Sexto aniversario de la Casa del Mendrugo: La fortuna del Mendrugo

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Cuántas palabras nos vienen de los tiempos viejos. Mendrugo. Pan duro, expresión de la abundancia y de las sobras. Mendrugo. La palabra muerde, corta ilusiones, aprieta desde el estómago, asoma a espacios siempre visitados, abriga la orfandad de una mayoría, alumbra el fracaso anunciado de la tierra prometida. Reitera este México desigual e injusto en el que vivimos. Mendigo.

Mendrugo. De los viejos tiempos, el hombre marcado. Cuando el castellano todavía no conquistaba entera la península, cuando la lengua se cruzó de razas y continentes, sonidos de la nieve y el desierto, frontera de mar mediterráneo, de guerras y comercios cruzados. La lengua en el poder y el movimiento.



Y de los viejos tiempos también mendigo, menesteroso, indigente, pobre, limosnero, pordiosero.

El mendrugo. La palabra perfila lo que ha sido la ciudad de Puebla en uno de sus extremos más terribles: la desigualdad y la miseria. Porque la pobreza no empezó ayer, ha estado ahí, en esa orilla de la mendicidad que se asoma en el aldabonazo en un portón centenario o en la enjundia de los limpiaparabrisas en este nuevo siglo. De los tiempos idos quedaron las mirillas que todavía se encuentran en las casonas coloniales. En los tiempos nuevos la ciudad entera es una mirilla en cada esquina.

Y de limosnas, de mendrugos, se construyó en dos siglos, por los Jesuitas, esta casona que guarda sin mayor alarde la historia entera de la ciudad de Puebla. Por rezos, misas, indulgencias y caridades pasaron estas piedras. Para mayor gloria de Dios, dirían.

De todo esto pienso en el patio solitario de La Casa del Mendrugo.



¿Cómo arranca un proyecto cultural en Puebla?

¿De dónde viene La Casa del Mendrugo? Incluso entre las personas más disciplinadas y estrictas en el planteamiento de un proyecto y en la estructuración de su desarrollo, el azar aguarda en esos recovecos de la fortuna.

Media mañana de un día de febrero del 2010 en la antigua Calle de la Palma (hoy 4 Sur, pegadita al edificio Carolino). Gilberto, chalán de alarife, se afana con pico, pala y barreta, no pregunta y pica, no se dice para qué querrán que abra este hoyo, no busca excusas en lo incierto de la orden, pica y excava, apalea y rompe con la barreta cuando la piedra es rejega, no simula que remueve la tierra, cumple con su chamba, se gana el pan en la casa del mendrugo. Y le da duro el chalán Gilberto.



Porque los responsables del proyecto del inmueble no han olvidado que en algún lugar aparecerán los tepalcates. Y le ha pedido al maestro Pascual que se aventure a rascar por aquí y por allá del patio, como se sigue un presentimiento, como se persigue un anhelo oculto en la loza fría de la fortuna. Así que un proyecto de vida pueda partir de rascar al azar un agujero en las piedras. Puede partir del golpe recio de una barreta en manos de un ayudante de albañil al que le ordenan excavar en un punto cualquiera del patio de una casona poblana.

“¡Maistro Pascual, aquí la barreta ya no toca fondo!”

Simplemente la fortuna.

“De seguro van a encontrar tepalcates”, había dicho la historiadora de arte colonial Emma Yanes Rizo cuando escuchó la narración de los primeros trabajos de restauración de la vieja casona del Mendrugo, en la antigua calle de La Palma.

“No dejen de rascar a fondo, aparecerán los tepalcates”, dijo la historiadora entre broma y en serio. Y pensaba en los centenares de tiestos de barro, pedacitos de platos y jarros de la cocina o refectorio que alimentó por doscientos años a los ocupantes coloniales de la casona, la mayoría provenientes de los talleres de mayólica poblana que con el tiempo hicieran famosa a la ciudad. Porque las predicciones se basan en el conocimiento y en la fortuna.

Y la fortuna se busca. El chalán Gilberto golpea con el pico, se ayuda de la barreta, arroja a un lado la tierra y las piedras. Sus compañeros no le prestan atención mayor, Pascual, su oficial, anda por allá en otro asunto; el suyo es un trabajo menor si se compara con la complicada tarea de desarmar ese arbolado de vigas y locetas de barro que han logrado sobrevivir las mil mudanzas de este edificio que arrancara a la vida con sus primeros cimientos allá por 1582, para albergar a los aventureros que desde la península ibérica vinieron a buscar la vida en las Indias. Un golpe más con el pico. El muchacho acude nuevamente a la barreta, aplica toda su fuerza contra la piedra, y se va de bruces, y cuando reacciona apenas encuentra la herramienta: el suelo ha perdido su fondo. O ha cruzado sin más la verdadera frontera que oculta el pasado remoto de la ciudad de Puebla.

“¿Cómo que no das con el fondo?”

El peón ha encontrado el antiguo basurero de la casona colonial.

Y por ahí a los tepalcates. Y a las invaluables piezas de mayólica para la felicidad de los historiadores y los arqueólogos que armando el rompecabezas de los tiestos unifican las piezas que son ahora el arranque histórico de la talavera de Puebla en las postrimerías del siglo XVI. Y a la decisión de Ramón de parar todo y seguir excavando. Y de buscar en los libros. Y apoyarse en el INAH regional. Y en la inspiración de las tías que habitaron hace cincuenta años la casona y no dejan de hallar todo en los escondrijos de su memoria. Y en su indicación certera: busca debajo de la escalera, hay un tesoro enterrado, por algún lado hay un pasaje a la catedral. Y en la participación profesional de los arqueólogos que saben leer las señales de la tierra y la trama de las capas y que casi miran a los artesanos antiguos que construyeron una rudimentaria vivienda. Y nuevamente la fortuna: el hallazgo de nuevos tepalcates identificados inmediatamente como prehispánicos por el investigador del INAH Arnulfo Allende. Y la ilusión por el descubrimiento de roca sedimentaria, ideal para muros igual en Roma que en México, el famoso travertino, y sí, las piedras forman efectivamente un muro de lo que, en palabras de Arnulfo, “puede tratarse de un antiguo asentamiento humano”. Al final, el hallazgo de un entierro olmeca con más de 2,500 años de antigüedad.

Es la fortuna de La Casa del Mendrugo. Y una nueva perspectiva para la historia y la cultura de la ciudad de Puebla. Cuatro años después ahí está la casona reconstruida con el cariño de quien busca sus raíces y lo hace con un proyecto fundado en el conocimiento histórico y en el manejo de las más estrictas medidas de conservación patrimonial.

Y con un proyecto cultural promovido con pasión desde la sociedad civil cómo sólo lo había visto en otro proyecto ciudadano, Profética, Casa de la Lectura, de José Luis Escalera, y que en este 2013 cumple diez años.

He seguido por cuatro años el desarrollo de este proyecto, y voy del ejemplo perfecto del peso brutal y destructivo de la historia en una casona de cuatrocientos años a la realidad de un proyecto cultural que tiene puestos amarres por todos lados: el museo del entierro olmeca que abre por completo la discusión sobre los asentamientos humanos en el valle de Puebla hace más de tres mil años; la exposición de mayólica poblana (talavera) con el esfuerzo de restauración de platos, jarras y tasones más importante en muchísimos años; la sorpresa del acervo zapoteca en custodia oficial por la Fundación Casa del Mendrugo, A.C.; y la propuesta culinaria en el restaurante bar; y la librería especializada; y la música y el teatro.

Hay entonces buenas palabras en estos nuevos tiempos, los nuestros.

Una galería para entender la profundidad de la historia de Puebla que se rescata con La Casa del Mendrugo

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Sobre el autor

Sergio Mastretta

Periodista con 39 años de experiencia en prensa escrita y radio, director de Mundo Nuestro...