Economía

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Mundo Nuestro tiene un objetivo prioritario: realizar un periodismo de investigación que contribuya en la construcción de una estrategia nacional de conservación, desarrollo y custodia de la biodiversidad y la agrobiodiversidad, lo que se llama el patrimonio biocultural de México.

A iniciativa de un grupo de mujeres, Isabel Ferreras, Dominique Méda y Julia Battilana, todas ellas distinguidas profesoras de universidades como la Católica de Lovaina en Bélgica; la de París-Dauphine; y la de Harvard, Estados Unidos, ha empezado a circular en las últimas semanas un Manifiesto por el trabajo. Dicho escrito ya fue respaldado por casi 6 mil investigadores de 700 universidades de todos los continentes y ha sido publicado en 36 países y 27 diferentes idiomas. Entre quienes lo han apoyado se encuentran figuras tan conocidas e influyentes como Katharina Pistor, Dani Rodrik y Thomas Piketty. En México, el documento ha circulado en los medios académicos, pero no en la prensa, al alcance de un público más amplio. Esta propuesta, la cual se puede encontrar íntegramente en el sitio democratizingwork.org.

El manifiesto inicia reconociendo el trabajo de los médicos, enfermeros, repartidores de productos y encargados de las farmacias o de los establecimientos esenciales para nuestra manutención cotidiana, pues gracias a ellos hemos podido sobrevivir durante el periodo de confinamiento obligado por la pandemia. Sus labores, por lo tanto, deben ser protegidas y no quedar expuestas a las leyes del mercado. De lo contrario, se corre el riesgo de acentuar aún más las desigualdades, sacrificando a las personas más débiles y necesitadas. Por ello –afirma la proclama– hay que democratizar el trabajo, democratizando la empresa y, al mismo tiempo dejar de tratarlo como una mercancía. Estas dos transformaciones estratégicas nos permitirían actuar colectivamente para limpiar y rescatar al planeta.

Democratizar el trabajo quiere decir combatir la idea de que las personas trabajadoras deben ser tratadas como “recursos” cuando en realidad son la parte constitutiva de las empresas. Los empleados casi siempre son excluidos de la participación en el gobierno de los negocios y éste ha quedado en manos de los accionistas, los que aportan el capital. Defender la representación de los trabajadores en la dirección de las empresas no es un hecho nuevo ni imposible en las economías de mercado. Comenzó después de la Segunda Guerra Mundial a través de Comités de Empresa y diversas experiencias de cogestión. Sin embargo, los primeros fueron demasiado débiles y las segundas insuficientes Ahora, estos comités deben tener derechos similares a los de las Juntas Directivas, a fin de someter al gobierno de la empresa, los Consejos de Administración y la gerencia general, a una doble mayoría.

Se propone también desmercantilizar el trabajo. La creación de puestos laborales en el sector de la salud y en actividades ligadas al cuidado de personas o al suministro de equipos y materiales indispensables han estado sometidos a la lógica de la rentabilidad. Las decenas de miles de fallecidos nos recuerdan, penosamente, dice el escrito, que hay necesidades colectivas estratégicas que no deberían estar regidas por el mercado.



De igual manera, el manifiesto propone garantizar para todos un trabajo digno a través de una Garantía de Empleo (job guarantee). Ello implica el reconocimiento del derecho al trabajo, como lo señala el artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (o, por ejemplo, la Constitución de México), lo que implica la libre elección de una actividad y sobre todo el derecho a condiciones laborales justas y satisfactorias y a una protección contra el desempleo. Esta garantía de empleo debería ser administrada por las comunidades y administraciones locales para contribuir a evitar el colapso climático y garantizar un futuro digno para todos y todas.

El manifiesto sugiere que los estados nacionales deben contribuir con los recursos necesarios para impulsar este proyecto. Proponen para ello, revisar los objetivos de los bancos centrales, incluyendo el de la Unión Europea, de tal manera que éstos puedan financiar estos programas. Se ofrecería, además, una solución anticíclica al choque económico que ya se nos vino encima por el desempleo masivo.

Finalmente, el manifiesto llama a no repetir los errores cometidos a raíz de la Gran Recesión de 2008 pues en esa ocasión se quiso resolver la crisis mediante el rescate incondicional del sector financiero, aumentando la deuda pública. Si los gobiernos vuelven hoy a intervenir en la economía es importante que esos apoyos se condicionen cambiando la orientación estratégica de las empresas beneficiadas. Éstas deberán cumplir normas medioambientales más estrictas y, asimismo, implantar un gobierno democrático a su interior. Según el manifiesto, las empresas mejor preparadas para impulsar la transición ecológica serán las que cuenten con administraciones en las que tanto los inversionistas como aquellos que aportan su trabajo puedan hacer oír su voz y decidir de común acuerdo las estrategias que se vayan a poner en práctica. Debe reconocerse que, hasta ahora, el compromiso capital/trabajo/planeta ha resultado siempre desfavorable a las dos últimas y sólo se ha beneficiado al primero. Algunas cooperativas y empresas de la economía social y solidaria, que se han propuesto como objetivos darles viabilidad financiera a sus proyectos y, al mismo tiempo, cumplir con sus obligaciones sociales y medioambientales, han implantado gobiernos internos más democráticos demostrando que son una opción viable.

El manifiesto termina así: No nos hagamos ilusiones. Dejados a su suerte, la mayor parte de quienes aportan el capital de las empresas no se preocuparán ni de la dignidad de las personas que aportan su trabajo, ni de la lucha contra el colapso climático. Tenemos, en cambio, otro escenario mucho más esperanzador al alcance de la mano: democratizar la empresa y desmercantilizar el trabajo. Lo que nos permitirá descontaminar al planeta.

Hasta aquí las tesis del manifiesto. Desde mi punto de vista, estas ideas forman parte de un abanico cada vez más amplio de alternativas que han salido a la luz en las últimas semanas. Se ha extendido la convicción de que el confinamiento no ha sido un paréntesis, un espacio de tiempo sin consecuencias, y que a la salida de esta reclusión encontraremos, ya los estamos viendo, una realidad distinta a la que dejamos antes del encierro. Esta nueva realidad es, por lo pronto, más sombría. Para remediar esto, no podemos dejar que las condiciones sociales, económicas y políticas que han prevalecido sigan inalteradas. No podemos arriesgarnos a prolongar esta calamidad o a sufrir otra en condiciones cada vez más adversas. Pero cambiar qué y cómo es el debate que tenemos que dar en todos lados.



El manifiesto aporta algunas ideas estratégicas. Para el caso de México, me parecen de especial relevancia las siguientes: hacer efectiva la garantía de empleo (quizás en lugar de un ingreso mínimo vital); su financiamiento a través de los bancos centrales; y el rescate de empresas a condición de que cumplan un conjunto de normas administrativas, laborales y ecológicas. Lo anterior se traduciría, en lo inmediato, en un seguro de desempleo para los trabajadores del sector formal; y un financiamiento y protección permanente para quienes realizan actividades informales (en un taller familiar o por su cuenta). Igualmente, que los recursos del Banco de México ya no se canalicen a la banca privada sino directamente al gobierno o gobiernos (estatales, municipales) para apoyar la salud y la protección al empleo; y que los créditos a las empresas se otorguen solo cuando éstas garanticen un mejoramiento de su desempeño y su democratización interna. Finalmente, habría que apoyar a la economía social y solidaria, un sector que apenas despunta en nuestro país. Estas y otras propuestas no pueden ser desechadas sin discusión. Poner en pie lo que ha estado de cabeza, para hacer uso de una cita famosa, requiere de muchas ideas nuevas y audaces.

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(Imagen de portadilla tomada de Iteso)



  • Mundo Nuestro. Este texto de Pablo Yanes Rizo se publicó originalmente en el número 118 de la revista Brújula Ciudadana. Lo reproducimos con autorización de su autor.

    Para que efectivamente las cosas no sean iguales después de la pandemia, requerimos preguntarnos qué nos ha enseñado y qué hemos aprendido. Empezando por ser concientes de que corremos el riesgo de que la afirmación según la cual el mundo no será igual después de ella quede reducido a un lugar común desprovisto de sustancia y de sentido de futuro.



    Pensadores como Ignacio Ramonet y Martín Hopenhayn han señalado, respectivamente, que la pandemia constituye un hecho social total y que ha provocado tanto un paro gigantesco de actividades como una aceleración de la historia. ¿Será que estamos en presencia de una combinación inédita de nuevo virus y viejo topo?

    Bajo esta óptica conviene apuntar algunas de las lecciones preliminares que podemos advertir y, además, señalar posibles alternativas para construir un futuro mejor y diferente, ya que no se trata de enfilarse hacia la reanudación de actividades como si nada hubiera pasado, como si saliéramos de un paréntesis, sino embarcarnos en un proceso de reconstrucción económica, social y ambiental con una perspectiva distinta del desarrollo.

    Si algo ha desnudado la pandemia en tiempo real y de manera exponencial es la fragilidad de la gobernanza económica global y la precariedad de las condiciones de vida de millones de personas.



    En cuestión de semanas han saltado por los aires supuestos de la gestión del ciclo económico que se creían inamovibles y escritos en piedra respecto, por ejemplo, a los coeficientes aceptables de déficit público o de endeudamiento frente a la urgencia de intentar impedir que la falta de liquidez se convierta en una crisis de insolvencia y que la recesión evolucione hacia una depresión en toda la extensión del concepto. Nada garantiza, sin embargo, que estas políticas de emergencia sean exitosas y no terminen a la larga, una vez más, privatizando los beneficios y socializando las pérdidas.

    En la medida en que el multilateralismo se ha ido debilitando, encontramos que frente a una crisis global, porque eso es la pandemia COVID-19 en todo el sentido de la palabra, han predominado las salidas nacionales, el “sálvese quien pueda” y el que cada quién vea por sus intereses. En un mundo que se presume interconectado, proliferaron los cierres unilaterales de fronteras.



    No obstante algunas iniciativas importantes, como la resolución en Naciones Unidas impulsada por México, para reconocer el carácter de bien público de medicamentos y equipo médico y la garantía de su acceso sin discriminación y exclusión, han sido evidentes los déficits en términos de coordinación y cooperación internacional tanto en políticas y medidas de reactivación económica como de gestión de la crisis sanitaria global.

    En la dimensión social, la COVID-19 ha exbibido no solo las profundas desigualdades que se han venido acumulando en las últimas décadas, sino también el hecho de que la precariedad en todos los órdenes se ha extendido hacia muy grandes grupos sociales y a prácticamente todos los ámbitos de la vida. Conviene insistir en este punto.

    El crecimiento de la desigualdad observado en las últimas décadas, con procesos de hiperconcentración de ingresos y riqueza en un muy pequeño grupo de personas, no es solo un fenómeno cuantitativo que se expresa en el incremento de, por ejemplo, el coeficiente de Gini. Hay también nuevos elementos cualitativos que implican que la desigualdad de hoy no solo es mayor que la experimentada hace algunas décadas (aunque también fuera alta, lo cual no hay que olvidar), sino también tiene rasgos cualitativos que la hacen diferente y potencialmente más explosiva.

    Durante el anterior régimen de acumulación (fordista, keynesiano, bienestarista), existían la concentración de la riqueza y la desigualdad social, pero convivían con Estados sociales o de Bienestar que, a pesar de sus limitaciones, fallas y estratificaciones, proveían de una cierta red de seguridades y certezas particularmente a quienes se encontraban insertos en la economía formal, se experimentaba una mayor movilidad social, se expandían los estratos medios y, no exenta de dificultades, mejoraba la distribución funcional del ingreso (esto es, entre el trabajo y el capital) y, muy relevante, la fiscalidad tenía una orientación más progresiva.

    Esa red de seguridades y certezas -que mal que bien proveían los Estados sociales o de Bienestar- se habían venido debilitando o desmontando en las últimas décadas con diferentes grados y niveles entre países. Así, observamos como tendencia general que la orientación universalista de la política social ha perdido terreno frente a los esquemas de focalización o residualistas, la expansión de la provisión pública fue cediendo terreno a la mercantilización de los servicios sociales (de manera destacada, la salud y la educación), se volvió difuso el vínculo positivo entre grado de escolaridad e inserción laboral, la estabilidad en el empleo se fue convirtiendo en una situación excepcional y localizada y, en general, se masificó la sensación de incertidumbre e inseguridad.

    Por ello hoy la reflexión sobre las implicaciones de la precariedad es inescapable para comprender la magnitud y la naturaleza de las desigualdades que estamos enfrentando. Una red de seguridades y certezas ha sido lenta, pero sistemáticamente desplazada por empleo inestable y de mala calidad, salarios bajos, pensiones insuficientes, difícil inserción laboral de las poblaciones juveniles, estratificación y mercantilización en el acceso a la salud y la educación, endeudamiento de los hogares como alternativa frente a la caída de los ingresos y dificultades cada vez mayores para acceder a una vivienda adecuada.

    Implicaciones de la precariedad

    En este marco de precarización, nos alcanzó la pandemia. Nuestra fragilidad y debilidades han sido exhibidas de manera cruda. En tres ámbitos ha sido particularmente relevador el impacto de COVID-19: en el acceso a la salud, en la seguridad de los ingresos y en el sistema de cuidados.

    Respecto a la salud, América Latina entró a la pandemia, salvo algunas excepciones, con sistemas débiles e insuficientes. Pero no solo eso, sino también profundamente fragmentados, jerarquizados y mercantilizados. La estructura de los sistemas de salud de la región expresa desigualdades al mismo tiempo que las profundiza. Así, tenemos que el acceso a la salud depende o del ingreso y el patrimonio o de la naturaleza de la inserción laboral o la carencia de ella.

    La ausencia en muchos países de sistemas nacionales universales e integrados de salud se reveló como un obstáculo muy relevante a una respuesta adecuada frente al desafío sanitario. De hecho, en varios países, como México, tuvieron que ponerse en práctica medidas de integración de facto de los servicios para permitir que personas sin derechohabiencia en la seguridad social pudieran ser atendidos por servicios a los que, en principio, no tenían derecho.

    No únicamente se revelaron las fragilidades en el acceso a la atención hospitalaria, sino la dureza de los determinantes sociales de la salud y sus efectos sobre la evolución de la pandemia, las tasas de letalidad entre personas y territorios pobres, así como el impacto entre poblaciones entre 40 y 55 años de edad. Malas condiciones de salud acumuladas vinculadas a ambientes obesogénicos, a la doble carga de la malnutrición que se traduce en una alta prevalencia de diabetes e hipertensión, han cobrado una factura muy alta durante la pandemia y se han revelado como problemas de salud pública de primer orden.

    Aunque por razones comprensibles la atención ha estado centrada en la carga hospitalaria, volver la mirada a la importancia estratégica de la prevención, la atención primaria a la salud y los determinantes sociales de la misma parece indispensable para la formulación de las nuevas políticas de salud después de la pandemia.

    Es del todo previsible que en materia de salud se pueda abrir un nuevo curso de políticas que partan de su condición de derecho humano y de bien público global. Es urgente trazar rutas hacia su desmercantilización y hacia la recuperación del enfoque DESC (derechos económicos, sociales y culturales) en donde la salud no es un paquete básico ni un piso mínimo, sino como lo dice el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales -PIDESC- en su artículo 12: (el derecho de toda persona) al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental.

    Avanzar hacia sistemas públicos, nacionales e integrados de salud parece ser otro de los imperativos que impone la pandemia, habida cuenta del alto costo en oportunidad, eficiencia y desigualdad que representa continuar con sistemas altamente fragmentados y jeráquicos como los que actualmente existen en varios países de la región.

    Pero no solo habrá que pensar en políticas y soluciones nacionales, sino en la urgencia de construir pactos globales en materia de salud que pongan en el centro la protección de la vida y el bienestar de las personas y no los cálculos de rentabilidad. Todo ello para redefinir prioridades en materia de investigación y desarrollo de medicamentos y vacunas, para buscar cerrar las brechas de esperanza de vida entre grupos sociales, territorios y países y para garantizar el acceso universal a los avances científicos, los medicamentos y los equipos médicos. Para, en consonancia con el Objetivo 3 de la Agenda 2030: Garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades

    La pandemia evidenció la enorme fragilidad de amplios grupos de la población en materia de protección y garantía de ingresos. De manera abrupta, creció el desempleo, incluido el sector formal, y millones de personas insertas en condiciones de trabajo informal se vieron privadas de un día para otro de los ingresos para satisfacer (así sea parcial e insuficientemente) las necesidades más básicas. En cuestión de semanas, nuestras sociedades quedaron evidenciadas como sociedades de la desprotección y la precariedad.

    No es por ello casual que, ante una evidencia de ese tamaño, los gobiernos de la región se dieron a la tarea de poner en marcha muchas y muy diversas formas de transferencias monetarias a los hogares, haciendo a un lado, por lo pronto, los requisitos de condicionalidad tan característica de los programas de transferencias monetarias prevalecientes en la región, sobre la base de considerar que se trataba solo de transferencias transitorias o de emergencia y que en algún momento estas podrían suspenderse o levantarse.

    Para darse una idea del impacto que la pandemia ha tenido en el monto de las transferencias monetarias a las personas o a los hogares (ha habido de ambos tipos), la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL) ha estimado que antes de la pandemia el monto global de las transferencias monetarias ascendía en la región a un 0.35% del PIB, las medidas de emergencia puestas en práctica en las últimas semanas representan el 0.70% del mismo[1].

    Ello ha traído de nueva cuenta con gran fuerza el debate sobre la necesidad del ingreso ciudadano universal, tal y como ha sucedido en los últimos años al calor de la recesión del 2008-2009, de los intensos debates sobre el futuro del mundo del empleo durante toda la década presente y ahora, de nueva cuenta, en el marco de la pandemia. Es significativo que ante hechos mundiales de muy distinta naturaleza, pero que revelan la fragilidad y precariedad de la existencia se apele a la posibilidad de instaurar una renta básica o ingreso básico universal como un nuevo pilar del Estado social que otorgue seguridad y certidumbre a las personas, sea un estabilizador automático del ciclo económico y tenga un carácter preventivo (y no solo remedial o emergencial) frente a situaciones críticas.

    No pocos se han preguntado cómo hubiera sido la historia económica y social de la pandemia, si ella hubiera sucedido con un Estado social y un régimen de bienestar fuerte y un ingreso ciudadano universal en operación. Muy probablemente estaríamos contando una historia diferente y hubiera podido evitarse mucho dolor y sufrimiento a millones de personas.

    Desde la CEPAL, se ha planteado la necesidad de atender la emergencia con visión de largo plazo. Por ello la CEPAL a la par de proponer, frente a la grave situación que se enfrenta en la región, la puesta en práctica de un ingreso básico de emergencia para un tercio de la población de la región, al mismo tiempo propone la instauración de un ingreso básico universal con los ritmos y montos que cada país esté en condiciones de afrontar, pero con el objetivo claro de construir un pilar adicional del estado de bienestar junto con, no en lugar de, la garantía del acceso universal al goce de los derechos sociales.

    La CEPAL lo ha planteado en los siguientes términos:

    “Desde una perspectiva de largo plazo, la CEPAL reitera que el alcance de esas transferencias debe ser permanente, ir más allá de las personas en situación de pobreza y llegar a amplios estratos de la población muy vulnerables a caer en ella, como los estratos de ingresos bajos no pobres y los medios bajos. Esto permitiría avanzar hacia un ingreso básico universal que se debe implementar gradualmente en un período definido de acuerdo con la situación de cada país”[2].

    Ello en el marco de construcción de regímenes y Estados de Bienestar fortalecidos, en donde, después de advertir que desde 2014, “antes de la pandemia, la región vivía un proceso de deterioro de la situación social en términos de pobreza y pobreza extrema, y un menor ritmo de reducción de la desigualdad” y ante el agravamiento de las brechas sociales:

    • La CEPAL reitera que es el momento de implementar políticas universales, redistributivas y solidarias con enfoque de derechos, para no dejar a nadie atrás.

    • Generar respuestas de emergencia desde la protección social para evitar un grave deterioro en las condiciones de vida es ineludible desde una perspectiva de derechos y bienestar.

    • Las respuestas en materia de protección social deben articular las medidas de corto plazo, necesarias para atender las manifestaciones más agudas de la emergencia, con otras de mediano y largo plazo, orientadas a garantizar el ejercicio de los derechos de las personas mediante el fortalecimiento del Estado de bienestar y la provisión universal de protección social.[3]

    El otro pilar adicional que requerirá construirse -y que la pandemia ha revelado como uno de los mayores faltantes del régimen de bienestar prevaleciente en la región- es el sistema de cuidados que actualmente descansa de manera abrumadora e injusta sobre el trabajo no remunerado de las mujeres y en muchos casos de las niñas.

    Las fragilidades que ha desnudado la pandemia de la COVID-19 son de carácter estructural y estructurales deberán ser las medidas para no volver a una realidad de desprotección y precariedad. Por ello hay que moverse simultáneamente en dos pistas: atender la coyuntura y transformar la estructura.

    Es necesario asumir que estamos mucho más allá de una discusión sobre políticas públicas y que se requiere pensar en términos de régimen de bienestar, del nuevo régimen de bienestar, los derechos, pilares y formas de financiamiento que le deben dar forma para garantizar protección efectiva, ampliación de autonomía y posibilidades de emancipación. Solo con un régimen de bienestar y protección social fortalecido y renovado es pensable que la realidad que surja de la pandemia no sea la reiteración o la profundización de la fragilidad y precariedad que tanto daño y sufrimiento han producido.

    Notas

    [*] Las opiniones aquí expresadas pueden no ser coincidentes con las del Sistema de Naciones Unidas.​

    [1] CEPAL. El desafío social en tiempos del COVID, Santiago de Chile, p.10. Abril de 2020. www.cepal.org

    [2] Ibid, p. 15

    [3] Ibid, p. 19

    Hace unos días, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) (www.conveval.org.mx) publicó un interesante estudio titulado La política social en el contexto de la pandemia por el virus SARS-CoV-2 (COVID-19) en México (mayo 2020) que, en síntesis, advierte que los efectos de la pandemia tendrán un inevitable impacto en la economía, el comercio, el bienestar y las condiciones de vida de la población. Ello se debe principalmente a que “los efectos del desempleo afectarán de manera desproporcionada a los pobres y a los estratos más vulnerables” pues el 70 por ciento del ICTPC (Ingreso Corriente Total per Cápita) de los hogares depende de los ingresos laborales.

    El problema es que la mayor parte de las ocupaciones son muy precarias. De esta manera, la parálisis productiva (por la reclusión hogareña) puede llevar no sólo a grandes caídas del PIB sino también a altos niveles de desocupación: pueden desaparecer hasta casi 2 millones de empleos formales e informales que difícilmente se recuperarán, lo que a su vez provocarán un aumento de la pobreza. Los mexicanos en esta condición aumentarían de 61 a 71 millones. Por su parte, la cantidad de extremadamente pobres aumentaría de 21 a 31 millones de personas. Cifras que pueden cambiar de acuerdo con el comportamiento del ritmo económico.

    Ante estos escenarios, el Coneval afirma que es necesario diseñar una estrategia para afrontar los efectos de esta emergencia que incluya medidas de mediano y largo plazo, imprescindibles para construir un sistema de protección social que sea capaz de enfrentar eventos críticos como el que ahora padecemos.



    El organismo evaluador considera que las previsiones originales del gobierno deben cambiar radicalmente. El crecimiento del PIB previsto antes de la pandemia para 2020; el fortalecimiento del mercado interno como consecuencia del aumento de las transferencias de los programas sociales; los ingresos de las remesas, así como una menor inflación y el aumento del gasto en inversión en infraestructura y sectores estratégicos, son expectativas que tendrán que ser reconsideradas ante la crisis sanitaria y la inminente desaceleración de la economía.

    Por lo tanto, afirma, se requieren nuevas medidas no contempladas antes de la pandemia como una pensión universal mínima de retiro e invalidez financiada con impuestos generales. Igualmente, un seguro de desempleo contributivo y una renta básica ciudadana (de cobertura universal) o un piso mínimo solidario (que llegue al menos al 30 por ciento de la población más vulnerable).

    Asimismo, aconseja subsidiar parcial o totalmente las cuotas obrero-patronales de la seguridad social a cargo de los empleadores durante los meses de distanciamiento social, e incentivar el empleo temporal mediante programas de gobierno

    En el caso de los trabajadores informales recomienda aprovechar el programa de Apoyo Financiero a Microempresas Familiares, ampliando su cobertura de un millón a 2 millones de créditos.

    Para apoyar a los hogares propone también subsidios temporales por lo menos durante los meses que dure la emergencia al pago de la energía eléctrica y de los sistemas de agua. Otorgar despensas a las familias de los menores que son beneficiados con la provisión de alimentos en las escuelas, en tanto las clases se encuentran suspendidas. Y cupones para la adquisición de alimentos durante la contingencia sanitaria, como mecanismo para mejorar la seguridad alimentaria de los hogares



    Finalmente, el Coneval considera que se deben reforzar los programas existentes anunciados el 23 de abril por el gobierno federal con un nuevo enfoque basado en la pobreza urbana. El costo de este reforzamiento oscilaría entre 294 mil millones de pesos (MMP) y 198 MMP. Es decir, entre 1.21 y 0.82% del PIB. Para financiar estos programas (y eventualmente otros de mayor alcance) considera que es “necesario un estímulo fiscal de un monto suficiente para apoyar los servicios de salud y proteger los ingresos y los empleos”. Y propone una reforma fiscal, la reasignación de recursos que no son prioritarios, y el uso de partidas excepcionales.

    En síntesis, el Coneval centra su atención en los daños al empleo urbano (formal e informal, asalariado y por cuenta propia) y sus efectos en el nivel de vida de las familias. Y sostiene que hay que hacer todo lo que se pueda hacer para defenderlos. Hay desde luego otros rubros que deben ampliarse sobre todo en materia de salud y educación, pero lo central, en estos momentos, es defender los trabajos existentes.

    El gobierno por su parte, como se ha visto, ha mantenido su programa original pese a la contingencia. No sólo eso. Además, decidió un ajuste al gasto gubernamental. Lo anterior fue ratificado por el presidente en un documento llamado La nueva política económica en los tiempos del coronavirus. Llama la atención que en dicho escrito no se hable de los empleos destruidos por la crisis y se limite a señalar que la creación de nuevas plazas de trabajo dependerá de la industria de la construcción y del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá sin tomar en cuenta otras propuestas y programas, por ejemplo, los que elaboró el Coneval y otras que se han aplicado en diversos países.



    Esta desatención no concuerda con la experiencia histórica y lo que se ha aprendido desde la crisis de 1929. Como se sabe, el crack dio lugar a un nuevo pensamiento económico encarnado principalmente en la obra de John M. Keynes. Uno de sus principales biógrafos, Robert Skidelsky, escribió: “En la década de 1930, la Administración de Obras Públicas del presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, financió con recursos públicos la construcción de aeropuertos, carreteras, presas, puentes, escuelas y hospitales. Además, proporcionó directamente empleos a los trabajadores desplazados por las empresas”. Fue Keynes, agrega Skidelsky, quien sentó los fundamentos teóricos para una presencia pública cada vez mayor en las economías de mercado. Argumentó que, en una recesión económica, si el gobierno contrata directamente personas para trabajar, el efecto multiplicador de estos ingresos fomentará también la actividad en el sector privado, y que una política permanente por parte del gobierno para financiar y proteger los empleos atenuaría en gran medida las fluctuaciones del ciclo económico. De esta manera, la política fiscal debería ajustarse a estos objetivos y no al revés, como sucedía anteriormente, cuando se pensaba que el equilibrio debería mantenerse a toda costa.

    Skidelsky insiste en que el papel del Estado para crear y fomentar el empleo no ha sido nunca solamente un problema económico, sino principalmente político pues involucra un debate sobre el tamaño del Estado, su papel económico y los recursos que se requieren. Y concluye:

    “Naturalmente, los ricos y poderosos generalmente han preferido un Estado limitado que los deja libres para hacer lo que quieran con el dinero y el poder que controlan. Los pobres y excluidos, por el contrario, han recurrido al Estado para protegerlos contra la inseguridad del mercado y las depredaciones de los ricos. Keynes estaba de su lado. Tenía razón al decir que el capitalismo no regulado no garantizaba el pleno empleo ni una distribución equitativa de la riqueza y los ingresos”.

    El saber acumulado desde 1929 pareciera darle la razón al Coneval. No sólo se tiene que gastar más (por encima de lo programado y del superávit primario) sino que se requiere proteger, principalmente, el empleo urbano. La diferencia entre una larga y profunda recesión y la posibilidad de suavizar esta curva (como se está haciendo con la epidémica) radica en esta fórmula. Salvar las ocupaciones existentes y fomentar la creación de otras permitirá mejorar la oferta y la demanda. Dejar que se pierdan llevará a un círculo dramático: mayor pobreza y menor crecimiento económico. Una lección que, en estos momentos de emergencia, respaldan el FMI, el Banco Mundial, la UNCTAD-ONU, la CEPAL y todos (o casi) los economistas de diversos centros de estudio.

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    (Foto de portadilla tomada de Expansión)

    Vida y milagros

    (Imagen de portadilla: Termoeléctrica de CFE en el estado de Guanajuato. Tomada de El Sol de Salamanca)

    El viernes por la noche oí por radio una voz que me pareció familiar hablando del controvertido y errático cambio de las políticas públicas que se habían decidido ese día con respecto al tema energético. Era la voz de Víctor Ramírez Florencio en el programa de Fórmula Financiera. Escuchar la entrevista me ayudó a entender mejor lo que significan las decisiones que el viernes por la tarde anunció de manera unilateral Rocío Nahle: cerrarles el paso a las energías limpias de generación de luz para regresar a la quema del combustóleo, los residuos sucios de la refinación, llenos de azufre, que México ya no le puede vender a nadie, excepto a sí mismo. La meta de ese decreto es acotar a las industrias privadas de generación de energía, aunque sea más barata, para aumentar las ventas de CFE, aunque la luz que genere sea más cara y sucia. Hay temas técnicos complicados, pero lo que sí es fácil de entender es la forma en que nos afectará a todos el reincidir en las energías fósiles argumentando defender la soberanía y la autonomía energética del país. La autonomía y la soberanía de una nación no se defienden regresando a quesea el estado el que produce de todo en un país, se defienden con una buena regulación ejercida de manera puntual y enérgica desde un estado fuerte y bien organizado, que por cierto hoy está muy desdibujado con tanto recorte y descalificación a la burocracia.



    Conozco bien a Víctor, es un técnico, un pensador y un científico. Actualmente es vocero de Plataforma México Clima y Energía, así que al terminar la entrevista le marqué y me mandó el hilo de la conversación de su Twitter, mismo que les comparto en algunos tramos para ver si les sirve para iluminar el entendimiento de esta decisión que tomó el gobierno federal y cómo es que nos afectará directamente:

    "Hay más capacidad de producir energía de la que requiere en este momento en el sistema. Se producen 80MW y sobran 30 ¿Eso es malo? No, porque de lo que se trata es de que se entreguen los MW más baratos, los restantes solo se reciben cuando se necesiten”. El problema es que los más caros y sucios son los que produce CFE. El dejar que los 30 MW de CFE se generen obligadamente mediante el decreto, encarecerá el sistema eléctrico (20 USD/MWh de eólica contra 100 USD/MWh de combustóleo). La ley actual obligaba a la CONAMER, la instancia que regula la compra de energía, a favorecer la compra de luz más barata. Eso quedó evaporado en el sorprendente decreto del viernes, que acabará seguramente objetado en tribunales internacionales. De momento, el decreto abre paso al consumo de la energía más cara y sucia y la diferencia en el costo la vamos a pagar todos los mexicanos, ya sea vía el subsidio disfrazado desde nuestros impuestos, o vía un recibo de luz más caro, ya sea en su empresa, en su casa, o en su negocio. Todo el dinero que pierda CFE saldrá de la ciudadanía a la que le presta el servicio. De ningún otro lado.

    En estricto sentido esta medida nos vuelve menos competitivos como país. Al ser nuestros costos de luz más altos, todo lo que hagamos será más caro o subsidiado a cambio de dejar de hacer otras cosas que el país necesita, como mejorar escuelas, hospitales, y un enorme etcétera. Este decreto nos llevará también al incumplimiento de los acuerdos de París para 2024, el compromiso firmado de bajarle al uso de combustibles fósiles. El decreto, si se sostiene, nos regresa a la retaguardia en la producción de energías limpias, para las cuales México tiene una gran vocación.



    Otro punto que inquieta también es la salud. Las refinerías generan residuos y uno de esos residuos es el combustóleo. De las 6 refinerías que tiene el país, 3 pueden procesar de manera más o menos eficiente esos residuos. Las otras tres no. No hay capacidad para almacenarlo, así que lo que sigue es quemarlo. En el mundo ya no se puede comercializar por ser altamente contaminante. Antes lo consumía CFE, pero el gas natural es más barato y limpio. La manera de abrirle espacio al combustóleo es mediante el arbitrario decreto del viernes, que saca a las energías renovables producidas por el sector privado para que sea CFE quien venda esa luz producida con combustóleo. Carlos Elizondo Meyer, en su artículo de ayer de Reforma, "Matar y lastimar", señala que cuando CFE quema combustóleo y carbón perjudica la salud de todos los que viven cerca de una de esas plantas de luz, matando lenta y silenciosamente por enfermedades respiratorias o cáncer a miles de personas cada año.



    Energías renovables Vs combustibles fósiles - Bester

    Tanto Carlos Elizondo como Víctor Florencio calculan las pérdidas económicas inmediatas en 6 mil millones de dólares, más otros 14 mil millones de dólares de lo que ya se había invertido y ahora se paraliza. La pérdida de confianza no puede estimarse en pesos y centavos, pero será altísima. ¿Cuánto cuesta y afecta el que las reglas del sector puedan moverse con un simple decreto, sin pasar por ninguna de las instancias que debieran revisar el estado de derecho y los cambios de reglas dentro del sector?

    Por lo pronto, México insiste en decir adiós a las energías limpias y renovables a costa de la salud del planeta. Sí da tristeza.

    La Comisión Económica para América Latina y El Caribe, organismo regional del Secretariado de las Naciones Unidas, se ha pronunciado a favor de un nuevo régimen de bienestar y protección social que incluya el establecimiento gradual, progresivo y sostenido de un ingreso básico universal en la región de América Latina y El Caribe.

    El pasado 12 de mayo, su Secretaria Ejecutiva, Alicia Bárcena, presentó el Tercer Informe especial COVID-19: El desafío social en tiempos del COVID-191, en el cual se dice textualmente:

    “Para enfrentar los impactos socioeconómicos de la crisis, la CEPAL propone que los gobiernos garanticen transferencias monetarias temporales para satisfacer necesidades básicas y sostener el consumo de los hogares, lo que será crucial para lograr una reactivación sólida y relativamente rápida.” (p. 15)



    Pero no sólo propone este ingreso básico de emergencia que cubra al menos con una transferencia no condicionada equivalente a una línea de pobreza a la tercera parte de la población, sino que:

    “Desde una perspectiva de largo plazo, la CEPAL reitera que el alcance de esas transferencias debe ser permanente, ir más allá de las personas en situación de pobreza y llegar a amplios estratos de la población muy vulnerables a caer en ella, como los estratos de ingresos bajos no pobres y los medios bajos. Esto permitiría avanzar hacia un ingreso básico universal que se debe implementar gradualmente en un período definido de acuerdo con la situación de cada país”. (p.15)

    Desde hace diez años la CEPAL ha venido sosteniendo la necesidad de superar el estilo de desarrollo dominante ya que ha traído bajo crecimiento económico, alta desigualdad social y acelerada destrucción ambiental. Se cumplen diez años desde que la CEPAL señaló que esta debía ser la hora de la igualdad en América Latina y El Caribe, y por ello ha venido trabajando en desarrollar y profundizar con iniciativas y propuestas de gran calado en la dirección de construir un nuevo estilo de desarrollo en cuyo núcleo deben estar la igualdad y la sostenibilidad.

    A esta perspectiva corresponden las propuestas de cambio estructural progresivo, pactos para la igualdad y la iniciativa por un gran impulso ambiental. En todos estos años desde CEPAL se ha insistido y reiterado en la necesidad de políticas sociales universalistas con enfoque de derechos. En esta década se han hecho distintas menciones a la importancia de la garantía de ingresos, de las posibilidades del ingreso ciudadano como mecanismo de emancipación y a la posibilidad de implementar una renta básica para las mujeres como herramienta para construir su autonomía económica. Y ahora la CEPAL se pronuncia por la necesidad de un ingreso básico universal y lo califica, más allá de la emergencia y el corto plazo, de objetivo estratégico.

    De cara a las profundas debilidades de los régimenes de bienestar y protección social que ha puesto de manifiesto la pandemia, y al inusitado crecimiento del volumen de transferencias monetarias que bajo diversas modalidades han puesto en práctica los gobiernos de la región, se ha disparado en términos exponenciales el interés por la propuesta de la renta básica, el ingreso ciudadano universal o el ingreso básico universal. No sólo se resalta su atractivo filosófico, sino su potencia y utilidad para resolver problemas prácticos y lograr impactos inmediatos, oportunos y de amplias coberturas.



    Bien se ha dicho que muchas veces los debates más intensos no se resuelven con nuevos argumentos, sino con grandes desenlaces. Este parece ser el caso con la propuesta del ingreso básico universal, cuyo debate, análisis y experimentación creció significativamente después de la gran recesión del 2008-2009 y que se ha colocado con una fuerza desconocida hasta hace semanas en la esfera pública y política en varios países de América Latina y El Caribe. Una idea a la que, todo parece indicar, le está llegando su momento.

    Cada vez es más recurrente la pregunta de cuál hubiera sido el impacto y la dinámica de la pandemia si en lugar de tener sociedades altamente precarizadas y desprotegidas se hubiera contado con un ingreso básico universal operando en la práctica. Seguramente estaríamos hablando de otra historia en términos de pobreza, desigualdad e incertidumbre. Asimismo se podrían haber llevado a cabo con mucho mayor éxito y menor sufrimiento humano las reglas de distanciamiento físico y confinamiento en los hogares para todas aquellas personas que ante la pérdida súbita de ingresos tuvieron que seguir saliendo a las calles para tratar de obtener un ingreso de sobrevivencia.

    Por todo esto, la CEPAL señala la importancia de contar con un ingreso básico universal, pero en el marco amplio de un Estado de Bienestar y un sistema de protección social fortalecido. Esto es, el ingreso básico como un pilar adicional de un nuevo régimen de bienestar, en donde de manera destacada debe superarse la fragmentación, jerarquización y mercantilización de los servicios de salud, como se dice en el mismo documento.



    Respecto al tipo de políticas a instrumentar, nos dice la CEPAL:

    “Desde 2014, antes de la pandemia, la región vivía un proceso de deterioro de la situación social en términos de pobreza y pobreza extrema, y un menor ritmo de reducción de la desigualdad.

    • Ante las grandes brechas históricas que la pandemia ha agravado, la CEPAL reitera que es el momento de implementar políticas universales, redistributivas y solidarias con enfoque de derechos, para no dejar a nadie atrás.

    • Generar respuestas de emergencia desde la protección social para evitar un grave deterioro en las condiciones de vida es ineludible desde una perspectiva de derechos y bienestar.

    • Las respuestas en materia de protección social deben articular las medidas de corto plazo, necesarias para atender las manifestaciones más agudas de la emergencia, con otras de mediano y largo plazo, orientadas a garantizar el ejercicio de los derechos de las personas mediante el fortalecimiento del Estado de bienestar y la provisión universal de protección social.” (p. 19)

    Si la pandemia COVID-19 es, como dice Ignacio Ramonet, un hecho social total, lo menos que puede hacerse es sacar las enseñanzas del caso y entender que la precarización social y la fragilización de la vida no pueden ser parte de la nueva normalidad, de la nueva realidad en la post-pandemia. No se puede, no se debe, repetir, o asumir como natural, tanto sufrimiento de tanta gente.


    Nota:

    1El documento completo y la presentación pública de la Secretaria Ejecutiva Alicia Bárcena se pueden conseguir en la página www.cepal.org en la sección Observatorio COVID-19

    Sin Permiso

    Rubén Lo Vuolo / Daniel Raventós / Pablo Yanes

    Hace unos meses escribimos que, frente a las grandes transformaciones que se están produciendo en nuestras sociedades, la renta básica, una asignación monetaria universal e incondicional, constituía una propuesta irremplazable. Hoy, frente a la pandemia del COVID 19 y los tremendos impactos económicos y sociales de allí derivados, la vigencia y relevancia de la incorporación de la renta básica en las políticas públicas es aún mayor.



    Ante la magnitud de la catástrofe sanitaria y social que estamos viviendo, escuchamos cotidianamente palabras muy rimbombantes de dirigentes políticos de todo tipo, pero si no se concretan con medidas al servicio de la mayoría de la población, todo quedará en retórica de cara a la galería a la que tan aficionados son muchos políticos. Vale recordar que, cuando se inició la crisis de 2008-2009, personajes como Sarkozy dijeron que había que refundar el capitalismo. Esto duró el tiempo que los Estados tardaron en ayudar a la banca con recursos inmensos y luego se cambió el discurso para pontificar que el problema había sido que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.

    Desde hace años la discusión sobre el incremento de las desigualdades sociales y de las desigualdades extremas ocupa un lugar crucial de la agenda pública. No se trata solo de un fenómeno cuantitativo (aumento de la desigualdad) sino también cualitativo: aumentan las desigualdades conocidas y al mismo tiempo van apareciendo un conjunto de desigualdades de nuevo tipo. Las desigualdades que se presentan bajo el actual régimen de acumulación (globalizado, desregulado, financiarizado, digitalizado) no son las mismas que las desigualdades del anterior régimen de acumulación (fordista, keynesiano, bienestarista).

    Las actuales desigualdades contienen a las del régimen anterior y son más profundas. No se manifiestan sólo en el empleo, los ingresos laborales, la riqueza, sino que también han minado las redes de seguridad y de relativa certidumbre que eran propias, en diferentes niveles, de los Estados Sociales o de Bienestar. Dados los cambios económicos, tecnológicos y sociales, las instituciones públicas en muchos casos hoy reproducen las desigualdades heredadas del mercado.

    Esto no debe extrañar porque la conformación del régimen de acumulación actual tiene como variable de ajuste el mundo del trabajo y de los derechos asociados al mismo (contención salarial, flexibilización laboral, recorte o congelamiento de la seguridad social, reformas regresivas de las pensiones, caída de la tasa de sindicalización, entre otras). Los resultados son esperables y conocidos: reconcentración del ingreso en manos de los grandes propietarios, debilitamiento de la movilidad social, transformación de la pobreza cíclica en crónica, fragilidad del vínculo entre educación y empleo, alto desempleo (especialmente el juvenil, femenino y personas de mayor edad), precarización de las condiciones laborales y creciente falta de expectativas sobre el futuro. Vivimos una sociedad de inseguridad y de incertidumbre para la inmensa mayoría no rica de la población.

    En cuestión de días la pandemia del COVID 19 ha desnudado las condiciones de precariedad y desprotección social en que viven grandes segmentos de la humanidad y también ha puesto en jaque al ya muy debilitado sistema de políticas públicas diseñado para gestionar el ciclo económico y garantizar la protección de los derechos sociales. Ya son evidentes las limitaciones para encarar problemas nuevos con las herramientas del pasado.



    En este contexto, resulta asombroso como, al amparo de la emergencia sanitaria que actúa como disparador de una profunda recesión largamente anunciada, los gobiernos de distintas orientaciones han tomado medidas que semanas antes hubieran sido impensables y tratadas de irresponsables. Las finanzas públicas sanas, la contención del déficit fiscal, las políticas de ajuste y austeridad o la sostenibilidad de la deuda como pruebas de la salud de la economía han sido aparcadas en muchos países dando lugar a desesperadas medidas que buscan estimular a las economías que entran rápidamente en recesión.

    Sólo en el caso de los Estados Unidos se aprobó un paquete de emergencia de 2 trillones (o billones fuera de EEUU) de dólares, superior al presupuesto federal de ese país, y que incluye ampliación de los beneficios del seguro de desempleo (que crece rápidamente) y transferencias monetarias directas a los hogares de hasta un determinado nivel de ingreso sin otras condicionalidades. Esto último representa uno de los cambios más notables respecto a iniciativas previas de estímulo económico.

    En América Latina también se han puesto en marcha diversas iniciativas que fortalecen y amplían las transferencias monetarias directas a la población que ya existían. En algunos casos, como México sin condicionalidades, aunque sí con distintos grados de focalización, desde la universalidad de la pensión de adultos mayores o becas acotadas al sistema público o a la condición de discapacidad, tres modalidades de transferencias que, por cierto, recientemente alcanzaron rango constitucional; por otro lado, en Ciudad de México también se incrementó el monto de la beca universal para todos los estudiantes del sistema público básico.



    En otros países como Argentina o Colombia se ha incrementado el monto de las transferencias existentes mediante bonos extraordinarios (además de políticas de apoyo financiero y fiscal a empresas y grupos de población en dificultad). En Brasil está en proceso de aprobación legislativa una iniciativa de renta básica de emergencia que busca abarcar a 100 millones de personas.

    En otras palabras, con muy diferentes modalidades y muy distintas motivaciones, tanto países centrales como periféricos están implementando una expansión de las transferencias monetarias directas a las personas. Estas novedades ofrecen oportunidades importantes para recolocar el debate sobre la pertinencia y, cada vez más, urgencia de la renta básica universal. En el reino de España, entre otros muchos lugares, son cada vez más los políticos, los activistas sociales, y la ciudadanía en general que ve esta propuesta como un dique de contención ante el desastre económico y social cada vez más evidente. Desastre económico y social en donde la inmensa mayoría de la población no rica estará en condiciones cada vez peores.

    Hoy el debate sobre la renta básica ya no es en torno a “experimentos” acotados a grupos seleccionados como “pilotos”, sino en relación a políticas y a intervenciones de escala nacional. Parece que finalmente se ha aceptado que las transferencias monetarias cuanto más universales e incondicionales cuentan con una ventaja de sentido de oportunidad y efecto directo sobre los hogares que otras medidas difícilmente lograrían. Asimismo, también se está aceptando la necesidad de proteger efectivamente a las personas más allá de las particularidades de su inserción laboral coyuntural.

    Resulta interesante cómo se ha relajado el debate sobre las condicionalidades (que constituía casi la piedra filosofal de las transferencias monetarias directas) y se ha desplazado hacia los grados de focalización o la temporalidad de las transferencias. Esto es, se ha debilitado, aunque probablemente resurgirá, la exigencia de contraprestaciones a cambio de la percepción de beneficios monetarios estatales y el debate se ha desplazado hacia una discusión crecientemente instrumental: alcance de las coberturas, monto de las transferencias, duración de las mismas, etc.

    Por más limitados que sean los cambios que se están implementando, puede ser muy importante el efecto que tengan como experiencia social de contar con ingresos garantizados en tiempos de crisis y precariedad, así como políticas contra-cíclicas. De aquí surge un interrogante clave para el futuro de la renta básica: en qué medida se puede construir un sujeto social que reclame que lo que nació como una medida emergente y temporal pueda transmutarse en el reclamo de un nuevo derecho y en nuevo componente esencial del régimen de bienestar alternativo que debe construirse.

    Estamos recién en los comienzos de una nueva crisis que ya amenaza con superar otras del pasado. A la pandemia casi con certeza le seguirá una profunda recesión económica cuyo primer desafío será el de no convertirse en una depresión en toda la regla. Es altamente probable que las desigualdades se profundicen, la precarización se exacerbe, la incertidumbre crezca y la inseguridad económica (además de la sanitaria) ocupe un lugar central en la preocupación de las personas. En este contexto, la renta básica cada vez más se asienta como una propuesta sensata y a la vez urgente para mantener no sólo la capacidad de compra de los hogares y otorgar a todas las personas una seguridad económica (y subjetiva) indispensable, sino también para construir la imagen de una sociedad que se mantiene integrada y enfrenta los duros tiempos con criterios de mayor igualdad en la distribución de sus impactos.

    El interés creciente en la renta básica que se ha visto en la última década estuvo asociado en gran medida a los saldos de la gran recesión de 2008-09 y a las implicaciones de la revolución tecnológica y la digitalización de la economía en el mundo del trabajo y la ocupación. Nunca supusimos que dicho debate se vigorizaría como resultado de una pandemia, pero una vez más se constata que la historia no se mueve en línea recta y los factores aleatorios son sus componentes habituales.

    Que el debate sobre renta básica aparezca en el contexto de fenómenos diversos y concomitantes como una recesión económica, una revolución tecnológica y una pandemia de escala global es significativo porque los tres fenómenos se vinculan por elementos comunes: precariedad, fragilización, inseguridad e incertidumbre. Estos elementos comunes ponen de manifiesto lo que muchos venimos sosteniendo hace tiempo: el actual modo de organización de nuestras sociedades promueve la desigualdad económica y social al tiempo que se muestra ineficaz para atender los impactos de los cambios a los que se ven y verán sometidas nuestras sociedades. Y frente a ello la renta básica no constituye toda la respuesta, pero sin duda es parte de ella.

    ¿Le habrá llegado finalmente a la renta básica la hora de que ocupe un lugar central en la agenda pública? No como discusión más o menos brillante y erudita sobre un tema que permite muchas variaciones filosóficas, económicas, sociológicas y políticas, sino como una medida urgente para la inmensa mayoría de la población no rica ante la gravedad de la situación actual y su proyección futura.

    es Director Académico del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp) en Buenos Aires y Presidente de la Red Argentina de Ingreso Ciudadano (Redaic) . Sus últimos libros son Políticas Públicas y Democracia en Argentina. Crónicas de un País que no Aprende (2017) y Citizen’s Income and Welfare Regimes in Latin America. From Cash Transfers to Rights, (Editor, 2013)
    miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso y presidente de la Red Renta Básica. Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es miembro del comité científico de ATTAC. Sus últimos libros son, en colaboración con Jordi Arcarons y Lluís Torrens, "Renta Básica Incondicional. Una propuesta de financiación racional y justa" (Serbal, 2017) y, en colaboración con Julie Wark, "Against Charity" (Counterpunch, 2018).
    Coordinador de Investigaciones de la sede subregional de la CEPAL en México. Las opiniones aquí expresadas pueden no ser coincidentes con las del Sistema de Naciones Unidas.

    Fuente:

    https://blogs.publico.es/dominiopublico/31573/renta-basica-pandemia-y-recesion/

    Mundo Nuestro. Publicada originalmente en la revista Sin Permiso, esta semblanza ride homenaje a uno de los economistas más lúcidos en el mundo, Alejandro Nadal, fallecido esta semana.

    El martes pasado murió Alejandro Nadal, brillante economista crítico cuyas columnas de todos los miércoles en La Jornada, sistemáticamente reproducidas en la edición dominical de Sin Permiso, constituían un punto de referencia para la comprensión a profundidad de los más diversos acontecimientos, siempre desde una mirada que supo combinar el rigor teórico, el sentido de oportunidad y la buena pluma.

    Aun más, los trabajos de Alejandro Nadal sabían desentrañar en los hechos recientes, en las noticias del día, las raíces estructurales, la evolución histórica y los supuestos teóricos en que se sustentaban. Sabía, como decían los clásicos, ir con soltura y fluidez de la esencia a la aparencia, de lo abstracto a lo concreto y a la inversa. Siempre supo ver la estructura en la coyuntura.



    Publicó su columna de manera ininterrumpida por alrededor de 30 años para alimentar el debate, enriquecer la agenda pública e iluminar aspectos que para la mayoría de nosotros podían pasar desapercibidos.

    Entre las muchas virtudes de sus trabajos quisiera destacar algunas.

    Fue un agudo polemista cuyo conocimiento de las posiciones teóricas que objetaba, de manera destacada el pensamiento neoclásico, conocía a profundidad y con rigor. Su conocimiento de las diversas corrientes teóricas de la disciplina económica (marxista, keynesiana, poskeynesiana, neoclásica) era notable y por ello permitía un debate de altura, informado, racional y, al mismo tiempo, vigoroso y comprometido.

    Nunca se limitó a la crítica de las políticas sino que llamó la atención sobre la relevancia de desentrañar los supuestos teóricos en los que se basaban y, supuestamente, sustentaban. No se constriñó a considerar erróneas y nocivas ciertas políticas, sino que se empeñó en ir más allá y mostrar así los errores y falacias de las teorías que les daban soporte. No sólo nos dijo en muchas ocasiones que el rey estaba desnudo, sino que también lo estaban las políticas, discursos y narrativas que lo justificaban, acompañaban y barnizaban.



    Homenaje a Alejandro Nadal: Publicado Sin Permiso

    Alejandro Nadal fue un innovador. Nunca consideró a la disciplina económica como un corpus cerrado, un decálogo o un dogma, empezando con la crítica de la economía política, posición a la que era más cercano y afín y por ello mismo cuestionador y reflexivo. No solo formuló críticas potentes a los supuestos de la teoría del equilibrio general, crítica cuya pertinencia es hoy más que evidente, sino que colocó en la mesa de debates asuntos de gran relevancia que ponen de cabeza supuestos asumidos en el pensamiento inercial, tales como la relación entre ahorro e inversión, o entre depósitos y créditos; en los últimos años dedicó buena parte de su esfuerzo a la construcción de una teoría del dinero endógeno que obliga a repensar el papel de los bancos centrales y de los supuestos convencionales sobre la oferta monetaria.

    Además, pero no menos relevante, hizo aportaciones de primera línea sobre políticas de innovación y cambio tecnológico y su papel en los procesos de acumulación. Asimismo, muy pocos economistas pueden exhibir reflexiones tan sistemáticas y audaces sobre economía y sustentabilidad. Su compromiso con la sustentabilidad lo llevó a ser considerado un especialista en temas como el tráfico ilegal de marfil o de especies silvestres. Sus contribuciones a la economía política del calentamiento global deben ser tomadas en cuenta de manera muy seria en estos momentos que se impone la necesidad de un debate profundo y riguroso sobre estilos de desarrollo, así como la urgencia de redefinir las reglas de juego a escala global para construir sociedades igualitarias y sustentables.



    No es por ello casual que el último artículo de Alejandro Nadal, escrito desde el hospital, fuera precisamente sobre el coronavirus y la crisis global del capitalismo, en la que nos advertía que el COVID19 era el disparador de un proceso mucho más profundo y estructural que ya se venía anunciando en los años precedentes.

    En tiempos recientes tuvimos una colaboración estrecha con Alejandro Nadal y nos dejó listos para publicación dos trabajos que próximamente verán la luz, uno, sobre las restricciones macroeconómicas al crecimiento económico de México y otro sobre las orientaciones macroeconómicas para alcanzar la sustentabilidad del desarrollo. Servirán como un merecido homenaje a su memoria.

    Tuve la oportunidad de conversar por teléfono con Alejandro diez días antes de su fallecimiento. Platicamos sobre posibles proyectos futuros. Me aleccionó la entereza y serenidad, humor y claridad con la que sobrellevaba la enfermedad y cómo mantuvo hasta el último momento el optimismo de la voluntad.

    Sin duda, Alejandro, hará falta tu cabeza para reflexionar en estos momentos tan complejos e inciertos y tu generosidad y calidad humana para compartir tus hallazgos y preocupaciones. Te vamos a extrañar, y mucho.

    Defender a la empresa Peñafiel no es sinónimo de hacerlo por Tehuacán. Estás defendiendo a la transnacional Keuring Dr Pepper, la cual la compró hace rato a Cadbury Schweppes. Y tiene décadas que dejó de ser propiedad de clan local alguno. El chovinismo es propio de nosotros, los tehuacaneros, y lo somos de manera exagerada y radical.


    ¿Por qué no en lugar de defender a una empresa extranjera defendemos nuestros acuíferos? A esos que ponen el grito en el cielo por la campaña mediática, empresarial y gubernamental contra la empresa, no los veo indignarse por todo el daño ambiental que han generado las granjas de los Romero o los maquileros y sus lavanderías, incluyendo a ilustres familias de las castas divina y beduina que gobiernan hoy por medio de un junior del clan de la segunda y que andan con la transformación de quinta.


    Cierto es que se ha machacado que en algún momento fuimos el "Primer Centro Hidromineral de América Latina". Les recuerdo: "Fuimos". Sé que nos sentimos orgullosos de alguna manera de nombres como Etiqueta Azul (Aguas de Tehuacán). ¿Saben donde estaba esa refresquera? Garci-Crespo, Balseca, San Francisco, San Lorenzo,El RIego o la impugnada Peñafiel. La mayoría ya ni las conoce ni las conoció. Desaparecieron. Las quebró la apertura comercial, el TLCAN. Es decir, el neoliberalismo que ahora defienden. "Yo le soy fiel a mi Peñafiel". Eso ya no existe. Le eres fiel a tu gusto por el azúcar y fiel al Dr Pimiento.



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    A los que nacimos en los setenta, aparte de estar en una época en que Led Zeppelin rocanroleaba a todo volumen, Argentina ganaba el mundial por una decisión de la dictadura militar, nacía el punk rock y la asquerosa música disco, nos tocó en nuestra infancia todavía ver la entonces próxima a desaparecer industria refresquera local y a Tehuacán de otra forma, sin el horrible Paseo ni el Dr Pepper apoderado de nuestros manantiales. (Los maquileros empezaron a chingarse por esos años el agua con las modas del stone wash provenientes de California).

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    Así que quienes vivíamos por Aguas de Tehuacán podíamos ir a llenar en carretillas o cualquier artefacto nuestros garrafones de vidrio, ya que aún no padecíamos la peste del plástico como ahora. La calle de atrás de Aguas de Tehuacán siempre estaba encharcada y sulforosa de los restos hidrominerales, y era común que en todas las escuelas nos llevaran a ver el proceso de embotellamiento. Todos los chamacos salíamos bien contentos con nuestros refrescos y con el recorrido. En esas épocas las empresas eran de capital local y a pesar de sus políticas clásicas de charrismo sindical, sentiamos que en efecto eran nuestros refrescos.

    Etiqueta Azul tronó en 1987. La planta estuvo cerrada varios años hasta que llegó la alianza de Kamel Nacif con sus paisanos Haddad, ya en plena globalización, para instalar Tarrant Apparel Group en esta región. Esta planta ahora esta llena de locales de comida china, taquerías y otros negocios, justo frente la tienda de Aurrera por la vía que intersecta Independencia y Héroe de Nacozari. Ya nadie le dice "Aguas de Tehuacán". "Me bajas en "Bodega" es la instrucción al chofer de las combis y microbuses.



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    En 2003 tuve la suerte de asesorar el primer movimiento obrero en esa maquiladora, en lo que fue la histórica "Aguas de Tehuacán". Más de mil obreros se salieron del redil empresarial y del control del charrismo sindical para crear un parteaguas disidente en la industria de la confección. Pero esa es otra historia que se la cuento luego.


    En donde ahora está la decadente y artificial plaza comercial estuvieron antes las plantas 7 y 8 del emporio del prófugo Rey de la Mezclilla ¿A que se dedicaban? A explotar el acuífero que está debajo del actual Cinépolis, desperdiciando y ensuciando de azul millones de litros de agua diariamente, todo esto porque antes estaba ahí la planta de refrescos Balseca. Esto es la globalización, que destruye todo a su paso, incluyendo la identidad de nuestro pueblo. Y así vimos la caída y destrucción de una industria local por lo menos centenaria. El último cierre significativo fue el de Garci-Crespo hace menos de una década. Esto fue un cierre patronal con la complicidad de la CROC y en el que salieron perdiendo los obreros.
    ¿Y los que defienden a Dr Pepper pensando que defienden Tehuacán, también van a defender a los obreros de esa planta que viven bajo un contrato de protección sindical de la CROM?


    Hablando de eso, del tema obrero en la industria refresquera, me cuenta mi jefa que cuando era niña y estudiaba en el Centro Escolar la maestra les decía: "Aprendan a ser puntuales, porque en el futuro Ustedes van a ser los obreros de esta ciudad". En esa época no había maquilas, todos eran obreros refresqueros. Y no lo decía con burla o desdén. Porque los obreros en esa época tenían mejores condiciones laborales, el poder adquisitivo del salario era mejor que hoy en día, a pesar de que de ese mundo salieron las familias dueñas del charrisno sindical que siempre han sido paleras de los patrones tehuacaneros.


    Mi tío Ernesto fue trabajador dela industria. Repartía el producto en ese tipo de camionetas parecidas a las "julias" de los policías en otros tiempos. Así conoció todo el país. Mi tía Martha, de niña, junto con otros infantes proletarios pelaban las mandarinas para Peñafiel, el cual entonces sí era de fruta. A los niños del barrio les daban la fruta como pago. Ellos utilizaban la cáscara. Esto porque la periferia acababa en la vía, la que llevaba la fruta a la empresa.


    Todo esto muchos años antes de que el pueblo de San Nicolás Tetitzintla dejara de ser una milpa hermosa e interminable.


    Y justo ahora recuerdo que a la una de la tarde siempre sonaba el silbato de Aguas de Tehuacán. Un sonido tan común en mi niñez como el tren que pasaba frente a la casa.


    ¡Defendamos nuestra agua! ¡No a las empresas que la saquean y contaminan!