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FONART 45 años, las virtudes del arte popular. Destacado

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Fundado en 1974, el fideicomiso FONART cumple hoy 45 años de ser un enlace entre los artesanos y la sociedad, a través de tres objetivos fundamentales que continúan vigentes: fortalecer los ingresos económicos de los artesanos; consolidar el sentido artístico de las artesanías y coadyuvar a la capacitación técnica y administrativa de esa comunidad.



45 años del esfuerzo de una institución que, con sus altibajos ha logrado ser un puente entre el mundo de las artesanías y su vínculo con los ciudadanos. Una institución joven, creo yo en proporción a la fortaleza y antigüedad de las artes populares en nuestro país, que se remontan, como se sabe, al mundo prehispánico, se enriquecieron con las artes aplicadas de la época colonial y continuaron desarrollándose con lenguajes propios a lo largo de los siglos XX y XXI.

Hoy FONART, a través de su alianza con las casas de las artesanías de los gobiernos estatales e instancias regionales, ha logrado atender y, a su vez retroalimentarse de la cultura artesanal a través de los concursos, de los cuales han salido grandes maestros y premios nacionales, algunos de ellos presentes aquí, como Francisco Coronel.

Un papel importante lo han tenido también los corredores artesanales y las mejoras a la producción, según las necesidades planteadas por los propios artesanos.



Pero, más allá de eso lo que hoy celebramos es la vinculación del FONART a la Secretaría de Cultura y con ello la dignificación del trabajo artesanal. Y no es un logro menor. En esta su casa están representadas alrededor de 60 etnias con objetos diversos, llenos de alegría, vitalidad y mensajes específicos. Por eso la propuesta inicial de esta nueva administración fue constituirnos en Tienda—Museo, documentar lo más posible la técnica y el origen de los objetos. Sin embargo la propuesta de dichos objetos es mucho más que un ofrecimiento estético: proponen un diálogo visual, son libros, crónicas, sabiduría. Ahí están los relatos sobre las fiestas patronales, las hierbas que sanan a los hijos, los símbolos que no prometen un mejor estatus, como las marcas comerciales, sino una mejor calidad de vida: el colibrí tan frágil, representa la fortaleza, a los guerreros muertos en batalla; a las mujeres que fallecen en el parto. Los volcanes, la flora y la fauna de cada textil, cada olla, cada lienzo, no sólo son diseños admirables, sino entes realmente existentes, a los que los pueblos nos llaman a venerar, en una vida cotidiana de respetuosa convivencia con la naturaleza. Y siempre en cada crónica visual, el respeto a los ancestros, tan relegados en el mundo contemporáneo; y la concepción de la producción artística como una tarea comunitaria.



En ese sentido, FONART es sólo un medio, una institución joven para que los ciudadanos en general accedamos a la ayuda que nos ofrecen los artistas populares en su concepción del mundo: un mundo de paz y respeto.

Así, creemos nosotros, las artesanías son, como dicen las tejedoras mayas, los códices que la Conquista no pudo destruir. FONART pretende, entonces, no sólo ser una Tienda—Museo, sino también una biblioteca visual, una librería del imaginario colectivo, donde los grandes narradores y artistas plásticos que son los artesanos, nos platiquen sus historias, sus vivencias, nos muestren la perfección geométrica de sus diseños, a nosotros, los analfabetas que en nuestro afán por medir nuestros valores culturales con la vara del mundo occidental, no solemos entender el hermoso lenguaje que nos ofrecen las comunidades indígenas y mestizas de México. Quizá debemos pedir perdón por empeñarnos desde hace siglos en la castellanización del mundo indígena, cuando ellos se han esmerado desde entonces en un diálogo visual, con objetos que son poemas en sí mismos. Ejemplos sobran, aquí están, tómenlo en sus manos, llévenselo a su casa: miren la iconografía y perfección geométrica de las conocidas como coritas de los seris de Sonora, las muñecas kiliwuas de Baja California, Sur; la cosmovisión de los huicholes de Nayarit y Jalisco. Y las siempre envidiables crónicas en el Papel Amate de San Pablito, Pahuatlán, Puebla; o la fiesta patronal que se narra en la olla del Alto Balsas, Guerrero; o los huipiles de Carmen Vázquez, del municipio de Carranza en Chiapas, que hoy nos acompaña.

No sólo eso, entender la producción artesanal como un bien cultural implica también reconocer que el arte popular, la vocación por el color y la estética, florece aún en las zonas más marginadas de México, como una alternativa de empleo comunitario, transmisión de saberes y dignificación social. En esta su Tienda-Museo se pueden encontrar los magníficos jaguares de barro creados por las mujeres chiapanecas; o el Huipil brocado del pueblo mixteco de Cochoapa el Grande, Guerrero; o la alfarería nahua de la zona de Opan; o la del pueblo purépecha de San José de Gracia, Michoacán.

Es además la producción artesanal una respuesta contra la violencia. Son los artistas populares quienes con su creatividad y esfuerzo, mandan un mensaje de paz, creatividad y amor, ahí donde el crimen organizado es la constante; como en Michoacán, en Guerrero, o en ciudad Netzahualcoyotl, desde donde los hermanos Ruiz nos deleitan con su trabajo en hueso labrado.

Una producción además, la artesanal, que en muchas ocasiones viene acompañada también del cuidado al medio ambiente, de propuestas de sustentabilidad, que debemos reforzar, como las de las mujeres de Oaxaca que siembran algodón nativo o los artesanos del alebrije con sus proyectos de reforestación. Buscaremos que los esfuerzos de estas comunidades crezcan y se expandan como una alternativa de vida.

Pero debemos ir más allá de las compras individuales y de las ferias. La artesanía y esa es nuestra propuesta, se puede convertir en un verdadero motor de desarrollo y modelo cultural, si se la considera no como un adorno sino como parte sustancial de los insumos del propio gobierno federal, los gobiernos estatales, las secretarias de estado, las dependencias y los sindicatos. Podemos propiciar, por qué no, el consumo de la diversidad.

FONART considera desde la trinchera de la Secretaría de Cultura, que debemos reorientar el gasto público hacia el consumo de la producción artesanal, de incalculable belleza. Déjenos hermosear las dependencias públicas, dotarlas de alegría y de color desde sus objetos más triviales y cotidianos. Habrá entonces un cambio verdadero, ahora que se avecina por fortuna, el fin de la era del plástico. Aquí está Olinalá con su laca y maque; la hojalata de Oaxaca y la ciudad de México; los servicios de café en barro de Colima, Puebla, Tlaxcala y Michoacán, entre otros; o la mantelería de Zacatecas; o las bolsas de henequén de Yucatán. Hagamos un gran catálogo nacional para el servicio público.

FONART tan solo pretende en este sexenio ser la institución que ayude a fortalecer los esfuerzos culturales que parecían aislados de las comunidades artesanales indígenas y mestizas de México, en el combate a la pobreza, sí, desde el arte; la lucha contra la violencia, sí justamente desde las propuestas artísticas; el consumo responsable de las instituciones gubernamentales, sí, desde el arte popular; aceptando el diálogo visual que desde hace siglos le han propuesto al país las comunidades indígenas y mestizas de México, a nosotros los analfabetas de esos mundos brillantes. Es esta la tarea conjunta del Estado y de los ciudadanos.

Los artesanos estamos listos: no somos uno, no somos 10, no somos 100, cuéntennos bien. Desde FONART y la Secretaría de Cultura, vamos a fortalecer con gusto el compromiso presidencial de apoyo a los artesanos.

Finalmente, como dice la canción: “Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida.”

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Sobre el autor

Emma Yanes Rizo

Historiadora, escritora y ceramista, tiene un Doctorado en Historia del Arte por la UNAM y es investigadora en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.