sí se da porque luego ya no quiere darse. Corro con todos los gastos del terreno y me quedo con toda la cosecha, pues si se renta ya es mía. La que se devuelve una parte al dueño ya sería a medias. Un trabajo por terreno me sale caro, por el barbecho más. Contrato cuatro peones y les pago 120 pesos a cada uno. Cuando hay que ir a trabajar, pues se tiene que trabajar, se siembra y luego se tiene que labrar, segundar y la desyerba, o con líquido o con el azadón. Cuando no contratamos peón, pos no más vamos mi hijo, mi esposo y yo. Dediqué toda mi vida al campo desde que me casé. Yo no pensaba venir al campo otra vez, pero me casé y ahora tengo que estar yendo, pensaba que mi marido lo iba a trabajar solo y me iba a mantener, pero no. Orita ya no me es difícil trabajar en el campo, pos ya me acostumbre. Pero sí se las ve uno negras en el campo, la vida allí es muy pesada, luego se tiene que trabajar en el calorón, en las tormentas, con el frío y hasta a veces con el vientazo y el tierrero. Se quema la piel bien feo, le arden a uno los ojos, la nariz pica. La calor a veces nos enferma, pero así se tiene que ir a trabajar a veces para no abandonar las tierras. Es muy dura la vida, pero que más se puede hacer, esa es la vida que le tocó a uno vivir y se tiene que aguantar. Por lo menos fui feliz y he vivido tranquila, a pesar de las borracheras de mi marido, orita ya se enfermó y pos no más yo me tengo que encargar del trabajo y mi hijo, porque ya las nueras no quieren trabajar la tierra, ya es otra vida, los tiempos cambian. Pero pos uno qué puede hacer, más que darle duro al trabajo mientras se puede, sino de qué se va a vivir, sino del campo. Uno pide a Dios que este bien, si no, enfermo, cómo va a trabajar las tierras, si no mejor que las siembre otro.”
El arduo trabajo campesino
Pienso en todo lo que me han dicho. Y en lo que veo en el pueblo. La vida en el campo no es un juego, el campesino es muy dedicado y constante en el trabajo en sus tierras para lograr que el producto de ellas les genere algo, si no ganancias, por lo menos alimento. Algunas personas, cuando tienen mucho de algo pero poco de otro, como por ejemplo, los granos de maíz o las mazorcas, el frijol, la cebada, entre otros granos, van a otros lugares a cambiarlos por otro tipo de productos, como son las verduras, las frutas, vegetales, instrumentos u objetos para el campo o la cocina; entre otros casos, prefieren vender su maíz y haba a los compradores del pueblo para obtener una ganancia; a veces les pagan el maíz a diferentes precios, el kilo por ejemplo de maíz blanco está a $1.30 el kilo y el maíz azul a $2.00. En cuanto al haba, o la cambian pelando kilo por kilo o la venden. El frijol sólo se produce para sustentar la alimentación, si alguien produce en mayoría, lo vende a las tiendas del pueblo o lo lleva a otras regiones, donde se lleva a cabo el trueque o la venta.
Muy aparte de los problemas que le surgen a la gente del campo con la siembra y la cosecha, están los problemas por ampliaciones de caminos, por invasiones de terrenos entre vecinos y otros pormenores que implican intercambio de palabras con los presidentes municipales y los jueces. Hasta la fecha, en 2014, muchos jueces empeoran los casos de deslindes porque no saben que existen linderos, y mucho menos saben dónde deben estar. A parte de que los otros servicios que ellos necesitan, como planos de precisión, sólo están disponibles como planos ilustrativos. Aunque esto se solucione aún quedará el pendiente de la lógica operativa. Y aquí es donde se preguntan si la justicia funciona, después de los agravios a propiedades y de las disputas entre vecinos, la solución es mantenerse al margen o salir apaleado o golpeado.
Los problemas del campesino al fin ni son tomados en cuenta por el gobierno, ni la justicia, ellos resuelven sus asuntos de la mejor manera posible, llegando a acuerdos o estableciendo sus propias reglas; pues a pesar de contar con “La Casa del Campesino”, que es para uso exclusivo para el sector agrario, no le dan suficiente uso, ya que el “Comisariado”, como le nombran al encargado de brindarles información, sólo se enfoca en los problemas financieros, no de problemas comunitarios respecto a problemas territoriales o del campo.
En Santa María Coatepec no sólo se vive de los granos, los campesinos también mantienen vivos los árboles frutales, los huertos que les proporcionan otra actividad económica. En los huertos también se siembra cualquier otro tipo de semillas. Por lo general, los árboles dan frutos en verano y los hay de todo tipo, el campesino entonces, también juega el papel de productor, no sólo de milpas, sino que ahora se convierte en manzanero, perero y más; en este segundo trabajo les cuesta injertar, sembrar otro árbol, mantenerlo libre de plaga, recolectar el fruto, venderlo, intercambiarlo o transformarlo: ya sea en jaleas, dulces o jugos, para su consumo.
Cuántas cosas hacen los campesinos.
Muchas personas se aferran a la vida del campo a pesar de ser frustrante, pesada y laboriosa, porque es su única forma de subsistir. Es también la actividad que provee de alimento a las ciudades. Ellos no dejan morir la tierra ni lo que ella les otorga.
Trabajar en Puebla: 1989, Estela en Venta
Sergio Mastretta
José Aurelio detuvo su taxi en el Paseo Bravo, sobre la 3 poniente. La rubia altísima caminaba sobre la acera en busca de cliente. Miró por un momento los ojos del taxista y luego siguió el rumbo apretado de su hastío.
“Trabajo no le falta —pensó José Aurelio—, mamey 75, palito 150…sus razones tendrá de estar aquí todas las noches. Lástima que sea puto, porque de verdad deslumbra de primeras esa güera”.
Arrancó despacio el auto. Las demás muchachas esperaban algún despistado en las bancas en la noche fresca de mayo. “Se visten bien, parecen amas de casa o secretarias. Seguro tienen sus hijos y su familia como cualquiera”, se dijo el chofer para pasar el rato, que a veces se alarga, sin pasajeros; recorría los barrios de mujeres en venta, iluminados por foquitos solitarios en las esquinas, con las sombras fraccionadas de muchachas de escotes explosivos, barrigas gruesas, nalgas adivinadas en la malla justísima. Sombras cuarteadas por rostros femeninos encendido de rímel y bilé, con lenguas chispeantes que ultrajan la luz, la ensalivan en desatinos que prefiguran su amor nocturno, pagando, eficientemente la estrechez de la cartera. José Aurelio metió el acelerador y pensó en Estela.
Era su amante. La subió un día al taxi cuando ella iba de carrera a la maquiladora. En un rato tenía su historia: cuatro hijos, soltera, 26 años y un tiempo infinito dejado en el taller de calcetines. La vida contada por docenas de pares, el destino atado a las manos que despeluzan formas aplanadas de pies futuros que ella no puede imaginar más que en sudores y malolientes callos, ojos de pescado, siente cueros, sabañones, juanetes y mil formas de podredumbre que el tiempo apisona en la carne a flor de tierra. José Aurelio la tuvo en la mira una semana, con su carro como testigo de las penas de la Estela por llega a tiempo a una jornada que inicia en la madrugada de niños somnolientos con el trago de café y la ropa húmeda recién planchada y que pasa por la escuela y el bebé encargado a la vecina y que tiene por aduana primera la supervisora a las ocho de la mañana en la maquiladora.
“Salgo a las seis —le dijo un día de pasada Estela—. Si quieres me esperas”.
La esperó, y José Aurelio siguió la ruta común de su experiencia amatoria: primero el estómago y después el hotel. Así llevaban ya varios meses. Ya hasta la ayudaba con los calcetines que ella llevaba a la casa para completar el gasto. En eso pensaba ahora, en lo que había dicho a Estela la última noche en la cama: para qué fregarse tanto de obrera, se estaba matando y qué sacaba, diez, once mil al día, y el dolor en la espalda. “Tienes razón”, murmuró para sí Estela, pero se quedó callada cuando le aconsejó que mejor cobrara los favores a los amigos, que era su cuerpo y ahí ella mandaba, y nunca estaban demás quince vente mil pesitos. Total, que le pusiera y ni quien se diera cuenta de que andaría de puta. “Es un trabajo como otro cualquiera…”
Estela no le dijo nada. Al otro día lo esperó como siempre a la salida de la maquiladora.
“Hoy no puedo —le dijo —, voy a que me pague el favor un amigo… ¿Y tú cuándo me pagas?”
José Aurelio apretó a fondo el acelerador.
La avenida Juárez, solitaria con sus semáforos en amarillo, sin noctámbulos que impidan meterse en la vida de uno, era como los muslos abiertos de Estela, olvidados, perdidos.
(Foto de portadilla por Juan Carlos Olivares Morales, tomada de skyscrapercity.com)
Trabajar en Puebla: En Volkswagen la maquinización gana la tarea
Mundo Nuestro
Trabajar en Puebla, 1989
A estas alturas de la producción de Volkswagen, con más de 600 carros que ven la luz en las líneas de ensamble, con apretadas listas de espera para adquirir los Vochos a trece millones, con apertura de segundo y tercer turno en todas las naves, con un cambio en el “concepto” del decreto de instalación del a planta en 1962, de “integración” (a la industria nacional) al de “exportación” (por la vía de la maquinización radical), según Martín Josefhi, las palabras empresa y eficiencia, que escurren cristalinas en el arroyo abrupto de la modernidad salinista, se desbordaron sobre los empresarios —hombres y mujeres de empresas mayores (como Jorge Zárate del Grupo Primex) y menores (como los capitalinos Lechuga, dueños de RAPUSA, fabricante de partes automotrices) —que ayer se fueron de turismo a la planta alemana.
--Ya me dijeron —bromeó Martín Josefhi a la hora del cognac y el del discurso oficial— que me van a pasar la cuenta de los tacones de las damas que hicieron el recorrido, pero sólo así se da uno cuenta de lo que es una fábrica de automóviles…
Porque las damas y sus caballeros tuvieron que seguir a este paso redoblado que impone siempre a sus visitantes el señor Maegler de Relaciones Públicas, igual que estos iniciativos poblanos que a los futbolistas de Maurer, por ese laberinto de pasillos que se asoman a las líneas en un ir y venir entre máquinas, cadenas y partes ensambladas por ese murmullo azul de sudores y overoles puestos frente a los catrines asombrados ante tanto trabajo industrial acumulado.
--Yo les pido a todos ustedes —dijo el alemán Maegler en un descanso de las escaleras que llevan a la nave de prensas—, que si los muchachos se emocionan y le chiflan a las señoras, no lo tomen a mal, tómenlo como un cumplido, así con ellos…Una vez vinieron unos militares , todo iba muy bien, pero cuando los obreros los vieron, les chiflaron, y ahí se acabó la visita, ya los señores no quisieron seguir…
Pero en este caso, con todo y chiflidos a las faldas, los del Club de Empresarios aguantaron toda la vuelta. Y lo que ahora se acontece dentro de estas naves abruma La maquinización poco a poco le gana a los brazos la tarea —y a pesar de ello los overoles hormiguean, según Josefhi ya son quince mil los que trabajan en la planta —: las prensas están ahí, pero entre paso y paso aparecen los mecanismos y los ruidos que desplazan salpicaderas, puertas y cajuelas; las cadenas son las mismas, pero los robots están desplegados al os lados y funcionan al ritmo programado por esa ruta computarizada que termina en el gusto del mercado de consumidores canadienses y gringos.
—La ventaja es que a estas máquinas no les tiembla el pulso —comentó orgulloso uno de los guías de Relaciones Públicas a su auditorio de mujeres azoradas ante un robot que aplicaba alegremente sellados a los parabrisas del Golf—, antes esto se hacía a mano, como cualquier changarrito donde reparan parabrisas….
Y todos siguieron a los dos obreros que con las ventosas colocaron las piezas en un Golf rojo muy a la mano del bolsillo de cualquiera de los visitantes.
Y ahí, a pregunta del reportero, algunos de estos empresarios tuvieron que imaginarse del otro lado de la línea amarilla y del destino, y por un instante se pensaron obreros.
“Por mi carácter sería lideresa —dijo Alejandra Pérez Moro, directora de la Asociación de Amigos de los Museos —, bailo flamenco, soy temperamental. Pero soy realista, no pediría más de lo que es. Pero aquí se ve que es un trabajal, yo sí me imagino lo que se fleta una obrera…Yo no aguantaría, pero si no tuviera que comer…”
“Yo estaría integrado a una planta como esta —vislumbró Gabriel Abaroa, director de Constructora Monte Blanco”, trabajando con entusiasmo, y así, pelearía mejores condiciones de trabajo. Yo creo que el obrero mexicano es bueno, eficiente, y corresponde a las empresas darles la preparación adecuada, con salarios justos, ambiente saludable y prestaciones adecuadas.
“Si mi destino hubiera sido el de obrero —piensa Raúl Lechuga, de la empresa RAPUSA—, me gustaría tener una especialización, en eta vida lo importante es saber hacer algo. Porque nadie la tiene comprada, nosotros no estamos en jaula. En esta vida todo es trabajo”
“Si fuera obrero —afirma Jorge Zarate, director del Grupo PRIMEX—, daría todo de mí para hacer lo que tuviera que hacer. Eso es lo que lleva al éxito, así seas obrero o empresario, por eso creo que yo sería congruente, las cosas se debe hacer al límite de tu capacidad dentro de un marco de respeto a uno mismo y a los demás. Yo sí seria sindicalista, porque creo que todo organismo tiene una función, si la cumple es bueno, y si no, es malo. Cada uno en la vida tiene una misión, el empresario, el político, el trabajador, y para sacar este país a flote cada uno debe buscar su lugar y trabajar con entusiasmo. El empresario tiene que dirigir bien la empresa y el obrero trabajar con productividad”.
Esa fue la ensoñadora visión que se imaginaron.
Al final cuando bromeaba alguno con Martín Josephi.
—Oye, tienes que darme un autógrafo, ya eres famoso, sales en la televisión -- el directivo de la empresa alemana sonrió:
--No hombre, si ya me metí en un problema con el sindicato de la radio y de la televisión, dicen que estoy desplazando locutores.
Y a la salida, como en cada visita, los de Relaciones Públicas repartieron gorritas y sus plumas. José Luis Castillo, presidente del Club de Empresarios, abrazaba a Josephi y hablaba del valor y la entereza de Volkswagen.
Trabajar en Puebla: “Quiten los bozales a los perros…” Volkswagen, la huelga de 1988
Sergio Mastretta
Trabajar en Puebla, 1988
Trabajar en Puebla. Normalmente no vemos a los obreros industriales. Pasan las horas en la línea de trabajo, en el engranaje de la máquina. Aparecen en los desfiles del 1 de Mayo. Y en las huelgas. Aquí, la memoria de una de ellas, en los años ochenta, la de los constructores del Vocho. La fotografía documenta las guardias a la entrada de la planta sobre la autopista Puebla-México, y es del fotógrafo mexicano Marco Antonio Cruz.
La revuelta.
Septiembre 1988. Insurrección laboral y represión. Testimonios de la crisis por la descomposición del sindicato independiente en el marco de la presión alemana para modificar las reglas del juego de la producción automotriz.
Trabaja hace más de diez años en Volkswagen. Se guarda su nombre y puesto de trabajo, pero cuenta algo de lo sucedido el último año: “Todo empezó con el cambio de Comité. La verdad fue como un juego, hubo creo cinco planillas, según iba a ser por eliminación. Al final, y apenas por un poquito, Rodolfo Conteras le ganó a un cuate Navarrete del que se decía que estaba apadrinado por la empresa, eran los rumores, decían que varios de su planilla estaban muy codeados con los licenciados, sobre todo con los de relaciones laborales, pero también con los altos funcionarios como el Lic. Bada o el ingeniero Pérez, el jefe de la Nave 2, donde está el Departamento de Hojalatería.
“Rodolfo ganó por poca diferencia. Luego, luego dijo que no iba a ver despidos, ni siquiera de los cuates de las planillas que jugaron. Normalmente es un hecho que salen todos, empezando por los del anterior comité, salen los más fuertes, los que pueden ser un peligro para los nuevos, los políticos. Por cierto, yo no sé dónde van a parar, se han de buscar otro trabajo, pero con los antecedentes y por ser de Volkswagen ya no los aceptan, sobre todo si caen en fábricas donde manda la CTM, ahí ni de chiste les dan chamba.
“Por eso es que todos los que entran a la política saben que a los tres años pelan, y por eso se vuelve en puro robar y robar. Nada menos hasta ahorita no tenemos información de los ingresos sindicales, y entra mucha lana por las cuotas y por la empresa que para deportes, que para el fondo de ahorro, que para la Unidad Social. Y luego, hicieron muchos festejos. Una vez, ya con éste Comité, aparecieron unos cartelones en los relojes checadores y unos cuates de fuera repartieron volantes a la salida, llamaban a una “noche inolvidable” así decían, en la Unidad Social, un show con striptis y la rifa de diez chavas para la famosa noche inolvidable, todo por diez mil pesos el boleto. Se atascó la gente ahí en la Unidad que está en la recta a Cholula, pero a la hora de la hora nomás fueron tres o cuatro chavas y no rifaron a ninguna. Se armó la bronca ahí en el salón. Después decíamos entre nosotros que se suponía que la Unidad era para la familia, y que la estaban convirtiendo en un prostíbulo. La Unidad está a cargo del sindicato, ahí este Comité ha hecho muchas fiestas; trajo a los Xochimilcas, y luego hicieron lo del show con striptis, aunque todo mundo acabó mentándoselas porque no rifaron a las chavas. Pero uno se pregunta ¿Por qué la empresa aceptó que se pegaran los cartelones? Se ve que ya están una y unas, tú me das chance de esto y yo te doy chance de lo otro. Todas esas entradas, ¿Qué hicieron con ese dinero?
“Así que se empezó a oír que iba a haber despidos: que ya salió fulano, que te acuerdas de aquel cuate de la planilla tal, ya lo pelaron. Primero jalaron a la gente a las planillas, pero después despidieron a los que los ayudaron pero que no iban a tener ningún puesto. Y ya a últimas fechas agarraron parejo. Decían: “Te vamos a pagar un billete más pero ya no necesitamos de tus servicios”. A un chavo que le decían “La Paloma”, que estuvo con la planilla de Navarrete, con 16 años de antigüedad, le dieron 20 millones de pesos, con un 150%. A otros los corrieron con 125 por ciento.
“A principios de mayo, más o menos, empezaron a correr gente. Mandaban traer de a uno, de a dos, hasta de tres. En Hojalatería jalaron un día con ocho y sólo uno había estado en una planilla, los demás que porque ya no les caían a los jefes, que por rebeldes. Les dijeron que sus servicios ya no eran requeridos, que ya no necesitaban de su mano de obra por cuestiones de producción. Según les iban a dar el 10º por ciento. Pero al mismo tiempo habían llamado a otros ahí mismo en Nave 2, gente del Sedan de Bastidores, de Nave 8, así que se juntaron unos cincuenta, todos de Hojalatería, que tienen fama de ser los que no se dejan. Resultó que los habían escogido los supervisores, que por faltistas, que por mal hechos en su trabajo, que porque no les caían simplemente. Era una lista de indeseables, hecha por Legorreta, Regino, Carlos, Emiliano, puro supervisor de los que traen al trabajador con el pie sobre la cabeza. Por cierto acababa de pasar la huelga. La gente se puso al brinco, ahí mismo en personal. Salieron los licenciados: “No, señores, todo fue un error, pueden seguir trabajando”. Pasó una semana y que vuelven a llamarlos, pero de uno en uno. Les ofrecieron el 100%, y como ellos vieron que el Comité no los defendía, no les quedo otra más que negociar, por eso algunos sacaron arriba de eso. Después, en vacaciones, varios recibieron un telegrama en sus casas para que se presentaran en la planta. Ahí les avisaron que estaban dados de baja.
“Por eso el descontento. A lo mucho fue un 20% el que renunció voluntariamente. En los baños se empezó a notar: aparecían letreritos que Comité vendido, que Comité ratero, que Hechicero, porque así le dicen al Rodolfo, que qué le haces al dinero, que prometiste que no iba a haber despidos. Así mentadas y todo. Empezaron a aparecer volantes, unos los firmaban como “La escoba”, que para barrer lo malo. Luego salió otro, parece que decía “Conciencia Obrera”. Todos pedían apoyo para destituir a Rodolfo. Así se venía manejando, pero no se veía nada en concreto. Por eso en los baños empezó a ver letreritos que decían ya basta de volantes, hay que pasar a los hechos. Puros rumores en la chamba: que si ya sabes que pa el lunes viene el trancazo contra el Comité. Y luego que el jueves, que había que estar pendiente y nada. Así, la semana pasada se había oído que el lunes, pero no sabíamos nada.
“Yo me imagino que el Comité cortó el transporte para que no llegáramos a trabajar, porque no hubo camiones, no pasaron. Los madrazos fueron como a las 4:30, dicen todos modos se hizo asamblea, se juntó la mayoría, se juntaron firmas. Los delegados primero no querían, pero al ver a la gente decidida, se sumaron. Luego fuimos caminando hasta el sindicato y después a Gobernación. Ahí dijeron que no podían hacer nada, que eso era laboral, que a lo más podían mandar vigilancia, que pa que no hubiera broncas. En los días pasados se veían combis, con cuates que luego se les ve por la fachita que son pistoleros, ahorita ahí están”.
Y también mordimos a los perros...
Por el estrado de la Asamblea General de los trabajadores de Volkswaguen desfilan uno tras otro obreros que narran la violencia sufrida el amanecer del martes: palos, patadas y mordidas, los granaderos y sus perros cumplieron con la tarea encomendada por las autoridades. Operativo al mando del jefe de la policía judicial. Propósito cumplido: desalojar el acceso a la altura de la Aduana, la primera entrada a la empresa Volkswagen si se viene de Puebla. Único inconveniente: los trabajadores del primer turno no entran a trabajar y se suman a sus compañeros golpeados que se Han replegado al otro lado de la autopista.
Un hombre maduro, sin más datos me llama ya casi al finalizar la Asamblea del miércoles 28 de septiembre. Cuenta las acciones de lo sucedido: “A las cinco para las cinco llegó el ingeniero Rogelio Pérez, jefe del Departamento de Hojalatería o funcionario de allí me parece. Estábamos en la entrada principal de vehículos en la Aduana, de refuerzo de nosotros, en ese punto, de guardia éramos unos cuarenta. Vimos una Combi que se desvió de la Y griega de la autopista, llegó a formarse, nos echó el alumbrado y nosotros empezamos a observar: sentimos que sí venía a algo serio. Se bajó uno y quitó las piedras. De los nuestros unos se estaban calentando en la fogata, otros por ahí pendientes. Habíamos regado unos alambritos de llantas quemadas, esa era nuestra protección de que si llegaba gente pues algo se detenía a maniarse con los alambres, no eran una trampa adecuadamente como ellos lo han relatado, que nosotros agredimos a las personas de gobernación, eso es mentira.
“Bueno, llegó esa unidad, nos afocó y se arrimó, ahí reconocí a esa persona, Rogelio Pérez. Le dimos el paso, como estaba bloqueada la entrada a la Aduana se metió por los prados del jardín, directamente para la puerta. Él había quitado las piedras que pusimos de bloqueamiento cuando nos afocó. En el lapso de tres minutos llegó un camión de la ruta de Los Ángeles lleno de patrullas, lleno de garroteros, puros garroteros nada más. Se bajaron, inmediatamente yo corrí a dar la alarma: ‘compañeros están descolgándose los granaderos’. Unos segunditos y una patrulla llega para abrir campo, enseguida llegaron más carros con patrullas. Más o menos como nueve carros, digo, porque todavía estaba medio oscuro. Más atrás llegaron los perros en una camioneta. Organizamos la valla, dijimos no va a ver enfrentamientos.
“Ellos se formaron en reglamento, los garroteros primero, luego los que train gases, después los judiciales. Al frente el comandante Verdín, se bajó el cierre y sacó una metralleta que traía del lado derecho, de alto poder. Dice: ‘Órale, abran campo, abran cancha’. Y como estaban bien formados los granaderos abrieron la valla, o sea una calle, y habla por radio: ‘Quiten los bozales a los perros. Más al fondo estaban, no oíamos ladridos, pero yo me di cuenta de que habló por radio. Dice: ‘Vamos a correr a todos esos hijos de la chingada que están aquí, son poquitos’. Así dijo. Naturalmente, estamos repartidos, entonces éramos pocos ahí. Cuando vimos que abren la calle y se dejan venir los perros hacia nosotros. Como hicimos el bloqueo de carros ahí fuimos a topar todos y no hallamos en donde desviarnos. Lo que hicimos fue meternos debajo de los camiones, de panza, para colarnos pal otro lado. Legalmente no pudimos hacer nada, aunque ya llegaban los compañeros a apoyarnos, los perros se nos venían encima. Los traían con cadenas, arrastraban a los policías, eran unos perros potentes me di cuenta, eran como unas siete filas de perros, regados todos. Unos nos mordieron. Otros nos daban vueltas, como para marearnos, enredarnos. Cortábamos ramas, las ramitas de alcanfor esas, no pudimos hacer nada con yerbas, los perros se nos venían encima.
“Ellos gritaban: ‘Ora sí, hijos de la chingada, se van a ir de aquí cabrones’, así decían los policías, los granaderos y los judiciales. Venían con unas armas cortas unos. ‘Y a ver echen fuego’, gritaban. Pero no teníamos nada, señor. Los primeros camiones que llegaban fueron topados por los polis, no les dio tiempo a los compañeros de salirse, rompieron los cristales y sacaron a la gente. Es mentira que nosotros rompimos los de las patrullas. Luego ya se soltaron a golpear al que agarraban.
“Es lo que nos lastima... Mire usté lloro, no por miedo, por coraje. Fue ayer eran cinco y cuarto de la mañana, todos gritando de mordidas, y yo, calmado, ya no pudimos hacer nada. Oímos en la radio que nosotros agredimos a los policías... ya mero que dijeran que nosotros mordimos a los perros”.