Ay Nicaragua, Nicaragüita... Memoria de la solidaridad mexicana Destacado

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Puedo escribir los versos más tristes está noche, diría el poeta. O si no cómo aceptar que en el aniversario del atroz asesinato de la internacionalista mexicana Araceli Pérez Darias por las fuerzas somocistas un 16 de abril de 1979, coincida ahora con el día de la imposición por el matrimonio Ortega-Murillo del impuesto unilateral a las jubilaciones y la posterior ola de descontento en Nicaragua que ha dejado alrededor de 63 muertos (según datos de Marcos Carmona, dirigente de la Comisión Permanente de los Derechos Humanos), la mayoría de ellos estudiantes, jóvenes menores de treinta años, cuyo único delito fue pedir justicia en las calles de manera pacífica.

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No hay que olvidar que además de Araceli fueron varios los mexicanos que se unieron a la lucha armada sandinista, arriesgando desde luego su vida, en busca de un mejor futuro para ese país. En esos años la embajada de México en Nicaragua abrió las puertas a los refugiados una y otra vez, al aborde siempre de un conflicto diplomático. Y fue México el segundo país, luego de Costa Rica, en romper relaciones con el gobierno de Somoza, en mayo de 1979. A partir del triunfo del FSLN en julio de 1979, dada la situación de emergencia económica de Nicaragua por las secuelas de la guerra, fueron miles los mexicanos que sin pago alguno se lanzaron a la reconstrucción nacional. Por ello el asesinato de los jóvenes en las protestas nos duelen como propios, como los cuarenta y tres que nos faltan, como los tres jóvenes cineastas cuya única culpa fue la de su juventud. La amnesia del presidente de Nicaragua, apoyado por su esposa la vicepresidenta Rosario Murillo, que por cierto sólo participó de la revolución desde el exilio, debe revertirse. Nos conciernen tanto el respeto a los derechos humanos en México como en Nicaragua.



Dónde quedó el Frente Sandinista de Liberación Nacional al que se unió a Araceli en busca de la democracia en un país hermano. Dónde el Daniel Ortega liberado en 1974 luego de la toma de la casa de Chema Castillo, que dio origen a una ola de represión sin precedentes del gobierno de Somoza a al pueblo entero. A finales de 1975, los hermanos Ortega, entre otros, regresaron a Nicaragua vía México. Y se formó en nuestro país la primera célula de Solidaridad. Dónde quedó el muchachito delgado y tímido que recuerda Thelma Nava a Daniel Ortega, con el que se inició la etapa de solidaridad de México con Nicaragua. Habrá olvidado Daniel Ortega el apoyo del Sindicato de Electricistas, del STUNAM, del grupo Cleta, entre otros en aquéllos primeros años. O la gaceta sandinista publicada en México a finales de 1976. O la amplia difusión que se dio en nuestro país al documento elaborado por el sacerdote jesuita Fernando Cardenal, partidario de la teología de la liberación, quien sería después ministro de Educación enel gobierno sandinista, para denunciar las atrocidades de la dictadura de Somoza. Hablaba ese documento de los asesinatos a los jóvenes, de campos de concentración, de mujeres violadas, de desapariciones y encarcelamientos, de eliminación de la justicia civil, de represión sindical, de abolición de la libertad de prensa. Y en buena medida gracias a la difusión del documento en México creció la simpatía hacia el FSLN. Después vino el informe enviado a la ONU por la Federación Internacional de Derechos del Hombre y el Movimiento Internacional de Juristas Católicos Pax Romana, confirmando lo dicho por Fernando Cardenal. Hay que releer dicho documento para dimensionar el extremo represivo al que se llegó con la dictadura de Somoza. Si el actual gobierno nicaragüense de Ortega-Murillo no ha llegado a esos extremos, lo sucedido en la última semana lamentablemente apunta hacia esa dirección.



En 1977, ante las denuncias que hizo llegar a la ONU Fernando Cardenal, el apoyo del pueblo mexicano al FSLN se volvió un asunto básicamente humanitario, que ganó también la simpatía del gobierno, el cual permitió actuar al Comité de Solidaridad con libertad. Así en México, mientras el trabajo de solidaridad abierta crecía, se creó también una red que permitió el paso clandestino por nuestro país de los principales cuadros guerrilleros, entre ellos de Daniel Ortega, y el reclutamiento de mexicanos como Araceli Pérez Darias. Incluso en los meses previos al triunfo de 1979 se formó la Brigada Internacional a la que se incorporaron cientos de mexicanos. Cincuenta mil muertos, la mayoría de ellos jóvenes, fue el saldo de la revolución sandinista, que no pueden simplemente silenciarse.

Ortega, en un diálogo de sordos, sólo parece oír a su consorte, quizás porque lo salvó de ir a juicio luego de la acusación de abuso sexual en su contra que levantó su hijastra. Los mexicanos estamos absortos ante los recientes acontecimientos y no nos queda más que dudar del voto de confianza que alguna vez le otorgamos a Daniel Ortega.

La paz se gana, no se impone. Asesinar a los jóvenes es odiarse así mismo, un suicidio.

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Sobre el autor

Emma Yanes Rizo

Historiadora, escritora y ceramista, tiene un Doctorado en Historia del Arte por la UNAM y es investigadora en la Dirección de Estudios Históricos del INAH.