Imprimir esta página

Las locerías y los centros históricos en Puebla, la ciudad de México, Sevilla y Talavera de la Reina, siglos XVI-XVII

Compartir

La ponencia "Las locerías y los centros históricos en Puebla, la ciudad de México, Sevilla y Talavera de la Reina, siglos XVI-XVII " fue presentada por la Doctora Emma Yanes Rizo en el reciente Coloquio Internacional Itinerario de Saberes, Arte y Cultura organizado por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP.

Puebla



Desde mi punto de vista, una de principales razones que facilitaron el asentamiento de los loceros ibéricos en la ciudad de Puebla, fue la existencia de las materias primas necesarias cerca de la ciudad (agua, barro, leña y tequesquite), así como la ubicación de la Angelópolis como centro comercial; además del crecimiento de la urbe y el establecimiento de grandes conventos que requerían forzosamente del servicio de la loza. De ahí que desde mi tesis doctoral la localización geográfica de todo lo anterior se haya vuelto para mí una tarea primordial. Lamentablemente no existe ningún plano de Puebla que abarque la época del asentamiento de los primeros loceros, entre 1550 y 1653. Por ello, para localizar tanto los talleres, como los bancos de materias primas dentro o cercanos a la ciudad de Puebla, recurrí al hasta hoy conocido como el plano más antiguo de la Angelópolis: Planta de la ciudad de los Ángeles de la Nueva España: 1698, de Cristóbal de Guadalajara. Su autor fue un importante sacerdote, matemático, investigador, historiador, geógrafo y cartógrafo mexicano, con residencia en la ciudad de Puebla, [i] y fue colega en su momento de Carlos de Sigüenza y Góngora.



El plano de 1698 se encuentra en el Archivo General de Indias (Sevilla), existe una copia en el Archivo del Ayuntamiento de Puebla. Se publica por primera vez en España en 1952[ii] y en 1995 por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.[iii] En el plano el este señala hacia arriba, el oeste hacia abajo, el norte está situado a la izquierda y el sur a la derecha, por lo que el lado oriente de la ciudad aparece en la parte superior con el observador ubicado por el rumbo del cerro de San Juan.[iv]



A pesar de que la orientación de la Planta de la ciudad no corresponde a la tradicional orientación meridional de los planos y a que carece de escala,[v] la ubicación de solares, la distribución de la tierra, los edificios y caminos que corresponden a los siglos XVI y XVII usando como referencia dicho plano, ha sido considerada como válida y confiable por destacados investigadores como Eloy Méndez Sáinz, quien indica que el perímetro del área ocupada en el plano, es el mismo que el de un siglo antes.[vi]

De igual manera Francisco Vélez Pliego en su artículo “Puebla de Zaragoza, antigua ciudad de los Ángeles, patrimonio cultural de la humanidad”,[vii] compara con base a las actas de cabildo del siglo XVI a mediados del XVII y las crónicas de la época, lo establecido en el plano de 1698, para determinar la pertinencia de uso como fuente documental gráfica para el análisis territorial del siglo XVI.

El estudio de la localización de los talleres de los loceros en Puebla, creo yo, permite entender al menos en parte, las razones geográficas y sociales de su instalación, con elementos de análisis hasta ahora no considerados por otros investigadores.[viii] Tanto el historiador Hugo Leicht, como Lister and Lister, partiendo de la información existente cuando realizaron sus trabajos, ubican los talleres de los loceros de los siglos XVI al XVIII, dentro de la traza española, en el lado norponiente de la ciudad, a partir de la iglesia de San Marcos, hacia el norte, para aprovechar los vientos favorables y evitar el daño a los vecinos por el humo, así como para abastecerse de agua de un escurrimiento sobre la hoy once norte (escurrimiento en realidad bastante escaso). Dichas opiniones y la posible formación de un barrio de alfareros en esa zona, fueron retomadas posteriormente por Efraín Castro Morales y Margaret E. Connors.[ix] Sin embargo, como se verá a continuación, esa afirmación sólo es válida a partir básicamente de 1650, para algunos de los talleres de los loceros que forman el gremio unos años después y no para los alfares de los primeros loceros, de los que tenemos definida su localización a partir de 1695 y hasta 1653.

En el plano mencionado, separamos la ubicación de los talleres en dos espacios: I. La comunidad original de los primeros loceros (1595-1653), formada básicamente por artesanos ibéricos y II. Los loceros que integran a partir de 1653 el gremio de loceros y cuyos maestros en este caso ya son criollos y mestizos.

La primera referencia que tenemos de un alfar establecido data de 1595. Los primeros loceros se instalaron en un área estratégica, en la zona nororiente dentro de la traza española de la ciudad. Al oriente: a sólo una manzana, aproximadamente ciento cincuenta metros, del río de San Francisco, para el abastecimiento de barro y agua; en una zona cercana, más o menos medio kilómetro, de los barrios indígenas de Analco y Xonaca ubicados en la ribera opuesta del río; y sobre las tres primeras calles del camino de Veracruz rumbo a la ciudad de México, ya dentro de la ciudad de Puebla. Al sur: sobre la calle de los Mercaderes, zona comercial, a no más de doscientos metros la plaza principal, donde se encuentra el edificio del Ayuntamiento y la Catedral, es decir, la zona de mayor prestigio de la ciudad. Al poniente: las locerías rodean el convento de Santo Domingo paralelamente a las cañerías y cajas de agua del mismo. Al norte: a una distancia no mayor de medio kilómetro, cerca del camino que lleva al volcán La Malinche donde se abastecen de leña. Al nororiente: a unos dos kilómetros del barrio de Xanenetla en el cerro de Belén, donde los loceros adquieren el barro rojo. Al sureste, por último, aproximadamente a 22 kilómetros, está el poblado de Totimehuacán de donde se extrae el barro calizo.

Es decir, más allá del argumento del establecimiento de las locerías en una zona con vientos favorables, para evitar las molestias a los vecinos, en una etapa de construcción de la ciudad, mediados del siglo XVI, en la que en realidad había todavía muy pocas casas en Puebla, la zona inicial de localización de los talleres está regida por la cercanía de los loceros al río de San Francisco y al abastecimiento de la materia prima; así como por el acceso a la fuerza de trabajo indígena en la región circundante; en un área además con gran potencial comercial. Y también por el vínculo de los alfareros con el convento de Santo Domingo, al que abastecen de loza y del que eran cofrades.

Los talleres de los primeros loceros se encuentran dentro de un polígono rectangular de cinco manzanas por lado. Cada una medía 150 metros de largo en lo que se refiere al eje oriente-poniente y cien metros de ancho, partiendo del eje norte-sur. Según la traza original, ya desde mediados del siglo XVI cada manzana se divide en seis solares, que a su vez se fraccionaron. En la demarcación actual este perímetro corresponde: al norte la 12 Oriente-Poniente, al sur la 2 Oriente-Poniente, al este la 6 Norte y al oeste la 5 Norte.

En el periodo colonial el perímetro señalado integra las siguientes calles, que hemos coloreado de distintos colores para una mayor comprensión de las colindancias: amarillo, Cerrada de Santo Domingo (6 Oriente-Poniente); verde oscuro, calle de Santo Domingo (4 Oriente-Poniente); verde claro, de los Mesones (8 Oriente-Poniente); rojo, de los Mercaderes (2 Norte-Sur); café, del Puente de San Francisco hacia San Pablo (10 Oriente-Poniente); morado, de San Miguel hacia el Molino (12 Oriente-Poniente). En cada una de las líneas respectivas incorporamos el nombre del locero y su taller en un círculo numerado; así como la fuente documental de donde se obtuvo la información.[x]

Sólo están fuera del rectángulo dos loceros que a la vez son comerciantes, Antonio de Arteaga, que vende loza, en la de los Herreros (3 Poniente- Oriente), que marcamos con azul; y Cristóbal Sánchez en la Calle hacia los Descalzos (16 de Septiembre), indicado con color rosa.

Si estudiamos el plano, podemos afirmar que la ubicación de las locerías en esa zona no fue un hecho casual, está determinada por las ventajas geográficas, comerciales, sociales y humanas que el área ofrece para los loceros.

1) Geográficas. El área es estratégica para el aprovechamiento de los elementos naturales circundantes a los talleres: agua, barro, leña y vientos favorables. Y está ubicada muy cerca del camino de la ciudad de México a Veracruz, para el abastecimiento de las materias primas necesarias para la elaboración del esmalte y de los colores: tequesquite, vidrio, plomo, cobre, hierro, estaño, cobalto, entre otros.

Agua

La hidrografía de la ciudad de Puebla está determinada por la presencia del río Atoyac que cruza de noroeste al sureste, contribuyendo a su caudal sus afluentes: el Alseseca, el Xonaca y el San Francisco también llamado de Almoloya. Existen además manantiales de agua dulce y aguas termales sulfurosas, producto de la actividad volcánica. El terreno de Puebla tiene así dos zonas que la surten de dos clases de agua: la oriental que la abastece de agua dulce potable y la occidental que son aguas sulfurosas. Al norte están los principales manantiales que derivaron en la toma de agua potable para las fuentes públicas y particulares de las casas, al igual que del propio río San Francisco.[xi] Los talleres se ubican muy cerca del río de San Francisco, que los abasteció de agua dulce potable.

Los loceros también tuvieron acceso al agua potable a través de las fuentes públicas ubicadas en los extremos del convento de Santo Domingo y del convento de la Merced; así como de la “Fuente de Carrasco” ubicada en la 5 Norte, la calle donde posteriormente se ubica el taller de Diego Salvador Carreto. En el plano el río San Francisco aparece al oriente. Al norte, marcamos en línea azul claro las cajas de agua que bajan del volcán La Malinche hacia Puebla; y en cuadros azul claro, las tomas de agua pública, en las esquinas del convento de Santo Domingo.

En 1535, fue el convento de San Francisco el primero en contar con merced de agua y fuente pública; la concesión le fue renovada en 1558 y 1591. El líquido para el convento proviene, como se ve en el plano, desde el cerro de “las Canteras”, hoy conocido como de Loreto y Guadalupe y llega al mismo a través de la cañería de barro y cajas de agua.[xii] Posteriormente, en 1556-57, el agua potable llega a la plaza pública, para ello pasa por un arco sobre el río de San Francisco y “por la calle del cinco de mayo, llamada entonces de Santo Domingo”, rumbo al zócalo.[xiii] Como puede verse en el plano, el trayecto del agua potable del convento de San Francisco rumbo a la plaza pública, coincide justamente con la zona donde están ubicadas las primeras locerías.

Por su parte, luego del convento de San Francisco, el de Santo Domingo es de los primeros en contar con agua potable, de acceso también para los vecinos, cuya merced de agua data de 1549.[xiv] En 1551, el Ayuntamiento y el convento de Santo Domingo establecen un acuerdo para que dicho convento otorgue al público tres derrames o fuentes de agua, dos a costa del mismo y otra pagada por el Ayuntamiento. Los derrames se pusieron en las esquinas respectivas de Santo Domingo.[xv] Y la calle 5 Norte, límite del asentamiento de loceros de 1595 a 1653, donde se establece el taller del maestro criollo Diego Salvador Carreto, se ve beneficiada por el paso de las cajas de agua, cañería y alcantarillas de agua dulce. Al convento de la Merced, sobre dicha calle, se le otorga la concesión de agua en 1598.[xvi] En 1608, la calle 5 Norte 200, es conocida como “de la Fuente de Carrasco”, cuya familia hace la pila para beneficiar el consumo del público.[xvii]

Así, creo que la facilidad de abastecimiento de agua en esa zona para los talleres, fue una razón importante para su ubicación.[xviii]

Barro

Los primeros loceros consideraron también prioritaria la localización de sus talleres cerca del abastecimiento de la arcilla. El barro, ya fuera rojo o negro, lo obtienen de diversos bancos. El primero, del propio río de San Francisco, cuyas arenas son útiles para la industria cerámica. El segundo, del barrio de Xanenetla, del otro lado del río de San Francisco, donde están las canteras de Xenene o barro de grano grueso.[xix] El tercero del poblado de Tepetlalpan, hoy conocido como el barrio de Analco, de donde se obtienen el barro rojo para los trastes de uso común; y el cuarto, del cerro de Guadalupe al nororiente. El poblado indígena de Acajete, sobre la Malinche, de tradición alfarera desde la época colonial, también posee bancos de barro usados para la “loza amarilla” o de esmalte con plomo.

Por su parte, el barro blanco o rozado permite por su composición química que la loza resista una mayor temperatura,[xx] se obtuvo según algunas fuentes documentales inicialmente del cerro de Perote, ubicado en el trayecto del camino de la ciudad de Puebla a Veracruz y posteriormente se extrajo del poblado de San Martín Totimehuacán y de la laguna de San Baltazar, al sur de las locerías y ya fuera de la traza.

En el plano, los distintos bancos de barro se señalan con un triángulo café.

Leña

La leña se obtuvo de la cercana sierra nevada de Tlaxcala o Malitzin. El camino a la Malitzin, se distingue en el plano al lado norte de las primeras locerías. De igual manera, el “borujo” (hojarasca utilizada para prender más fácilmente el horno) se adquiría en las huertas de los conventos. La zona de leña está señalada en el plano con un triángulo negro.

Vientos favorables

En la ciudad de Puebla, los vientos dominantes corren de sureste a noreste. Y la ciudad está protegida de los vientos desfavorables del norte por los cerros de Loreto y Guadalupe. La ubicación de las locerías en el rectángulo indicado, permite también, como en el caso posterior de la ubicación de las locerías en la zona norponiente, que el efecto del humo desprendido de los hornos circule de manera natural hacia el norte.[xxi] Los vientos dominantes están marcados en el plano con las flechas respectivas de sureste a noreste.

El abastecimiento de materias primas

El esmalte de la loza estannífera está formado por determinado porcentaje de plomo y estaño y requiere de la sosa o tequesquite para su fundición. Los colores básicos se elaboran por su parte, con base en los óxidos de hierro, que corresponden a los colores negro y café; el óxido de manganeso también para el café; el óxido de cobre para el verde, el óxido de antimonio para el amarillo y el de cobalto para la preparación del azul.

Barrilla y tequesquite

La planta de la “barrilla” y el tequesquite o sosa natural, que proviene del sedimento de las lagunas, existe en la época en abundancia tanto en el lago de Texcoco, como en la laguna de Totolcingo en Oriental.[xxii] Por lo tanto, la ubicación de los loceros en el camino de Puebla a Veracruz, rumbo al cofre de Perote, también resulta óptima para el abastecimiento de ese material, además de que el mismo se vende en la propia ciudad de Puebla, en los talleres de vidrio y jabón. La zona de tequesquite está ubicada en un triángulo naranja.

Estaño y plomo

El plomo y el estaño, provenían tanto de España, como del Galeón de Manila, así como de la producción minera de la propia Nueva España e incluso del obispado de Puebla. Para su adquisición fue imprescindible por lo tanto la existencia del camino de Veracruz a la ciudad de México y viceversa. Además, los loceros utilizaron material de desperdicio de otras industrias u objetos que existían en la ciudad, como las vajillas de peltre, herramientas, los tubos de los órganos eclesiásticos, objetos litúrgicos, etc. En el plano, plomo y estaño aparecen en un triángulo gris.

Vidrio

En 1542, se hizo merced de dos solares a espaldas de la huerta del convento de Santo Domingo al primer vidriero: Rodrigo de Espinoza, quien ubicó su taller en la hoy calle 5 Norte 400, que corresponde al perímetro donde están ubicadas las locerías iniciales. En 1543, el cabildo prohíbe a Espinosa cortar leña a menos de dos leguas de la ciudad, porque “gastaba mucho para su oficio”. Según Veytia, citado por Hugo Leicht, a pesar de esa prohibición el taller, sigue funcionado hasta principios del siglo XVIII.[xxiii] En el plano el taller de vidrio de Rodrigo de Espinoza aparece con un triángulo verde claro.

Los colores

En 1565 estaba establecido en la ciudad de Puebla, un “molino de pastel junto al hospital de San Pedro y San Pablo”, en la hoy 2 Oriente-Poniente.[xxiv] Es decir, dentro del área de los loceros. En este, indican los especialistas: “No se fabricaba pan, ni harina, ni ningún derivado de trigo, se trataba de una unidad donde se producían los colores que se empleaban en las distintas actividades productivas y artísticas de la ciudad”.[xxv]

El hierro por su parte, para la obtención del negro pudo extraerse de la escoria de las herrerías, en la calle justamente de los Herreros hoy 3 Poniente, a sólo trescientos metros de las locerías. El cobre, como ya comentamos proviene del desecho de otras industrias o de la compra de “alcaparrosa,” mineral que tenía cobre. Y el amarillo, de las propias letras de imprenta, elaboradas con plomo y antimonio; recordemos que en esa época las imprentas en Puebla están en los portales, frente a la plaza principal, muy cerca de los talleres. El cobalto, por su parte, se obtiene a través del comercio con España y Manila; y probablemente también de minas en la región de Tepozotlán.

2) Comerciales. Ubicación de las tiendas gremiales

Desde el punto de vista comercial las locerías están ubicadas en un lugar privilegiado: las calles del camino de Veracruz a la ciudad de México y también de Puebla rumbo a Oaxaca, llamada de los Mesones y en la calle de los Mercaderes, colindante justamente con la plaza pública o zócalo, así como en la calle de San Marcos, hoy avenida Reforma y también rumbo a la Plaza Mayor. Desde 1537 la plaza pública sirve de mercado para toda la ciudad, ya que está reglamentado que “sólo se hiciera tianguis en la plaza pública y los días lunes”.[xxvi] Incluso en 1577 se nombra alhóndiga para la venta de trigo y semillas: “a la plaza pública y portales de ella, con las calles que desembocan a ésta”.[xxvii] Por su parte en 1588, se autoriza también el establecimiento del tianguis de la ciudad los días miércoles, en la calle de los Herreros frente al convento de San Agustín.[xxviii]

La cercanía de los talleres a los principales caminos y plazas públicas tuvo varios beneficios: 1) La facilidad de transporte de la loza a los principales centros comerciales (dentro y fuera de la ciudad de Puebla) y por lo tanto menor riesgo de ruptura de la mercancía; 2) La venta directa de la loza en los talleres, estipulada más tarde en las ordenanzas de 1653, ya que los clientes potenciales tienen que pasar forzosamente por esas calles, rumbo a la plaza de Puebla o hacia la ciudad de México y viceversa; 3) La venta de nuevos contenedores de barro en sustitución de los rotos en el trayecto de la Península hacia la Nueva España.

Esta ubicación comercial marca una diferencia con los loceros de Talavera de la Reina, ya que para ellos la salida de sus productos en esa época es un problema recurrente, que resuelven, en cierta medida, trasladándose ellos mismos y sus talleres a ciudades comerciales como el puerto de Sevilla.[xxix] O en nuestro caso incluso con el viaje trasatlántico de los loceros a la propia Puebla de los Ángeles en la Nueva España.

3) La fuerza de trabajo

De los documentos encontrados en los archivos, he logrado concluir que fueron los indígenas la fuerza de trabajo básica de las locerías. A partir de 1561-62, se establece en la ciudad de Puebla fuera de la traza española, a los nativos provenientes de Cholula, Tepeaca, Totimehuacán, Tochimilco, Huejotzingo y Calpan, mismos que se ubican en siete barrios: Analco, Santiago, San Francisco, San Pablo de los Naturales, San Miguel, San Sebastián y dos arrabales: Xonacatepec y Xanenetla.[xxx] Como se puede observar, algunos de esos barrios están muy cerca de los talleres, por lo que los loceros contaron con suficiente fuerza de trabajo indígena e incluso con trabajadores especializados en el arte de la cerámica, como eran los tlaxcaltecas, huejotzingos y cholultecas.

4) El espacio social

En la Puebla colonial, la organización del espacio por parroquias para administrar y oficiar la misa, fue un mecanismo común de la Iglesia para recabar los ingresos fiscales y organizar a su vez las tareas concernientes al adoctrinamiento y administración de los sacramentos. Con base en ello, la Iglesia subdivide los barrios y los pueblos de su jurisdicción en secciones parroquiales.[xxxi] La red de iglesias se vuelve así primordial para el diseño de la ciudad y el sentido de pertenencia de sus ciudadanos. La parroquia central o principal, está constituida por el Sagrario de la catedral y abarcaba precisamente la Plaza Mayor y todas las manzanas adyacentes a ésta y a la catedral, es decir el área céntrica y “lo principal de su población”.[xxxii]

La parroquia del Sagrario comprende por tradición “las casas de los vecinos más ricos” o en su caso de los avecindados españoles con prestigio social. Por su ubicación, a dicha parroquia pertenecen los primeros loceros ibéricos asentados en Puebla. El recorrido de una de las procesiones más importantes de la Puebla colonial, la de Corpus Christi, pasa por algunas de las calles de nuestros loceros: Mercaderes, Santo Domingo, Horno de Vidrio y Herreros, para regresar de nuevo a la plaza pública y la catedral.[xxxiii] La parroquia del Sagrario cuenta también con parroquias auxiliares, como la de San José, que incluye entre otros a los barrios de Xanenetla y de el Alto, barrios indígenas alfareros. Ya la iglesia de San Marcos, sobre la calle de Herreros, sede posteriormente del gremio de loceros. Habrá que agregar, por último, la pertenencia de una de las primeras familias de loceros, los Encinas-Gaytán a la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, en el convento de Santo Domingo, una de las más antiguas y prestigiadas de la ciudad.[xxxiv]

La permanencia de los talleres de los alfareros dentro de la traza española, a pesar de su posterior expansión, es también una característica distinta de los loceros de Talavera de la Reina, Sevilla y de la propia ciudad de México, quienes desde el siglo XVI se ven obligados a mover sus locerías “extramuros”, por la contaminación de los hornos.[xxxv] Los loceros poblanos se establecieron siempre dentro de la traza española y pertenecen a lo largo del periodo colonial a la parroquia del Sagrario. Sólo los talleres de indígenas y mestizos, de “loza amarilla” o de plomo se asientan fuera de la traza, del otro lado del río de San Francisco. Algunos de los cuales, con sus variables, permanecen hasta la actualidad.

Así, desde el punto de vista del uso del espacio, los primeros loceros, logran establecerse en un lugar estratégico no sólo desde el punto de vista de acceso a las materias primas, la fuerza de trabajo y el comercio, también dentro de un espacio social digno de la ascendencia española de dichos alfareros.

Lamentablemente para la ubicación de estos primeros talleres contamos con referencias documentales, pero no arquitectónicas. Aunque sabemos por los vestigios de algunos tiestos arqueológicos y ciertas piezas en qué consistió la producción inicial de la hoy conocida como talavera.

Posteriormente, a partir básicamente de 1653, la comunidad integrada por los primeros loceros, creció y se expandió a través de diversos mecanismos: los enlaces matrimoniales, la dote, la herencia, el sistema de trabajo maestro-oficial-aprendiz, la participación en las cofradías y la ubicación de los talleres esta vez en torno al convento de la Merced y la iglesia de San Marcos. Ubicación que ahora sí corresponde a lo indicado por Lister, es decir en la zona norponiente de la ciudad, en la que existen aún en la actualidad tres locerías del siglo XVIII en completo estado de abandono. Se trata de la Antigua locería de Cabezas, en la actual 12 Poniente 708, La antigua locería de Zayas, en la 10 poniente 710 y la antigua locería de Alfaro, en la 8 Poniente 713.

Locería de Zayas. 10 poniente 710.

Locería de Cabezas, 12 poniente 708.

Locería de Alfaro, 8 Poniente 713.

Ciudad de México

En el caso de la ciudad de México, de igual manera, los loceros se asentaron a partir básicamente de mediados del siglo XVI, en lo que entonces correspondía a las afueras de la plaza principal de la ciudad, en lo que hoy se conoce como la Alameda y tenían como sus santas patronas, al igual que en Sevilla a Santa Julia y a Santa Rufina. Según indica Patricia Fournier, en los censos levantados en la ciudad de México entre 1753 y 1811 (AGN, Padrones), aparecen registrados un número considerable de loceros y alfareros. La distribución espacial de los talleres era al poniente del conglomerado urbano de la época, emplazamiento, indica Fournier, que corresponde al parecer a la ubicación original de los primeros talleres y que era fuera de la traza principal; lo cual resultó de la necesidad de mantener las humaredas de los hornos lejos de las residencias de los españoles y criollos que vivían en el primer cuadro. En dicha zona se han encontrado tanto restos de hornos cerámicos de doble cabina propios de la loza estannífera, como tiestos arqueológicos que corresponden por su tipología desde los siglos XVI al XVIII. Según comenta Fournier, los talleres se encontraban además en las inmediaciones del hospital de San Juan de Dios y de la Santa Veracruz; al norte, al oeste y este de la Calzada de Santa María llegando hasta La Lagunilla; por el rumbo de San Antonio Abad; cerca del mercado de San Juan y las proximidades del Colegio de Vizcaínas; otro grupo se encontraba al oriente, hacia el puente de San Lázaro y cerca de Mixcalco; por Peralvillo también existían talleres y unos cuantos hacia Santiago Tlalelolco además de, atípicamente, los que se encontraban en el centro mismo de la ciudad, vecinos de la iglesia de Regina Coeli. Esta distribución perduró hasta el siglo XIX según el directorio comercial de Eugenio Maillefert de 1897.

En el siguiente levantamiento de la ciudad de México de 1793, adaptado por Cortés Delgado, pueden apreciarse los señalamientos referidos por Patricia Fournier y sus colaboradores. En el número 1 se distingue claramente lo que consideraba el primer cuadro en el siglo XVI; en el 2, el ya mencionado barrio colindante de los alfareros y del 3 al 7, los distintos bancos de barro para los alfareros, tanto rojo como negro.

Está ubicación les permitía por un lado estar cerca del principal centro comercial de la ciudad de México que era la plaza mayor, no molestar con el humo a los vecinos y por el otro lado abastecerse de los dos tipos de barro de los bancos del mismo circundantes.

Plano 1. La ciudad de México en 1793 (adaptado de Cortés Delgado y González Aragón 2003, 31). 1. Catedral Metropolitana; 2. el Barrio de los Alfareros; 3. banco de Nonoalco ; 4. banco de la hacienda de Los Morales; 5. banco de la hacienda de Teja; 6. banco del ejido de La Piedad; 7. banco de la Acordada.

Por otra parte, para entrar en detalle, en el siguiente mapa puede apreciarse con claridad la traza original de la urbe (1) y cómo el barrio de alfareros se estableció en su colindancia (2); de igual manera se distingue cómo fue expandiéndose la ciudad en el siglo XVIII; así como el establecimiento de ladrilleras en las afueras de la ciudad colindando con el Lago.

Plano 2.La ciudad de México en el siglo XVIII, nótese la línea gruesa que demarca la traza original de la urbe. 1. Catedral Metropolitana; 2. Santa María la Ribera; 3. Santa Veracruz; 4. Tlatelolco; 5. Santa Catalina (taller de Diego de Vargas Piña); 6. San Juan; 7. Regina Coeli; 8. San Lázaro; 9. ladrilleras; 10. San Antonio Abad.

Fuente: La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México. Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman.

Sevilla

Veamos ahora el caso del asentamiento de los loceros de lo fino o esmalte estannífero en Sevilla.

A diferencia de Puebla de los Ángeles, ciudad recién fundada en 1521 conforme a los cánones del Renacimiento, Sevilla era una ciudad medieval y como tal contaba con una gran muralla. En ésta, tanto bajo el dominio islámico o tras la posterior reconquista de la ciudad por las tropas castellanas, las ollerías y alfares de la ciudad estuvieron asentados en dos zonas:

Una intramuros, en torno a los barrios de san Pedro, san Vicente y san Marcos. Y otra extramuros en los arrabales de Triana y San Telmo, es decir, en la orilla izquierda del río Guadalquivir del que los loceros se dotaban de agua y barro.

En el siglo XVI, a diferencia de en Puebla, en Sevilla se produjo un movimiento radial que desplazó a los alfares y ollerías desde el interior de la ciudad hacia los arrabales, básicamente, según indica José María Sánchez, por dos motivos:

  1. Por la insalubridad e incomodidad que la industria ocasionaba a la vecindad, ante la gran cantidad de humo que los hornos generaban. Siendo Sevilla, a diferencia de Puebla, una ciudad altamente poblada en el siglo XVI.
  2. Por los inconvenientes que a los propios alfares ocasionaba tanto el abastecimiento del barro al interior de la ciudad, dificultado por el trazo laberíntico de la propia urbe medieval, como así mismo por la dificultad del abastecimiento de agua.

Los alfares intramuros, se localizaban en el barrio de san Vicente, conocido como de los Humeros, en clara alusión a la gran cantidad de humo generada por dicha industria. Su ubicación en la zona, con loceros de reconocido prestigio, se debía a su cercanía con la Puerta de Goles, una de las entradas a la ciudad. Es decir era de carácter estrictamente comercial.

Por su parte, durante el ya mencionado siglo XVI, los talleres establecidos en el barrio de Triana, en el margen izquierdo del río Guadalquivir, ocupaban el 80% de los alfares, constituyéndose por lo tanto en el barrio alfarero por excelencia. Triana se convirtió en el lugar idóneo para la instalación de los talleres, debido a:

  1. Estaba lejos de la ciudad para evitar al vecindario las ya comentadas molestias. Y al mismo tiempo bien comunicado con la ciudad por el puente de barcas.
  2. Su cercanía con el río, como hemos comentado ya en el caso de la ciudad de Puebla, suponía una fácil adquisición de las materias primas, como el barro y suponía también contar con agua en abundancia. Ambos aspectos además ahorraban costos de transporte.
  3. Existía a su vez en la zona de Triana, un amplio territorio, necesario para la expansión de los alfares, que requieren para su buen funcionamiento de solares amplios. Las parcelas de mayor dimensión difícilmente podían obtenerse intramuros por la densidad de la población.

Habrá que agregar por último que existían en Sevilla talleres itinerantes, es decir que se montaban en el lugar donde se producía la demanda, se trataba desde luego de grandes obras arquitectónicas que requerían de muchas piezas, tanto de loza como de azulejos. En esos casos el ceramista trabajaba al pie de la obra y el contratante se ahorraba el costo del transporte.

Haciendo una valoración entonces entre la ubicación de los talleres de Puebla y los de Sevilla, podemos determinar que los loceros poblanos del siglo XVI, ubicados en el perímetro ya señalado en las cercanías del río de San Francisco, lograron cumplir tanto con el objetivo del abastecimiento de las materias primas, como con el asentamiento en un área comercial. De igual manera se pueden distinguir talleres en contra esquina o muy cerca de la construcción de los conventos en expansión a lo largo del siglo XVI y XVII. El inconveniente del humo para los vecinos sólo sería un factor a considerarse posteriormente, conforme la ciudad fue creciendo. Y aun así no implicó la salida de los talleres de lo que se conoce como la traza española.

Afortunadamente en Sevilla se han logrado rescatar los hornos del siglo XVI al XX, de la que fue locería de Antonio Gómez a finales del siglo XIX, hoy Museo de Cerámica de Triana.

Talavera de la Reina.

Por su parte, la ciudad de Talavera muy cercana de Toledo, como Sevilla era también una ciudad antigua, de la época romana, con una enorme muralla para evitar la incursión de los bárbaros; fue recuperada por los reyes católicos del mundo árabe y dada la fertilidad de sus suelos y la habilidad de sus artesanos pronto fue considerada una ciudad favorita de la corona por lo que pasó a denominarse Talavera de la Reina, con la especialidad en la loza fina, de inspiración italiana. Ahí los talleres de los loceros se establecieron también extramuros, a orillas del caudaloso río Tajo, de donde los artesanos se abastecían de agua, barro y arena, lo que les permitía además estar en una zona donde no sólo no molestaban a los vecinos asentados en la ciudad desde mucho tiempo atrás. Sin embargo, una vez consumada la conquista de México y la apertura comercial del mundo americano, los loceros talaveranos quedaron lejos de la salida comercial al Atlántico, por lo que fue común que sus loceros que eran excelentes pintores, establecieran sus talleres ahora en Sevilla.

Es decir, que a diferencia de en la ciudad de Puebla, el problema del transporte y el acceso comercial para la venta de sus productos, no les favorecía.

Rescate de locerías y hornos.

En resumen creo que los loceros establecidos en la ciudad de México, priorizaron su cercanía al primer cuadro, es decir hacia sus consumidores, como el elemento fundamental para ubicar sus talleres; seguido de una relativa cercanía de los bancos de barro. Los loceros poblanos por su parte, en ventaja contra los artesanos tanto de Sevilla, como de Talavera de la Reina y de la propia ciudad de México, lograron establecerse dentro de lo que se conoce como la traza española, para garantizar el consumo de los ibéricos; y al mismo tiempo cerca del abastecimiento de las materias primas (barro y agua), de la fuerza de trabajo indígena y del camino de Veracruz rumbo a la ciudad de México.

Citas

[i] Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México, siglo XVII, México, FCE, 1985, pp. 47-49. Cristóbal de Guadalajara es mencionado también como científico mexicano por Antonio García Cubas, en su Diccionario Geográfico, Histórico y Biográfico de los Estados Unidos Mexicanos, México, Antigua imprenta de Murguía, 1888, vol. 1, p. 159.

[ii] Fernando Chueca Goitia y Leopoldo Torres Balbas, Planos de ciudades iberoamericanas y Filipinas, existentes en el Archivo General de Indias, Madrid, 2ª ed., 1981, pp. 242 y 575.

[iii] Francisco M. Vélez Pliego y Ambrosio Álvarez Guzmán, Cartografía histórica de la ciudad de Puebla, carpeta, Puebla, coedición ICSYH/Gobierno del Estado de Puebla, 1995.

[iv] Dado su rescate hasta los años cincuenta del siglo XX, dicho plano no se cita en la obra de Hugo Leicht, Las calles de Puebla (1930). Tampoco hay referencias al mismo en las obras de Lister and Lister (cotejar bibliografía).

[v] Herbert J. Nickel, en su investigación Agrimensura y cartografía en México, 1720-1920, CD, México, UNAM/El Colegio de México, 2010, documenta la dificultad de ubicación precisa de la forma y tamaño de los terrenos y de la representación de instalaciones, caminos y tipos de explotación, en los planos de la Nueva España hasta antes del siglo XVIII en que se introdujo la técnica de la plancheta; de igual manera anota que el primer atlas topográfico con escala en México se realizó entre 1878 y 1915, op. cit., p.1. Por lo que consideramos que las probables impresiones en el plano de 1698 de Cristóbal de Guadalajara, deben de entenderse no tanto como errores propios del autor, sino como una limitación técnica de la época en que fue elaborado. La escala probable del plano considerada por Eloy Méndez es de un centímetro equivalente a 100 varas, ya que la medida del plano es de 43.2 x 31.2 cm.

[vi] Eloy Méndez Sáinz, Urbanismo y morfología de las ciudades novohispanas, El diseño de Puebla, México, UNAM / BUAP, 1988, p. 232.

[vii] Francisco Vélez Pliego, “Puebla de Zaragoza, antigua ciudad de los Ángeles, patrimonio cultural de la humanidad”, en: Revista electrónica Sociedad, Ciudad y Territorio, Puebla, BUAP/ICSyH, 2001, pp. 9-16.

[viii] Lister Florence y Robert Lister, Sixteenth Century Maiolica in the Valley of Mexico. Arizona: The Univ. of Arizona Press, Anthropological Papers, núm. 39, 1982, pp.145-48. Y de los mismos autores: “The Potter s Quarter of Colonial Puebla, México”, Historical Archaeology, vol 18, 1982, pp.88-91. Hugo Leicht, op. cit., pp.123-24

[ix] Véase Efraín Castro Morales, op. cit., p. 27. Margaret E. Connors Mc Quade, “Loza Poblana: the emergence of mexican ceramic tradiction”, Doctor of Philosophy, The City University of New York, 2005, pp. 76-79, 213.

[x] Para localizar los talleres partimos del grupo documental de 1595 a 1697 compilado por nosotros en su mayoría inédito. Cuando nos pareció pertinente, luego de cotejar nuestros documentos originales, agregamos información publicada por Cervantes. Después separamos los loceros que pertenecieron a la comunidad original, de aquellos que no lo fueron, con base en criterios ya manejados a lo largo de la investigación. Posteriormente cotejamos las direcciones, y ubicando calles y colindancias con base en el libro de Hugo Leicht ya citado. Más adelante ubicamos los talleres en el plano División parroquial de Puebla de los Ángeles, Nomenclatura de 1777, elaborado por la BUAP, con los nombres originales de las calles en la etapa Colonial, con base en este mismo trasladamos la información al plano de 1698.

[xi] Alberto Carabarín, Agua y confort en la vida de la antigua Puebla, Puebla, BUAP, 2000, p. 59.

[xii] Hugo Leicht, op. cit., p. 59.

[xiii] Ibidem, p. 46. Sobre la destreza técnica que se requirió para la elaboración de dichas obras ver Alberto Caravarín, op. cit., p. 71.

[xiv] El ayuntamiento de Puebla hizo merced al Convento de Santo Domingo de la mitad del agua de una fuente próxima al camino de Tlaxcala. Posteriormente, los dominicos hallaron no muy lejos de la misma otros manantiales: pidieron al Ayuntamiento le diera al Convento la mitad de esas aguas, a cambio de hacerla llegar a la ciudad, lo cual fue aprobado.

[xv] Hugo Leicht, op. cit., p. 437.

[xvi] Ibidem, p. 242.

[xvii] Ibidem, p. 161.

[xviii] Sobre la extensión de la red hidráulica de barro a lo largo y ancho de la ciudad en la etapa Colonial, así como a los vestigios de cañerías de barro rescatados por el departamento de arqueología del INAH, Puebla, nos detendremos en otro capítulo.

[xix] Hugo Leicht , op. cit., p. 374.

[xx] Enrique A. Cervantes, op. cit., t. 1, pp. 1- 2.

[xxi] Hugo Leicht, op. cit., p. 124. Eloy Méndez, op. cit., p. 155.

[xxii] Blas Román Castellón Huerta (coord.), Sal y salinas…, op. cit., p. 70. Alexander von Humboldt, Ensayo político…, op. cit., pp. 459-60.

[xxiii] Hugo Leicht, op. cit., pp. 188-89.

[xxiv] Ibid., p. 1

[xxv] “La Puebla de los Ángeles en el siglo XVI” en Actas de cabildo de la ciudad de Puebla, siglo XVI, Puebla, Archivo Histórico Municipal de Puebla, 1998, formato en CD, p. 509.

[xxvi] Véase Emma Yanes Rizo, Pasión y coleccionismo, El Museo de Arte José Luis Bello y González, México, INAH, 2005, p. 145

[xxvii] Idem.

[xxviii] Idem.

[xxix] Véase José María Sánchez Cortegana “El oficio del ollero en Sevilla en el siglo XVI”, Arte hispalense, Sevilla, Publicaciones de la Excma Diputación Provincial de Sevilla, 1994, núm. 65, p. 76.

[xxx] Eloy Méndez Sáinz, Urbanismo…, op. cit., p. 193

[xxxi] Ibidem, p. 198

[xxxii] Ibid., p. 211

[xxxiii] Emma Yanes, op. cit., pp. 159-60

[xxxiv] Fray Francisco R. de los Ríos, Arce, Puebla de los Ángeles. La orden dominicana, Puebla, Imprenta, Librería y Papelería “El escritorio”, 1910, 3 vols.

La Orden Dominicana, Puebla, Imprenta del Colegio Pío de Ciencias y Artes, 1910, t. II, p 118.

[xxxv] José María Sánchez Cortegana, op. cit., pp. 72-73.

Compartir

Sobre el autor

Emma Yanes Rizo

Historiadora, escritora y ceramista, tiene un Doctorado en Historia del Arte por la UNAM y es investigadora en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.