Historia

Mundo Nuestro. Publicado por el Fondo de Cultura Económica en el año de 1973, el libro Los vencidos del 5 de Mayo, escrito originalmente en pergamino por el abate francés Jean Efrem Lanusse, debe ser lectura obligatoria de los mexicanos. El autor acompañó por más de veinte años, entre 1850 y 1870, como capellán al ejército expedicionario francés, entre los imperios del siglo XIX, uno de los más activos. Es probable que esta crónica la haya escrito ya de regreso en Francia, ya en la década de los ochentas de aquel siglo.

Con un prólogo excelente a cargo de Marte R.Gómez, un ingeniero agrónomo tamaulipeco que participaría en la revolución y en los primeros repartos de tierra en territorio zapatista, y quien llegaría a ser secretario de Agricultura en el régimen posrevolucionario, el libro es una crónica de los acontecimientos provocados por la invasión francesa en 1862, centrado por supuesto en la batalla del 5 de Mayo. El abate escribió tres episodios de la expedición en México, el combate de Camarón, la batalla del Cerro del Borrego, y nuestra propia epopeya.

Hasta donde sabemos, es español sólo se ha publicado esta visión de los vencidos del 5 de Mayo.

Mundo Nuestro publica nuevamente en dos tantos un extracto del relato de la batalla que, más allá de todos los lugares comunes de nuestro nacionalismo, encarrilla finalmente ese complejo proceso por el que el pueblo mexicano encontró su destino como nación.

Primera parte



Los vencidos del 5 de Mayo

Los vencidos del 5 de Mayo

Nos veremos mañana, general Zaragoza.



Es el 5 de mayo de 1862, y estamos a 16 kilómetros de Puebla. Al despuntar el alba, la columna deja Amozoc, donde nuestros hombres habían descansado una noche después de pasar muchas fatigas… A pesar de ello nuestros soldados dan muestral del mismo entusiasmo, del mismo arrojo que han sabido ofrecer en todas las grandes ocasiones, lo mismo que en todos los campos de batalla. Que se les hable de subir al asalto de los dos fuertes que dominan a la ciudad, o de marchar de frente contra las potentes barricadas erizadas de cañones y de numerosos defensores y se verá si no son como siempre los soldados del deber y de la disciplina, los hijos de la Francia militar y los caballeros que, por encima de todo, van al encuentro del peligro como si no existiera. Por lo demás, tienen la convicción de que el existo está asegurado.

Y llevan en el corazón confianza ciega en las ordenes y en las consignas de sus jefes. Marchad, pues muchachos, sin inquietud ni antes o después del combate. Durante la batalla toda ha sido previsto, después de ella tendréis vuestro repuesto en víveres y municiones, si acaso os falta. El enemigo no podrá apoderarse de las carretas en que os será llevado. Sobre ellas velarán camaradas vuestros que están resueltos a defenderlas a cualquier precio.

A las 9:30 bajo un sol que reparte torrentes de luz y después de haber sobrepasado algunos accidentes del terreno, nuestro ejército se encuentra a la vista de Puebla… ¡Puebla! La Puebla de las mil torres y campanas, con su multitud de ricas iglesias dibujándose contra el cielo purísimo… ¡en medio de una planicie que parece inmensa!… Al este, detrás de nosotros, hemos dejado las nieves eternas del Pico de Orizaba. A lo lejos, frente a nosotros, por el oeste, una veintena de leguas, están el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl con sus nieves eternas. A nuestra derecha, por el noroeste, está la cadena de montañas de La Malinche.





¡Guerra!... Lucha atroz, horrible… Lucha insensata de los hombres y de las cosas, ¡yo te maldigo! Estamos en presencia de una de las grandes obras de Dios y, sin embargo, apenas si la miramos. Se va a matar y a morir… Todo el pensamiento está concentrado en ese propósito: ¡matar!

Matar a nuestros semejantes a sangre fría, sin enojo… matarlos obedeciendo la voz del mando porque se nos ha dicho que hay que matar. ¿Se ha conocido acaso…. al que inventó la guerra?

En nuestra marcha de Amozoc a Puebla sólo encontramos un tropiezo, ya casi a la vista de la ciudad. Fue una línea de tiradores que apareció por nuestro flanco derecho abriendo fuego contra los nuestros. Rechazada por nuestros cazadores a pie, se dio a la fuga y desapareció detrás de las colinas rocosas que unen Guadalupe a Puebla.

Mientras que nuestros soldados preparaban el café, el coronel Valazé, jefe del estado mayor, seguido de un escuadrón de cazadores, se dispuso a practicar un reconocimiento en dirección al norte. Quería estudiar el terreno en dirección de Guadalupe y juzgar, hasta donde fuera posible, la posición del fuerte.

Fue entonces cuando un general mexicano, que formaba parte de la comitiva de nuestro general en jefe, le aseguró una vez más al comandante del Cuerpo Expedicionario que las puertas de la ciudad serían abiertas y sus autoridades le ofrecerían las llaves de la misma entre repiques de campanas y gritos de alegría de una población rebosante de entusiasmo, y que, por ello mismo, ese mismo general declaraba que el reconocimiento resultaría completamente inútil.

Esas palabras nos fueron trasmitidas por uno de nuestros oficiales que las oyó y las escribió al día siguiente en forma de nota. Por lo demás, ¡muchas otras veces nos había repetido lo mismo con respecto a la buena acogida que se nos brindaría pro todos lados!

El coronel Valezé sin embargo, llevó a cabo su reconocimiento.

Los mexicanos estaban decididos a defender a Puebla a toda costa. Amén de las numerosas y sólidas barricadas con que habían cerrado las calles alrededor de la catedral, en el centro de la ciudad, habían formado también un amplio reducto, Zaragoza contaba aproximadamente con 12 mil hombres, que mandaban los generales Berrriozábal, Díaz, Negrete, Lamadrid, Tapia Álvarez. También había destacado tropas que cerraban el paso a las partidas de reaccionarios que trataban de incorporarse al ejército francés, el que por su parte había hecho alto a los tres kilómetros de la ciudad. Negrete ocupaban las alturas con unos 1 200 hombres y dos baterías de campaña y de montaña. El resto de las tropas vigilaban la planicie por donde se esperaba el ataque.

¿Y nuestros soldados?... ¡Nuestros soldados hacían café!... Lo acabo de decir, a tres kilómetros, en las narices mismas de los mexicanos, que ocupaban los fuertes de Loreto y Guadalupe, y con los cuales se iban a medir de un momento a otro.

Se lleva el valor en el corazón… el valor nos acompaña todos los días y a todas horas. Sin embargo, cuando suena la hora, hace falta inyectar un poco más de energía en los miembros que están para acometer una hazaña que se sale de lo común. Nuestros muchachos hacían su café con la misma calma, con el mismo aplomo, diría yo, que si hubieran estado en Longchamps, en espera de una de las granes revistas del emperador. Porque el soldado francés, en campaña, es el ejemplo más acabado de la imperturbabilidad que se pueda ver. Está más tranquilo, tiene más aplomo, ésa es la palabra, y parece más buen chico, quizás, que cuando se encuentra en el cuartel de Babilonia o en la hortaliza donde suele parecer más preocupado, más pensativo… ¡No sabe de qué! Por qué constaría trabajo que él mismo lo dijera. Pero, en resumen de cuentas, no tiene el aspecto indeciso, esa apariencia, esa actitud de astucia que no lo abandona nunca cuando está en campaña. Porque en estos casos no es una lluvia cualquiera, sino un torrente de frases ingeniosas, de agudezas que asombran y que cautivan, las que salen de sus labios y hacen que las gentes dejen de pensar en ellas mismas… para ser todo oídos. Un poeta diría: esta lozana juventud va en pos de la muerte... y la mayoría de ella encontrará heroicamente, combatiendo… ¡Sus voces son como el último canto del cisne!... Esto y aún más si se quiere, inclusive, y con muchos signos de admiración, señor habitante del Parnaso. Por cuanto a mí, sólo veo en ellos a los mejores solados del mundo, a los soldados de Francia que desprecian a la muerte para cumplir su deber y para que una nueva gloria se pose en los pliegues de su bandera. ¿Piensan siquiera en la muerte? El cazador de África afila su enorme sable mientras que platica con su amigo, el rápido corcel que trajo de los desiertos africanos. El Chacal observa si sus polainas están bien anudadas, si su chacó tiene todas sus partes en el sitio reglamentario. El Cazador ligero, el bravo Marposa, hacen otro tanto por su lado y después… ¿Después?... a cumplir con el deber, suceda lo que suceda.

¿Qué se puede esperar o, mejor dicho, qué es lo que no puede esperarse de un hombre que piensa así?… Un día, algunos de sus camaradas le hablaban al Zuavo Tempranero, prematuramente de sus numerosas heridas.

--¡Heridas esas!-… vaya pues, ustedes no saben lo que dicen —les contestó--. ¿Tengo mil veces razón, no es cierto, señor capellán, cuando digo que éstos son unos niños de teta? No se puede decir que un hombre haya recibido verdaderas heridas a menos de que le falten tres kilos de carne en el cuerpo, o la mitad de la cabeza. Sea enhorabuena.

Sin embargo, Lorencez, apoyándose en la opinión del los comandantes de la ingeniería y de la artillería, aunque contrariando los consejos que le había dado un ingeniero mexicano en Amozoc, decidió que se comenzaría por ocupar los fuertes de Guadalupe y Loreto. El ataque se iniciaría, en primer lugar, contra el primero de ellos, que se encontraba más cerca de la hacienda de Los Álamos, donde estaba agrupado el convoy. Se hacían ya, a lo largo de una hondonada que había que cruzar, rampas para la artillería. Aunque también era cierto que antes de llegar al los fuertes se hallarían pendientes difíciles de escalar, menos difíciles, sin embargo, del lado de Loreto. Pero este fuerte parecía muy alejado.

A las 11 se tomaron todas las disposiciones requeridas. Desde lo alto del las torres de la Catedral, Zaragoza, que se mantenía dentro de la ciudad a la defensiva, y Negrete, desde las alturas de Guadalupe, debieron comenzar a darse cuenta de los proyectos del ejército francés.

Avanzaréis pues, mis muchachos, sin temor de que sobre nuestra columna de ataque se lancen las reservas del enemigo. Nuestros cazadores a pie sabrán mantenerlos a distancia. Nuestros fusileros de marina y una batería de montaña estarán pendientes de la caballería mexicana en tanto que la nuestra, nuestra valiente caballería, cuyo valor es conocido, estará lista para lo que se ofrezca. Numerosas ocasiones os ha mostrado ya lo que es capaz de hacer. Las compañías 99 y 4 de infantería de marina servirán de resguardo al convoy.

Dos batallones de zuavos forman la columna de ataque. Con ellos va la batería montada del capitán Bernard y cuatro piezas de la batería montada de marina que manda el capitán Maillet. Esta es la columna que atraviesa la hondonada y se lanza hacia la derecha, para escalar las alturas por las pendientes menos abruptas. A una distancia aproximada de 2 200 metros, se ve cómo se despliega en línea de batalla. ¡Qué aparición para los defensores de Guadalupe! ¡Son los zuavos!, debió exclamarse, o murmurarse sordamente, en los pechos palpitantes… Los zuavos, de los que era bien sabida la furia tradicional. Se debió dirigir la mirada hacia los fosos y hacia las murallas para comprobar por última vez si los fosos no eran bastante profundos, las murallas suficientemente altas para que los chacales no los pudieran franquear.

A cierta distancia de la columna de asalto está una reserva formada por el regimiento de infantería de marina. Como esta columna podía sufrir el choque de la caballería mexicana, los fusileros marinos y una batería de montaña han sido destacados hacia su derecha. El batallón de cazadores, hacia la izquierda de la línea de batalla, le da frente a las fuerzas mexicanas que están apostadas en la llanura. El 99 de línea y las cuatro compañías de la infantería de marina resguardarían el convoy.

Y ahora que todo está listo para la lucha, permítaseme una reflexión. Se nos habían prometido 10 mil soldados de Márquez… ¿dónde están?

Puebla debía abrirnos sus puertas. Sus habitantes venir a nuestro encuentros presas del mayor entusiasmo… Nada, absolutamente nada… ¡el vacío, el silencio más completo en la llanura…! Salvo por nuestra parte, el ruido de los hombres que marchaban para desarrollar el plan de combate…El paso de los caballos de nuestro valiente escuadrón de cazadores de África, que avanza a la retaguardia de la columna de infantería…después una ambulancia que se establece en los edificios de la Rementería.

Se escucha un disparo de cañón, uno sólo. Partió del Fuerte de Guadalupe… Para los mexicanos es la señal del combate… Pronto una línea de fugo hará relampaguear los parapetos del fuerte...Se dispara sobre nosotros... ¡La batalla comienza! Quienes no estuvieron nunca en un campo de batalla desconocen lo que puede ser ese solemne momento.

¡Son las 12! El sol ha hecho ya la mitad de su carrera. La mayoría de los jóvenes héroes ahí presentes no están en mismo caso por cuanto a los años que deberían vivir en Tierra… Vos lo sabéis, Dios mío, vos que fijáis el amanecer y la noche de nuestra existencia. Pero siempre será verdad que para ellos la última hora no sonará sino después de que hayan cumplido el deber más grande, el de morir por el honor y la gloria de nuestra patria. Si caen, caerán como mártires. ¡Guardar para ellos, después de las palmas de la tierra, la otra más preciosa aún que es la de la inmortalidad…! Bendecid a nuestros hijos lo mismo que a su vigor y su valentía.

Y ahora, soldados de Francia, que todas nuestras miradas y todos vuestros esfuerzos se dirijan hacia el sitio formidable que os ha sido mostrado.

Nuestra artillería ha principiado a disparar, a tiempo también de que nuestros zuavos se han desplegado a uno y a otro lado de nuestros cañones, en espera, con el arma descansada, de la apertura de una brecha que están ya impacientes de flanquear. Miden mientras tanto la distancia que los separa de ese temible fuerte en el cual, después de todo, se encuentra esperándolos un enemigo más numeroso. Ven todas las dificultades del terreno: una barranca que han de franquear, pendientes de lo más escarpadas. ¡Qué importa!... El enemigo está más allá… Hay que ir a buscarlo.

El general Zaragoza no había previsto un ataque en esta dirección. Suponía que, como siempre y según los consejos que había debido recibir el general francés, éste se presentaría por el rumbo del Carmen. Con toda prisa, manda entonces que ocupe el cerro de Guadalupe —que s un antiguo convento convertido en fortaleza—la brigada Berriozábal (que va a reforzar la división de Negrete), y hacer salir de la ciudad, por detrás de Loreto, un cuerpo de caballería que deberá cargar por su extrema izquierda sobre la columna de ataque. Con el grueso de sus tropas, él mismo toma posiciones: A su izquierda, la brigada Lamadrid, apoyada contra el cerro de Guadalupe: a su derecha, la división Díaz, que llega hasta la iglesia de los Remedios; en los suburbios de la ciudad, a su extrema derecha, el resto de la caballería.

En el Fuerte de Guadalupe se produce un vivo cañoneo, se escuchan disparos nutridos, desesperados, diría yo más bien, que se lanzan contra nuestras líneas. Nuestros soldados mientras tanto, inmóviles bajo el fuego de los mexicanos, esperan siempre que se abra una brecha. Júzguese de su impaciencia. Para soportarla mejor, inventan un pasatiempo, el de hacer reflexiones: ¡Qué mala puntería tienen esos artilleros! Deberíamos ya estar hechas una compota. Si tiran así cuando salen a cazar patos, no deben comer a menudo carne de pato.

¡Es la 1 de la tarde!

El sol baña con torrentes de luz y de fuego los campos; los fuertes, que truenan y rugen; nuestras armas, que brillan; Puebla, cuyos millares de cúpulas recubiertas con azulejos de mil colores centellean anunciando un día de fiesta mejor que una jornada en la que la muerte deba cumplir su lúgubre trabajo…

¡Es la 1 de la tarde!... Algunas existencias, en unos cuantos instantes más, volverán a tu eternidad, Dios mío… ¡Es la 1 de la tarde!… Y el que por el momento es el ejecutor de nuestra voluntad suprema partió ya: Lorencez, a caballo, aparece sobre una eminencia desde la que se domina la llanura para poder verlo todo y juzgar de las peripecias del combate. Lo sigue su estado mayor: el coronel Valazé, el capitán Rousset, el teniente príncipe Bibesco, el teniente de navío Le Belloco, el insignia de Chavannese, el insignia Beauvoir, el capitán ayudante de campo Custey, el teniente De la Tour du Pin del 56’, el subteniente de cazadores de África, Ney-d’Elkinghin, y los oficiales de órdenes Raoul (subteniente militar administrativo) y Braconnier, oficial de administración.

Lo siguen igualmente tres mexicanos: el general Almonte, el general Taboada y el coronel López.

De un golpe de vista, Lorencez se ha dado cuenta de que nuestro fuego, a pesar de que está bien apuntado, corre riesgo de no ser eficaz por lo accidentado del terreno sobre el que está construido Guadalupe. Dicta órdenes inmediatamente. El comandante de artillería debe hacer avanzar sus piezas y remudar desde luego el fuego. Pero en el muro del fuerte sobre el que se trata de abrir una brecha no se obtiene ningún resultado, siempre por culpa de la disposición del terreno. Acercándose, inclusive, se deja de ver Guadalupe. Y nuestras diez piezas no están más que a 2 mil metros de él.

Truena el cañón. Las balas silban al recorrer el espacio que las separa del fuerte, después de cruzar las hondonadas, y se estrellan a menudo contra grandes rocas que se diría que hubieran sido colocadas a manera de vanguardia, contrafuerte o botarete frente a la muralla que se quiere destruir. El enemigo, cuyas piezas están muy bien servidas, desde el principio nos ha sacado ventaja con sus tiros. Al cabo de una hora y cuarto de un cañoneo que ha consumido la mitad de nuestras municiones sin dañar las defensas de Guadalupe… ¿qué nos queda por hacer? Tomar una determinación que corresponda con la fogosidad de nuestros soldados. Vamos a confiarle la suerte a este día, toda la suerte de este día, a nuestra infantería.

Ya es tiempo. Es la larga espera, se dicen nuestros zuavos con impaciencia febril… que nos mande en lugar de sus metrallas. No diré: oíd esas murmuraciones; pero sí preguntaré: ¿veis esas pisadas de impaciencia, esas manos que se crispan sobre el fusil o sobre la bayoneta?

¡Son las 2 de la tarde!... Lorencez se precipita. Forma dos columnas con todas las tropas que están presentes en el sitio del combate y les muestra las viejas y sólidas murallas que deben asaltar. Por un lado va el comandante Cousin, que, a la cabeza de un batallón de zuavos, flanquea por la izquierda las formidables ondulaciones del terreno que están frente a de él, y se va a esperar al pie del talud que deberán batir las balas de fusil, los ovases y una avalancha de fuego... ¡Qué importa!... Del otro lado, es el comandante Morán quien se dirige al oblicuando a la derecha con otro batallón de zuavos para desviarse en seguida hacia Guadalupe. Tratará de abrigarse de los fuegos de Loreto… Pero ¿cómo escalar los muros? ¿Cómo entrar en la plaza, dado que nuestros cañones no han podido demoler esos pesados muros? ¿De qué manera? Se hace lo que en la precipitación de los acontecimientos resulte posible. Ved, pues, esos zapadores que siguen a nuestras dos columnas. Cada uno de ellos lleva una plancha provista de escalones que han sido clavados precipitadamente. Este medio de escalar es muy simple. La agilidad de nuestros soldados hará lo que falte. Por la izquierda se lleva un saco de pólvora, para hacer saltar la puerta del reducto…

Finalmente, el general en jefe, previendo que el éxito dependía del golpe de andancia que iba a intentar, no duda por un solo momento en desguarnecer la custodia del convoy. Le manda al batallón de cazadores la orden de que se le incorpore. Sostendrá el batallón próximo.

De pronto, resuenan los clarines….Es la señal del asalto. Se escucha el grito de ¡Adelante! Se escucha también un segundo grito: ¡Viva el emperador!...El ataque está desencadenado… se corre precipitadamente.

El general, con su porta-guión al lado y seguido siempre de su estado mayor, ve cómo se mueven sus tropas. Si está todavía montado a caballo, no es más que por su buena fortuna. Reconocido desde que llegó a la planicie, no ha dejado de ser blanco de los tiradores mexicanos. Ya una primera vez, aproximadamente a cincuenta pasos del casco de la hacienda de San José, donde fuera apostada una ambulancia volante, apenas se había detenido en una labor, cuando una bala de cañón disparada desde Guadalupe vino a caer a sólo dos metros de su caballo, antes de rebotar y de pasar entre el interpreté y el señor Braconnier, bañándolos de polvo.

Lorencez avanza todavía cerca de 200 metros más, para establecerse en un sitio desde el cual pueda verlo y dirigirlo todo. Para llegar a dicho sitio se necesita franquear un área descubierta de alrededor de 150 metros de largo. Le manda entonces a cada uno de los suyos que se lancen de frente, aunque sin ir agrupados, en cuanto él dé la señal de avanzar y tan aprisa como se pueda. Dada la señal, se entierran los acicates en los flancos de las cabalgaduras y se llega. Sólo uno, ¡ay!, quedó en el camino. Es el subteniente Raoul. Una bala de cañón lo ha hecho caer a tierra. Un amigo solícito corre a socorrerlo. Es el valiente Braconnier. Lo endereza, pero en sus brazos no tiene más que un agonizante. El abate Montferrand acude entonces para darle la extremaunción… Dos amigos que rezan y que lloran en medio de la muerte que los rodea. Braconnier hace llevar el cuerpo de Raoul hasta la ambulancia, y va a incorporarse al estado mayor. Cuando lo ven llegar, con las lágrimas en los ojos, Lorencez y el coronel Valazé exclaman: “¡Dios mío, ha muerto el pobre Raoul! ..¡Qué perdida para el ejército!”

¡Son las 3 de la tarde!

¿Es únicamente la hora de los que mueren?... ¿o es acaso la hora de la victoria para nuestro puñado de héroes?

Ya lo dije antes, los zuavos del Segundo Batallón se han lanzado al ataque, pese a todos los obstáculos, con esa impetuosidad, con esa audacia que tantas victorias les han valido. Al lado de ellos, sobre la izquierda, aparecen las cuatro compañías de cazadores rivalizando en heroísmo para escalar la formidable posición que todavía está intacta.

A medida que nuestra columna se acerca al fuerte, la defensa se multiplica, la intensidad del fuego se redobla. En el aire ya no se percibe sino un zumbido de balas y metrallas, un huracán, una borrasca de hierro. Es una tempestad que ha desatado también su cólera terrible. Quienes solo lo vieron debieron temblar… Vieron cómo nuestros cazadores, nuestros zuavos, lucharon con entusiasmo, bravura y audacia… ¿Es una marcha o una carrera?... ¿O acaso es un vuelo, el de esos hombres que surcan el palacio sin detenerse ante ningún obstáculo?

Se acercan…nadie podrá resistirlo. Eso fue lo que se debió creer por un momento… Ya llegan… tocan las murallas… El enemigo, estupefacto al ver cómo brincan y reaparecen después de vencer un obstáculo, una zanja, una roca, ha debido preguntarse si eran leones o jaguares. Por eso en el fuerte se estuvo a punto, lo que he sabido después, de dar la orden de retirada. Se cambian impresiones…. ¡los franceses van a entrar...!

(CONTINÚA EN SEGUNDA PARTE)

Compilación de dos relatos.

Los olvidados del silencio (mayo de 1983)

En el centro de la sierra de Puebla, Tetela de Ocampo. A una hora del pueblo hasta Ometepec; después hora y media de monte y vereda a pie aparece el barrio de Sontecomapan con sus casas a lo largo de la cañada; los encinos cubren la cima de las montañas. En la ladera, entre los grandes huecos erosionados, la milpa que aguantó el calor y la seca empieza a crecer con la lluvia de finales de mayo. En un ranchito adornado con flores y banderitas de papel, Alejandro Flores, jornalero de 72 años, con un buen día de mezcal a cuestas, escucha las norteñitas del grupo Los Olvidados del Silencio. Es la boda del maestro rural del pueblo; llega a la ranchería jalando un burro arreglado de prendas blancas, y sobre el burro viene sentada la novia. Los invitados vienen atrás, en procesión. Truenan los cohetes. La novia se baja del burro; el novio le da un beso. Luego le dan un abrazo a todos los invitados que llegan a la fiesta.

Cuando abraza la niebla, no se mira su carrera al cielo, sólo se escuchan las explosiones. El viejo Alejandro desenreda su historia tan rápido como los tragos de mezcal que desaparecen en su garganta.



“Yo soy nacido de Tecuanta, que es acá atrás de esa peña que ai se ve. Una hora que haga es mucho, si está cerquitas. Ora vine por la boda, por la barbacoa. Soy jornalero, desde siempre lo he sido, ora tengo que agarrar fuerzas para trabajar; el que se queda aquí no vive. Todo está duro, oro nomás acabo de regresar de fueras: me fui a Cuetzalan, acá por Zacapoaxtla, a chapear café, pero no hubo trabajo; no hubo, entonces agarro pa Martínez de la Torre, allá tengo un cuñado que me ayuda en veces a chapear, pero no hubo tampoco chance. Me dice el patrón un día: “si yo te doy trabajo vente”, y yo lo sigo y me lleva lejos, y me quedé toda la noche. Me dijo cuando se jué: ‘mañana te traigo el almuerzo’, y que no llega en todo el otro día, no llega. Caminé toda la noche pa regresarme a Martínez, sin comer. Ya le digo, soy nacido en Tecuanta, que es atrás de esa peña que ai se ve. Dicen se llama así porque allí vivió el tigre, el Tecuni… Mi tata grande dijo que le desbarrancaron pierdas pa matarlo, que no tenían armas; eso fue cuando los mexicanos de aquí de México. Sotecomapan se llama así porque quiere decir cabecilla: Juan Francisco Lucas les pegó a los franceses… ellos traiban armas fuertes, aquí nosotros puras armas de las que fueran, pero los agarraron en la cañada y los acabaron. Decían los franceses: ‘Bajemos a Ometepec, vamos a chingar mujeres’, pero no pasaron de la barranca, allí los esperaron… a un lado había cerro, a otro lado había cerro y éstos bien escondidos, no fallaron blanco. Dicen ai se puede ver el lugar de la sangre, donde echaron todo el pudridero de extranjeros. Yo lo vide, así lo platican los grandes.”

La orquesta toca “El chubasco”. Corren los vasos de pulque: En la mesa, las señoras a un lado, los hombres del otro. Se devora el mole con arroz. Algunos visten de manta, la más ropa mestiza. La casa del maestro, un cuarto sin ventanas, es la única construida con cemento y ladrillo. El novio y la novia decidieron casarse después de diez años de vivir juntos y ya con cinco chamacos. Brindamos, Los Olvidados del Silencio siguen tocando. Empieza el baile. Las parejas se confunden entre la niebla. El viejo Alejandro, cuando baja la niebla, pierde la vista en la peña Tecuanta.



Foto tomada del libro El Liberalismo popular mexicano. Juan Francisco Lucas y la Sierra de Puebla, 1854-1917. BUAP/Ediciones de Educación y Cultura, México, 2011.

El burro que venció al gobierno (relato, 1991)



Se luchó duro contra los franceses en la sierra de Puebla. Gracias al general Juan Francisco Lucas, nomás quitándoles las botas, se venció a los güeros que venían de otra tierra donde se usa harto zapato. A puro comer chile se les tenía en la prisión de Cuautempan, lloraban lágrimas verdaderas porque no eran valientes. Y así fuimos derrotando al enemigo, nomás de tenerlos descalzos, sí, en está tierra nopalera, no había preso que escapara aunque les abriéramos las puertas.

Puras ideas de las buenas tenía ese general Lucas, era un indio verdadero. Cuando la batalla de Puebla fue amigo del general Porfirio Díaz, en los tiempos en que este era prieto y estaba con los pobres del campo. Ya había matado harto franchute y por eso lo quiso conocer el general Díaz, mesmamente en que luego fue gobierno. Lo vino a buscar hasta aquí a la Sierra para la felicitación. Agarró junto con su gente camino pal cerro del Sotol. Se encontró a un indio remiso, silencioso, que cuidaba su caballo. Y le dice Porfirio Díaz: --Oye tú, ¿dónde encuentro al general Lucas? Y éste no le dio respuesta. --¡Qué no me oyes indio pendejo!, le dijo después. Y el indio tan tranquilo nomás señaló con el dedo la choza. Allá se dirigió Díaz con toda su gente. En la puerta se encontraron a una mujer muy humilde que estaba echando tortillas. –Oiga, disculpe, ¿vive aquí el general Lucas?, le preguntaron. –Como no, les respondió, si ahí anda afuera cuidando el caballo.

---Pero si allá afuera sólo hay un indio.



---Sí señor, pues ese mero indio es el general, y yo su señora esposa. Y Díaz se fue de inmediato a presentarse con Juan Francisco Lucas y pedirle disculpas.

Cuando Porfirio Díaz llegó a presidente y se blanqueó –verdad de Dios que se echaba talco todos los días para dejar de ser prieto—, la agarró contra el general Lucas, ese no obedecía nomás por obedecer y siguió defendiendo a los indios que habían luchado contra el extranjero cabrón. Por eso lo quería matar a la mala.

Cuentan los que lo vieron, de aquí harta gente lo recuerda de antes, que el presidente mandó llamar a la República al general Lucas, dicen que pa premiarlo por su heroísmo. Llegaron por él los uniformados del ejército, muy uniformados, le ofrecieron los saludos del Presidente, luego le dieron un abrigo y un sombrero para que los acompañara a México. Él les dijo que como no, que estaba a sus órdenes, sólo que el abrigo que le habían mandado se lo cambió al capitán. Cuando el capitán se puso la ropa cayó muerto. El forro del abrigo tenía un veneno que mataba al contacto.

Juan Francisco Lucas huyó descalzo, corre y corre por el cerro. Lo iba siguiendo a galope la representación de Díaz. Cuando ya no tenía salida se tiró a un barranco de mucha profundidad. Cayó junto al cadáver de un burro. Los federales bajaron por la vereda, a pie, a como fueron pudiendo. Pero ya no lo encontraron, ni a él, ni al burro, sólo vieron sobre la tierra las vísceras del animal. Ahí estaban parados, no sabían qué hacer. De repente sintieron que de arriba les llovían piedras. Era el burro que las estaba tirando con las patas; los enterró vivos. Luego el general Lucas se salió de las entrañas del burro, de la forma de animal que había usado para escapar y se regresó tranquilo a su casa.

Sigue defendiendo al pobre según era su costumbre. No está viejo, ni está joven, está igual. Cuando lo tratan de agarrar vuelve a adquirir la forma de animal. Ni modo que el gobierno mate a todos los borricos, habría de nuevo guerra. No se extrañe si en esta tierra de Cuautempan oye que de repente un campesino hable con su burro y le diga:

---Disculpe usted la carga, mi general.

Aquí de por sí consentimos mucho al borrico como si fuera sagrado.

Mundo Nuestro. Esta breve crónica forma parte del texto 1973, ¿la historia es nuestra?, publicado en esta revista en su primera época el 10 de septiembre del 2013. Las fotos de la galería fueron tomadas del diario El Heraldo de Puebla en sus ediciones de esos aciagos días.

Martes 1 de mayo, balacera en el centro de la ciudad con saldo de cuatro estudiantes muertos por la policía local. Cuando por primera vez en tu vida entiendes que la ciudad también tiene modos extremos en manos de un poder fanático.






Ver: Galería fotográfica.

La balacera la escuchamos después del mediodía. Primero de Mayo de 1973. No hay clases, y sí desfile obrero oficial que el gobierno ha decidido que marche por la 25 Oriente-Poniente. Pero este no será un día festivo cualquiera.

A la distancia se escuchan claramente los balazos. Trepo a la azotea de la casa de la 15 Sur en el barrio de Santiago, a unas cuantas cuadras del Paseo Bravo. Escucho y no tengo idea de lo que ocurre. Y no tengo la costumbre de prender el radio. Y tengo la seguridad de que en el radio no se informa nada. Y estoy ahí, adivinando entre tinacos y tendederos, por entre las copas de fresnos y jacarandas, con la mira en las torres de catedral, y me encabrona no saber nada, con un vocabulario breve que no da más que para decir “hay un movimiento estudiantil”, “van a correr a los FUAS de la universidad” , “son los mochos de comunismo no, cristianismo sí”, “son los estudiantes que dicen que hay que darle en madre a la burguesía”.



Todo pasa fuera de mí: mi ciudad está con otros, viviendo plenamente su pequeña guerra civil, totalmente desocupada de mí. Los obreros desfilan y echan porras al gobierno y le agradecen la vida al señor presidente. El gobernador, que no le ha dicho a nadie que ha armado con rifles de alto poder a sus judiciales, cumple con su papel de principal en la tribuna, y en la fila los líderes charros. Los estudiantes recorren muy temprano las avanzadas obreras para repartir propaganda contra el charrismo sindical, esa categoría analítica que todavía forma parte del lenguaje común entre los obreros, en la conciencia de su sometimiento. La policía detiene a unos de los muchachos. La voz corre rápido por la 2 Sur hasta el Carolino. De inmediato se llama a mitin en la Plaza de la Democracia, ahí frente a la iglesia de la Compañía, y la llaman así desde tiempos de Madero, pero todavía los coches circulan por la 4, y solo hay un pedacito de plaza, suficiente para organizarse, y desde ahí están apostados, y hay estudiantes, y hay pueblo y abundan los sombreros, y no es que haya mucho más sol, es que México todavía se guarda en la sombra de paja campesina, y ahí están todos, en el centro del centro, en el Carolino y la Compañía, y por eso ya no hay manera de que desfile alguien y le eche porras a quien le digan sus líderes. Ni te acerques gobierno, porque habrá chingadazos. Y la patrulla incendiada sobre la Maximino, y los Garitas Panteón cruzados en la esquina de la 2 y el zócalo, y los judiciales francotiradores que encuentran sus atalayas con los M1 cargados y el semblante dispuesto, y el gobernador que ve pasar los puños altivos de los electricistas y las matracas sumisas de los ferrocarrileros, y un asistente que le dice que ya hay un buen jaleo en el centro.



El recuento de la balacera al día siguiente es de cuatro estudiantes muertos y un número no determinado de heridos. El gobernador Bautista O’farril declara que “si nos reciben a tiros, contestaremos a tiros”. No durará mucho, luego de su declaración y la que le sigue: “En la actualidad la policía local está debidamente armada y tiene la habilidad necesaria para imponer el orden… La policía tiene órdenes para matar de un tiro al que atente contra la paz pública.” Pero por unos días todavía será el gobernador y el baluarte principal contra la universidad tomada por los comunistas.

Un enorme funeral-manifestación recorre las calles el día 3, camina de día hasta el Panteón Francés y regresa de noche al centro de la ciudad. Y yo estoy ahí, en la azotea, asomado a una ciudad que es mía pero que se mueve ajena, como las copas de los fresnos y jacarandas que el viento mece, despreocupados en absoluto por mi destino.

Trabajar en Puebla, 2014

Yo nací en Santa María Coatepec, allá por El Seco. Estudio literatura en la ciudad de Puebla. Pero sé lo que significa trabajar la tierra.



La vida del campesino nos remite a los orígenes del sedentarismo en el ser humano, a una población rural que cultiva sus propios alimentos. La cosecha se convierte en el único medio de subsistencia. Los granos de maíz como el más valioso tesoro de la tierra.

Casi esclavos, aún en pleno siglo XXI. Entrega total a los terrenos de cultivo, un sector económico que sólo les genera pocas ganancias, pero grandes beneficios. Estos son algunos testimonios del trabajo campesino en Puebla.

“Los hijos hicieron su vida por otro lado, abandonaron la tierra…”



Ignacio Flores Valerio es propietario de cinco terrenos, tiene 75 años, es casado y con cuatro hijos; de escasa educación --apenas llegó al tercer grado de primaria--, se integró muy pronto al mundo laboral de sus generaciones pasadas: la de sus bisabuelos y abuelos, la de sus padres. La herencia de ellos, es la tierra.

Ignacio siembra maíz blanco y negro, entre otras semillas, como la calabaza, el haba y el frijol. Vive únicamente de los ingresos que le proveen sus terrenos, pues aparte de contar con cinco tierras, o hectáreas, como se les conoce, él renta cinco terrenos más, para cultivar el maíz, principal fuente de la economía del campesino.



Cuando Don Ignacio no cuenta con las semillas para la cosecha, las compra, elige “semillas mejoradas” que ofrece el gobierno para el sector agrario, semillas alteradas con productos químicos, las cuales dicen prometerle mejorías en la producción y la calidad del producto. Él como todo campesino, trabaja sus terrenos con barbecho, surcada, labor y segunda; invierte por terreno $350.00 por surcada, ya que el trabajo de la siembra y lo demás requieren de gastos variados según los peones que contrate o de su propia mano y la de su familia para ahorrar en gastos extras. Cada vez que contrata peones, les tiene que pagar $120.00 a cada uno, más los gastos que implica llevarles la comida y la bebida; generalmente los contrata cuando se recolecta el grano, para piscar, cargar los bultos de mazorca, y se ahorra los gastos del transporte porque cuenta con camioneta. Recibe apoyo de PROCAMPO, para comprar el fertilizante, cada tonelada le sale en $5,000.00 o hasta $10,000.00 según sea la efectividad o la calidad del producto, a veces él tiene que comprar hasta dos toneladas para que el producto alcance a cubrir el abasto, por lo general adquiere de los dos tipos de fertilizante, del mejorado (con calcio, vitaminas y minerales) y del sencillo (sulfato). En caso de plagas o exceso de hierba mala, los gastos de los fumigantes corren por su cuenta; sin embargo cuando el dinero no le alcanza prefiere desenyerbar con mano propia con el azadón, al labrar la tierra hace lo mismo, se apoya de este instrumento para no ocupar tractor o bestias para el trabajo, pero al contar con la ayuda de sus caballos y yeguas, no duda en hacerlo para evitarse el trabajo pesado.

La siembra por lo general se lleva a cabo en los meses de abril y mayo, surcan en inicios de abril para que a finales de este mes se elija la semilla y se siembre. Los campesinos son muy calculadores respecto al clima y las cabañuelas; que también son como las estaciones del año, sólo que éstas se refieren al calor, las precipitaciones repentinas y los vientos, por ello la gente del campo permanece vigilante de los días apropiados para sembrar y cultivar. Así, las semillas podrán crecer de una tierra fértil y duplicarán su producto o será de mejor calidad, si uno falla en los cálculos correctos, la cosecha se perderá o la sequía y las lluvias torrenciales arrasarán con todo. ¿Cómo es la vida del campesino en realidad? Don Ignacio nos cuenta un poco de ello:



Foto: Magui Santos; Don Ignacio, en la puerta de su casa.

“Uno tiene que vender sus semillas para sostenerse en la vida. La vida del campesino es muy trabajoso, vaya se sufre mucho, pues allí se va uno, allí a trabajar, pues hay veces que, se sufre sed, se sufre hambre y hasta que llega uno a la casa a veces, a veces llega uno, a veces no llega uno. Eso se sufre, porque no es tan fácil la vida, pero sí, poco más o menos para hacer ejercicio, para estar activo, porque si no hace uno nada, pues queda uno muy mal, como le dijiera, ya sin hacer nada, queda uno muy inútil, ya sin ganas de trabajar. Hasta ahora no he tenido ningún percance, procura uno estar más o menos sano y todo eso para ir, porque si se encuentra uno malo pos, mejor no va uno. Recolecto mi semilla cuando ya está lista la cosecha, mete uno los trabajadores y lo achacalan, cuando llegan al mes de diciembre, ya se pisca y se acarrea, ya lo trae uno a la casa. Y ya lo almacena uno y ve uno si ya está bueno para desgranar, pues lo desgrana uno con la desgranadora y ya lo guarda uno. Y ya busca uno a donde le alcanza uno la semilla, porque pues estos locales a veces no alcanzan, entonces busca uno recursos de casa para que se guarde. Entonces ahí se va uno y lo guarda uno, hay que buscar la forma en que guardarlos, porque si los deja uno al abandono, se termina, se acaba, se desecha. Como por ejemplo, hay tengo mi camioneta, la guardo en su garaje, como le nombra uno y ahí se cuida mejor. No rento mis tierras, saco todas mis semillas, y se va uno a venderlas y viene uno y guarda uno su vehículo y ahí está uno y todo tranquilo, todo que este bien en condiciones, porque si esta uno en mal condiciones pos para que se dispone uno a trabajar. Rentaba cuando estaba más joven, ahorita ya no, ya con lo poco que se quede uno ya. Rentaba unas tres o cuatro. Y había más producto, ahorita no más siembro como diez. Y con eso me da abundancia de todo lo que me dé: haba, cebada, maíz, todo eso. Cuando otras personas llegan y quieren semillas, pues se las vendo, como por ejemplo la cebada, y es que quieren para sus animales. Luego uno se mata trabajando en el campo, los terrenos, para que otro venga y los aproveché si uno se descuida o los descuida. Y ya los hijos ya ni las quieren trabajar, ahora prefieren irse a trabajar a otros lados pa’ que ganen mejor; así pasó con mis hijos, uno ya es abogado, otro contador, hicieron su vida por otro lado, todo lo que consigue uno para ellos y las tierras pos se quedarán allí, uno pos ya envejece, ya no sirve para trabajarlas y cuando nos muramos, se va a quedar todo, nadie se llevará nada a la otra vida, por eso pienso vender mis terrenos, en balde compré mi solarito grande, todo se va a quedar.”

Es muy dura la vida, pero que más se puede hacer, esa es la vida que le tocó a uno vivir…

María Ofelia Padua Fernández es una campesina arrendataria de 66 años de edad, casada, con nueve hijos, terminó sólo el segundo año de primaria y se dedicó al campo toda su vida:



Foto: Magui Santos; Aparece Doña María Ofelia, tras la entrevista en su casa.

“Yo rento terrenos, pero tengo tres propiedades, ahorita no más rento dos terrenos más. Me rentan un terreno en $1500.00 ó $1400.00. Existen acuerdos por parte de los que me rentan, pues que tenemos que trabajarlas, con barbechos, siembra, labor, segunda. No más es temporal y dura un año o lo que duré la cosecha. Compro semilla mejorada y a veces voy apartando. Acostumbro sembrar maíz y frijol, porque eso sí se da porque luego ya no quiere darse. Corro con todos los gastos del terreno y me quedo con toda la cosecha, pues si se renta ya es mía. La que se devuelve una parte al dueño ya sería a medias. Un trabajo por terreno me sale caro, por el barbecho más. Contrato cuatro peones y les pago 120 pesos a cada uno. Cuando hay que ir a trabajar, pues se tiene que trabajar, se siembra y luego se tiene que labrar, segundar y la desyerba, o con líquido o con el azadón. Cuando no contratamos peón, pos no más vamos mi hijo, mi esposo y yo. Dediqué toda mi vida al campo desde que me casé. Yo no pensaba venir al campo otra vez, pero me casé y ahora tengo que estar yendo, pensaba que mi marido lo iba a trabajar solo y me iba a mantener, pero no. Orita ya no me es difícil trabajar en el campo, pos ya me acostumbre. Pero sí se las ve uno negras en el campo, la vida allí es muy pesada, luego se tiene que trabajar en el calorón, en las tormentas, con el frío y hasta a veces con el vientazo y el tierrero. Se quema la piel bien feo, le arden a uno los ojos, la nariz pica. La calor a veces nos enferma, pero así se tiene que ir a trabajar a veces para no abandonar las tierras. Es muy dura la vida, pero que más se puede hacer, esa es la vida que le tocó a uno vivir y se tiene que aguantar. Por lo menos fui feliz y he vivido tranquila, a pesar de las borracheras de mi marido, orita ya se enfermó y pos no más yo me tengo que encargar del trabajo y mi hijo, porque ya las nueras no quieren trabajar la tierra, ya es otra vida, los tiempos cambian. Pero pos uno qué puede hacer, más que darle duro al trabajo mientras se puede, sino de qué se va a vivir, sino del campo. Uno pide a Dios que este bien, si no, enfermo, cómo va a trabajar las tierras, si no mejor que las siembre otro.”

El arduo trabajo campesino

Pienso en todo lo que me han dicho. Y en lo que veo en el pueblo. La vida en el campo no es un juego, el campesino es muy dedicado y constante en el trabajo en sus tierras para lograr que el producto de ellas les genere algo, si no ganancias, por lo menos alimento. Algunas personas, cuando tienen mucho de algo pero poco de otro, como por ejemplo, los granos de maíz o las mazorcas, el frijol, la cebada, entre otros granos, van a otros lugares a cambiarlos por otro tipo de productos, como son las verduras, las frutas, vegetales, instrumentos u objetos para el campo o la cocina; entre otros casos, prefieren vender su maíz y haba a los compradores del pueblo para obtener una ganancia; a veces les pagan el maíz a diferentes precios, el kilo por ejemplo de maíz blanco está a $1.30 el kilo y el maíz azul a $2.00. En cuanto al haba, o la cambian pelando kilo por kilo o la venden. El frijol sólo se produce para sustentar la alimentación, si alguien produce en mayoría, lo vende a las tiendas del pueblo o lo lleva a otras regiones, donde se lleva a cabo el trueque o la venta.

Muy aparte de los problemas que le surgen a la gente del campo con la siembra y la cosecha, están los problemas por ampliaciones de caminos, por invasiones de terrenos entre vecinos y otros pormenores que implican intercambio de palabras con los presidentes municipales y los jueces. Hasta la fecha, en 2014, muchos jueces empeoran los casos de deslindes porque no saben que existen linderos, y mucho menos saben dónde deben estar. A parte de que los otros servicios que ellos necesitan, como planos de precisión, sólo están disponibles como planos ilustrativos. Aunque esto se solucione aún quedará el pendiente de la lógica operativa. Y aquí es donde se preguntan si la justicia funciona, después de los agravios a propiedades y de las disputas entre vecinos, la solución es mantenerse al margen o salir apaleado o golpeado.

Los problemas del campesino al fin ni son tomados en cuenta por el gobierno, ni la justicia, ellos resuelven sus asuntos de la mejor manera posible, llegando a acuerdos o estableciendo sus propias reglas; pues a pesar de contar con “La Casa del Campesino”, que es para uso exclusivo para el sector agrario, no le dan suficiente uso, ya que el “Comisariado”, como le nombran al encargado de brindarles información, sólo se enfoca en los problemas financieros, no de problemas comunitarios respecto a problemas territoriales o del campo.

En Santa María Coatepec no sólo se vive de los granos, los campesinos también mantienen vivos los árboles frutales, los huertos que les proporcionan otra actividad económica. En los huertos también se siembra cualquier otro tipo de semillas. Por lo general, los árboles dan frutos en verano y los hay de todo tipo, el campesino entonces, también juega el papel de productor, no sólo de milpas, sino que ahora se convierte en manzanero, perero y más; en este segundo trabajo les cuesta injertar, sembrar otro árbol, mantenerlo libre de plaga, recolectar el fruto, venderlo, intercambiarlo o transformarlo: ya sea en jaleas, dulces o jugos, para su consumo.

Cuántas cosas hacen los campesinos.

Muchas personas se aferran a la vida del campo a pesar de ser frustrante, pesada y laboriosa, porque es su única forma de subsistir. Es también la actividad que provee de alimento a las ciudades. Ellos no dejan morir la tierra ni lo que ella les otorga.

Mundo Nuestro. Con este texto escrito por Öscar E. Hernández López recordamos una fecha fundamental en la historia de México: la derrota final del proyecto conservador que encontró en la intervención francesa y la imposición de Maximiliano como emperador su punto extremo. Eso significó el 2 de abril con la toma de la ciudad de Puebla por las fuerzas republicanas comandadas por Porfirio Díaz, el mayor héroe y villano de la historia nuestra. En paralelo, la perspectiva de una ciudad entonces acostrumbrada a la guerra, a las trincheras, la metralla y la muerte. De este relato de sangre venimos, el último de los sitios vividos en ese apocalíptico siglo XIX mexicano, con la ciudad de Puebla como encrucijada de un derrotero incierto, decidido a golpe de balloneta y paredones caídos.

Resulta evidente que en el México posrevolucionario es precisamente la Revolución iniciada de 1910 el periodo que ha brillado con la luz más intensa en la historia reciente del país, seguido de la lucha de Independencia, lo que ha dejado casi en la oscuridad la época en la que destacó y gobernó Porfirio Díaz. Sin embargo, hay muchos episodios que no pueden ser eclipsados por el discurso revolucionario pues permanecen vivos en la memoria colectiva de un pueblo que ha padecido siempre las embestidas del oficialismo que lo gobierna.



Hablar del 2 de abril es hacer una conmemoración y como toda conmemoración, implica una relectura del pasado. La conmemoración del 2 de abril de 1867 resulta, además de interesante, relevante a 150 años de distancia, porque lo sucedido ese día fue en gran medida lo que constituyó, de acuerdo con Campos Pérez (2015), la legitimidad de origen de Porfirio Díaz, ya que, aunque el General Díaz participó en muchos otros actos de guerra importantes, las acciones militares del 2 de abril le otorgaron un protagonismo indiscutible. Para finales del siglo XIX, esta legitimidad había dejado de ser lo suficientemente fuerte como para respaldar las sucesivas reelecciones de Don Porfirio; sin embargo, los partidarios del General Díaz siguieron apelando esa memoria representada en los hechos del sitio de Puebla, sobre todo en épocas electorales. Obviamente, por el alto grado de vinculación de esta efeméride con su protagonista, cuando Porfirio Díaz dejó la escena política, la celebración del 2 de abril prácticamente desapareció del calendario patrio mexicano.

La conmemoración del 2 de abril resultaba interesante porque, conforme iba pasando el tiempo y los sucesivos gobiernos de Díaz fueron “apropiándose del mito liberal”, los hechos de esa épica jornada fueron interpretados como los actos decisivos que permitieron la restauración de la república, y por lo tanto, el reconocimiento de Juárez como el líder de la segunda independencia de México; esta apreciación generalizada rápidamente pasó a ser una de las principales atribuciones del general Díaz, por eso detrás la celebración de la victoria militar del 2 de abril de 1867 se percibía la celebración de algo más grande, más trascendente: la celebración de la república.



Esta celebración fue ganando mayor relevancia en la medida en que Porfirio Díaz iba convirtiéndose en el personaje central de la nación. El 2 de abril es una de las dos conmemoraciones más importantes incluidas por Porfirio Díaz en el calendario cívico anual, una de ellas fue el 18 de julio, día del aniversario luctuoso de Benito Juárez, la liberación de Puebla, que aunque fue celebrada oficialmente en todo el país durante varias décadas, fue considerada como tal hasta 1913 en el gobierno de Victoriano Huerta: Porfirio Díaz, al frente de la división de Oriente, derrotó al ejército imperial al sitiar y después ejecutar el asalto sobre la ciudad de Puebla, terminando así con la intervención francesa.



2 de abril de 1867. Entrada del general Porfirio Díaz a Puebla, oleo de Francisco de Paula Mendoza, 1902.

Tercer sitio de puebla

Del 9 al 31 de Marzo de 1867

Los hechos de esta memorable batalla se desarrollaron así:

El General Porfirio Díaz organiza, tras varias semanas de ardua labor, una fuerza en Huamantla, Tlaxcala. Cuando cree que es lo suficientemente grande para enfrentar a la resistencia conservadora, el 9 de marzo se dirige a la ciudad de Puebla, y ese mismo día llega por el poniente y ocupa el cerro de San Juan, (hoy colonia la Paz), ahí establece de inmediato su cuartel general y toma posesión del convento de San Fernando sin que el enemigo ofrezca resistencia alguna.

En la cima del cerro de San Juan (Junto a la actual Iglesia del Cielo) se localizaba la casa del Lic. Don José María Zamacona, Porfirio Díaz se aloja en ella durante todo el tiempo que duró el sitio, como él mismo lo expresara en sus memorias “recibí en ella marcadas pruebas de franca y cordial hospitalidad”. Durante el sitio de Puebla, la familia del Lic. Zamacona se fue a vivir a Cholula, éste pasaba el día acompañando a Don Porfirio procurando hacerle agradable y cómoda su estancia regresando cada noche a dormir a Cholula.

La estrategia del Gral. Díaz era la de ir extendiendo una línea envolvente de la ciudad ocupando los suburbios del oriente y del sur, dejando el cerco abierto en la zona norte debido a que el enemigo ocupaba los cerros de Loreto y Guadalupe perfectamente artillados. A pesar de tal inconveniente, El Gral. Díaz ocupó el barrio del Alto y casi todo el barrio de la Luz. Como prevalecía la comunicación entre los cerros y la ciudad, a fuerza de caballería logró la incomunicación total de los cerros hacia el exterior.

Faltando unos cuantos días para el asalto final a la ciudad de Puebla, se incorporaron a las fuerzas porfiristas, por un lado el General Diego Álvarez con unos seiscientos hombres provenientes de las fuerzas del sur y por otro el Coronel Mucio Maldonado con 400 jinetes traídos desde Texcoco.

Bajo la coordinación del Gal. Díaz los distintos jefes fueron realizando una serie de operaciones de avance a fin de reducir el perímetro del sitio. Lograron avanzar la línea occidental hasta la plazuela de San Agustín, controlando tres de los costados de la misma; el costado oriente del tempo seguía bajo control conservador, pero el sitio se plntó en línea recta hasta el convento de la Merced; sobre esa calle (hoy 5 sur-norte) las acera del poniente estaban bajo control liberal mientras que las aceras del lado oriente las dominaban los conservadores.

En cuanto al cerco del lado oriente, los sitiadores ocupaban las manzanas desde la Aduana vieja (Av. 2 oriente)[1] hasta el barrio de la Luz (al otro lado del río de san Francisco, entubado hace algunas décadas y hoy Boulevard 5 de mayo) girando la línea del sitio hacia los cerros por el puente de la Luz.

Pocos días antes del asalto a la ciudad de Puebla, el 24 de marzo de 1867, el Teniente Coronel Domínguez emprendió un vigoroso ataque a la manzana frente al mesón “Nobles varones”[2] con la intención de desalojar al enemigo que ocupaba la mitad de dicha manzana. El cañoneo y fuego de fusilería se hicieron muy intensos, la otra mitad de la manzana de la que partió Domínguez formaba parte de la línea comandada por el General González, éste acudió en apoyo del primero, al momento de salir a la azotea un tiro enemigo le destrozó el codo derecho. El General Díaz, que se encontraba cerca y consideraba a Domínguez un militar muy arrojado y a la vez demasiado imprudente, al escuchar el fuego tan nutrido acudió al lugar de la balacera y entró al edificio en el momento en que bajaban al Gral. González, la primera reacción de Díaz fue dar órdenes conducentes a contener la intensa hemorragia del Gal. González, luego se dirigió al paso veloz al sitio del combate apoyado con refuerzos que previamente había ordenado le hicieran llegar, el resultado de la “imprudente” acción fue que esa noche se controló esa manzana en su totalidad.

El enemigo, en su desesperación, incendió una tienda en la manzana que ocupaba el General Francisco Carreón; tienda contenía mucha madera pues además de los muebles de la familia que días antes había abandonado la casa, contenía un enorme armazón totalmente inflamable.

Al enterarse el General Díaz del incendio en la casa mencionada, acudió de inmediato con la intención de sofocar el fuego, inició tal labor por la habitación contigua a la tienda que también se encontraba en llamas. Porfirio Díaz (en Hernández, 1909, pp. 275-276) narra en sus memorias lo sucedido en ese episodio:

Hice poner al efecto una mesa en el centro del cuarto y sobre ella coloqué un caldero del rancho de la tropa, el cual lo mandé llenar de agua, constantemente renovada por la que acarreaban los soldados. Mientras yo, parado sobre la mesa, con una jícara arrojaba agua del caldero a las vigas del techo, el del piso superior, que me dijeron que ya había caído, se desplomó, y las vigas del interior, medio carbonizadas ya, no resistieron el golpe y cayeron sobre mí. Al oír el primer estruendo brinqué desde la mesa para la puerta de salida, y allí me encontré con el licenciado Juan José Baz, única persona que se atrevía a darme valor y a quien con mi choque arrojé fuera del peligro; pero el techo siempre me alcanzó y quedé cubierto de escombros del medio cuerpo para abajo. Cayeron en seguida las puertas de las ventanas que estaban ardiendo y me descubrieron ante el enemigo que se acercó hasta los enrejados, y disparó sobre mí a quemarropa, pero en esos momentos Carreón salió por los balcones de las piezas que no ardían y lo desalojó; más luego, posicionado en la acera opuesta, calle de por medio, siguió dirigiéndome sus disparos.

Atrapado entre vigas ardiendo y escombros amontonados sobre ellas en situación sumamente riesgosa, Luis Terán jalaba de los brazos al General Díaz de tal manera que sentía que se los iba a arrancar, según el mismo General, Terán era muy nervioso y peor se ponía cuando se encontraba en dificultades, fue entonces cando un ayudante fue por una palanca de las que se usaban en las maniobras del sitio y con esa herramienta lograron liberarlo levantando las vigas que lo aplastaban, Terán metió la palanca debajo de las vigas que sostenían los materiales que Díaz tenía encima de sí, al rescatarlo, las botas del General quedaron entre los escombros.

Las vigas ardiendo que cayeron sobre el General Díaz, le provocaron quemaduras en los muslos, al levantarse y caminar pudo constatar que la situación no pasaba de ahí, en seguida se dirigió a los baños de Carreto[3] los cuales estaban en la misma manzana. La noticia de la balacera se propagó muy rápido, corrió el rumor de que el General Díaz había fallecido en el incendio, por eso Don Porfirio recorrió la línea para que los soldados lo vieran y constataran que se encontraba en buenas condiciones para seguir al frente de las fuerzas liberales, posteriormente visitó a las reservas que se encontraban en el cerro de San Juan.

Los atacantes también provocaron incendios en algunas casas en las que se encontraba el enemigo. El General Díaz dispuso que prepararan un mortero y que a las granadas de a doce se les amarrara en la espoleta un alambre con un trapo empapado en aguarrás, fue así que se provocó el incendio del circo Chiarini y las casa aledañas pues todas ellas eran de madera, con esta estrategia logró tomar la manzana contigua a San Agustín, hazaña importante pues este espacio era defendido ferozmente desde las alturas de la iglesia y del convento.

Mientras tanto, en otro frente de la guerra, el General Mariano Escobedo mantenía sitiada la ciudad de Querétaro, y necesitaba refuerzos, pues ahí sitiado se encontraba Maximiliano. Escobedo pidió auxilio al Gral. Díaz y éste decidió mandar en apoyo al General Juan N. Méndez con parte de su División y ordenó que se le unieran las fuerzas de Pachuca que estaban bajo las órdenes del General Martínez sumadas a las que mandaba el General Vicente Jiménez, las de Vicente Riva Palacio y las del Coronel Florentino Mercado, lo que permitió que la fuerza total del General Méndez que arribó a Querétaro sumara más de seis mil hombres y diez obuses de montaña.

Porfirio Díaz, héroe del 2 de abril | La Crónica de Hoy

Últimas horas antes del asalto a la ciudad de puebla

1° de abril de 1867

Los efectivos republicanos que sitiaban la ciudad de Querétaro eran casi 40.000 soldados organizados en dos cuerpos de ejército, el del Norte y el de Occidente. Los republicanos intentaron en varias ocasiones tomar la plaza sin éxito, los primeros enfrentamientos se dieron el 12 de marzo siendo los más encarnizados los de los días 14 y 17 de marzo. El día 22 marzo, el general Leonardo Márquez, acompañado de Santiago Vidaurri que había sido nombrado por Maximiliano Jefe del Gabinete y Ministro de Hacienda y más de mil dragones de Julián Quiroga salió sin oposición alguna hacia la Ciudad de México con la encomienda de regresar con refuerzos y levantar el sitio, Márquez tomó el camino de la Sierra sin encontrar resistencia en el camino.

Cuando llega a la Ciudad de México el 27 de Marzo, recibe un comunicado del General Noriega jefe de las fuerzas conservadoras sitiadas en Puebla solicitando auxilio pues a esas alturas ya era imposible sostener el sitio por mucho tiempo. En respuesta, Márquez organizó un contingente para apoyar a Noriega de aproximadamente cuatro mil hombres entre caballería, infantería y artillería que incluían cuerpos extranjeros que permanecieron en México en solidaridad con el emperador tras la retirada de las tropas francesas a finales de 1866. A la altura de los Llanos de Apam, Márquez recibe la noticia de que la plaza de Puebla había caído en manos de los republicanos quedando únicamente en poder de los imperialistas los cerros de Loreto y Guadalupe, los ahí sitiados esperaban su auxilio desesperadamente. Tratando de prestar auxilio oportuno, se dirige a Huamantla pero en ese intervalo caen los cerros en manos del General Díaz por lo que salen de Puebla fuerzas republicanas en un ataque directo sin el temor de dejar enemigos en la retaguardia.

La noche del 30 de marzo, día en que Márquez abandona la Ciudad de México, el General Díaz recibe noticias del General Leyva quien con dos mil hombres de infantería y caballería se encontraba estacionado en Tlalpan, el parte informaba los movimientos de Márquez, su salida de Querétaro, la organización de una columna de más de cuatro mil hombres y que se encontraba en las inmediaciones de San Cristóbal Ecatepec con la posibilidad de marchar lo mismo a Querétaro que a Puebla, la instrucción de Díaz fue en el sentido de observar estrechamente los movimientos de Márquez y mantenerlo informado oportunamente.

Con el fin de tener una comunicación inmediata, ágil, fácil y violenta como el mismo la relata en sus memorias, el General Díaz manda establecer dos líneas de telégrafo militar que le permitieran este tipo de comunicación con las fuerzas bajo sus órdenes, una se colocó por la cuesta de Río Frío hasta Tlalpan y la otra hasta Apizaco, contaba además en esta ciudad con una locomotora que le permitía observar a su enemigo y obtener noticias rápidas y exactas de sus movimientos.

Gracias a estos dispositivos informativos, Díaz se enteró el 31 de Marzo que Márquez marchaba por lo llanos de Apam, por lo que se podía deducir que su objetivo era la ciudad de Puebla, esto aceleró la decisión del General Díaz de asaltar la ciudad que tenía sitiada. La primera acción encaminada a tal fin fue la de poner a salvo a los heridos, enfermos y algún cargamento y sacarlos de la ciudad en dirección a Tehuacán; esta era una medida de precaución considerando la posibilidad de fracasar en el asalto planeado, no le comentó nada a nadie por lo que todo mundo, compañeros y enemigos, consideraron estos movimientos como preparativos para una retirada a Tehuacán o a Oaxaca.

Cualquier preparativo para el asalto pondría en evidencia su intención y fue hasta bien entrada la noche del 1° de abril que comunicó su estrategia a sus tropas porque si sus soldados hubieran conocido antes sus planes, Díaz consideraba que el asalto hubiera fracasado. Cuando el momento de la ejecución del plan estaba muy cerca lo hizo saber al General Ignacio Alatorre encargado de su cuartel maestre; le ordenó que citara a todos los jefes que irían al mando de las columnas de asalto a una junta en una casa situada al centro de sus líneas para que cada jefe no se alejara mucho del lugar a su cargo.

En la junta, Díaz dio instrucciones verbales a cada uno, les especificó las operaciones que cada uno tenía que realizar señalando a cada jefe la fuerza de que debía constar su columna de asalto, qué trinchera debía asaltar y las puertas que tenía que desatrincherar. En este plan se especificaba que ninguna columna debería salir a una distancia mayor a cien metros de la trinchera que debía atacar, en algunos casos la salida sería a menos de cincuenta metros.

El perímetro de las líneas enemigas era de forma elíptica con el diámetro mayor orientado de sur a norte, esta distribución colocaba al convento del Carmen en uno de los puntos más alejados de la plaza, al revisar esta geometría el General Díaz tuvo una brillante idea: se le ocurrió en ese momento hacer un falso ataque en ese punto lo que haría que el enemigo dirigiera sus columnas de reserva a ese lugar.

Porfirio Díaz dispuso 17 columnas de asalto, tres de las cuales constituirían el falso ataque sobre el Carmen, la primera de estas columnas estaba bajo el mando del Teniente Coronel Jesús Figueroa, la segunda estaba comandada por el General Eutimio Pinzón y la tercera obedecía las órdenes del General Luis Pérez Figueroa.

Las 14 columnas[4] que constituían el ataque verdadero estaban comandadas por los generales Rafael Cravioto, Doroteo León, Ramón Vázquez Galindo, Francisco Carreón, Juan Crisóstomo Bonilla y Manuel Andrade Párraga, los coroneles Luis Mier y Terán y Vicente Acuña, los Tenientes Coroneles Juan de la Luz Enríquez, Francisco Vázquez y Genaro Rodríguez y Mayores José Guillermo Carbó y Carlos Pacheco. El promedio de hombres que conformaban cada columna era de ciento treinta efectivos, la asignación para el ataque a la ciudad fue de la siguiente manera:

La primera columna, al mando del General Cravioto, debía asaltar la trinchera de la calle Alcantarilla[5]; El general Carreón al mando de la segunda columna tenía como misión atacar las trincheras de las calles Belen[6] e Iglesias[7], y la brecha que había sido abierta en la manzana de Malpica[8], como cabeza de este asalto iba el Teniente Coronel Genaro Rodríguez, comandante del batallón de zapadores.

La tercera columna era comandada por Vicente Acuña, le tocó el asalto a la fortificación de Iglesias, formidablemente reforzada por el enemigo, por eso esta columna contaba con 150 hombres.

El Teniente Coronel Francisco Vázquez al mando de la cuarta columna fue enviado a penetrar por la brecha abierta por la artillería republicana en la manzana de Malpica.

La quinta columna tenía dos cabezas, el Coronel Luis Mier y Terán y el Teniente Coronel Juan de la Luz Enríquez, ellos personalmente debían encabezar el asalto a las trincheras de las calles de Miradores[9].

La sexta columna debía posesionarse del Noviciado[10], tal misión la encabezaba el Teniente Coronel Guillermo Carbó.

Al General Juan Crisóstomo Bonilla se le encomendó la toma del parapeto del costado de San Agustín, esta era la misión de la séptima columna.

La octava columna estaba compuesta por varios jefes, entre los que destacan Luis Pérez Figueroa, Andrade, Doroteo, León y Vázquez Aldaba; ellos deberían concurrir por la parte oriente sobre la calle del Dean[11].

El asalto por la calle de la Siempreviva[12], lo ejecutaría la novena columna al mando del Mayor Carlos Pacheco.

La Décima columna bajo las órdenes del Coronel Manuel Santibáñez debería ocurrir al convento de San Agustín en los precisos momentos del asalto a la ciudad.

La onceava columna del General Alatorre era una columna de reserva formada por el 3° de Cazadores, y su misión era estar alerta para ocurrir y apoyar a quien pidiera auxilio.

La Artillería del General Díaz contaba con 18 bocas entre las de fuego, de sitio, de batalla y de montaña, y se establecieron a menos de medio tiro de las trincheras que iban a atacar. Al observar detenidamente el escenario al que se dirigen sus hombres, el Gral. Díaz descubre que el enemigo ha cometido un grave error que él va a utilizar en su favor: la espalda de los defensores de las trincheras no está cubierta. La estrategia de Díaz en esa circunstancia consistió en ordenar que todo ataque sobre una trinchera tuviera un correlativo sobre la opuesta, de esa manera, todo el fuego que pasara por encima de una trinchera atacada, causaría heridas por la espalda a los defensores de la opuesta; realizando el ataque por la noche, haría pensar a los heridos por la espalda la presencia del enemigo atrás de ellos atacando por la retaguardia.

Muy cerca de la artillería, se colocaron las tres columnas encargadas del ataque falso, se aprovecharon los accidentes del terreno que lo protegería del fuego de respuesta del enemigo. Cada una de las otras columnas, tomó el lugar que le correspondía para iniciar su asalto, para que todos los movimientos se sincronizaran debidamente, el General Díaz mandó colocar un gran lienzo hecho con piezas de manta colgadas de un alambre tendido entre las torres de la iglesia del cerro de San Juan que colgaban hasta el suelo, dicho lienzo estaba empapado en resina el cual sería encendida cuando Díaz diera la orden. Los jefes de las columnas del asalto verdadero tenían conocimiento de que la luz del lienzo al ser encendido era la señal para iniciar el asalto.

Se había dado la orden desde la caída de la noche de que no se hiciera fuego alguno en ningún punto de la línea, la excepción era el caso en que el enemigo pretendiera salir. El silencio que envolvió la noche del 1° de Abril de 1867 impresionó al enemigo de los republicanos; ellos sabían que el General Leonardo Márquez estaba cerca, se encontraba tan sólo a doce leguas atrás de las fuerzas del General Díaz; esa noche Márquez durmió en la Hacienda de Guadalupe. Todo esto hizo pensar a los sitiados que los republicanos se retiraban y que se encontraban en plena evacuación de sus líneas.

Porfirio Díaz se colocó cerca de la Alameda Vieja desde donde podía observar con claridad las maniobras de algunas de las columnas del asalto verdadero y las de las tres encargadas del ataque falso. Sin embargo, Díaz no las tenía todas consigo. Todo estaba listo para el ataque pero el General en Jefe del gran asalto tenía escasez de municiones; el General Diego Álvarez, que estaba bien abastecido, le proporcionó parte de su parque, pero no era suficiente, el parque escaseaba en casi todas las columnas así que el General Díaz mandó recoger de la caballería colocada al sur y frente a los cerros, todas las municiones que tuvieran en sus cartucheras con el fin de abastecer mejor a las columnas de asalto, le vendió la idea a la caballería de que ellos contaban con lanzas y sables; ordenó al General Toro al mando de esta arma que no abandonara su puesto aun cuando la batalla en las calles de la ciudad fuera muy dura, debería permanecer en su puesto mientras no recibiera una orden contraria, tampoco debería intentar tomar parte en ella ya que Díaz tenía cierta información sobre un posible intento del enemigo de romper el sitio esa misma noche, cosa que había que impedir a toda costa, las órdenes siempre fueron conducentes en este sentido.

Las órdenes del General Díaz tenían en realidad otra intención. Quería dejar fuera del asalto al personal de caballería pues consideraba que entre ellos abundaban “personas de malas costumbres” y temía que causaran graves desórdenes durante el asalto y después de éste. Cuando la caballería se enteró del asalto de la plaza, ésta ya había sido tomada.

Díaz, sabiendo que Márquez se aproximaba a Puebla, tenía que tomar una difícil decisión. Atacar a Márquez implicaba levantar el sitio y quedar con el enemigo en la retaguardia, esto podría desmoralizar a sus hombres empeorando la situación. Emprender la retirada hacia Oaxaca implicaba la destrucción de un gran número de elementos de guerra que con tanto trabajo había logrado reunir con la consecuente desbandada de gran parte de su gente. No quedaba otro camino viable con grandes posibilidades de éxito que arriesgarse en una empresa que si resultaba según lo esperado, le abriría las puertas de la Ciudad de México y pondría fin a la guerra. El General Díaz tenía opositores al plan entre sus hombres, como Juan José Baz quien insistía en que fueran todos a apoyar la toma de Querétaro dejando la toma de la Capital y la de Puebla para después.

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Asalto a puebla

2 de abril de 1867

A las 2.45 de la mañana del 2 de abril de 1867 los republicanos romperon fuego sobre las trincheras del Carmen, y cuando se agotaron las pocas municiones de artillería, inició el movimiento la primera columna del ataque falso. La marcha vigorosa de esta columna fue atenuada por el vivo fuego del enemigo en cuanto detectó su movimiento, la columna del falso ataque retrocedió con graves bajas en desorden a una distancia aproximada de cien metros pues no había obstáculos entre la columna de ataque y las trincheras del Carmen.

Inmediatamente el General Díaz ordenó el ataque de la segunda columna la cual logró llegar hasta la contraescarpa pero también fue rechazada, en seguida Díaz lanzó la tercera columna, ésta logró avanzar un poco más, llegó a la contraescarpa, intentó pasar el foso pero lo único que logró fue dejar algunos cadáveres en él pues también fue rechazada eficazmente por el enemigo.

En ese momento, ordenó el toque de clarín convenido para encender el lienzo preparado que colgaba entre las torres del cerro de San Juan, esta era la orden del asalto general a la vista de todos los combatientes republicanos.

El silencio absoluto que había prevalecido toda la noche entre las líneas republicanas fue roto intempestivamente por un fuego general en ambos lados de la batalla, la metralla se desató tanto en las columnas asaltantes como en las trincheras y en el canal de fuego dispuesto en azoteas de edificios altos y balcones por donde las columnas de asalto tenían que pasar antes de llegar a alguna trinchera.

Había un buen número de jefes y oficiales que no teniendo servicio asignado fueron agrupados en una legión de honor que Díaz armó en las horas previas a la batalla; la víspera del ataque fueron divididos en grupos de cinco hombres, todos armados con mosquetes cortos, el General Díaz ordenó a cada jefe de grupo que tomara posesión de las escaleras que habían pertenecido al servicio de alumbrado público y que se encontraban abandonadas en las zonas de la ciudad que los republicanos iban conquistando, las escaleras serían utilizadas para escalar los balcones, azoteas u horadaciones en los momentos en que las columnas realizaran sus ataques, provocando desorden en los edificio de las manzanas bajo acecho ya que sus defensores estarían preocupados por la defensa de sus respectivas trincheras.

La otra sección de dicha legión de honor, dispuesta en grupos de cuatro integrantes, le fue asignada la misión de vigilar las manzanas, una por grupo, por donde ya hubieran pasado las columnas de asalto, prestando un servicio de policía para evitar los desmanes propios de la tropa vencedora. La señal a la que estos grupos deberían responder era el mismo paso de las columnas. El intenso fuego de fusilería y el fuerte cañoneo en todo su vigor no duró más de diez minutos, a los quince minutos de iniciado el asalto solo quedaban activas las defensas de las torres de catedral y las partes altas de San Agustín y el Carmen.

Mientras tanto, en el Carmen continuaba la lucha, las columnas rechazadas al principio volvieron a la carga y lograron penetrar las filas enemigas exactamente en el mismo lugar donde habían sido rechazadas al principio del asalto. En la medida en que las tropas republicana iban penetrando las líneas enemigas, los prófugos de la ciudad se fueron refugiando en los cerros de Loreto y Guadalupe lo que aumentaba su fortificación. Desde los cerros, el fuego de artillería también de intensificó sobre todo sobre las calles por donde avanzaban los soldados de Díaz, y como ya había amanecido, la visibilidad era muy buena.

La buena disposición de las trincheras del enemigo al principio de cada calle permitía la buena posición de sus tiradores, que metían sus fusiles por horadaciones a ambos lados llegando hasta la esquina, lo que hacía que los asaltantes de las trincheras tuvieran que pasar por un canal de fuego que salía de las ventanas inferiores, balcones y azoteas aunado al fuego que provenía de las propias trincheras, llegando a ser tal canal de fuego hasta de cien metros de largo.

La calle de la Siempreviva, objetivo del comandante Carlos Pacheco, es un ejemplo de esta estrategia de defensa. Este comandante se distinguió por su arrojo, luchó con gran brío desde el inicio del asalto lanzando de las azoteas granadas de mano, tiros de fusil y granadas grandes pues solamente tenía que encenderlas y dejarlas caer.

A pesar de que un casco de granada hirió a Pacheco en la pantorrilla y de la pérdida de hombres que del asalto resultaba, avanzó hasta la trinchera; sus hombres arrojaron sacos de paja en los fosos y Pacheco logró cruzar, pero ahí fue herido en una mano. Siguió avanzando hasta la esquina de la plaza, y ahí, un tiro de metralla proveniente del atrio de Catedral le causó algunas bajas y a él le rompió el muslo izquierdo, uno de sus hombres lo ayudó a pasar por un lugar con fuego menos intenso y otra ráfaga de metralla lo alcanzó el brazo derecho, el soldado que lo conducía también fue alcanzado por el fuego enemigo. En esos momentos llegaban a la plaza las primeras columnas asaltantes, la que mandaba el Coronel Luis Mier y Terán y la que comandaba el Teniente Coronel Juan de la Luz Enríquez, atrás de ellos llegaron las demás columnas.

Algunas fuentes aseguran que el primero en llegar a la plaza fue el General Juan Crisóstomo Bonilla al mando de su columna; incluso existe una placa conmemorativa en la esquina del portal Iturbide y 3 Poniente. Juan C. Bonilla fue Gobernador de Puebla, por lo tanto existe la duda sobre la veracidad de lo escrito en esa placa.

Los tenientes Figueroa y Pou se batían con una fuerza replegada en el Portal del Cazador, estos tenientes eran protegidos en esta acción por el Teniente Coronel Enríquez, a pesar de ello, el Teniente Santiago Pou, de origen español, fue gravemente herido en esta acción, murió poco tiempo después.

Porfirio Díaz reconoció que el asalto del 2 de abril a la ciudad de Puebla fue una de las acciones más importantes de la que tomó parte durante la guerra de intervención francesa.

Este relato de la épica batalla del 2 de abril de 1867 termina con el parte oficial que el General Porfirio Díaz Mori dio al Ministerio de Guerra ese mismo día tomado de sus memorias:

Ejército Republicano.—Línea de Oriente.—General en Jefe.—C. Ministro de la Guerra '—Acabamos de tomar por asalto la plaza, el Carmen y demás puntos fortificados que el enemigo tenía en esta ciudad quitándole un numeroso tren de artillería y un depósito abundante de parque, Don Mariano Trujeque, Don Febronio Quijano y otros veinte Jefes y oficiales traidores fueron hechos prisioneros y fusilados con arreglo a la ley.

Una parte de la guarnición enemiga se ha refugiado en los Cerros de Guadalupe y Loreto, en espera del auxilio que trae Don Leonardo Márquez, y éste, según los informes de mis exploradores, pernoctó ayer en San Nicolás con una División de tres o cuatro mil hombres y diez y ocho piezas de artillería. Aun no puedo decir a usted las operaciones que me propongo ejecutar, paro sí me creo en aptitud de asegurarle, que los cerros sucumbirán y Márquez será batido si no regresa luego que sepa el revés que sufrieren sus cómplices.

En uno u otro caso, muy pronto estaré sobre el Valle para acudir en auxilio del Ejército del Norte o emprender sobre México, según mejor convenga. Sírvase usted poner lo expuesto en el conocimiento del C. Presidente de la República, asegurándote de nuevo las seguridades de mi respeto.

Independencia y República, Zaragoza. 2 de Abril de 1867.

—Porfirio Díaz.— C. Ministro de Guerra y Marina."

REFERENCIAS

Campos Pérez, Lara. (2015) La república personificada. La fiesta porfiriana del 2 de abril (1900-1911) Estudios de historia moderna y contemporánea de México. Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, Ciudad de México, México. Estud. hist. mod. contemp. Mex no.51 México ene./jun. 2016. Recuperado de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0185-26202016000100053&script=sci_arttext

Magallón Ibarra, Jorge Mario (2005). Proceso y ejecución VS. Fernando Maximiliano de Habsburgo (Primera edición). Instituto de Investigaciones Jurídicas: Universidad Nacional Autónoma de México. Consultado el 7 de abril de 2016.

Vigil, José María (1884). Riva Palacio, Vicente, ed. México a través de los siglos. Tomo Quinto. La Reforma (Primera edición). Ballesca y Compañía Editores. Consultado el 7 de abril de 2016.

Leicht, Hugo (2010). Las calles de Puebla. Décima Impresión. Secretaría de Cultura. Gobierno del Estado de Puebla.

Hernández, Fortunato. (1909). Un Pueblo, Un Siglo, Un Hombre. (1810-1910) Ensayo Histórico. Escalante. México.

Biblioteca de Omega (1892). Memorias del General Porfirio Díaz. Universidad Autónoma de Nuevo León.

Tello Díaz, Carlos. (2015). Porfirio Díaz. Su vida y su Tiempo. La Guerra 1830 – 1867. Ed. Debate

[1] De acuerdo con la nomenclatura antigua tomada del libro “Las Calles de Puebla” de Hugo Leicht, existieron dos calles con el nombre de Aduana Vieja, la 2 Oriente y la 3 Oriente, por la descripción que hace Porfirio Díaz en sus memoria de las manzanas ocupadas por sus tropas llegando al barrio de la luz, probablemente se refiere a la 2 Oriente.

[2] Seguramente Porfirio Díaz se refiere al Mesón de los Varones que se localizaba frente a la plazuela de San Agustín. Había otro mesón que se llamaba “Mesón de los Santos Varones” en el Parral sobre la acera sur de la 7 poniente, era la casa número 17 de la Calle de la Libertad.

[3] Calle del baño de Carreto. Era el tramo de la calle 5 norte que comprendía el número 600, esto es al sur del convento de la Merced.

[4] En descripción de cada columna solamente aparecen once. Probablemente el total fue de catorce columnas y no de diecisiete.

[5] Hoy cinco de mayo a la altura de la 10 poniente

[6] 4 poniente a la altura de la 5 norte

[7] 2 Poniente y 5 Norte

[8] Entre 2 y 4 poniente y 7 y 5 norte

[9] Reforma y 5 Norte

[10] El Noviciado de San Agustín, 5 sur entre 5 y 7 poniente

[11] 5 Oriente a la altura de la 2 sur

[12] 7 Poniente y 3 sur

Madero en trance

Mundo Nuestro. El martes 7 de marzo pasado se presentó en la Casa de los Hermanos Serdán en la ciudad de Puebla el libro Dos revolucionarios a la sombra de Madero, de Beatriz Gutiérrez Müller, ed. Ariel, México, 2016. Presentamos en este arranque de semana las reseñas escritas para el evento por los investigadores Emma Yanes Rizo, Gabriela Pulido Llano y Julio Glockner Rossains.



El libro de Beatriz Gutiérrez Müller sobre la vida y trágica muerte de dos poetas y periodistas centroamericanos, que en México se unieron a la causa, reformista primero y revolucionaria después, de Francisco I. Madero, tuvo su origen en una conversación familiar. Cuenta Andrés Manuel López Obrador en el prólogo que sirve como preámbulo histórico, que cuando escribía el libro Neoporfirismo le comentó a Beatriz que durante la Decena Trágica, un poeta llamado Solón Argüello, gritaba en la esquina de las calles San Francisco y Bolívar, en la ciudad de México, llamando al pueblo a defender a Madero, sin que nadie le hiciera caso. Algo similar a lo ocurrido en Puebla con los hermanos Serdán. La imagen de un hombre desesperado pidiendo a gritos el respaldo popular a un presidente derrocado y pronto asesinado de la manera más vil, despertó el interés de Beatriz por este singular personaje y se dio a la tarea de investigar su vida, interés vinculado a indagar el papel de los intelectuales y periodistas durante la breve gestión de Francisco Ignacio Madero. En el curso de esta indagatoria del revolucionario nicaragüense, nacionalizado mexicano, apareció el nombre de otro interesante protagonista también olvidado en nuestro país, el costarricense Rogelio Fernández Güell, cuya actividad política e intelectual lo condujo a la poesía, el periodismo y la diplomacia, siempre con un espíritu humanista.

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F. Dené, Aprehensión de Madero y Pino Suárez, óleo. Museo Nacional de Historia.



En el prólogo de Andrés Manuel se definen los perfiles ideológicos de algunos connotados intelectuales del porfiriato, como Justo Sierra y Francisco Bulnes, y otros de menor calidad intelectual y moral, como Salvador Díaz Mirón. Al pacificar la nación con mano dura y bajo el lema de “Orden y Progreso”, el país había tenido durante el porfiriato un desarrollo material sin precedentes, creando nuevas industrias y consolidando las existentes, incrementando la producción en el campo, creando nuevos bancos y servicios diversos, expandiendo la minería y construyendo una red ferroviaria, que, si no recuerdo mal, comprendía 20 mil kilómetros de vías férreas para comunicar el centro del país con el norte y los puertos, de modo que se facilitara la extracción de materias primas que requerían las empresas extranjeras que invertían fuertes sumas de capital en México. Un diseño para el saqueo de las riquezas de la nación con los recursos técnicos de la época. Todo ello en un sistema profundamente desigual e injusto en lo económico y social y en un ambiente político dictatorial, donde sólo valía la voluntad del presidente, como bien lo dijo Renato Leduc en aquél corrido, eran “Tiempos en que era Dios Omnipotente y el señor don Porfirio presidente. Tiempos ¡ay…! Tan iguales al presente”.

Bueno, advirtamos que el presente de Leduc cuando escribió el corrido se caracterizaba por la omnipotencia del PRI y las cosas han cambiado desde entonces, no sustancialmente, pero han cambiado, abriendo nuevas posibilidades para una regeneración del país.

Pero hay ideas que persisten, como la idea y el mito del Progreso, un mito apuntalado en el siglo XIX por Justo Sierra, Francisco Bulnes, José Ma. Luis Mora y tantos otros. Voy a detenerme a comentar este concepto que, me parece, es el que la da unidad al libro, tanto al prólogo de Andrés Manuel como al relato biográfico de Beatriz, aunque por distintas razones: el progreso material durante el porfiriato por un lado, y el progreso espiritual que Madero se planteaba como vía para salvar a la nación, convicción teñida de un espíritu místico cuyo contenido fundamental eran los principios de libertad y democracia.



Es con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII como va despuntando la idea moderna de Progreso, que se distancia gradualmente de la idea del Dios judeocristiano, aunque nunca deja de estar emparentada con ella en su lógica, pues de ese pensamiento religioso proviene la concepción de un tiempo lineal y progresivo, que se inicia en el Génesis y culmina en el Apocalipsis.

El colonialismo europeo de los siglos XVI y XVII se había valido de la idea cristiana de la redención de las almas de los paganos e idólatras para justificar su invasión al resto del mundo. Fue evangelizando, con la palabra de Dios por delante, como se apropiaron, mediante la espada y la cruz, de continentes enteros. Más tarde, al desprenderse la racionalidad occidental de sus argumentos teológicos, los europeos que concibieron la idea de Progreso en el siglo XVIII se colocaron a sí mismos en la cúspide de un proceso que culminaba en su forma de vida, su tecnología, sus costumbres y su manera de pensar el mundo. Todas las demás culturas debían enderezar el camino fallido que habían seguido para occidentalizar su rumbo e incorporarse en la senda del Progreso, única vía posible para alcanzar la condición de sociedad civilizada. Con la Ilustración no fue la idea Dios, sino la idea del Progreso la que operó como argumento redentor. Ahora se trataba de civilizar a los pueblos bárbaros y salvajes para que alcanzaran un nivel de desarrollo que se pudiera equiparar al modo de vida occidental y de este modo someterlos a una relación de explotación tanto de sus recursos naturales como de su abundante mano de obra.

De origen latino, el término progreso se refiere al desarrollo de un ser o una actividad y lleva implícita la idea de avanzar, lo cual nos convoca, como un imperativo, a “ir hacia delante”. Este artificio psicológico de “ir hacia delante” se convirtió, durante los siglos XIX y XX, en el elemento ideológico más eficaz para justificar las políticas de los Estados nacionales y de las empresas transnacionales. Es un artificio psicológico que juega con la temporalidad haciéndonos creer que le tiempo es simplemente una línea cronológica con un atrás, que está en el pasado, y un adelante, que está en el fututo. Las innovaciones tecnológicas son, según esta manera de mirar las cosas, las que permiten ir hacia delante y progresar. Cambiar, avanzar, ir hacia delante, se convirtieron en valores en sí mismos en la civilización occidental, en sociedades cuyo desarrollo se ha sustentado en una ilimitada innovación tecnológica que está llevando a la humanidad entera al borde del abismo, generando día con día desempleo, hambrunas, violencia física y psicológica y un desastre ecológico sin precedentes. A pesar de estas terribles evidencias que constatamos en las noticias de todos los días, se sigue confiando en el mito del progreso, con la excepción de pequeños grupos de activistas que lo denuncian, seguimos sin reaccionar como ciudadanos ante la demagogia modernizante de los gobiernos en turno. Y es que el término ha penetrado tanto en nuestra manera de valorar las cosas que lo hemos convertido en sentido común, en algo lógico y hasta natural. En esa trampa mental estamos atrapados y en ese cautiverio psicológico reside su eficacia. Tampoco en el llamado bloque socialista hubo una alternativa al mito del Progreso, sólo hubo un desplazamiento en la idea de su culminación, ya no en la burguesía capitalista sino ahora en las burocracias socialistas.

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Echemos un vistazo a los forjadores del mito del Progreso en México. Los liberales del siglo XIX (y los neoliberales del XX y el XXI) alentaron la idea de que era indispensable, para poder progresar, asimilar culturalmente a la población indígena combatiendo y disolviendo sus formas de vida arcaica en las de una modernidad que se presentaba como La Única Solución a nuestros problemas de atraso y pobreza respecto a las demás naciones. Escuchemos al doctor José María Luís Mora, uno de los liberales más connotados del siglo pasado:

Una de las cosas que impiden e impedirán los progresos de los indígenas en todas las líneas, es la tenacidad con que aprenden los objetos y la absoluta imposibilidad de hacerlos variar de opinión: esta terquedad que por una parte es el efecto de su falta de cultura, es por otra el origen de sus atrasos y la fuente inagotable de sus errores.

No es de extrañar entonces que una de las conclusiones del doctor Mora fuese la siguiente:

La agricultura mexicana –decía- hará considerables progresos luego que acabe de salir de las manos del indio nativo y pase a las manos del europeo.

Con esta misma lógica, en su obra El porvenir de las naciones hispanoamericanas, el senador Francisco Bulnes atribuía el retraso de México a una combinación de conservadurismo ibérico y debilidad indígena. Utilizando las falacias de una presumida “ciencia de la nutrición”, Bulnes explicaba la supuesta debilidad del pueblo mexicano recurriendo a la división de la humanidad en tres razas: los pueblos del trigo, los del arroz y los del maíz. Luego de exponer los valores nutritivos de cada cereal llegaba a la siguiente conclusión:

La historia nos enseña que la raza del trigo es la única verdaderamente progresista y que el maíz ha sido el eterno pacificador de las razas indígenas americanas y el fundador de su repulsión para civilizarse.

Por si esto fuera poco, Bulnes afirmaba que “En la humanidad, las especies conservadoras (como los indígenas mexicanos), experimentan en su organismo una especie de mineralización que las inclina hacia la inmutabilidad y el pasivismo de las rocas”, lo que cancelaba toda posibilidad de un progreso futuro. [1]

El grupo de “los científicos” porfiristas encontraron atractivo el discurso de las proteínas y los carbohidratos porque proporcionaba una explicación al subdesarrollo nacional sin recurrir a las doctrinas de un racismo extremo que condenaba al país a un atraso eterno. Este racismo gastronómico dejaba entrever una esperanza de superación y progreso si la población nativa se alimentaba adecuadamente, y más aún si adoptaba las costumbres europeas.

La fe en el progreso importado de Europa se derivaba de una premisa fundamental: que era la cultura y no la raza la que determinaba la modernidad. No era necesario ser europeo de nacimiento; bastaba con actuar como europeo, vestir como europeo, comer como europeo. La prensa de la época exaltaba las virtudes del pan de trigo considerándolo como el alimento del mundo civilizado, mientras reafirmaba la idea de que el maíz era poco adecuado para el consumo humano. Este discurso tuvo tan amplia aceptación entre las clases media y alta urbanas, que se llegó a considerar la difusión del pan como medida de desarrollo y expansión del proceso civilizatorio occidental. En un manual de cocina Michoacana se llegó a considerar al trigo como “un señalado favor de la Divina Providencia a la humanidad”. [2] Guillermo Prieto, que supo ver este colonialismo interno, lo expresó con toda claridad cuando dijo: “Nos hemos convertido en los gachupines de los indios”.

Sobra decir que en los veinte banquetes que ofreció Porfirio Díaz para celebrar el centenario de la independencia no circuló en las mesas una sola tortilla. La versión moderna de este racismo gastronómico la encabeza en nuestros días la compañía Monsanto con el respaldo de la SAGARPA y la SEMARNAT, que pretenden el cultivo de maíz transgénico en nuestro país argumentando propiedades extraordinarias en sus nuevas cualidades genéticas. (OGM-OGT)

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El progreso espiritual de Madero

El desarrollo económico alcanzado durante el porfiriato con estos criterios progresistas en mente había descuidado totalmente la democratización de la vida política y social que en otras naciones se había alcanzado. Digo mal, no fue un descuido, sino una condición para el desarrollo, pues sólo con el poder absoluto concentrado en Porfirio Díaz se logró reactivar y fortalecer la economía. Pero faltaba dotar al país de libertades y democracia en su gobierno. Ese fue justamente el objetivo que Francisco I Madero se propuso realizar y a esa causa se sumaron incondicionalmente los dos centroamericanos cuyas vidas nos revela Beatriz en este libro. No voy a resumir aquí la forma en que vivieron y murieron estos poetas que la autora vuelve entrañables, es algo que cada quien debe descubrir y sentir al leer el libro. Me voy a referir más bien a la idea de progreso y evolución espiritual que los hizo estar en la misma sintonía y entender cabalmente sus propósitos para poder actuar conjuntamente.

Carátula del libro 1910 La sucesión presidencial, de Francisco I. Madero.

El libro de Madero que inicia el proceso que culminará con la revolución mexicana, La sucesión presidencial de 1910, no es un libro revolucionario, es una reflexión serena sobre las condiciones del país que comprende un conjunto de propuestas para reformar algunas leyes y reorientar gradualmente el desarrollo de la nación por vías democráticas. Al divulgar el texto Madero no tenía la intención de provocar un estallido social, es más, concedía la posibilidad de que Porfirio Díaz se presentara como candidato, y si ganaba, gobernara por un último periodo, con la condición de reformar la Constitución y establecer a partir de ese momento, la no reelección como principio democrático indispensable. Proponía también un reemplazo generacional en la vicepresidencia, las cámaras y gubernaturas de los estados, de modo que una nueva generación adquiriera experiencia política para facilitar la transición cuando Díaz muriera. Al argumento del dictador de que México no estaba preparado para la democracia, Madero respondía en su libro: “Admitiendo por un momento que no estemos aptos para la democracia ¿de qué manera llegaremos a familiarizarnos con sus prácticas si nunca se nos deja practicarlas?”.

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La Consulta, pluma y pincel, en El Ahuizote, Semanario Político de Caricaturas, 5 de agosto de 1911.

Estas soluciones prácticas de un hombre que entraba a la política con buenas intenciones, tenían como trasfondo una concepción mística del mundo y la existencia humana. En las frecuentes sesiones espiritistas que Madero realizaba encontró una fuente de inspiración y un sentido a su vida, al comprender que su incursión en la política tenía el carácter de una misión, que consistía en salvar al país democratizándolo. “Que una disciplina severa domine todos tus actos… que todas tus acciones respondan a un plan”. Le aconsejaban los espíritus con quienes hacía contacto. El año de 1907 fue de sometimiento estricto de las pulsiones y apetitos corporales que él denominaba “la naturaleza inferior”. Ese año tuvo, en solitario tapanco de su hacienda, una iniciación espiritual en la que escuchó una voz diciéndole:

“Póstrate ante tu Dios para que te arme caballero, para que te cubra con divinas emanaciones contra los dardos envenenados de tus enemigos… Ahora eres miembro de la gran familia espiritual que rige los destinos de este planeta, soldado de la libertad y el progreso… que milita bajo las generosas banderas de Jesús de Nazaret”

Quien hablaba en la voz de los espíritus de Madero, hoy podemos decirlo gracias a Freud y a Carl Jung, era el inconsciente individual y colectivo, el Sí Mismo de Madero que se involucra con el misterio de la divinidad y que activa en él una refinada sensibilidad y un alto sentido de la responsabilidad. Gracias a esos trances consigo mismo pudo llevar a cabo la inmensa y generosa obra que desencadenó un nuevo rumbo para el país.

En una carta a su padre escribió:

Creo que sirviendo a mi patria en las actuales condiciones cumplo con un deber sagrado, obro de acuerdo con el plan divino que quiere la rápida evolución de todos los seres y, siendo guiado por un móvil tan elevado, no vacilo en exponer mi tranquilidad, mi fortuna, mi libertad y mi vida. Para mí, que creo firmemente en la inmortalidad del alma, la muerte no existe; para mí, que tengo gustos tan sencillos, la fortuna no me hace falta; para mí, que he llegado a identificar mi vida con una causa noble y elevada, no existe otra tranquilidad que la de la conciencia y sólo la obtengo cumpliendo con mi deber.

El tema del misticismo de Madero fue tratado por Beatriz en una sorprendente novela, Viejo siglo nuevo, hermana de estas crónicas biográficas.

Madero fue lector de textos clásicos de literatura política, como las Historias y costumbres de los germanos, de Tácito; el Panegírico de Trajano, las Cartas de Plinio el joven, pero también leyó a Montesquieu y a Kropotkin, el Baghavad Gita, del que hizo comentarios, y el monumental México a través de los siglos de Riva Palacio. Según Enrique Krauze, entre las notas sueltas que se encontraban en su escritorio, había una de Montesquieu que revelaba los propósitos y el proyecto político de Madero. La nota decía:

Lo que se llama unión en un cuerpo político es una cosa muy engañosa; la verdadera es una unión de armonía que hace que todas sus partes, por más opuestas que parezcan, concurran al bien general de la sociedad, como las disonancias en la música concurren al acorde total.

Esa unión es la que busca afanosa e inútilmente Peña Nieto ante el gobierno norteamericano, pero incapaz de haber logrado la armonía de todas las partes como condición ineludible para alcanzarla, todo queda en una voz solitaria extraviada en la demagogia.

Pero ese era el propósito central de Madero en sus inicios, la unión de la nación en ese cuerpo político. La afinidad que existía entre el costarricense Rogelio Fernández Güell y Madero –escribe Beatriz- pasaba por ideales políticos pero también por afinidades religiosas, aunque ambos tenían un rechazo al monopolio eclesiástico y a su dogmatismo, sin que ello los volviera necesariamente anticlericales. Es decir, no confundían el sentimiento y la experiencia religiosa con el clero y sus iglesias, eso les permitía cultivar una hermandad de creencias y una identidad de pureza en ideales e intenciones.

En una conferencia pronunciada en 1907 por Fernández Güell expone las características de esa afinidad religiosa:

Las religiones nos convidan a amar –dice- pero nos vedan saber. Las ciencias materialistas nos inducen a saber; pero nos niegan amar. El Espiritismo es el único que abarca los dos principios, el único que con el amor enseña y con la sabiduría ama. Es Ciencia y Amor; es grave como el entendimiento y dulce como el corazón, Consuela, ilustra, fortalece y edifica.

Ese mismo año -escribe Beatriz- Madero estudiaba filosofía hermética, y en una carta al presidente de la sociedad espírita a la que pertenecía y financiaba, le comentaba que había leído el magnífico trabajo del costarricense. Pero Madero también mantenía una postura crítica sobre algunos aspectos del espiritismo, por ejemplo, pensaba que Helena Blavatsky, mejor conocida como madame Blavatsky, pretendía ganar credibilidad al hacer creer que su doctrina le había sido revelada por espíritus de una jerarquía muy elevada que residían en los montes del Himalaya. Madero pensaba que el espiritismo no tenía dogmas inmutables, sino que dejaba el campo abierto a todas las especulaciones de la inteligencia. Por cierto, madame Blavatsky, según informa John Gray, fue una mujer fascinante que había sido artista ecuestre de circo, empresaria fracasada de una fábrica de tinta y una tienda de flores artificiales, informante de la policía secreta zarista y cantante de club nocturno. NI más ni menos.

En el epistolario de Madero encontró Beatriz la idea que tenía del socialismo, diciendo que

Representa las aspiraciones de la clase proletaria por mejorar la situación, pero –añade- cada quien entiende obtener ese mejoramiento a su manera. Algunos creen que con repartirse las riquezas de los demás está todo arreglado, pero otros creemos que el medio de mejorar la situación es poner en pie de igualdad al obrero con el amo, asegurándole íntegramente sus derechos políticos, darle una instrucción lo más desarrollada posible, y una amplia protección para el ejercicio de sus derechos.

Esta opinión deja ver que sus lecturas de Kropotkin no le ayudaron mucho a esclarecer la idea del socialismo. Pero más importante es que señala la urgente necesidad que había entonces (y que hasta ahora no ha sido plenamente satisfecha) de crear ciudadanía en el país, dando a conocer los derechos y obligaciones de todo ciudadano y garantizando su ejercicio mediante la aplicación veraz y oportuna de la ley. Emiliano Zapata, quién también leyó a Kropotkin, gracias a Molina Enríquez, encontró seguramente en su doctrina semejanzas con el anarquismo del campesinado, que ha procurado siempre la autarquía en su forma de vida. Con cierto anarquismo sí, pero no con el comunismo. Recordemos la respuesta que le dio Zapata a Enrique Villa, Según Soto y Gama, cuándo le preguntó qué opinaba del comunismo: Explícame qué es eso, dijo Zapata. Pues consiste, por ejemplo –dijo el otro- en que todos los vecinos de un pueblo cultiven en común las tierras que les corresponden y que, en seguida, el total de las cosechas obtenidas se reparta equitativamente entre los que con su trabajo contribuyeron a producirlas. ¿Y quién va a hacer ese reparto? Preguntó Zapata. Pues un representante o una junta que elija la comunidad, le respondió. Pues mira –concluyó Zapata- por lo que a mí hace, si cualquier tal por cual quisiera disponer en esa forma de los frutos de mi trabajo, recibiría de mi parte muchos balazos.

Aunque Fernández Güell admiraba a Madero en el terreno espiritista –escribe Beatriz- no comprendía por qué optaba por la sublevación, y cita la siguiente confesión del poeta:

El credo filosófico que ambos profesábamos nos imponía como principio fundamental el amor a la humanidad y nos alejaba del estrecho concepto que nos hace limitar la patria a una determinada región del planeta… jamás le di importancia al movimiento de Madero, participando del error general que atribuía un inmenso poder al gobierno del presidente Díaz.

Sin embargo, a su debido tiempo y circunstancia, Fernández Güell debió enfrentar una dictadura y morir por las mismas razones con las que en estas palabras se distanciaba de Madero. En la misma sintonía espiritual vivió y murió el poeta nicaragüense que apenas he mencionado, Solón Argüello, quien escribió lo siguiente: “El Ideal lleva a la muerte, por el camino del dolor; pero este dolor es un placer sublime ¡soñemos!”.

Beatriz piensa que ninguno de los tres era socialista, yo pienso que Madero estaba muy cerca del socialismo utópico francés, que apelaba al sentimiento de generosidad de los empresarios para alcanzar una distribución de la riqueza más equitativa. De cualquier modo, tiene razón cuando escribe que, en tanto no quede claro qué es socialismo, discutirlo aquí, en su libro, distrae de la historia que viene contando. En efecto, su ensayo no tenía por qué contemplar una discusión de este tipo, pero es sugestivo que haya dejado la formulada la pregunta aleteando en el interés del lector. 1917 es un buen año para pensar estos temas en México, tanto por el centenario de la Constitución, como por el centenario de la revolución rusa, que tuvo un inicio esperanzador y pronto dio lugar a una de las dictaduras más sanguinarias del siglo XX. Un buen ejercicio reflexivo, sin duda, tenemos por delante.

[1] Ibid, p. 119,128,

[2] Ibid, p.130-134.

Mundo Nuestro. El martes 7 de marzo pasado se presentó en la Casa de los Hermanos Serdán en la ciudad de Puebla el libro Dos revolucionarios a la sombra de Madero, de Beatriz Gutiérrez Müller, ed. Ariel, México, 2016. Presentamos en este arranque de semana las reseñas escritas para el evento por los investigadores Emma Yanes Rizo, Gabriela Pulido Llano y Julio Glockner Rossains.



Dos revolucionarios a la sombra de madero La historia de Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell.

Antes de entrar propiamente al tema del libro, me gustaría hacer una breve semblanza de la trayectoria profesional de Beatriz Gutiérrez, que explica en parte su último fruto. Conozco a Beatriz desde hace más o menos veinte años, pero como sabemos veinte años no es nada o casi nada. A lo largo de esos veinte años hay algo que en Beatriz permanece intacto: su interés por la otredad y por conocer la verdad. Quién ese otro y cómo piensa, qué lo empuja a actuar en bien de su comunidad o a ser parte de la historia, qué lo mueve en su proceder, ya sea la simple necesidad cotidiana, un ideal o por qué no, la conciencia espírita.

Recuerdo a Beatriz como reportera radiofónica arriesgando el pellejo en la Sierra Norte de Puebla durante las inundaciones de 1999, para escuchar de viva voz qué era lo que realmente había pasado en las comunidades y de paso hacerles llegar la ayuda de organizaciones sociales que venía desde la ciudad de Puebla, ya que en general los habitantes de la Angelópolis no confiaban en los mecanismos del gobierno; o aquél reportaje sobre los talamontes en el Popocatépetl en el Beatriz fue amenazada; o su narración sobre el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas a la gubernatura del Distrito Federal, hoy ciudad de México, por poner sólo algunos ejemplos.



Luego en el 2002 vino su tesis de maestría El arte de la memoria en la historia verdadera de la conquista de la Nueva España, sobre Bernal Díaz del Castillo, en la que analiza justamente cómo un soldado de manera inesperada, incluso para el mismo, logra sintetizar la vida cotidiana en el período de la conquista, compilando en buena medida las otras historias de sus compañeros de armas. Y a la par, de manera continua creo que hasta la fecha, Beatriz empezó a escribir sus crónicas periodísticas en diversos medios donde documentó entre otros eventos las luchas sociales. Mi favorita es La tierra prometida que publicó en el 2012 sobre el mundo mágico de los yaquis y la defensa de su territorio, amenazado por las empresas mineras. Del periodismo Beatriz saltó a la literatura, al siglo de oro, al estudio de Francisco de Quevedo o del siempre perseguido por la inquisición Giordano Bruno, quien a principios del siglo XVII creía, nada menos, que el universo era infinito.

Lejos de volverse temerosa ante la crítica, su vida académica la llevó a pulir su pluma. En el 2011 publicó su primera novela Larga vida al sol, donde narra en un tiempo impreciso una utopía posible donde predomina el bien común. Un año después nos entregará su novela histórica Viejo siglo nuevo, donde recupera la figura de Francisco I Madero. Esta novela es un conjunto de historias de vida narradas en primera persona, con las particulares emociones y contradicciones de los personajes, y que se enlazan entre sí en un momento específico: la revolución de 1910 y el asesinato del presidente Francisco I. Madero. Un relato donde los hoy personajes históricos: Francisco y Gustavo Madero, los Aquiles Serdán, Villa, Zapata, Bernardo Reyes, forman parte del devenir de los que se antojan protagonistas ficticios, pero no por ello imposibles. Pero a su vez, la vida de los actores ficticios dota de sentido el mundo de los personajes históricos, que en la novela aparecen como lo que fueron en su momento: actores sociales. Viejo siglo nuevo es entonces un relato donde la escritora no emite juicios de valor; deja que cada actor hable de sus contradicciones y emociones como ser humano, en una coyuntura social específica. Y quizás ese dejar fluir las emociones de los personajes sea su gran aporte, que lo distingue de algunas investigaciones históricas esmeradas en buscar “la objetividad”, sin permitirle a los que hoy consideramos héroes moverse, como cualquiera de nosotros, en el mundo de la subjetividad, las contradicciones, los amores, las flaquezas. En esa novela, en la coyuntura del inicio de la revolución mexicana, los protagonistas eligen, partiendo de su propia historia y de sus limitaciones, de qué lado quieren estar, cuando desde luego todavía no estaba claro lo que pasaría después. Esa decisión será un acto de libertad de los personajes, de la que la autora nos hace partícipes. Una novela, que guarda muchas historias, donde cada personaje, quizás como cada uno de nosotros, libra su propia guerra: la de su consciencia.

Menciono la novela anterior porque en Dos revolucionarios a la sombra de Madero, Gutiérrez Müller de nuevo da un golpe de timón: busca la precisión histórica. Si en Viejo Siglo Nuevo, introducir elementos de ficción en la vida de los personajes históricos le permitió humanizarlos o acercarlos más al lector, en su nuevo libro la autora busca documentar con datos duros la estancia en México y su participación en la revolución de dos personajes hasta ahora casi ignorados por los historiadores y cuya vida se antoja de novela: Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell. Aquí la realidad supera a la ficción. Solón Argüello un nicaragüense poeta y periodista nacido en la ciudad de León (1879), llega a México en 1902, luego de ser perseguido por el presidente liberal de Nicaragua José Santos Zelaya, quien se convertiría posteriormente en cacique político. Ya aquí convive con los hombres de letras, forma parte de lo que se conocen como escritores decadentes (aunque por ejemplo en el libro sobre los mismos de José Mariano Leyva no se le menciona); y a diferencia de muchos intelectuales mexicanos de la época no titubea en incorporarse al maderismo, permanece con el caudillo hasta sus últimos días y finalmente lo asesinan por órdenes de Victoriano Huerta en agosto de 1913, por no claudicar en sus ideales. Lo fusilan en la ciudad de México sobre una vía del tren y “su cuerpo quedó a la intemperie para ser devorado por buitres.” Muchos años después, dicho sea de paso, en abril de 1979, la sandinista mexicana Araceli Pérez Darias, moriría asesinada por la dictadura somocista en la ciudad natal de Argüello Escobar: León. Mutuo y doloroso tributo en la lucha por la democracia en dos países hermanos.



Rogelio Fernández Güell, por su parte, cuya historia también ha permanecido olvidada, fue un costarricense, al igual que Argüello, poeta, periodista y filósofo, que pertenecía al partido republicano en su país, mismo que pierde las elecciones en 1901, por lo que Rogelio decide exiliarse en España. Posteriormente será cónsul de México en Baltimore (1907-11) y luego de 1911 a 1913, se unirá al maderismo, impactado entre otros acontecimientos por la represión a la huelga de los trabajadores de Río Blanco en enero de 1907 y el asesinato de los hermanos Serdán en noviembre de 1910. Luego del asesinato de Madero, renuncia al puesto que tenía como director de la Biblioteca Nacional y regresa a su patria, donde murió asesinado en 1917, por luchar contra la dictadura de Tinoco Granados.

Así los datos duros. La novela imposible. Y de nuevo, como en Viejo Siglo, los personajes que eligen por sí mismos qué hacer con su vida, de qué lado estar: el libre albedrío.

Por último, ya que mañana es el día de la mujer, baste agregar, como comentario al margen de la novela, que las revolucionarias mexicanas Carmen Serdán y Guadalupe Narváez sobrevivieron al conflicto bélico de 1910. Narváez, entrevistada por Martha Rocha, explica cómo las mujeres poblanas de la época ocuparon un papel fundamental en la lucha. Primero, formaron el club femenil Josefa Ortiz de Domínguez, integrado básicamente por obreras de la fábrica Penichet. Después, luego del asesinato de los hermanos Serdán y el encarcelamiento de Carmen, integraron la Primera Junta Revolucionaria, formada para continuar con la lucha insurrecta. La junta estuvo formada por el impresor Gilberto Carrillo, el mecánico Ignacio García y por cinco mujeres, que llevaban la batuta: Celsa Magno, Cruz Mejía, Piedad García, Modesta González y Guadalupe Narváez, cuyas historias también habrá que rescatar del anonimato. Fueron ellas luchadoras incansables contra el fraude electoral y por la apertura democrática, a pesar de que por entonces las mujeres no votábamos. De nuevo el libre albedrío.

Mundo Nuestro. El martes 7 de marzo pasado se presentó en la Casa de los Hermanos Serdán en la ciudad de Puebla el libro Dos revolucionarios a la sombra de Madero, de Beatriz Gutiérrez Müller, ed. Ariel, México, 2016. Presentamos en este arranque de semana las reseñas escritas para el evento por los investigadores Emma Yanes Rizo, Gabriela Pulido Llano y Julio Glockner Rossains.

Dos revolucionarios a la sombra de madero La historia de Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell.



Sin duda que las ideas más elevadas

atraerán a los académicos mientras haya alguien

que sienta el desafío de escalar

el pensamiento de los grandes hombres.



Robert Darnton



El entusiasmo por los retos describe a quienes escriben biografía histórica. ¿Cuántas veces un nombre es pasado por alto en libros y documentos? De pronto alguien lo registra y después del primer encuentro con un sujeto mencionado en un libro que ha sido leído cientos de veces, se le despierta la curiosidad al grado tal que se apresta con todo el bagaje --en el caso de Beatriz literalmente haciendo y deshaciendo maletas-- para iniciar un recorrido incierto para escribir un libro. Es como haber reparado en una persona que mira distraída a la cámara en la segunda fila de una fotografía de grupo. Una especie de amor a primera vista transforma en aventura la búsqueda de una huella; en algunos casos, también, la convierte en obsesión. Y esa experiencia que de alguna manera describe a quién está sentado frente al teclado --alguien que abraza los desafíos-- también cambia al escritor. ¿Qué preguntas dieron pie a esta investigación? ¿Qué hacían un nicaragüense y un costarricense en México atraídos por los ideales de Francisco I. Madero? ¿Quiénes eran? ¿Cómo llegaron a Madero? ¿Cuando tomaron rumbo a México qué vieron, cuáles fueron sus primeras impresiones, qué emociones atravesaron sus cuerpos? La capacidad del investigador para indagar en la memoria y articular sus fragmentos entra en juego cuando se trata de dar vida a un personaje.

Beatriz Gutiérrez Müller se dio cita para conversar muchas veces con Solón Argüello Escobar y con Rogelio Fernández Güell, los tres atraídos por el maderismo; los tres con una fascinación por el periodismo, el lenguaje, la política y la democracia. Fue siguiendo sus huellas; un rastro nada fácil de distinguir pues abarcaba un amplio territorio desde Centroamérica al Caribe, para llegar a la gran metrópoli mexicana. Pero las huellas difusas se fueron tornando claras. Se necesitaba ese viaje de vuelta al origen. Las letras los vinculan a los tres, escritora y personajes, de manera explícita.

De pronto frente al Palacio de Bellas Artes vio a Solón, entre la multitud, vitoreando a Francisco I. Madero quien muy probablemente iba pasando por ahí tras su detención, ¡cuánta indignación ante el ultraje de Victoriano Huerta! Un hombrecito que llamó la atención de un fotógrafo de la agencia Casasola, con saco y chaleco, el reloj colgando de la solapa, su sombrero en la mano, los brazos extendidos, el bigote de época, la gente a su lado en una manifestación gritando como él vivas, algunos como él con los brazos extendidos. Un periodista nicaragüense, simpatizante de Madero hasta el final. Fernández Güell un poeta con una convicción política que adquiere un perfil de periodista en México y de político a su retorno a Costa Rica. Un par de voces que para fortuna nuestra encontraron quién les hiciera caso un siglo después y ahora los historiadores contamos con la reconstrucción de dos personajes que dejan ver la complejidad del maderismo. Y cómo el periodismo y la política y el placer de la escritura, cuya manifestación más decantada está en la poesía, van de la mano.

Pero un libro no sólo es su contenido sino también cómo esta escrito. Y este es un relato cuya lectura te atrapa desde la primera página de la introducción. Se trata de una obra cuya narración es fluida, convencida, que deja ver a la escritora tejiendo fino, con rigor y crítica. Muchos viajes por archivos, libros y territorios dan cuerpo a esta reconstrucción. Hacen pensar en las maneras como se da la circulación de ideas. ¿Cómo llega el ideario de Madero a Centroamérica? ¿Cómo el periodismo, más en aquella época, construye redes trasnacionales en el intercambio de ideas? Los estudios acerca del periodismo anarquista han mostrado cómo se reprodujeron los postulados magonistas en el mundo, cómo fue su exposición y cómo su recepción.

La investigación de Beatriz comparte las inquietudes de estos estudios acerca de las redes políticas transnacionales: cómo fue la recepción del ideario maderista, y también se introduce en las discusiones acerca de la historia intelectual y la circulación cultural. Si el “giro lingüístico” dio sustancia a la historia intelectual, la antropología cultural, la sociología, la historia cultural han compartido categorías con la historia política para lograr captar en su profundidad la movilidad de paradigmas; el maderismo fue un paradigma, desde su manifestación mas temprana, y las ideas acerca de la democracia. Las ideas se reproducen en los medios y se retroalimentan con experiencias de comunidades políticas en contextos con características muchas veces opuestas. Sin embargo, México y Centroamérica, en los albores del siglo XX, compartían trayectorias, contextos, simbolismos, devenires y prácticas, e incluso aún, conflictos territoriales en la definición de fronteras.

Dice Verónica Zárate, acerca de la circulación de ideas: “Lo más notable es reconocer cómo el “giro lingüístico”, propuesto por Quentin Skinner ha obligado a reflexionar más allá de los conceptos y lenguajes políticos a los que se limitaba buena parte de la historia política, a poner en duda los viejos paradigmas de la historiografía de las ideas y a dar prioridad al modo característico de producirlas. Enriquecida con estas herramientas, la historia intelectual con frecuencia trastoca los “límites” con otras corrientes historiográficas sin perder sus vínculos con ellas, lo que la dinamiza y flexibiliza las dimensiones a investigar”. El libro que hoy nos convoca tiene que ver con la manera, “como se ha aplicado la historia intelectual para estudiar, analizar y comprender el devenir de México y cómo se conecta con otras tradiciones teórico metodológicas”.[1]

Una secuencia de imágenes dibujan el quehacer periodístico y a los periodistas Solón Argüello y Rogelio Fernández Güell reflejados en toda su humanidad, como políticos, como espiritistas. Los periodistas contemporáneos a ellos son acomodaticios, buscaban la nota de acuerdo a la conveniencia del bolsillo. La introducción de Dos revolucionarios a la sombra de Madero nos deja penetrar en el contexto en el que la autora sitúa a sus dos periodistas centroamericanos maderistas: el del periodismo porfirista. Este capítulo en particular es fascinante. Beatriz logra una narración que hacía falta para ver ese aspecto de la cultura en México de manera descarnada, los periodistas jugando su juego en la política. Y en la elección de este contexto hay un acierto que abraza al resto del libro.

El periodismo porfirista no encontraba carismático --sí muy peligroso-- a Madero, entonces el segmento que lo apoyó, que era su adepto, aparecía como marginal. La autora nos dice,

“Porfirio Díaz acostumbraba encarcelar periodistas, confiscar tipografías, clausurar oficinas y anatemizar como enemigos a sus propios opositores en la prensa. Así cualquiera que trabajó en alguno de estos medios, ¡el que sea!, pisó la cárcel, como Matías Oviedo y Solón Argüello Mientras, el periodismo oficioso que se acomodaba en la notita de cartabón y en los encomios al régimen aseguraba su supervivencia con la manutención puntual que este le daba” (p. 70)

Cito también y así leyendo hago propaganda al libro:

“La prensa en el maderismo, estudiada más o menos a profundidad, revela la miseria intelectual de los periodistas y los intereses ideológicos de los medios para comprender el momento histórico por el que transitaba México. Pero la prensa contra el maderismo, una vez consumado el crimen, fue aún peor de mezquina y amerita que los historiadores lleven su mirada a esos meses. Nunca como en esta etapa, al acopiar información, me quedó mas claro el dicho de que se hace leña del árbol caído. Los otrora diputados de pulida oratoria, los poetas de fino verso, los funcionarios de miras amplias, los dirigentes honrados ideales, los paladines del periodismo, los abogados de las mejores causas, los pensantes de vanguardia, casi todos, se convirtieron en un pestañeo, se revolcaron en la pocilga donde los huertistas desahogaban sus iras y recelos y tejían sus justificaciones. De aquella putrefacción datan as peores biografías de los victimados, muchos de ellos asesinados por defender aquella democracia mexicana. Los autores de estas difamaciones, por su parte, casi siempre se escondían en la vergonzosa tribuna de los fantasmas anónimos, porque detrás de las máscaras resultaban ser los mismos periodistas, intelectuales y escritores que apuraron la caída de Madero y, en una de esas, hasta fueron partícipes de la confabulación. Muchos de estos “ilustres” son los que hoy aparecen en los libros de historia, se reeditan sus obras, y se recuerdan en bustos y calles por sus ideas y sus versos, que casi nadie conoce. Pero en aquellos meses terribles, durante el maderismo, a la hora de las definiciones, no fueron más que unos canallas”. (p. 74)

Por último, quisiera poner énfasis en ambos personajes preocupados por su tiempo, persiguiendo una mejora material y espiritual de sus entornos y comunidades políticas. Sublimadas en poesía sus preocupaciones más concretas. El lenguaje sin duda es una herramienta para transformar la realidad. Olvidamos lo cerca que el intelectual está de imaginar caminos que conduzcan al bienestar de las sociedades. Lo olvidamos porque es más cómodo. Es muy cómodo no pensar en la responsabilidad que implica el ejercicio profesional de cualquier científico social. Preferimos ceder esa batuta a otros profesionales y no comprometernos. Este libro nos recuerda también que tenemos la obligación de “pensar en el país que queremos”, parafraseando al Observatorio de la Historia.

Celebro la aparición de este libro, de este reto en forma de narración histórica, de esta provocación para sacudir la asepsia en nuestra labor como historiadores y de esta que es la mejor forma de compartir el gozo y el placer por la lectura y por la escritura, al final, por la palabra.

[1] Verónica Zárate, “La historia intelectual en México y sus conexiones” en Varia Historia, Belo Horizonte, vol. 31, n. 56, p. 401-422, may/ago 2015.

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