El espíritu Carolino. Carisma y trascendencia de Julio Glockner Destacado

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Revista Elementos 117

* Este texto fue presentado en el Salón Paraninfo de la BUAP el 29 de mayo de 2019.



El libro de Miguel Gutiérrez es una crónica novelada de uno de los movimientos sociales más importantes del estado de Puebla y, sin duda, el más relevante movimiento universitario, pues con él inició la Universidad Autónoma de Puebla su vocación científica, así como la reflexión y el análisis crítico y bien sustentado de la realidad social. 1961 es un año emblemático porque significa no solo la derrota de un pensamiento detenido en prejuicios teológicos y morales, que mantenían a la universidad distanciada de los avances de la ciencia y de la reflexión filosófica de la época, sino también porque implicó su apertura definitiva a sectores sociales que hasta ese momento no tenían acceso a sus aulas. Problema que hoy vuelven a enfrentar, de manera crónica, las universidades del país. El autor, siendo muy joven, formó parte de esa voluntad colectiva de cambio que aglutinó a cuatro mil estudiantes y a un significativo número de profesores, encabezados por el doctor Julio Glockner Lozada.

El relato de Miguel recrea con buena pluma el ambiente que en la ciudad de Puebla se vivía en la víspera del centenario de la batalla del 5 de mayo, y en ese contexto, la irrupción de lo que llama “el espíritu carolino”, que fue la forma contestataria, decidida y libre que hizo posible una Reforma Universitaria que asumió plenamente los derechos y responsabilidades que otorga el artículo 3º constitucional. Los 77 días que duró el rectorado del doctor Glockner, ejercido sin subsidio federal ni estatal, con la rabiosa oposición del clero, que nunca entendió la naturaleza del movimiento, descalificándolo como “comunista”, pero además con la obtusa intolerancia de una minoría comunista, organizada en “células”, que lo tachaba de burgués y reformista, pero con el respaldo de la inmensa mayoría de la comunidad universitaria y sus familias, con la simpatía de los sectores sociales que supieron comprender los beneficios que una universidad renovada traería a la vida de la ciudad y el estado y, finalmente, con el apoyo de profesores y estudiantes de la UNAM, el Politécnico y de otras universidades, sindicatos y organizaciones sociales del país, con esa fuerza moral y política, se pudo sostener una rectoría que hizo posible la transición a una universidad abierta a las corrientes del pensamiento moderno.

En una típica escena de intolerancia y autoritarismo “revolucionario”, algunos años después, una o varias manos desaparecieron de los archivos de la universidad las actas del consejo que daban cuenta tanto de la importancia que había tenido la participación del doctor Glockner en el proceso de Reforma Universitaria, como de su expulsión años más tarde, montando una farsa construida con mentiras y difamaciones. Quienes presenciaron esa vergonzosa sesión del Consejo Universitario recuerdan el vigoroso humor sarcástico con el que se defendió el acusado.



Las causas de fondo del movimiento de 1961 venían de muy lejos. Por un lado, se remontaban al secular conflicto entre liberales y conservadores que se enfrentaron a lo largo del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, tanto en vehementes discusiones de mayor o menor calidad argumentativa, como en los campos de batalla que comprendieron desde la guerra de Reforma al movimiento cristero. Al iniciar la década de los sesenta del siglo pasado la discusión entre liberales y conservadores se centraba en la defensa del carácter laico de la educación pública, que defendían los primeros, ante la insistencia de los conservadores por mantener la educación religiosa en los colegios particulares, y si fuera posible públicos, como herencia evidente del virreinato.

Este enfrentamiento, que oponía el artículo 3º constitucional al reclamo conservador de que solo la familia, y no el Estado, puede decidir el carácter de la educación de sus hijos, se gestaba en procesos ideológicos de larga duración y albergaba en su interior nuevas modalidades conflictivas surgidas en el contexto de la guerra fría. Entre estas modalidades conflictivas destacaba la simpatía y el respaldo que los estudiantes “progresistas” sentían por la triunfante revolución cubana, que en esos días Fidel Castro vincularía al área de influencia de la URSS, contra las ideas y los intereses económicos de quienes veían en esa revolución un peligro de expansión comunista en México. Este panorama nos presenta un fenómeno realmente interesante, en el que se enfrentan diversos grupos sociales esgrimiendo demandas de carácter político, ético, religioso, cívico, educativo y económico. Estas demandas fueron definiendo perfiles ideológicos que generaron identidades de grupo que perduran hasta nuestros días.

El panorama ideológico de la época estuvo conformado por diversas tradiciones, cada una de las cuales generaba, para autoafirmarse ante sus adversarios, una buena cantidad de prejuicios y convicciones que con frecuencia desembocaban en un agresivo fanatismo. Teniendo como símbolos la cruz del catolicismo, la hoz cruzada con el martillo del comunismo y la escuadra y el compás de la masonería como emblemas contrapuestos, estos sectores se enfrentaron violentamente tanto en el discurso y las exigencias excluyentes como en los golpes y pedradas callejeras. Los emblemas operaban simbólicamente en el imaginario político de la época de manera que en muchas ocasiones lo emocional predominaba sobre lo racional y la violencia se desataba porque se tenía la convicción de que la sola existencia del adversario era una amenaza para la propia existencia. La lógica no era la de la coexistencia competitiva en un ambiente democrático, para nada, más bien se trataba de la eliminación del adversario ya convertido en enemigo inadmisible. Cada uno se pensaba como justiciero y salvador, sea por razones sociológicas, éticas o religiosas, y cada uno creía fervientemente que el enemigo era un elemento absolutamente pernicioso para la vida colectiva que debía ser eliminado, si no físicamente, sí, al menos, política y socialmente. El asunto no es nimio ni se ha borrado del pensamiento ni de los sentimientos de muchos de los protagonistas y sus descendientes ideológicos.



Un cambio fundamental ocurrió en la ciudad de Puebla y en la Universidad durante los meses de abril a julio de 1961, periodo en el que se produjo un giro muy significativo en la política educativa que orientó a la institución por el camino de la educación laica y moderna. El hecho de que el Vaticano haya reconocido la validez de la teoría de la evolución de Darwin hasta el papado de Juan Pablo II, nos debe hacer pensar no solo en que la propia iglesia destruye el sustento de su propia mitología, expuesta en el libro del Génesis, sino en las dificultades que los estudiantes de principios de los años sesenta tenían para expandir sus conocimientos, teniendo como autoridades universitarias a miembros de los sectores clericales más conservadores, que evidentemente veían en la teoría darwiniana una especulación atea concebida en los linderos del infierno.

El arzobispo de Puebla Octaviano Márquez y Toriz, tan aficionado al dinero que la gente lo llamaba “Don Centaviano”, publicó en aquellos años una Carta Pastoral sobre el comunismo en la que decía que el sistema filosófico y político del marxismo destruye la dignidad humana, el orden espiritual y moral, la libertad y toda convivencia civilizada.1 El texto terminaba con un llamamiento:

¡Católicos de Puebla! ¡Hombres libres y ciudadanos honrados! ¿Vamos a claudicar vergonzosamente de las conquistas de la civilización cristiana, para caer en las redes maléficas del comunismo? Quién de vosotros se atrevería a mirar impávido que nuestra patria cayera en poder del extranjero, que en nuestros edificios públicos en vez de ondear la gloriosa enseña tricolor miráramos una bandera extranjera y que hombres exóticos, invasores, se adueñaran de nuestro territorio, de nuestras instituciones, de nuestro gobierno y de todo lo que es nuestro amado México? Estamos sintiendo ya los ataques del enemigo. Ideas disolventes contra la fe, la autoridad, las tradiciones mexicanas, la Patria misma.2

El ignorante fanatismo que encierran estas ideas, evidentemente tuvieron repercusiones en el linchamiento de trabajadores universitarios en San Miguel Canoa algunos años después.

Haber encausado a la UAP por el camino de la educación laica y científica y haber defendido el laicismo como principio de gobierno es uno de los méritos del movimiento de reforma universitaria. Frente a los prejuicios religiosos imperantes en la conservadora ciudad de Puebla de hace 50 años, los universitarios que defendieron el artículo 3º constitucional hicieron valer el espíritu laico indispensable para ensanchar los horizontes del conocimiento. La laicidad consiste simplemente en la independencia y libertad de pensamiento respecto a las afirmaciones o creencias avaladas por una autoridad, es decir, laico es quien piensa libremente frente a los dogmas. Un dogma es aquello que es creído o aceptado comúnmente como irrefutable y constituye el fundamente mismo del pensamiento religioso, de ahí que laico sea quien reivindica para sí el derecho de pensar diversamente sobre cualquier cuestión o problema considerado ortodoxo.3 Esta es la lección que nos dio la generación del 61 y es este el ambiente político y cultural recreado a través de los recuerdos, los testimonios y la invención literaria de Miguel Gutiérrez, en un relato que resultará indispensable para quien quiera comprender aquel momento histórico de la ciudad y de la Universidad Autónoma de Puebla.

Termino citando las palabras del rector de la Reforma Universitaria en el discurso pronunciado en este mismo salón, el 15 de mayo de 1961, cuando el movimiento ya había logrado sus objetivos fundamentales:

Esta Universidad de Puebla abre de hoy en adelante sus puertas para todo estudiante, sin importar su condición económica ni su credo religioso, solo exige una aspiración tenaz en el perfeccionamiento de una vida digna, liberada y culta. Esta universidad no pondrá ningún obstáculo que limite el acceso de las masas a la cultura, no habrá más monopolio de la sabiduría por parte de un grupo de señoritos en detrimento de los demás, pero tampoco permitirá que esa sabiduría se complazca en la soledad y desdeñosa vuelva la espalda a la vida. Al investigador más puro y sobresaliente salido de esta universidad debe llegar también el ruido de las fábricas, para que ese investigador sepa que es también, junto con nosotros, un obrero que está edificando México.

N O T A S

1 Manuel Díaz Cid, Autonomía Universitaria. Génesis de la UPAEP, s/f.

2 Jesús Márquez, Cronología del movimiento estudiantil poblano: abril-octubre de 1961.

3 Michelangelo Bovero, “Cómo ser laico”, Nexos 282, junio-2001.

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Sobre el autor

Julio Glockner