La Casa del Mendrugo

La Casa del Mendrugo

La Casa del Mendrugo es la expresión de antiguas generaciones que se funden en el tiempo y cultura actuales. Es una convocatoria para reunir a personas que buscan un encuentro con la gastronomía, la música, el arte, la historia y aquellos elementos que derivan de la expresión espontánea de la vida...

Te invitamos a conocer un destino con más de 3500 años de historia... en el centro de la ciudad de Puebla, México.

¡Donde la cultura sabe y la comida vibra!



¡La Casa del Mendrugo presenta hoy viernes 31 de Mayo a las 9 de la noche a Aldo Cabrera y su nuevo disco Fénix!

La imagen puede contener: 1 persona, tocando un instrumento musical y texto



Video: "Eentre amigos", del disco Fénix:

Regresa Milenka a La Casa del Mendrugo después de una estadía en Egipto.

Viernes 7 a las 21 h, $100.

Será una velada fantástica acompañada de un amplio repertorio de #Jazz #Standards: una noche inolvidable.

☎️ Reserva al 3268060



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La Casa del Mendrugo rescata la tradición de la comida informal en una lonchería que nos recuerda la pausada vida de antes y el disfrute del sazón de los antojos acompañados de delicioso café o una cerveza artesanal y por que no de un buen vino.

La lonchería ofrece tradicionales tortas compuestas y antojitos poblanos, además de platones de charcutería y quesos al igual que comida corrida.



Ven y disfruta de nuestro Café de Especialidad, Café Americano, Café Espresso, Café Capuchino, Smoothies, Vinos, Cervezas Artesanales, Refrescos, Tortas, Antojitos, Postres, Jamón Serrano y Charcutería de la Casa en el Centro Histórico de Puebla.

Nuestro café apoya a las comunidades indigenas de Chiapas al ofrecer café orgánico certificado marca Capeltic, "nuestro café" en Tzetzal, 100 % Arábigo con variedades Typica, Borbón y Mundo Novo producido por comunidades Tzeltales organizadas en cooperativas de comercio justo.

Fue una decisión repentina, de las que cambian para siempre el rumbo de un proyecto vital.

El proyecto de restauración se le dio a Alicia Medina y a Myriam Peregrina, entonces dos jóvenes arquitectas socias. Fue un impulso, fue un acto natural al tener claro lo importante. De ellas sólo había presenciado semanas antes la defensa de su tesis asistiendo a su examen profesional de arquitectura. Su proyecto lo realizaron en conjunto. Nos presentaron su visión transformadora de una avenida importante en un espacio urbano donde todo armonizaba, los ciudadanos, los edificios, las áreas verdes, el contexto, el uso, el tráfico, el transporte público, el comercio, la vivienda, los servicios. Una idea fresca, insólita, de un par de arquitectas jóvenes recién egresadas de la facultad.



Nos arreglamos de inmediato, Alicia trabajaría desde Vancouver, en Canadá, donde haría sus estudios de postgrado en urbanismo, y Myriam en Puebla le daría seguimiento al desarrollo y ejecución del proyecto y me acompañaría a la obra todas las veces que fuera necesario.

Me entusiasmó la dimensión impetuosa que la juventud de ellas le impartía a la aventura de reconstruir el monumento. No sólo era revivir la ruina, revivir experiencias pasadas y explotar la creatividad, era también un reto para ellas el experimentar desde lo más profundo de su joven talento la audacia de crear un espacio diferente y único.



Alicia Medina y a Myriam Peregrina.

Gracias a ellas deseché mis ideas tradicionales de reponer en la casa estructuras que pareciesen antiguas cómo de las épocas pasadas. No, insistían. Respetemos la casa como la encontramos, con las huellas del paso del tiempo que tiene tatuadas pero no más. Lo que hagamos nuevo que contraste, que se note, que no se mezcle. Donde había vigas pongamos vigas, piedra donde piedra, ladrillo donde ladrillo. Busquemos los pisos antiguos y usemos los mismos materiales para los pisos nuevos, aprovechemos la madera de las vigas, hagamos puertas y muebles con ellas. Recuperemos las arcadas, pero no pongamos arcos donde no estaban. Abramos los antiguos pórticos que se marcan en los muros, pero no violemos los muros abriendo pórticos dónde no los había. Busquemos pisos más antiguos enterrados en los pisos que se ven, pero no más. No recarguemos de detalles los espacios, no distraigamos la atención de la mirada con mucho que ver. Donde ya no había techos o muros aprovechemos la luz, usemos cristal, pongamos muchas plantas, rompamos paradigmas, arriesguémonos a la crítica, sacrifiquemos estructuras de épocas recientes que liberen estructuras escondidas de épocas anteriores. Inspirémonos, sepamos qué retirar y qué dejar. Todas las épocas están aquí, para nosotros, esperando las ideas, el pico, la pala, el taladro, el martillo y cincel creadores. Piedra, madera, acero, barro, cristal, tierra, esperando a que nuestras manos arranquen, corten, tallen, rehagan, y liberen. Esta casa será inevitablemente lo que deba ser. Parte de lo que fue volverá, parte no lo será. Será también lo que nunca fue. Será como si brotara otra vez del interior de la tierra misma desde la madre cultura Olmeca, desde la fundación de la ciudad por obra de una fuerza creadora completa, inalterable, lógica y no necesariamente correcta.



La suma de más de tres mil años adaptándose a lo largo de la historia, primero al entorno, al cauce del río, al fango y al lodo, al limo y a las arboledas, a la caza, pesca y agricultura de hombres y mujeres de tribus milenarias después atropellados por una brutal conquista e impostura de una ciudad nueva que habría de ser modelo y ejemplo según los sueños de sus fundadores y de los canteros que hicieron el primer trazo muy cerca del lugar del Mendrugo. Una ciudad de otro mundo con todo y sus habitantes y costumbres, complejidad y nivel de pensamiento múltiple. Mestizaje forzado y acelerada mezcla de carnes, de sangres, de dioses, de comidas y de sabores. Cerámicas híbridas de alfareros indígenas moldeando y horneando loza de diseños españoles y manos españolas torneando con técnicas indígenas y coloreando con grana cochinilla. Mestizaje en todo, fusión de lenguas, de culturas, evidenciadas en fragmentos de todo y de todas las épocas que, mudas, quedaron en basureros que recibieron los fragmentos de platos y vidas rotas, vidas que se acumularon y ocultaron en profundidades de la casa sin posibilidad de imaginar que serían descubiertas, estudiadas y atesorados en el tiempo que esto se escribe.

Así lo pensamos, hacia allá nos impulsaron estas jóvenes arquitectas. Y con el paso de los días tomamos decisiones.

El conjunto no obedecería a un estilo existente, puesto que existía ya como resultado de todos los estilos y todas sus historias que le imprimían características y detalles como respuesta a una mezcolanza particular de cada tiempo. Decidimos matar lo que nació en el último siglo y recuperar lo que había sido suplantado. Decidimos crear donde ya no había nada y se hiciera necesario. Decidimos ser arquitectos y arqueólogos, mezclando lo contemporáneo con lo colonial, siendo creativos. Tuve que abrir mi mente, romper mis esquemas, aceptar que me cuestionara en todo momento la frescura del pensamiento de las jóvenes arquitectas. La cuestión no era ya si podría terminar. La cuestión era: …¡Quién me detendría!.

Ser arquitectos y arqueólogos, no imitadores. A ello me motivó también la lectura de El Manantial, novela de Ayn Rand, obligada en este tiempo y momento. La leí por insistencia de Josean, mi tercer hijo, un sol, el de la música por dentro, al decirme que cuando empezó a leerla no pudo parar y que la sangre le hervía.

Lo que puede hacerse con un material jamás debe hacerse con otro, no hay dos materiales que sean iguales. No hay dos edificios que tengan el mismo propósito. El propósito, el lugar, el material determinan la forma. Nada puede ser razonable ni hermoso a menos que siga una idea central, y esa idea define todos los detalles. Un edificio es algo vivo, como un ser humano. Su integridad consiste en seguir su propia verdad, su único tema, y servir a su única y propia finalidad…Su constructor le da el alma, y cada pared, cada ventana, cada escalera para expresarla…He elegido el trabajo que me gusta hacer, si no gozo con él, resultará que yo mismo me habré condenado a años de tortura. [1]

Seis meses transcurrieron removiendo cuartuchos, trabes, rieles, postes, puentes, pórticos, molduras, escalones de imitación, pasadizos falsos, cancelería de vecindad, parches e improvisaciones de todas las culturas y mentes imaginables que respondieron a usos y costumbres de habitantes variopintos del edificio a mediados del siglo XX, y que violaban las estructuras antiguas del edificio colonial, retirando los inservibles techos de terrado de la primera, segunda y tercera planta, raspando, tratando con insecticida y con tinte las añosas vigas para colocarlas nuevamente en su lugar funcionando como cimbra permanente a los colados de vigueta y bovedilla que quedarían ocultos pero que darían firmeza definitiva y permanente a las nuevas lozas del inmueble.

Era lastimoso ver sólo el esqueleto del edificio en toda su altura y sin los techos de vigas, parecía un edificio bombardeado, entraban torrentes de luz y mostraban muros lastimados a punto de derrumbarse. Como a un cadáver mutilado víctima de torturas se apreciaban las violaciones, los añadidos, los arcos centenarios rotos, los pisos originales rellenados con tierra y sustituidos por loseta barata, los gruesos muros del siglo XVII rebajados, adelgazados para dar cabida en sus huecos a espacios de almacenamiento, escondites, baños de vecindad, alacenas, closets, gabinetes, que se usaron muy poco y que debilitaron el edificio. Era lastimoso también ver las huellas de los buscadores de tesoros que en el abandono de la casa la horadaron por todos lados.

Luego de cuatro años y medio de obra, la casa que encontramos bombardeada, un cascajo sin techos, como en la Europa de la guerra, se ha transformado lentamente en un espacio vivo, actual, limpio y lleno de luz. Así, la antigua casona abrirá pronto sus puertas a la gente con una propuesta cultural novedosa y fresca para Puebla.

[1] Rand Ayn, 1958. El Manantial. E. 2004, Editorial Grito Sagrado, Buenos Aires Argentina

La fundación de la ciudad de Puebla, en el año de 1531, se hizo con meticuloso cuidado, queriendo acotar el creciente poderío de los conquistadores-encomenderos y dar cabida a las continuas migraciones de Españoles peninsulares que reclamaban para sí tierra y mano de obra indígena gratuita para empezar una nueva vida en esta región recién descubierta y conquistada.

Este “ensayo de república” es intentado por primera vez en la Nueva España con la fundación de la Ciudad de los Ángeles, la que estuvo a cargo de la Segunda Real Audiencia y la especial tutela de su oidor Juan de Salmerón.



El valle de Cuetlaxcoapan, lugar en el que se fundó la ciudad de acuerdo a todas las crónicas, se encontraba deshabitado al momento de la conquista de México y estaba rodeado de varios señoríos indígenas comarcanos y era considerado como tierra sagrada muy propicia para realizar guerras floridas que mantuvieran vivos a sus dioses con la sangre de los guerreros tomados como prisioneros durante la batalla; de allí el nombre de Cuetlaxcoapan “lugar donde las víboras cambian de piel”, o “lugar donde los jóvenes se hacen guerreros”.

El 16 de abril de 1531, la ciudad fue trazada al oriente del río Almoloyan después llamado San Francisco y 5 meses después fue trasladada, durante el mes de septiembre, a su banda poniente por razones de seguridad e higiene ya que el lugar de la fundación sufría de graves inundaciones por los torrenciales aguaceros característicos de la zona. Al trazo se le dió un diseño rectangular, en forma de damero, con calles rectas y manzanas rectangulares delineadas a escuadra y compás, siendo estas de 100 x 200 varas castellanas[1].



Las manzanas cuyos lados se alineaban, el más largo en sentido oriente-poniente y el más corto en el sentido norte-sur, se subdividieron en ocho lotes idénticos de 50 x 50 varas, siendo la superficie territorial de estos solares de 1764 m2 aproximadamente, terreno suficiente para construir una cómoda casa-habitación con patio, traspatio de servicio y caballerizas (La actual Casa del Mendrugo ocupa la mitad de la superficie original).

La manifiesta protección real a la naciente ciudad angelopolitana que la declara como ciudad en los albores de su existencia, el año de 1532, la ennoblece prontamente al otorgarle en 1538 su escudo de armas donde emblemáticamente se pide a los ángeles “custodiarla en todos sus caminos”. Se otorgan fácilmente solares, huertas y “suertes de tierra” a sus primeros vecinos a quienes se les proporciona mano indígena para la construcción de sus casas y el cultivo de sus tierras, se les exenta por 30 años del pago de impuestos, se desvía el camino Veracruz-México para que cruce la recién erigida población y se traslada a ella la sede del obispado de Tlaxcala, el más rico de América y uno de los más extensos. Estas acciones hacen que la nueva Puebla creciera rápidamente y en pocos años se consolidara como la segunda en importancia de la Nueva España, llegando a avecindarse en ella lo mismo conquistadores y encomenderos que ricos comerciantes y labradores, incipientes artesanos e industriales y gran cantidad de clérigos y religiosos que la enriquecieron y afamaron rápidamente. A todos ellos la Ciudad les mercedó solares, huertas y “suertes de tierra”[2], por el sólo hecho de radicar en ella. Los más céntricos de estos solares, los que rodeaban la plaza de armas, se reservaron para los conquistadores y fundadores, con excepción de los predios que se cedieron para ser la sede permanente de los poderes civil y eclesiástico que gobernarían la novísima ciudad representados respectivamente por el palacio del ayuntamiento y la catedral angelopolitana.

En un segundo plano se ubicarían los predios destinados para el asentamiento de las principales órdenes religiosas que llegaron a la ciudad[3] y el otorgamiento de solares y huertas a nuevos pobladores civiles y eclesiásticos que lo solicitaren. Puebla desde 1543 fue la sede del obispado más rico de la Nueva España, uno de los más extensos y poblados. Más alejado de la plaza de armas se ubicaban los solares dados a artesanos, industriales y pobladores en general; además de las huertas, molinos y batanes que por su propia naturaleza necesitaban estar cerca de las corrientes de agua[4].



El predio en el que fue desplantada la Casa del Mendrugo perteneció primero a Juan de Ortega, uno de los primeros pobladores de la ciudad, a quien se le mercedó pocos años después de fundada ésta, cuando solicitó a su regimiento, el 1 de diciembre de 1534, ser recibido como vecino; su oficio era mallero[5]. Posteriormente la Casa fue hipotecada por este personaje a favor de los menores hijos del conquistador Pedro López de Alcántara, escritura signada el 30 de diciembre de 1553 ante el escribano público Andrés de Herrera e inscrita en el libro de censos correspondiente[6], [7].

El Sacerdote Juan Vizcaino, quien llegara a fungir como canónigo de la catedral angelopolitana, fue propietario también del inmueble, las casas del padre Vizcaino lindaban “por una parte con casas de Bartolomé Rodríguez de Fuenlabrada e por la otra con calle real y están frente casas de la compañía del nombre de Jesús desta ciudad que fueron de Francisco de Montealegre, difunto, e por delante calle real que va de la plaza pública al río de San Francisco, edificadas en un solar e medio poco más o menos”[8], la que contó además con su propia merced de agua desde el año de 1560, cuando el cabildo se la concedió al canónigo Vizcaino y la tomaba directamente de la fuente principal de la ciudad[9].

Es probable que la primitiva construcción de la casa de Juan de Ortega fuera de un solo nivel, hecha con materiales perecederos primero y “de cal y canto” después, cuando la Puebla de los Ángeles era ya “[…] la mejor ciudad que hay en toda la Nueva España después de México […]”[10] como lo expresara hacia 1540 el propio fray Toribio de Benavente “Motolinia” a quien tradicionalmente se le ha atribuido la fundación de la ciudad.


[1] La vara castellana tenía una longitud de 84 centímetros aproximadamente.

[2] Una suerte de tierra equivalía a unas diez hectáreas y media de superficie y era la cuarta parte de una caballería.

[3] Con excepción de la Orden seráfica de San Francisco que es la primera en asentarse en el valle de Cuetlaxcoapan y lo hizo fuera de la actual traza urbana, ubicándose en el lugar donde algunos historiadores y cronistas afirman fue el asentamiento primigenio de la ciudad de los Ángeles.

[4] Córdova Durana, Arturo, “la Traza material y espiritual de la Puebla del siglo XVI”, ponencia dictada en el Coloquio organizado por el Archivo General Municipal de Puebla para conmemorar el 469 aniversario de fundación de la ciudad, Puebla, abril 16 de 2000.

[5] Archivo General Municipal de Puebla (en adelante AGMP), Libro de Actas de Cabildo, No. 3, f. 26 de la foliación antigua.

[6] Libro de Censos, No. 2, f. 152 r. consultado en fotocopia.

[7] En el Archivo General de Notarías de Puebla (en adelante AGNP) sólo existen los protocolos de los tres primeros meses del año citado.

[8] Biblioteca Central José María Lafragua, Fondo Jesuita, Libro de escrituras y documentos antiguos. Años 1582-1760, ff. 39-39 v.

[9] AGMP, LC. No. 7, ff. 94 v.-94 v.

[10] Benavente, fray Toribio de “Motolinia”, Historia de los Indios de la Nueva España (estudio crítico, apéndices, notas e índices de Edmundo O´Gorman), 3ª ed., México, Ed. Porrúa, 1979. Colección Sepan Cuantos No. 129, p. 188.